Belén Quintas Soriano.
La sociedad de la información: simple pretexto.
Es harto frecuente que en nuestros días cualquier referencia a la educación arranque de recordarnos que vivimos en la era de la información y en una sociedad globalizada. Al destacar estos aspectos y requerir que los sistemas educativos deben de dar respuesta a esta nueva situación y a las demandas que plantea, no suele abundarse más en este tema. La propuestas suelen morir sobre el mismo suelo en el que nacen y dar de sí consideraciones elementales como las relativas a que debemos de organizar el sistema educativo de modo que seamos capaces de discriminar el valor de las distintas informaciones o bien manejar las nuevas tecnologías. Se puede concretar el programa prometiendo un ordenador por cada dos laumnos o cada cuatro. El tema muere allí mismo donde nace.
Por otra parte, todos cuantos estamos realizando estudios universitarios o a punto de concluirlos hemos sido testigos de renovados y constantes esfuerzos de unos y otros sectores políticos esforzados o volcados en distintas reformas educativas; reformas en la escuela, reformas en el instituto, reformas y contrarreformas en la Universidad. Y, sin embargo, todas esas reformas no parecen generar satisfacción alguna en los que cursamos en uno u otro nivel educativo. Este malestar tiene sus distintos matices dado que quien está en la Universidad aprecia que a las discusiones sobre una mayor o menor especialización le siguen otras sobre una educación más generalista; en realidad, las tareas a realizar en el futuro o primeros momentos profesionales poco tienen que ver con los niveles de especializacion alcanzados. Si en vez de considerar la Universidad se atiende a otros niveles educativos, como es el caso de la educación secundaria, parece que el hecho de haber declarado obligatoria la educación hasta los 16 años ha venido a ser un cataclismo; lo que en principio parecía un valor, propio de una sociedad desarrollada, ha pasado a ser considerado por los profesores como un claro ejemplo de “madre de todos los desajustes y males”. La población española parece haber degenerado biológicamente por cuanto ya no parece existir la posibilidad de estudiar, de explicar o de entusiasmar con el estudio a las generaciones de jóvenes.
Las polémicas y muchos artículos de opinión que se abren de modo solemne hablando de los nuevos retos de la educación y que conviven con este estado de opinión no progresan, no avanzan más allá; en último caso, se procede a justificar una u otra propuesta y es en ese discurso teórico donde finalmente se agota la consideración de la educación y sobre la educación. En ocasiones he pensado que sería bastante más relevante que se analizara y discutiera lo que se hace en las aulas, en las bibliotecas, y sobre la consideración y valoración de los resultados de estas discusiones y análisis que se intentaran propuestas de mejora de lo que se hace, porque sólo así parece que puede existir alguna posibilidad de reformar y de satisfacer en algo a los reformados. Lo que en verdaderamente insufrible es la apelación a la sociedad de la información por cuanto el problema de formarse discriminando las informaciones que nos llegan es un problema propio de todos los hombres y épocas. La cuantía de las informaciones, las posibilidades de organización y de difusión que la digitalización ha provocado no modifican en absoluto el problema: sobre informaciones y a partir de informaciones hemos construído y se construye conocimiento. Eso ha sido y será así. La organización de la educación para que favorezca esos procesos y no aturda a quien los sufre debe de pasar por discutir y valorar lo que se está haciendo; en muchos casos no puede existir otra justificación que la siguiente: el profesor así lo quiere y desea. La racionalidad de lo pedido no superaría el más liviano de los contrastes de opinión. Y, por ello, entiendo que el reto en esta sociedad de la información es que se comience a hablar y valorar aquello que se hace, que se está haciendo.