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LOS NIETOS DE CARLOMAGNO
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A mediados del siglo IX, la región más próspera de Europa era, sin duda, Al-Ándalus. Pese a las turbulencias políticas, el emir Abd al-Rahmán II había logrado hacer de ella una potencia económica. Organizó el monopolio de acuñación de moneda, según el cual el Estado garantizaba la aleación de las monedas, aunque no el peso (por lo que en los pagos había que pesar las monedas). El sistema tributario era de lo más eficiente: el Estado determinaba lo que debía pagar cada ciudad, cada ciudad estipulaba la parte que debía pagar cada barrio y cada barrio establecía el tributo de cada vecino. Si un vecino consideraba que se le aplicaba una tasa injusta podía reclamar a los tribunales y, en caso de fallo favorable, el Estado le devolvía el dinero y castigaba a los culpables.

Todas las ciudades, por pequeñas que fueran, tenían su zabacoque, funcionario estatal que inspeccionaba los mercados, su zabaxorta, jefe de policía local que cuidaba del tráfico, y un cuerpo de darrab o vigilantes nocturnos. Los moros que llegaron de África apreciaron la vegetación hispana casi hasta la idolatría, y se esmeraron por mejorar las antiguas técnicas agrícolas romanas. Salvo en periodos muy específicos, Al-Ándalus siempre rebosó de trigo, y el aceite andalusí era codiciado hasta por los vikingos, que lo aceptaban como rescate para liberar prisioneros. Introdujeron en la península, y con ello en Europa, la higuera, el limonero, el naranjo, el arroz, la caña de azúcar y el algodón.

El Corán ordena que "todo artesano debe realizar un trabajo bien hecho y venderlo a precio justo". Esta máxima era conocida como hisba, y los musulmanes se la tomaban muy en serio. Para velar por la pureza de la hisba, los artesanos se agrupaban en gremios, bajo la dirección del más respetable de ellos, el amin. Entre los productos de la artesanía andalusí destacaba el cordobán, que era piel decorada con motivos en relieve grabados o prensados y luego pintados con oro y plata.

Pero la mayor innovación fue el descubrimiento del cristal, que se atribuye al cordobés Abbas ibn Firnas. La fabricación del vidrio era conocida desde la antigüedad, pero la fórmula del cristal, de mucha mayor calidad, fue mantenida en secreto por los artesanos de Al-Ándalus durante casi tres siglos. Se cuenta que Abbas ibn Firnas también estudió la posibilidad de hacer volar al hombre, pero en esto tuvo menos éxito.

Desde China llegó a Al-Ándalus la técnica de la fabricación del papel.

El cristianismo en Al-Ándalus estaba en decadencia. La política de Abd al-Rahmán II era de gran tolerancia, y ello había favorecido la integración. Muchos cristianos eran polígamos. Esto provocó una reacción vehemente en los mozárabes más radicales. El sacerdote Perfecto blasfemó públicamente contra Mahoma, lo que le valió la condena a muerte. En el patíbulo, el condenado profetizó que antes de un año moriría el chambelán Nasar, lo cual ciertamente sucedió. Los mozárabes consideraron esto un signo de que Dios estaba de su parte, y continuaron con las blasfemias públicas. La tolerancia mora tenía un límite y, ante los desórdenes que se produjeron, Abd al-Rahmán II convocó un concilio cristiano en Sevilla en 851, donde los obispos dictaminaron que "los cristianos que provocaran su propio martirio no serían considerados mártires por la Iglesia". Ese mismo año fueron encarcelados dos de los principales alborotadores: Eulogio y el obispo Saulo.

Ese mismo año murió Nominoë, el conde que se había erigido en rey de Bretaña. Fue sucedido por Salomón.

Los éxitos que los vikingos estaban obteniendo en Europa les llevaron a plantearse la posibilidad de volver a Wessex, donde habían sufrido su peor derrota años antes, bajo el reinado de Egberto. Ahora reinaba su hijo Ethelwulf, el cual recibió la noticia de que unos trescientos cincuenta barcos repletos de guerreros estaban remontando el Támesis. Los nórdicos saquearon Canterbury y luego Londres. El rey de Mercia trató de detenerlos, pero su ejército fue destrozado y tuvo que huir. Finalmente los vikingos desembarcaron y se dirigieron hacia Wessex, donde los esperaba un ejército con el propio Ethelwulf al frente. Nuevamente los vikingos fueron derrotados, al parecer más drásticamente que la vez anterior. Esta victoria dio tal fama a Ethelwulf que Wessex se confirmó como la cabeza de la heptarquía inglesa.

Por esta época Musá ibn-Musá (teóricamente un general de Abd al-Rahmán II) contaba con un ejército poderoso a su servicio y actuaba con plena independencia. Derrotó a los gascones y Abd al-Rahmán II, tal vez temiendo que escapara definitivamente a su control, decidió nombrarlo gobernador de Zaragoza y Tudela en 852. (Tudela era la región donde Musá tenía sus propiedades y donde ya gobernaba en la práctica, aun sin el título de gobernador.) El emir murió antes de que acabara el año. Fue sucedido por su hijo Muhammad I, quien tuvo que desbaratar un complot de su madrastra, la cual intentaba convertir en emir a su hijo Abd Allah. También murió el rey de Pamplona Íñigo Arista y su hijo García Íñiguez pasó de ser regente a ser el nuevo rey.

Carlos, el rey de la Francia Occidental, consideró que Pipino no era de fiar y lo destituyó de su cargo de rey de Aquitania. Pipino fue encarcelado. Tras la muerte del conde Fredelón de Tolosa, el condado pasó a su hermano Raimundo I. Era la primera vez que el condado se transmitía directamente a un familiar. Hasta entonces había sido el rey el que había elegido al nuevo conde. De todos modos, Raimundo I era un hombre de confianza del rey Carlos y defendió en todo momento sus intereses frente a la nobleza de Aquitania.

Muhammad I trató de refrenar a los alfaquíes y así, por ejemplo, se opuso a ellos cuando quisieron condenar al jurista Baqí ibn Majlad porque utilizaba en demasía el raciocinio personal en la elaboración de sus sentencias, (en lugar de aplicar ciegamente la ley coránica, se entiende). Sin embargo, tuvo que ceder ante sus exigencias en lo tocante a la religión del Estado: los altos funcionarios mozárabes fueron obligados a dimitir o convertirse al islam. Entre estos estaba el cristiano Gómez, que ya había sido consejero de Abd al-Rahmán II y siguió siendo hombre de confianza de Muhammad I. A él se debe que el emir declarara el domingo como día festivo para los cristianos. La situación de los mozárabes se fue haciendo cada vez más precaria, y un buen número de ellos emigró al reino de Asturias.

En Roma se terminó una muralla que había mandado construir el papa León IV como defensa ante los piratas sarracenos. La muralla rodeaba la basílica de san Pedro y la unía con el antiguo Mausoleo de Adriano, que por aquel entonces ya era conocido como el Castillo de sant'Angelo. Se formó así la pequeña ciudad leonina, donde los romanos podían refugiarse cuando llegaban los moros. Es significativo que un recinto tan pequeño bastara para acoger a toda la población romana, lo cual hubiera sido impensable en los tiempos de esplendor de la ciudad.

Los búlgaros amenazaron nuevamente Constantinopla, pero Teodora se las arregló para negociar la paz. Murió el kan Malamir y fue sucedido por su sobrino Boris I.

En 853 la ciudad de Toledo se sublevó nuevamente como había hecho en tiempos de Abd al-Rahmán II y, como entonces, la ciudad estuvo varios años fuera del control del emirato. En 854 Ordoño I envió un ejército a Toledo al mando del conde Gastón, que fue derrotado por los hombres de Muhammad I en la batalla de Guadalecete. Pese a ello, la rebelión de Toledo continuó.

El territorio dominado por el reino de Asturias era mucho mayor que el que realmente poblaban los cristianos. En realidad sólo estaban pobladas las zonas más montañosas del norte. Los asturianos habían logrado que los moros desalojaran una porción considerable de terreno mucho más al sur, pero durante muchos años no dispusieron de población suficiente para colonizar permanentemente las nuevas tierras. En ellas apenas habían construido algunas pequeñas fortificaciones que servían de refugio temporal a uno y otro bando cuando hacían incursiones en territorio enemigo. La afluencia de mozárabes llevó a Ordoño I a plantearse un programa de repoblación. Por esta época fueron repobladas Tuy, Astorga y León. León era una ciudad romana que los cristianos se encontraron prácticamente intacta, y algunos de sus edificios fueron causa de desconcierto para los rudos montañeses. Por ejemplo, se encontraron con unas termas y, sin caer en la cuenta de su finalidad, las emplearon como iglesia.

Pipino logró escapar de la prisión donde Carlos le tenía encerrado y trató una vez más de recuperar su reino.

En la India murió el rey de Bengala Devpala, que había logrado convertir su reino en un pequeño imperio gracias a sus dotes militares y diplomáticas. Fue sucedido por Vigrahapala, que no estuvo a la altura de su antecesor y el esplendor de Bengala decayó. Esto permitió al rey Mihirbhoj empezar a recuperar el esplendor perdido de los Prathiara.

En 855 murió el papa san León IV, y fueron nombrados dos sucesores: Anastasio III y Benedicto III. El primero contaba con el favor del emperador y logró encarcelar al segundo, pero éste tenía el apoyo del clero romano y pudo ser liberado. Desde ese momento ambos actuaron como el legítimo papa.

El emperador Lotario debió de sentir la proximidad de la muerte, así que decidió abdicar y retirarse a un monasterio (donde murió antes de que acabara el año). Siguiendo la pertinaz costumbre franca, dividió su reino entre sus tres hijos: Luis II se quedó con sus títulos de emperador y rey de Italia, Lotario II recibió la parte norte del Reino Medio, territorio que pasó a llamarse Lotaringia, en alemán Lothringen, que en el habla occidental se convirtió en Lorraine y de aquí proviene el nombre castellano Lorena. Por su parte, Carlos obtuvo Provenza y Borgoña. Lotario tenía además una hija, Rotilda, que se había casado con el duque Guido de Spoleto. El título imperial estaba cada vez más devaluado, pues Luis II sólo gobernaba Italia y su autoridad no podía competir con la de sus poderosos tíos, Carlos y Luis.

El rey Ethelwulf de Wessex había adquirido la fama de gran guerrero, pero en su interior era más religioso que hombre de armas. Aprovechó el buen momento por el que pasaba su reino para cumplir lo que debió de ser una ilusión de su vida: viajar a Roma. Llevó consigo a su cuarto hijo, Alfredo, y dejó como regente a su hijo mayor, Ethelbaldo. A su regreso pasó por la corte de Carlos, el rey de Francia Occidental que, para distinguirlo de su sobrino tocayo, era conocido como Carlos el Calvo. El monarca ofreció al sajón vencedor de los vikingos la mano de su hija.

Pipino seguía reclamando el trono de Aquitania, así que Carlos el Calvo penetró con su ejército en la región e hizo coronar rey de Aquitania a su hijo menor, también llamado Carlos. En 856 Pipino perdió el apoyo de sus principales partidarios y tuvo que esconderse. Luis el Germánico no tardó en comprender que Carlos el Calvo había recibido la mejor tajada en el reparto de Verdún y consideró adecuado forzar algunos cambios. Para ello se alió con Roberto el Fuerte, un noble de ascendencia bávara pero que poseía territorios en el valle del Loira, al este de Bretaña. (Su esposa, Adelaida, había estado casada con un sobrino de Judit, la segunda esposa de Ludovico Pío y madre de Carlos el Calvo.)

Cuando Ethelwulf regresó a Wessex, se encontró a su hijo Ethelbaldo tan firmemente asentado en el trono que juzgó más oportuno abdicar, aunque siguió siendo rey de Sussex, Essex y Kent.

Mientras tanto Ordoño I reconstruía las murallas de León y Musá ibn-Musá saqueaba el condado de Barcelona. Ahora dominaba todo el valle del Ebro y se hacía llamar jactanciosamente "el tercer rey de España" (donde había que entender que los dos primeros eran el emir de Al-Ándalus y el rey de Asturias).

El joven emperador Miguel III consideró que ya podía gobernar por sí mismo y que su madre Teodora debía dejar la regencia. Teodora no estaba de acuerdo, pero Miguel III se alió con Bardas, hermano de Teodora, quien asesinó a Theoctistos, el principal consejero de la Emperatriz. Ante esto, Teodora no tuvo más remedio que retirarse a un monasterio. El Patriarca de Constantinopla era entonces Ignacio, partidario de Teodora, y no tardó en excomulgar a Bardas, por lo que Miguel III no pudo vincular a Bardas al poder, tal y como probablemente habrían apalabrado para conjurar contra Teodora. Pero en 858 Bardas logró que Ignacio fuera destituido de su cargo y en su lugar se nombró a un teólogo llamado Focio. Se inició así en Constantinopla una larga polémica entre los partidarios de Ignacio y los de Focio, pero Bardas se convirtió en el auténtico gobernante del Imperio.

En la India murió el rey de Bengala Vigrahapala, que fue sucedido por Narayapala. El rey Prathiara Mihirbhoj le venció y le arrebató una parte de su territorio.

El duque Guido de Spoleto abdicó en su hijo, llamado también Guido.

Ese mismo año murió el rey Ethewulf, y su hijo Ethelbaldo quedó al frente de la heptarquía inglesa. Mientras tanto, los vikingos remontaron el río Ebro y llegaron hasta Pamplona, donde hicieron prisionero al rey García Íñiguez y lo liberaron a cambio de un fuerte rescate. El rey asturiano Ordoño I también tuvo que rechazar una incursión vikinga en las costas de Galicia.

En Japón, un ministro del clan Fijuwara tomó el título de regente y durante varios siglos los Fujiwara llevaron las riendas del poder tutelando a los emperadores. Se instauró una era de paz y desarrollo cultural considerada como la era clásica japonesa.

El emperador Luis II no había ayudado mucho a resolver la polémica de los dos papas, Anastasio III y Benedicto III, pues su favor había ido pasando de uno a otro. Finalmente, murió Benedicto III y el que había sido consejero de san León IV y de Benedicto III logró granjearse el apoyo del emperador y fue elegido papa con el nombre de Nicolás I. Si Luis II quería un papa enérgico que zanjase la disputa, lo había encontrado. Desde el nombramiento de Nicolás I, Anastasio III tuvo que renunciar a toda pretensión sobre el pontificado. Nicolás I fue el primer papa en usar las llamadas falsas decretales, es decir, decretos presuntamente promulgados por papas y concilios anteriores que en realidad eran falsificaciones, pero que de este modo gozaban de mucha más autoridad que si se presentaban como decisiones del papa actual. Nicolás I presentó una serie de decretales de las que dijo que aparecían compiladas por san Isidoro de Sevilla, por lo que se llaman decretales pseudoisidorianas. Según estos "documentos", el papa debía ser ayudado en su gobierno por un colegio de obispos principales o cardenales, que tendrían a su cargo (junto al papa, por supuesto) todas las cuestiones sobre legislación eclesiástica. Así ningún obispo podía discrepar del clero romano, pues si no era cardenal su palabra no tenía ninguna validez. Este sistema centralista fue apoyado por el bajo clero, que prefería la autoridad de unos cardenales lejanos ante la de un obispo cercano.

La historia de que en Roma hubo dos papas, uno el bueno (que ahora resultaba ser Benedicto III) y otro impostor, debió de impresionar o, cuando menos, desconcertar a muchos devotos, porque dio lugar a una leyenda. Con el tiempo, el papa impostor se convirtió en una mujer de Inglaterra muy erudita que había entrado en un monasterio griego disfrazada de hombre para estar junto al monje que era su amante. Tras la muerte de él, marchó a Roma, siempre fingiendo ser un hombre, y allí fue elegida papa con el nombre de Juan VIII. La parte más realista de la historia es que "la papisa Juana" logró llevar adelante su engaño hasta que en medio de una solemne procesión le acometieron dolores de parto y, o bien murió del parto, o bien murió lapidada posteriormente, según otra versión.

Luis el Germánico invadió el reino de Carlos el Calvo, pero el clero agrupado en torno a Hincmaro, el obispo de Reims, le negó su apoyo, y en 859 Luis tuvo que regresar a su territorio. Esto puso en una situación muy delicada a Roberto el Fuerte, que pasó a apoyar a Pipino en su pretensión al trono de Aquitania.

El emir Muhammad I pudo finalmente sofocar la rebelión de Toledo. Los mozárabes eligieron arzobispo de Toledo a Eulogio, pero fue prendido y martirizado antes de que pudiera ser consagrado. Hoy es san Eulogio mártir. Poco después, Muhammad I rechazó una nueva expedición vikinga. Por aquel entonces, Musá ibn Musá estaba construyendo una fortaleza en Albelda (cerca de la actual Logroño) que Ordoño I consideró una amenaza para su reino, así que decidió atacarla como medida preventiva. Se libró una batalla cerca del monte Clavijo, en la que Musá ibn Musá fue derrotado por la conjunción del ejército de Ordoño I y el Apóstol Santiago, que apareció en el cielo montado en un caballo blanco. El apóstol no tardaría en ser conocido como Santiago Matamoros.

La derrota de Musá ibn Musá permitió al emir Muhammad I recuperar el dominio efectivo del valle del Ebro, y los banú Qasí estuvieron aquietados durante un tiempo.

La región oriental del reino asturiano constituía un condado conocido como Castilla, debido a que hasta poco antes había sido tierra de nadie llena de castella (pequeñas fortificaciones). El conde de Castilla se llamaba Rodrigo, y no está claro si era hermano de Ordoño I. El caso es que Ordoño I y Rodrigo realizaron ese mismo año dos expediciones hacia el sur y llegaron hasta territorios de las actuales Cáceres y Madrid.

En 860 Muhammad I invadió el reino de Pamplona y se llevó prisionero a Córdoba a Fortún Garcés, el hijo y heredero del rey García Íñiguez.

Tras la muerte del rey de Escocia Kenneth I, ocupó el trono su hermano Donald I. Una partida de vikingos desembarcó por sorpresa en Wessex y saqueó Winchester, la capital. Luego fueron rechazados por un ejército reunido con precipitación. El rey Ethelbaldo murió y fue sucedido por su hermano Ethelberto.

El tratado de Verdún
Índice El fin del Reino Medio