Sonata a
Kreutzer
León Tolstói
Conclusiones
- En nuestra sociedad se ha formado una opinión firme,
común a todas las clases y sostenida por la falsa
ciencia, de que las relaciones sexuales son una cosa necesaria
para la salud, y como el matrimonio no siempre es posible, las
relaciones sexuales extraconyugales, las que no obligan al
hombre a nada excepto el pago de dinero, son completamente
naturales y que, por lo tanto, deben ser aprobadas. Esta
convicción se ha generalizado hasta tal punto, que
ciertos padres, por consejo de los médicos organizan el
libertinaje de sus hijos; los gobiernos, cuya única
razón de ser consiste en ocuparse del bienestar moral
de los ciudadanos, fomentan el vicio, es decir, legalizan las
actividades de toda una clase de mujeres destinadas a la
perdición corporal y espiritual, para satisfacer las
exigencias imaginarias de los hombres, y los célibes se
entregan al libertinaje con la conciencia completamente
tranquila. Y entonces quise decir que esto no está
bien, porque no puede admitirse que para la salud de unos sea
preciso perder los cuerpos y las almas de otros, como no puede
ser que para la salud de unos sea preciso beber la sangre de
otros. La conclusión que me parece natural deducir de
todo esto, es que no hay que ceder a este error. Y para no
ceder es necesario, en primer término, no creer en
doctrinas inmorales, ni aun cuando hayan sido confirmadas por
no importa qué sedicente ciencia, y en segundo lugar,
es. preciso comprender que relaciones sexuales que eximen de
sus posibles consecuencias —los hijos—, o arrojan toda la
responsabilidad sobre la mujer, o previenen la posibilidad de
la procreación, son una cobardía y un crimen
contra las exigencias más elementales de la moral, y
que por lo tanto los célibes que quieran vivir como
cobardes no deben hacerlo. Y para que puedan abstenerse, deben
—además de llevar un género de vida natural, no
beber, no agitarse, no comer carne, no evitar el trabajo (no
la gimnasia, sino el trabajo que fatiga y que no es un
recreo)— rechazar de sus pensamientos la posibilidad de
relaciones con mujeres extrañas, como todo hombre
rechaza tal posibilidad entre sí y su madre, hermana,
parientes y las mujeres de sus amigos. La prueba de que es
posible la continencia, y que es menos peligrosa y nociva que
la incontinencia, la encontrará alrededor de sí
todo hombre, con centenares de ejemplos.
- En nuestra sociedad, gracias a las ideas acerca de las
relaciones amorosas, no sólo como condición
imprescindible de salud y como placer, sino también
como un bien de la vida noble y poético, la infidelidad
conyugal ha llegado a ser en todas las clases sociales (y
sobre todo entre los campesinos merced al servicio militar) el
acto más frecuente. Y pienso que esto no está
bien. En cuanto a la conclusión que dimana de ello, es
que no se debe hacer. Y para no hacerlo, hay que cambiar la
concepción que se tiene del amor carnal, que hombres y
mujeres sean educados en sus familias y por la opinión
pública de tal modo que antes y durante el matrimonio
consideren el amor y las relaciones sexuales que son su
consecuencia no como un estado poético y sublimador,
como lo hacen ahora, sino como un estado bestial, humillante
para el hombre, y que la violación de la promesa de
fidelidad que se da en el matrimonio sea castigada en la
opinión pública por lo menos igual como se
castigan las violaciones de los pactos pecuniarios y las
estafas comerciales, en vez de ser glorificada, como se hace
ahora, en novelas, poemas, canciones, ópera, etc.
- En nuestra sociedad, siempre gracias a la falsa importancia
que se da al amor carnal, el nacimiento de los hijos ha
perdido su sentido y en lugar de ser el fin y la
justificación de las relaciones conyugales, ha llegado
a ser un impedimento para la continuación agradable de
las relaciones amorosas, y que, a causa de esto, en el
matrimonio y fuera del matrimonio, según el consejo de
los servidores de la ciencia médica, comienza a
difundirse el empleo de medios que privan a la mujer de
producir hijos, o bien se ha hecho costumbre, lo cual no se
veía antes ni se ve aún en las familias
labradoras patriarcales, continuar las relaciones durante la
preñez y la lactancia. Y creo yo que esto no
está bien. No está bien emplear medios contra el
nacimiento de los hijos en primer lugar porque ello libera a
la gente del cuidado de los hijos y del trabajo por ellos, que
son la justificación del amor carnal, y en segundo
lugar porque es algo muy cercano al acto más contrario
a la conciencia humana: el asesinato. Y no está bien la
incontinencia durante la preñez y lactancia porque ello
destruye las tuerzas físicas y, sobre todo, las fuerzas
morales de la mujer. La conclusión que de ello dimana
es que no debe hacerse. Y para no hacerlo, es preciso
comprender que la abstinencia, condición necesaria de
la dignidad humana en el celibato, es aun más
obligatoria en el matrimonio.
- En nuestra sociedad, donde los hijos llegan a ser un
impedimento para el goce, un accidente desgraciado o un goce
de otro género, cuando llegan a tenerse en el
número de antemano convenido, esos hijos se
crían y educan no en vista de la finalidad que han de
cumplir en la vida, como seres razonables y capaces de amor,
sino únicamente en vista de los placeres que pueden
ofrecer a los padres. Y a causa de esto, las criaturas humanas
se crían como animales, de modo que los principales
cuidados de los padres consisten no en prepararlos para una
actividad digna de un ser humano, sino (y en esto los padres
están sostenidos por la famosa ciencia llamada
medicina) en cebarlos lo mejor posible, aumentar su estatura,
hacerlos limpios, blancos, hermosos (si esto no se hace en las
clases bajas, es por imposibilidad, pero las miras son
idénticas). Y en esos niños mimados, como en los
animales cebados con demasía, aparece de un modo
extraordinariamente precoz una sensualidad insuperable, motivo
de terribles torturas en la adolescencia. Los vestidos, las
lecturas, los espectáculos, las músicas, los
bailes, las golosinas, todo el ambiente de la vida, desde las
estampas hasta las novelas y los poemas, encienden aún
más aquel sensualismo; y gracias a esto los más
horribles vicios sensuales y las enfermedades llegan a ser
condiciones ordinarias de la edad adolescente en los
niños de uno y de otro sexo, y a menudo persisten hasta
en la edad madura. Y yo creo que esto no está bien. En
cuanto a la conclusión que se pueda sacar de ello, es
que hay que cesar de criar seres humanos como si fueran
animales, y comprender que es preciso, para educar a los hijos
del hombre, tener otros propósitos que un cuerpo bonito
y bien cebado.
- En nuestra sociedad, donde el enamoramiento entre los
jóvenes, que en su fondo no es otra cosa que amor
carnal, se convierte en la finalidad y el anhelo más
alto y poético del hombre, lo que se comprueba por todo
el arte y la poesía de nuestra sociedad, los
jóvenes consagran el mejor período de su vida:
los muchachos, a la búsqueda y conquista de las mejores
oportunidades amatorias, ya bajo el aspecto del matrimonio o
el concubinato, y las mujeres y las muchachas a la
seducción de los hombres reteniéndolos ya
mediante el amancebamiento o en relaciones matrimoniales. Y
por eso las mejores fuerzas se gastan en un trabajo no
sólo improductivo, sino dañoso. De aquí
proviene la mayor parte del lujo de nuestra vida, de
aquí la ociosidad de los hombres y el impudor de las
mujeres, que no desdeñan exhibir las partes de su
cuerpo que excitan la sensualidad, imitando las modas creadas
y defendidas por mujeres notoriamente disolutas. Y yo creo que
esto no está bien. No está bien porque el amor
tal como se lo interpreta, dentro o fuera del matrimonio, no
es una finalidad digna del ser humano, así como no es
digna de él la finalidad —que muchos imaginan como el
bien supremo— de procurarse una alimentación exquisita
y abundante. En cuanto a la conclusión que se puede
extraer de ello, es que debemos dejar de pensar que el amor
carnal es algo especialmente elevado, y comprender que el fin
digno del hombre —trátase del culto a la humanidad, a
la patria, el arte (y no hablemos del culto a Dios), o de
cualquier otro— no se alcanza por la unión con el
objeto de ese amor en o fuera del matrimonio, sino que por el
contrario el amor y la unión con el objeto de ese amor
(por mucho que se trate de comprobar lo opuesto en
poesía y en prosa) nunca facilita el logro de cualquier
fin digno del hombre y siempre lo dificulta.