Así como Locke iniciaba su discusión de la
teoría del conocimiento refutando la existencia de ideas
innatas, Berkeley va más allá y, en la
introducción de su tratado, rebate la existencia de ideas
abstractas, a las que señala como principales culpables de las
confusiones de que son víctimas los filósofos.
Naturalmente, esto no puede entenderse sin pararse a aclarar qué
entiende Berkeley por ideas abstractas:
VII.
Acepción propia de la abstracción
Todos
convienen en afirmar que las cualidades o modos de las cosas no existen
realmente aisladas por sí mismas, separadas de todas las
demás, sino que se interfieren recíprocamente y, en
cierto modo, se reúnen en diferentes combinaciones en cada
objeto. Y se afirma que nuestra mente, gracias a la aptitud que posee
de considerar cada cualidad por separado, con abstracción de
todas las demás a las cuales va unida, elabora para un acervo
interno las ideas abstractas.
Berkeley presenta dos presuntas formas de elaborar ideas abstractas:
la generalización y la composición. Un ejemplo de
presunta idea abstracta generada por composición sería la
de color:
(VIII.
De
la generalización) [...] De igual manera, la mente, si prescinde en
los colores percibidos por el sentido de lo que es peculiar de cada
color y lo distingue de los demás, y retiene sólo lo que
es común a todos ellos, forma entonces una idea de color en
abstracto, que no es el rojo, ni el azul, ni el blanco, ni
ningún color determinado.
IX. De
la
composición Y
así como la mente se elabora sus ideas abstractas de las
cualidades o modos, con la misma precisión y separación
mental adquiere las ideas abstractas de los seres más
complicados, que implican la coexistencia de diferentes cualidades.
Por ejemplo,
observando que Pedro, Jaime y Juan se parecen entre sí por
ciertos caracteres que les son comunes, como la forma, aspecto, y
otros, nuestra mente, en la idea compuesta o compleja que tiene de
Pedro, o de Jaime, o de cualquier otro hombre, deja a un lado lo que es
peculiar de cada uno y se queda tan sólo con lo que es
común a todos, formándose así una idea abstracta y
general que conviene a todos los hombres y que prescinde de todas las
circunstancias y diferencias que pudieran ligarla a una existencia
individual.
Así
es como se llega a la idea de hombre o, si se prefiere, a la de
humanidad o naturaleza humana, en la cual va ciertamente incluido el
color, pues no hay hombre que de él carezca, pero no es un color
determinado, blanco o negro, ya que no hay color alguno que convenga a
todos los seres humanos.
Frente a estos planteamientos, Berkeley presenta la objeción
siguiente:
X. Dos
objeciones contra la existencia de las ideas abstractas
Si otros tienen esta
maravillosa facultad de abstraer sus ideas, ellos podrán
decirlo; en cuanto a mí, reconozco que puedo imaginar o
representarme las ideas de las cosas particulares que he percibido y de
combinarlas y separarlas de muy diversas maneras. Puedo imaginar un
hombre de dos cabezas, o la parte superior de un cuerpo humano unida a
un cuerpo de caballo; y puedo considerar en abstracto, o separados del
cuerpo, un ojo, o una nariz, o una mano. Pero sea cual sea el ojo o
mano que yo imagine, siempre tendrán determinada forma y color.
De igual modo, la idea que yo me forme de hombre ha de ser de un hombre
blanco, o negro, o moreno; derecho o encorvado; alto, bajo o de mediana
estatura.
Por
mucho que se esfuerce mi pensamiento, no puedo concebir la idea
abstracta de hombre tal y como antes la he descrito. [...]
Si he de hablar
sinceramente, reconozco en mí la aptitud de abstraer en cierto
sentido, como sucede al considerar determinadas partes o cualidades
separadas de otras con las cuales coexisten en algún objeto, y
sin las cuales es posible que tengan existencia real.
Pero lo
que no admito es que pueda abstraer una de otra, o concebir
separadamente aquellas cualidades que es imposible que puedan existir
aisladas; ni tampoco que pueda formarme ideas generales por
abstracción de las particulares, en la forma antes expresada.
Tales son las acepciones propias de la abstracción.
Y con
fundamento puedo suponer que otros hombres se hallarán en el
mismo caso que yo.
A continuación Berkeley cita un pasaje de Locke donde éste sostiene que la mente humana posee ideas abstractas. Locke relaciona esto con el uso del lenguaje y dice: "Las palabras adquieren sentido general porque se convierten en signos de ideas generales". Berkeley rechaza el argumento:
Más
bien parece, sin embargo, que una palabra adquiere sentido general por
convertirse en signo, no de una idea general abstracta, sino de varias
ideas particulares, cualquiera de las cuales puede indistintamente
sugerir a la mente.
Vemos, pues, que, al negar las ideas abstractas, Berkeley no está negando la posibilidad de poseer conocimientos universales. Explícitamente:
La
universalidad no consiste, a mi entender, en una realidad absoluta y
positiva, o concepto puro de una cosa, sino en la relación que
ésta guarda con las demás cosas particulares, a las
cuales representa o significa.
Así, Berkeley considera que es posible demostrar propiedades
geométricos sobre triángulos en general, pero que ello no
supone operar con una idea abstracta de triángulo, sino que toda
figura en que se apoye la demostración corresponderá a un
triángulo particular con características particulares. La
universalidad de la demostración se funda en que no se apoya en
ninguna de las características particulares que pueda tener el
triángulo considerado.
De este modo, Berkeley establece una diferencia fundamental para su
doctrina entre ideas y palabras. Por ideas entiende
contenidos mentales, es decir, los objetos que nuestra mente puede
representarse, entre los que no se incluye, por ejemplo, una idea
abstracta de "hombre" que no es alto ni bajo, rubio ni moreno, blanco
ni negro; mientras que las palabras pueden tener un significado
universal en la medida en que puedan aplicarse a ideas distintas. En
particular, Berkeley niega que cada palabra se corresponda con una
idea. La palabra "hombre" no se corresponde con una idea de "hombre",
sino con todas las ideas particulares de hombres concretos que podamos
concebir.
Ésto es un resumen de lo que expone Berkeley en la
introducción de sus Principios,
que empiezan propiamente con los fundamentos de su teoría del
conocimiento:
I. Los
objetos del conocimiento humano
Es evidente para quienquiera que haga
un examen de los objetos del
conocimiento humano que éstos son: o ideas impresas realmente en
los sentidos, o bien percibidas mediante atención a las pasiones
y las operaciones de la mente o, finalmente, ideas formadas con la
ayuda de la imaginación y de la memoria, por composición
y división o, simplemente, mediante la representación de
las ideas percibidas originariamente en las formas antes mencionadas.
La
vista me da la idea de luz, del color
en sus diferentes grados, variaciones y matices. Mediante el tacto
percibo, por ejemplo, lo blando y lo duro, el calor y el frío,
el movimiento y la resistencia, y de todo esto el más y el
menos, bien como cantidad o como grado. El olfato me depara olores; el
paladar, sabores; y el oído lleva a la mente los sonidos con sus
variados tonos y combinaciones.
Hay que destacar que, según vemos, Berkeley, al identificar
"idea" con "contenido mental" incluye entre ellas a las sensaciones. La
propia sensación táctil de dureza es en sí misma
una idea para Berkeley.
Y cuando se ha
observado que varias de estas ideas se presentan
simultáneamente, se viene a significar su conjunto con un nombre
y ese conjunto se considera como una cosa. Así, por ejemplo,
observamos que van en compañía un color, un gusto y olor
determinados junto con cierta consistencia y figura: todo ello lo
consideramos como una cosa distinta, significada por el nombre de
manzana.
Otros
conjuntos de ideas constituyen la piedra, el árbol, el libro y
las demás cosas sensibles; conjuntos que, siendo placenteros o
desagradables, excitan en nosotros las pasiones de amor, de odio, de
alegría, de pesar y otras.
II.
Mente-espíritu-alma
Además de esta innumerable
variedad de ideas u objetos del conocimiento, existe igualmente algo
que las conoce o percibe y ejecuta diversas operaciones sobre ellas,
como son el querer, el imaginar, el recordar, etc. Este ser activo que
percibe es lo que llamamos mente, alma, espíritu, yo. Con
tales palabras no denoto ninguna de mis ideas, sino algo que es
enteramente distinto de ellas, dentro de lo cual existen; pues la
existencia de una idea consiste simplemente en ser percibida.
Berkeley acaba de introducir una afirmación fundamental en su teoría del conocimiento que a continuación discutirá: la existencia de una idea consiste simplemente en ser percibida. Recordando que, para Berkeley, la mesa que estoy viendo ante mí es una idea compuesta por varias ideas simples (sensaciones), Berkeley está afirmando que la existencia de la mesa sobre la que escribo consiste simplemente en el hecho de que yo la estoy percibiendo. Más matizadamente:
Así,
por ejemplo, esta mesa en que escribo, digo que existe, esto es, que la
veo y la siento; y si yo estuviera fuera de mi estudio, diría
también que ella existía, significando con ello que, si
yo estuviera en mi estudio, podría percibirla de nuevo, o que
otra mente que estuviera allí presente la podría percibir
realmente.
Esto no es muy claro: Por una parte, el ejemplo no coincide con la teoría. El ejemplo dice que existir no es necesariamente ser percibido, sino poder ser percibido por una mente hipotética, con lo que no podemos sostener que la mesa es un contenido de una mente concreta, sino un contenido hipotético de una mente hipotética. Más adelante Berkeley resolverá este problema arguyendo que Dios lo ve todo, con lo que las ideas existen siempre en la mente de Dios. Por otra parte, tampoco está claro en qué sentido se puede decir que la mesa que ven dos personas distintas al mirar al mismo sitio es la misma mesa, pues en realidad tenemos dos ideas: la idea de mesa del uno y la idea de mesa del otro. Cada una está en una mente distinta (y hay otra más en la mente de Dios, si lo metemos también por medio a Él.)
Cuando digo que
había un olor,
quiero decir que fue olido; si hablo de un sonido, significo que fue
oído; si de un color o de una figura determinada, no quiero
decir otra cosa sino que fueron percibidos por la vista o el tacto.
Es lo
único que permiten entender esas o parecidas expresiones. Porque
es incomprensible la
afirmación de la existencia absoluta de los seres que no
piensan, prescindiendo totalmente de que puedan ser percibidos. Su
existir consiste en esto, en que se los perciba; y no se los concibe en
modo alguno fuera de la mente o ser pensante que pueda tener
percepción de los mismos.
Pese a esto, Berkeley ha afirmado que tiene sentido decir que una
mesa existe cuando nadie la percibe. A continuación argumenta
que la "idea" de un objeto no percibido es una de esas ideas abstractas
cuya existencia ha negado en la introducción, puesto que cuando
nos representamos un objeto en la mente nos lo representamos tal y como
es o puede ser percibido y es imposible hacer otra cosa:
Por
tanto, así como es imposible ver o sentir ninguna cosa sin la
actual sensación de ella, de igual modo es imposible concebir en
el pensamiento un ser u objeto distinto de la sensación o
percepción del mismo.
Ahora Berkeley cae en la cuenta del problema de hablar de mesas que
no percibe nadie:
[...] Todos
los cuerpos que componen la maravillosa estructura del universo,
sólo tienen sustancia en una mente. Su ser (esse) consiste en
que sean percibidos o conocidos. Y, por consiguiente, en tanto que no
lo percibamos actualmente, es decir, mientras no existan en mi mente o
en la de otro espíritu creado, una de dos, o no existen en
absoluto, o bien subsisten sólo en la mente de un
espíritu eterno; siendo cosa del todo ininteligible y que
implica el absurdo de la abstracción el atribuir a uno
cualquiera de los seres o una parte de ellos una existencia
independiente de todo espíritu.
Para
convencerse de ello basta con que el lector reflexione y trate de
distinguir en su propio pensamiento el ser de una cosa sensible de la
percepción de ella.
Berkeley rebate bastante pobremente la objeción más
obvia a su doctrina:
VIII.
Objeción y respuesta
Pero, dirá alguno: aunque las
ideas mismas no existan sin una mente que piense, con todo puede
suceder que las cosas parecidas a tales ideas y de las cuales
éstas son copias o semejanzas, existan prescindiendo de la mente
y en una substancia desprovista de pensamiento.
A lo que respondo:
Una idea no puede ser semejante sino a otra idea; un color o figura no
puede parecerse sino a otro color o figura. Basta un ligero examen de
nuestros propios pensamientos para convencernos de que es imposible
concebir la semejanza sino entre nuestras propias ideas.
Y ahora
yo pregunto: estas cosas externas, supuestos originales de los que
nuestras ideas serían copia o representación, ¿son
perceptibles por sí mismas o no? Si lo son, entonces ellas
mismas son ideas, lo que confirma mi tesis; y si se me dice que no lo
son, desafío a que se me diga si tiene sentido afirmar que un
color es semejante a algo invisible, o que una cosa dura o blanda es
semejante a algo intangible; y así de lo demás.
La respuesta es pobre porque Berkeley ha introducido capciosamente
en la pregunta la noción de semejanza. La objeción
podría plantearse más en general: ¿no puede haber
objetos externos que, aunque no se parezcan en nada a las ideas, sean
su causa, y que existan en una sustancia desprovista de pensamiento?
Planteado así, la respuesta de Berkeley no aporta nada. Con la
misma clase de argumentos concluye:
IX La
noción filosófica de la materia implica
contradicción.
Por ello Berkeley llamó inmaterialismo
a su doctrina, pues, según ella, sólo existen las almas y
las ideas que éstas contienen. Berkeley niega la existencia
extramental incluso de las nociones
matemáticas, aunque sus argumentos se vuelven cada vez
más pobres:
XII.
Que el número es una
creación de la mente, aun cuando se admitiera la existencia
extramental de otras cualidades, es cosa que con evidencia se
comprenderá si se tiene en cuenta que una misma cosa puede tener
diferente denominación numérica según el punto de
vista en que se coloque la mente.
Así,
una misma longitud se puede representar por el número uno, por
el tres o por el treinta y seis según que la mente la considere
con relación a la yarda, al pie o a la pulgada.
Más consistente es la crítica de Berkeley a la
noción de sustancia:
XVI.
[...] Suele decirse que la
extensión es un modo o accidente de la materia y que ésta
es el sustrato en que la extensión se apoya. Yo querría
que se me explicase lo que significa este apoyarse la extensión
en la materia: se me dirá que, no teniendo una idea positiva de
lo que es la materia, tal explicación es imposible. A esto
replico que, si algún sentido tiene la afirmación que
analizamos, por lo menos se ha de tener una idea relativa de la
materia; y aun sin saber lo que ella es, se tiene que conocer su
relación con los accidentes y en qué sentido los soporta
o les sirve de base.
Es
indudable que no los sostiene en el mismo sentido en que los pilares
sostienen el edificio. Pues entonces, ¿en qué sentido los
sustenta?
XVII.
Doble sentido filosófico de lo que se llama sustancia material
Penetrando más a fondo en la
significación que los más eximios filósofos dan a
los términos sustancia material, hallaremos que no vinculan a
estos sonidos otro significado que la idea de ser en general, junto con
una noción relativa de los accidentes que soporta.
En lo
que se refiere a la idea de ser en general, diré que me parece
la más abstracta e incomprensible de todas, y que sea el soporte
o sostén de los accidentes es cosa, como acabamos de ver, que no
puede ser entendida dentro del alcance común de las palabras.
Ya hemos comentado que Berkeley no es muy convincente cuando trata
de refutar la existencia de objetos externos causantes de las ideas,
pero no se le puede negar que lo contrario tampoco es evidente:
XVIII.
La existencia de los cuerpos externos exige demostración
Aun cuando fuera posible que las
sustancias sólidas, dotadas de figura determinada y movibles
existieran sin la mente y fuera de ella, correspondiendo a las ideas
que tenemos de los cuerpos, ¿cómo llegaríamos a
conocer todo esto? Habrá de ser o por medio de los sentidos o de
la razón.
Ahora bien, en lo que
hace a los sentidos, por ellos tenemos conocimiento solamente de
nuestras sensaciones, ideas, es decir, de aquello que percibimos
inmediatamente, llámese como se llame, pero no nos informan de
la existencia extramental o no percibida de cosas semejantes a las que
percibimos.
Esto lo admiten de
buen grado los mismos materialistas. Por consiguiente, el único
medio para conocer las cosas externas ha de ser la razón,
infiriendo su existencia de lo percibido inmediatamente por los
sentidos.
Mas no se comprende
cuál pueda ser el fundamento para admitir la existencia
extramental de los cuerpos a partir de nuestras percepciones sensitivas
sin haber ninguna conexión necesaria entre ellos y nuestras
ideas, lo que ni aun los mismos defensores de la materia pretenden
establecer. Lo que sí es permitido afirmar, y todos lo
concederán, es que podemos ser afectados por las ideas que
actualmente poseemos aun sin la existencia de cuerpos que se les
asemejen: tal ocurre en los ensueños, demencias y casos
parecidos.
De
aquí resulta evidente que la suposición de cuerpos
externos no es necesaria para producir las ideas, pues se ve que
éstas, en ocasiones, tal vez siempre, surgen sin la presencia de
aquéllos, de la misma manera que a veces creemos verlos y
tocarlos sin que estén presentes.
En los apartados siguientes, Berkeley matiza y desarrolla lo
expuesto hasta aquí. Por ejemplo, añade que suponer la
existencia de objetos materiales no ayuda, de todos modos, a explicar
la causa de que nuestra mente perciba ideas, pues los materialistas
tampoco son capaces de explicar cómo es posible que la materia
influya sobre el espíritu. Por consiguiente, la existencia de la
materia es una hipótesis que ni puede demostrarse ni ayuda a
explicar nada.
A continuación desarrolla su teoría sobre los
espíritus o almas:
XXVI. La
causa de las ideas
Percibimos una continua
sucesión de ideas. Algunas son provocadas de nuevo y algunas
cambian o desaparecen por completo. Luego tiene que haber una causa de
la que dependan las ideas, que las produzca y que sea capaz de
modificarlas. Que tal causa no es una idea ni una combinación de
ideas es evidente por lo dicho en el párrafo anterior
[donde Berkeley razona que las ideas son pasivas, incapaces de causar
nada por sí mismas]. Resta,
pues, que sea una sustancia, más ya se ha demostrado que no
existen sustancias corpóreas o materiales; concluiremos en
definitiva que la causa de las ideas es una sustancia activa
incorpórea, o sea, un espíritu.
XXVII.
No hay idea de espíritu
El espíritu es un ser simple,
indiviso y activo: en cuanto percibe las ideas se llama entendimiento;
y en cuanto las produce y opera sobre ellas, se llama voluntad.
De
aquí que digamos que no podemos formarnos una idea de él;
porque siendo las ideas de suyo inertes y pasivas, no pueden por
vía de imagen o semejanza representar a un ser dotado de
actividad. [...] Es tal la
naturaleza del espíritu o eso que actúa que no puede ser
percibido por sí mismo, sino solamente por los efectos que
produce. Si alguien lo duda, que reflexione y vea si puede formarse la
idea de un ser activo o si tiene idea de las dos principales potencias,
designadas por las palabras entendimiento y voluntad, distintas entre
sí y distintas igualmente de una tercera idea, la de sustancia o
ser en general, dotada de la propiedad característica de servir
de apoyo a las mencionadas facultades, y que llamamos alma o
espíritu.
Esto es
lo que muchos afirman, o sea, que tenemos idea de alma, de inteligencia
y de voluntad. Pero, a lo que alcanza mi comprensión, estas
palabras, voluntad, alma, espíritu, no representan ideas
diferentes o, hablando con más exactitud, no representan ninguna
idea, sino algo que es muy diferente de las ideas, y que, siendo activo
y operante por esencia, no puede venir representado por ninguna idea.
No es lo mismo la idea de un centauro que la idea de un gato. En los
apartados siguientes Berkeley "ordena" sus ideas:
XXVIII.
Sabemos por experiencia que podemos
despertar a voluntad las ideas en nuestra mente, y variar, siempre que
nos acomode, la escena que nos representan. Basta que lo queramos e
inmediatamente surge en nosotros esta o aquella idea; la cual, con
sólo quererlo, también se oscurece para dar paso a otra.
Este hacer y deshacer las ideas se llama con propiedad inteligencia
activa. Esto es indubitable y, como he dicho, se funda en la
experiencia. Pero hablar de agentes no pensantes o de excitar ideas
exclusivas de volición es un mero juego de palabras.
XXIX.
Las ideas producidas por la sensación difieren de las producidas
por la reflexión o la memoria
Por muy grande que sea el dominio que
tenga sobre mis propios pensamientos, observo que las ideas actualmente
percibidas por los sentidos no tienen igual dependencia con respecto a
nuestra voluntad. Si en un día claro abrimos los ojos, no
está en nuestro poder el ver o no ver, ni tampoco el determinar
los objetos particulares que han de presentársenos delante. Y
análogamente en cuanto a los demás sentidos: las ideas en
ellos impresas no son criaturas de mi voluntad. Por consiguiente, tiene
que haber otra voluntad o espíritu que las produzca.
XXX.
Leyes de la naturaleza
Las ideas del sentido son más
enérgicas, vívidas y distintas que las de la
imaginación; poseen igualmente mayor fijeza, orden y
cohesión, y no son provocadas a la ventura, como sucede
frecuentemente con las que produce la voluntad, sino en sucesión
ordenada, en una serie regular, demostrando su admirable
conexión con la sabiduría y bondad de su autor.
Pues
bien, estas reglas fijas o métodos establecidos de los que
depende nuestra mente y que despiertan las ideas de nuestros sentidos
se llaman leyes de la naturaleza: las aprendemos por la experiencia,
que nos da a conocer que tales o cuales ideas van seguidas por tales o
cuales otras en el curso ordinario de las cosas.
XXXII.
Y, sin embargo, este trabajo uniforme
y constante que de modo tan evidente despliega la bondad y
sabiduría de aquél supremo Espíritu cuya voluntad
determina las leyes de la naturaleza, lejos de llevar nuestros
pensamientos hacia Él, más bien los extravía en
pos de las causas segundas. Pues, al ver que ciertas percepciones o
ideas de los sentidos van invariablemente seguidas de otras, y que esta
constante sucesión en nada se debe a nuestra propia
acción, inmediatamente atribuimos potencialidad activa a las
mismas ideas, y tomamos a unas como causas de las otras, lo que es el
mayor absurdo, del todo incomprensible.
Así,
por ejemplo, observamos que cuando la vista percibe cierta figura
luminosa y redonda, percibimos por le tacto la sensación o idea
de calor, y de ahí sacamos que la causa del calor es aquel
cuerpo redondo que llamamos Sol.
XXXIII.
Las cosas reales y las ideas o quimeras
Las ideas impresas en los sentidos
por el autor de la naturaleza se llaman cosas reales; y las despertadas
en la imaginación, por ser menos regulares, de menor viveza y
mayor variabilidad, se llaman propiamente ideas o imágenes de
las cosas que copian o representan.
Se dice
que las ideas de los sentidos tienen mayor contenido de realidad por
ser más enérgicas, ordenadas y coherentes que las que
produce la mente; pero esto no significa que puedan tener existencia
extramental. Son también menos dependientes del espíritu
o sustancia pensante que las percibe, y en la cual son provocadas por
la voluntad de otro Espíritu más poderoso; pero no por
eso dejan de ser ideas, ya que ninguna idea enérgica o
débil puede existir si no es en una mente que la perciba.
Así queda perfilada la teoría del conocimiento de
Berkeley. Pretende haber demostrado que la materia no existe o que, en
su defecto, es inútil como concepto hipotético para
explicar la realidad. Las leyes de la naturaleza son, según
él, el producto de la inteligencia y la voluntad divina.
Se trata de la primera teoría del conocimiento puramente
idealista, es decir, que considera que nuestros objetos de conocimiento
son exclusivamente contenidos mentales y que nos es imposible
trascender nuestra propia mente para juzgar si hay algo más
fuera de ella y que, en cualquier caso, si lo hubiera, sería
irrelevante, pues todo sería igual en caso contrario. A decir
verdad, Berkeley se considera legitimado para deducir racionalmente la
existencia de dos clases de entes trascendentes: las almas, que
perciben, y Dios, que causa las ideas que percibimos sin que dependan
de nuestra voluntad, y las ordena sabiamente según las leyes de
la naturaleza.
La exposición de Berkeley se presta fácilmente a la
caricatura (como de hecho sucedió), pero ello se debe a que no
está suficientemente matizada (no se puede pedir más,
para el primer intento). No obstante, Berkeley captó con
sorprendente lucidez el hecho de que, al menos en principio, nuestro
conocimiento es inmanente (es el conocimiento de nuestros estados
mentales) junto con las consecuencias que esto tiene para la
teoría del conocimiento. Todo ello lo expone con una claridad
impropia de un filósofo en una larga serie de objeciones hacia
su doctrina y
respuestas que presenta a continuación:
XXXIV
Primera objeción general. Respuesta
[...] Lo primero, pues, que se me
objetará es que los principios
enunciados barren del escenario del mundo todo lo que es real y
sustancial en la naturaleza, y en vez de ello se coloca un informe
montón de ideas quiméricas. O sea, que todo lo que existe
es algo puramente nocional, porque, según hemos dicho,
sólo está en la mente. Así, pues:
¿qué vienen a ser el Sol, la Luna y las estrellas?,
¿qué hemos de pensar de las casas, de las montañas
y ríos, de los árboles, de las piedras y hasta de
nuestros propios cuerpos? ¿Todo esto no es más que
quimeras e ilusiones de nuestra fantasía?
A estas
objeciones y cualesquiera
parecidas responderé: los principios sentados en manera alguna
nos privan de los seres de la naturaleza; todo lo que vemos, sentimos,
oímos o, de un modo u otro concebimos o entendemos, queda tan a
salvo y es tan real como siempre. Existe indudablemente una rerum
natura y, por lo tanto, mantiene toda su fuerza la distinción
entre realidades y quimeras.
En efecto, los que rechazan el idealismo se llaman realistas, lo cual es poco
afortunado, pues el idealismo sólo propone una posible
interpretación de la realidad, pero no altera en nada la
realidad misma. Nadie niega que el Sol está ahí arriba y
que emite luz y calor, en el sentido de que vemos su luz y sentimos su
calor cuando estamos en su presencia. Es cierto que Berkeley afirma que
el calor que sentimos no está causado directamente por la imagen
que vemos, sino que ambas ideas, la imagen y el calor son provocados
por una misma causa y no de forma casual, sino siguiendo unas reglas
que son las que interpretamos como la relación causa-efecto
entre el Sol y el calor. Que esa causa sea Dios ya es secundario.
También podría ser Matrix.
Más claramente: nadie afirma que el Sol o su calor sea una mera
apariencia, sino que Berkeley está de acuerdo en que es algo
absolutamente real y objetivo.
XXXVIII.
Pero dirá alguno: es cosa dura
decir que comemos y bebemos ideas y que con ideas nos vestimos.
Así es,
ciertamente, porque la palabra idea en el lenguaje corriente no se le
hace significar el conjunto de cualidades sensibles que llamamos cosas
y, a la verdad, toda expresión que se aparte más o menos
del uso común nos parece extraña o ridícula.
Pero
esto en nada debilita la exactitud de nuestras afirmaciones, que en
otros términos equivalen a decir que nos alimentamos y vestimos
con cosas percibidas directamente por los sentidos. [...] Por lo tanto, una vez que se admita que lo
que nos proporciona el alimento, la bebida y el vestido es algo que
perciben los sentidos y que no puede existir sin una mente que lo
perciba, no tendré inconveniente en conceder que es más
propio y conforme al uso corriente el nombre de "cosas" que el de
"ideas".
No obstante, Berkeley insiste en que prefiere el uso de "ideas" en
sustitución de "cosas". Volviendo a la realidad del mundo:
XL. No
se recusa el testimonio de los sentidos
[...] No puedo dudar de que lo que
veo, oigo y toco es percibido por mí, o sea, existe, como
tampoco dudo de mi propia existencia. Lo que no puedo admitir ni
comprender es que el testimonio de los sentidos se aduzca como prueba
de la existencia extramental de una cosa no percibida por ellos. No pretendo hacer a nadie
escéptico desacreditando los sentidos, antes bien, les atribuyo
toda la importancia y certeza que imaginarse pueda.
Gran parte del rechazo que causan las distintas doctrinas idealistas
se debe a la creencia de que los idealistas no pueden suscribir
párrafos como el anterior. El ejemplo siguiente merece
destacarse por su ingenio:
XLI.
Segunda objeción y su respuesta
Se podrá objetar en segundo
lugar que hay una gran diferencia entre el fuego real, por ejemplo, y
la idea del fuego; entre soñar o imaginar que uno se quema y
quemarse de hecho: estas o parecidas objeciones se podrán oponer
a mi tesis.
La
respuesta se desprende con toda claridad de lo ya dicho; sólo
añadiré ahora que si el fuego real es muy diferente de la
idea de fuego, lo mismo ocurre con el dolor real que aquél
ocasiona y con la idea del mismo; y, sin embargo, nadie
pretenderá que el dolor, por muy real que sea, exista o pueda
existir sin un ser pensante que lo perciba, ni más ni menos que
la idea que de él podamos formarnos.
La tercera objeción tiene que ver con la aparente
contradicción entre decir que, por ejemplo, el Sol está a
miles de kilómetros de distancia de mí y, al mismo
tiempo, decir que está en mi mente, dentro de mí.
Berkeley la rebate con bastante torpeza, remitiendo a su Ensayo sobre una nueva teoría de la
visión.
La cuarta objeción denuncia el hecho de que, según
Berkeley, la habitación en la que me encuentro (solo) deja de
existir cada vez que cierro los ojos y dejo de percibirla, y vuelve a
aparecer en cuanto los vuelvo a abrir. Berkeley se muestra vacilante en
este punto. Más arriba ha dicho que existe igualmente cuando no
la veo en el sentido de que si abriera los ojos la vería, pero
ahora parece retractarse de ello. Tras una serie de argumentos
repetitivos o marginales, concluye:
[...] aunque
afirmamos ciertamente que los objetos del sentido no existen si no son
percibidos, no hay que deducir de ello que sólo existan cuando
nosotros los percibamos, ya que puede haber otros espíritus que
los perciban, y nosotros no. Cuando decimos que los cuerpos sólo
tienen existencia en la mente, no nos referimos a ésta o
aquélla en particular, sino a cualquier mente en general.
Naturalmente, esto sólo resuelve algo si admitimos una mente
divina que lo ve todo en todo momento y, aun sin meter a Dios por
medio, no está claro en qué sentido se puede decir que
dos personas que vean la misma mesa están viendo la misma mesa,
puesto que cada una es un conjunto de ideas albergadas por una mente
distinta, y que además no son exactamente coincidentes, debido
al cambio de punto de vista.
Tras rebatir algunas objeciones más, Berkeley pasa a hacer lo
que todo filósofo debería abstenerse de hacer si no
quiere caer en el ridículo más espantoso: decirle a los
físicos y a los matemáticos lo que deben y no deben hacer
y lo que deben y no deben pensar. Por último "demuestra" la
inmortalidad del alma, la existencia de Dios y cosas de ésas. No
entramos a detallar estos últimos argumentos porque carecen de
interés, más allá del mero interés
histórico, claro.