MANIFIESTO QUE DIRIGE AL PUEBLO ESPAÑOL UNA FEDERACIÓN DE REALISTAS PUROS, SOBRE EL ESTADO DE LA NACIÓN Y SOBRE LA NECESIDAD DE ELEVAR AL TRONO AL SERENÍSIMO SEÑOR INFANTE DON CARLOS |
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El
antiguo régimen está a punto de desaparecer. |
¡ESPAÑOLES! El deplorable estado de nuestra
amada patria y el eminente peligro en que se hallan la Religión
y el trono por la casi consumada traición de nuestros
gobernantes, han cubierto de luto el corazón de los buenos y
llenado de terror a los menos fuertes de nuestros compatriotas. Es
llegado el caso de ver inutilizados todos los esfuerzos que nos ha
costado el restablecimiento del antiguo orden de cosas, porque
éste va a desaparecer de nuestro suelo según todas las
apariencias.
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Fernando VII ha defraudado todas las expectativas. | La sangre que vertieran en la última lucha nuestros más decididos campeones, o es ya olvidada, o es considerada por nuestros enemigos con el más escandaloso vilipendio. Lo peor de todo es que el mismo Monarca, el mismo príncipe a quien hemos arrancado dos veces de la esclavitud comprando su libertad con nuestra propia sangre, Fernando, en fin, es un activo instrumento de la más maquiavélica conspiración que jamás vieron los siglos. ¡Horrorizaos! |
Planea
imponer una constitución y renunciar a las colonias americanas. |
¿Y
será posible que se abuse hasta ese extremo de nuestra lealtad?
¿Y querrán todavía que callemos a tantos insultos?
¿Se nos exigirá por más tiempo esta
moderación y esta mansedumbre que, alentando las esperanzas de
los discípulos de Voltaire y Rousseau, han fomentado sus planes
contra nuestro sosiego y han conducido a la Religión y al trono
hacia el cráter de un volcán revolucionario que los
espera para destruirlos? Nos estremecemos al considerar la audacia de
esa peste de innovadores que, a fuer de liberales, no han temido ni
temen el provocar con tanto descaro nuestra indignación; porque
conociendo como conocemos el carácter y firmeza nacional, vemos
que se aproxima el fatal momento de obligarnos a repeler con las armas
la más amarga prueba que pudiera haberse exigido de nuestro
sufrimiento. ¡¡¡Ésta es, españoles, la
de imponernos otra vez aquella cadena constitucional que rompió
nuestro heroísmo y despojar después a la nación de
sus Américas!!! |
Es
necesario emplear las armas, pero hay que justificar la acción. |
En
semejante crisis, cuando un peligro tan eminente amenaza por instantes
la nave del estado, fuera mengua del nombre español el someterse
cobardemente a esa facción desorganizadora que se ha apoderado
del trono. Pero, como no sería cuerdo ni digno de la sensatez y
religiosidad de los españoles el empuñar las armas contra
el gobierno existente sin antes poner de manifiesto las poderosas
razones que han podido motivar una medida tan violenta, de aquí
es que esta Federación se ha sometido a la dura necesidad de
enumerarlas, y esto le costará el amargo conflicto de tener que
pronunciar, más de una vez, el nombre del Rey, envuelto con el
de los más encarnizados enemigos de la legitimidad, y casi
siempre, como el primer agente y motor de nuestras desgracias. |
Así
pues, empezaremos por la narración de nuestros infortunios, con
el reinado del señor don Fernando VII, y al bosquejar el cuadro
de los crímenes, de los desvaríos y de las debilidades de
este príncipe, se nos permitirá el detenernos en lo
absolutamente necesario, porque la compasión que en cierto modo
merecen sus flaquezas no debe disminuir ni en un ápice aquel
profundo resentimiento que ha debido inspirar con su atroz conducta
dentro del corazón de sus más fieles vasallos. |
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¡Qué
buenos los clérigos que, violando ruinmente
el secreto de confesión, ayudaron a contener a los liberales! |
Públicos
son y notorios los esfuerzos que hicimos los españoles, antes y
después de la guerra de la independencia, para sentar sobre el
trono de Castilla a don Fernando. Por aquel tiempo tuvimos que luchar a
la vez con las armas victoriosas del colosal poder de Bonaparte y
contra los rápidos progresos de ese fatal liberalismo que
abortaran para nuestro mal las llamadas Cortes de Cádiz. El
santo celo que siempre ha distinguido a nuestro clero secular y regular
y la infatigable actividad con que se aprovecharan nuestros virtuosos,
así del confesionario, como de la cátedra del Evangelio
durante aquel periodo de calamidad, puso en algún tanto coto a
la malignidad del jacobinismo; sin dejar por esto de contribuir muy
eficazmente al mantenimiento de aquel furor heroico que destruyera
tantas legiones enemigas y que acabó por domeñar el
orgullo de Bonaparte. |
Ya
sabíamos que el rey era un hipócrita. |
Llegó
Fernando VII al territorio español, y esta nación
generosa lo recibió con las mayores demostraciones de
adicción y de lealtad,
sin embargo de que nadie ignoraba que había cumplimentado a
Napoleón por los triunfos que al principio de la guerra obtuvo
sobre nuestras tropas, y además todos sabían que nos
llamaba salvajes porque tan constante y honrosamente lo
defendíamos. |
No
se atrevió a ejercer el absolutismo y
restableció las Cortes (no las de Cádiz, sino
las tradicionales). |
El clero,
una gran parte de la nobleza, varios generales, inclusos La Bisbal y
Elío, y muchos miembros de las mismas Cortes, corrieron
presurosos a los pies del monarca para advertirle del daño que
habían causado los principios liberales y del eminente riesgo en
que estaba su soberanía. Sin embargo de este gran paso, no
pudieron impedir que su debilidad accediese al Decreto de Valencia, por
el cual se comprometió el Rey a restablecer las antiguas Cortes,
dejando con este documento un arma poderosa con la que nos han
mortificado sordamente nuestros enemigos. |
La
ineptitud del rey provocó la rebelión de Riego, que se
nutrió de los preparativos para el envío de una
expedición a América. |
Seis
años de errores, de atropellamientos, de robos y de todo
género de males sucedieron a la entrada de Fernando, y como
éste careciese de las luces más indispensables y aun de
la energía necesaria para sostener sus propios crímenes,
de aquí es que su gobierno, empezando por hacerse odioso a todas
las clases, acabó por desacreditarse hasta el ridículo.
Reducido a la más lastimosa situación, falto de recursos
por el general desorden de la administración pública, sin
crédito, sin fuerza moral y, finalmente, en el más
perfecto caos de desorganización y de anarquía, atrajo
por sí mismo la rebelión militar del año veinte,
sin que el pronunciamiento de ésta despertase su apatía,
ni menos lo estimulase a oponerse de algún modo contra la
revolución que sucedió inmediatamente y de la cual se nos
han seguido tantos males, no siendo el menor la pérdida de mil
millones de reales que se habían empleado para el apresto
militar de la expedición de América. |
El
rey cambió de chaqueta una vez más. Es deleznable. |
El rey,
débil y acobardado, juró y nos mandó jurar la
Constitución del año doce, se puso al frente del gobierno
revolucionario del mismo modo y con la misma confianza que si fuese el
tal gobierno su propia hechura; firmó y sancionó sin el
menor escrúpulo las más democráticas leyes, y en
las conmociones populares que tuvieron lugar durante aquel periodo para
sostener la misma soberanía que él renunciara,
¡alentaba, perseguía y delataba al mismo tiempo a sus
más ardientes defensores! Un conjunto de inmoralidad y de bajeza
semejante no parece posible en ningún hombre, pero es forzoso
decirlo: Fernando VII no es hombre, es un monstruo de crueldad, es el
más innoble de todos los seres, es un cobarde que, semejante a
un azote del cielo, lo ha vomitado el averno para castigo de nuestras
culpas, ¡es una verdadera calamidad para nuestra desventurada
patria! |
Las
clases privilegiadas financiaron el restablecimiento del absolutismo y
la perversión del rey hizo vano el gasto. |
Llegó,
en fin, el año 21, y la Divina Providencia, satisfecha de
nuestros padecimientos bajo la férula revolucionaria, se
dignó en virtud de nuestros fervientes ruegos mover e inspirar
a la Augusta Majestad del señor rey Luis XVIII y a los
demás príncipes de la Santa Alianza para que se pusiese
remedio a tantos males. No quisiéramos recordar aquí los
inmensos gastos que ha costado al clero regular y secular, a varias
corporaciones religiosas, a muchos beneméritos nobles, y en
particular a las órdenes monacales, esa fatal
intervención armada que se hizo absolutamente precisa, vista la
irresolución del rey para ponerse a la cabeza de su propio
partido; pero como además se hayan hecho otros extraordinarios
desembolsos que, unidos a los anteriores, prueban los incalculables
sacrificios que han hecho las clases privilegiadas en favor del altar y
del trono y en sostenimiento de la sacrosanta doctrina de la
legitimidad, justo es que lloremos ahora la pérdida casi
irremediable del total de esos medios pecuniarios, pues habrían
bastado por sí solos para enderezar la vacilante
monarquía y sostenerla después debidamente si la
malversación, la impiedad y el pillaje no hubiesen sellado
constantemente todas las disposiciones gubernativas del rey Fernando. |
Durante
la intervención francesa, la conducta del rey fue ambigua y
miserable, como de costumbre. |
Permítasenos
pasar de largo el doloroso sacrificio de la guardia real de
infantería, ¡mandada exterminar por el mismo Rey desde los
balcones de palacio! ¡Omitamos también el descubierto en
que quedaron los guardias de corps que fueron fieles por no haber
tenido el Rey valor para protegerlos ni resolución para
mandarlos! Olvidemos, si es posible, aquella conducta doble con que el
Rey, alentando indistintamente a los dos partidos, ¡prolongaba
todos los horrores de una guerra civil! Y, finalmente, cerremos los
ojos
a las escenas de sangre que han manchado nuestro suelo y se representan
a cada instante delante de nuestra imaginación con el doloroso
recuerdo de los tremendos sacrificios que nos cuesta el Rey en estos
seis últimos años. Sobre esta página de nuestra
historia política se han agolpdo las lágrimas de millares
de inocentes, reducidos a la orfandad, a la emigración y a la
miseria. |
Pasemos,
pues, al sitio de Cádiz y al glorioso triunfo del
Serenísimo Señor Duque de Angulema, a cuya consumada
pericia militar, a cuya sagacidad y a cuya política se
debió en gran parte la libertad del Rey, obtenida milagrosamente
y por medio de la prostitución inaudita del gobierno
revolucionario. Transportémonos en fin al cuartel general del
ejército francés, en el Puente de Santamaría, y
sigamos desde allí la marcha del Rey hasta la presente
época. De este modo, veremos que, restituido el Monarca a la
legitimidad y soberanía de sus derechos y sentado nuevamente en
el trono absoluto de sus antepasados (con el imponente apoyo de un
ejército extranjero), lejos de sacar el mejor partido posible de
tan ventajosa posición para asegurar su gobierno y consolidarlo,
lo ha comprometido nuevamente con su posterior conducta y ha
desplegado a mayor abundamiento, con mucho más furor y con
escándalo de sus augustos aliados, la natural propensión
de su alma hacia la ingratitud y la incapacidad moral y física
que lo hacen absolutamente indigno de la corona. La mano tiembla al estampar sobre el papel el sinnúmero de horrores que se han seguido a este memorable libertamiento de la segunda cautividad de nuestro Rey. |
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El
rey ha instaurado un régimen de terror. |
En vez de
una justa consideración a los anteriores sufrimientos de esta
nación magnánima y generosa, se ha entronizado una nueva
especie de arbitrariedad que es mucho más intolerable que la
tiranía. Los castigos han ocupado el lugar de las recompensas y
la emigración al extranjero se ha hecho ya necesidad entre todas
las clases, siendo el común azote de todos los partidos. |
Ha
recaudado impuestos extraordinarios para reorganizar el ejército
y, en su lugar, paga a los franceses para que mantengan el suyo y
dilapida el resto de lo recaudado. |
Nuevas
exacciones han sido requeridas de los maltratados pueblos, repetidos
sacrificios se han exigido, como de por fuerza, al Estado
Eclesiástico, ya para mejorar la escuadra, ya para las
expediciones militares contra la insurgente América, para la
formación y organización del ejército permanente,
para el armamento de los voluntarios realistas, para fortificar algunas
plazas y, después de todo, nos hallamos en peor condición
que en la que estaríamos si a lo menos no se hubiesen malgastado
tantas sumas, porque si se trata de llevar a cabo la reconquista de
América, ni ha mejorado el ejército permanente, ni se han
organizado enteramente las milicias, ni están armados todos los
realistas, ni se ha rehabilitado ninguna plaza, resultando de esta
desorganización interior del reino la necesidad de pagar al
gobierno francés ocho millones de reales todos los meses para
que nos haga el favor humillante de la continuación de sus
tropas. A este efecto se han creado contribuiciones extraordinarias
sobre diferentes ramos de la industria pública, las cuales,
después de cubrir el expresado tributo, producen muchos
sobrantes que, a costa de nuestra pobreza general, el rey y sus
favoritoshan debido destinar, con la mayor imprudencia, hacia otros
propósitos. Donativos cuantiosos de muchos reverendos arzobispos
y obispos del reino, de corporaciones municipales, de grandes de
España, de títulos de Castilla, de comerciantes de la
Habana y de otros puntos y, en fin, el sudor y la sustancia de cuantos
fieles vasallos se han hallado en disposición de contribuir al
restablecimiento de la religión y del absolutismo, todo, todo se
ha disipado como el agua, entre las manos impuras de esos
agentes inmorales de la Camarilla. ¿De qué han servido,
pues, tantos esfuerzos? ¿Con qué objeto se ha esmerado
nuestro celo en la multiplicación de tan importantísimos
servicios? ¿Para qué tantas pruebas heroicas de nuestra
lealtad y de nuestro patriotismo? Para dejarnos reducidos a la nulidad
vergonzosa en que nos hallamos, y lo que es aún más
horroroso, ¡¡¡para entregarnos desarmados a nuestros
regeneradores políticos!!! |
Enumeración
de víctimas del rey |
No os
aturdáis, españoles, de lo que acabáis de
oír. Todo es verdad, todo es demostrable, pero,
¿qué pudierais esperar de un Rey que mientras lavabais
con vuestra noble sangre las manchas que él dejara sobre el
trono, mientras agotabais vuestros recursos en sostén de la
santa causa que él mismo no osara defender, al mismo tiempo que
oponíais el escudo diamantino de vuestros leales pechos contra
el torrente impetuoso de la revolución y del jacobinismo y, por
último, cuando la emulación de la más acrisolada
fidelidad produjera entre nosotros rasgos sublimes de virtud, entonces,
ese desagradecido Monarca, apático e insensible a vuestros
sacrificios y sin dolerse de ellos, pasaba sus horas alegremente
jugando a la cometa, desde las azoteas de Cádiz?
¿Qué pudierais prometeros, repetimos, de un
príncipe cuya debilidad, plegándose a las insinuaciones
del último que le habla, no ha hecho escrúpulo de firmar
a un tiempo o el destierro o el patíbulo de sus mejores amigos?
¡Díganlo, si no, los Ugarte, los Morenos, los Artienda,
los
Escoiquiz y posteriormente los Merino, los Trapense, los Chambó,
los Capapé, los Locho, los Sampere los Misas y tantos otros
sostenedores del altar y el trono! ¡Que hablen los manes del
inmortal Bessières y de sus ínclitos compañeros,
asesinados de orden del Rey por el traidor conde de España!
¡Que se levanten de la tumba tantos desgraciados que no han
tenido más delito que el de manifestarse decididos por la
sacrosanta causa de la legitimidad! ¡Preguntad a muchos que
aún siguen encarcelados y bajo la feroz dominación de la
policía! En una palabra, preguntaos a vosotros mismos, ya como
labradores, ya como artesanos o ya como particulares,
¿qué bienes, qué ventajas se os han hecho tocar
después de haber verificado a tanta costa nuestra última
contrarrevolución? ¿Qué favor, qué
prerrogativas, qué protección han experimentado vuestras
respectivas clases, procedente de la mano, o de la voluntad o del
consentimiento de ese desnaturalizado príncipe? |
El
rey envenenó a su padre. |
¡Pero
acabemos de rasgar el velo con que ha querido ocultar a vuestros ojos
su perfidia! Manifestemos con mayores datos hasta dónde ha
podido llegar la debilidad, la estupidez, la ingratitud y la mala fe de
ese príncipe indigno, de ese parricida [Nota al pie: Porque es
sabido que mandó envenenar a sus ancianos padres cuando
éstos se hallaban en Roma, habiéndolo intentado
anteriormente, como consta del manifiesto que, en el año siete,
hizo S.M. el Señor don Carlos IV al pueblo español.
Véanse las gacetas de aquella época.], de ese mal
esposo,
de ese pérfido amigo, de ese mal hermano y de ese monstruoso
compuesto de lo más refinado de la perversidad. |
Ha
aceptado dinero británico a cambio de reconocer la deuda de las
cortes de Cadiz y la independencia de América. |
Sabed,
pues, españoles, que el resultado de todo cuanto hemos hecho ha
sido el de colocarnos, según dejamos referido, en una
condición mucho más espinosa que aquella en que nos vimos
antes del pronunciamiento de la revolución. Sabed que Calomarde,
ese ministro del Rey en quien todos los hombres de bien habían
fijado los ojos, ese atleta de la lealtad, corrompido al fin con el
ejemplo de su amo, acaba de hacer traición a sus propios
principios, vendiéndose por veinte millones de reales a la
influencia inglesa y acordando con el ministro británico
residente en esta Corte el contribuir por su parte al deshonorable
reconocimiento de los empréstitos que hicieron las llamadas
Cortes durante el imperio de la revolución y al mucho más
deshonorable reconocimiento de la independencia de América.
Sabed que Fernando VII, insensible ya a toda clase de delicadeza y
barrenando el principio de la legitimidad a que debe el trono, ha
vendido su consentimiento para acceder a las expresadas medidas en la
primera ocasión favorable que se le presente,
resolviéndose de este modo a sacrificar el honor, los derechos
de conquista y tantos otros intereses de este país, por el valor
de quinientos millones de reales que el maquiavélico gabinete de
Saint James [el gobierno
británico tenía su sede en el
palacio de Saint James], de acuerdo con los americanos,
ha
ofrecido
depositar a las órdenes del Rey en el Banco de Inglaterra. |
Se
ha dejado sobornar para reconocer el gobierno constitucional
portugués. |
Sabed que
ese mismo Fernando se ha dejado igualmente sobornar para reconocer muy
pronto a ese gobierno revolucionario que acaba de instalarse en
Portugal, con eminente peligro del orden y de la tranquilidad de estos
reinos, atendida la facilidad con que pueden comunicarse los principios
democráticos por el inmediato contacto de ambas potencias. Sabed
que, con este objeto, ha rechazado fríamente las ofertas de la
Reina viuda de Portugal, su augusta hermana, y las de varios nobles,
prelados, militares y otros celosísimos barones que
habrían tomado sobre sí la extirpación del germen
revolucionario desde el punto y hora en que apareció, si
Fernando les hubiese acordado desde un principio la sencilla
cooperación que para tan santo objeto necesitaban. |
Ha
vendido joyas de la corona. |
Sabed que
se han vendido y se venden subrepticiamente varias alhajas
pertenecientes a la corona, así en esta Corte como fuera de
España, sin que se sepa hasta ahora el objeto que puedan tener
ni el Rey ni sus favoritos para una enajenación tan desusada. |
Ha
cedido a las presiones extranjeras y pretende "imponer" una
constitución con la ayuda del ejército francés. |
Sabed que,
para colmo de todas nuestras desgracias, se nos asegura que ha cedido
el Rey a las insinuaciones de algunos gabinetes extranjeros, hasta los
cuales ha penetrado ya el iluminismo, y de acuerdo con ellos,
se ha comprometido a imponernos, si le ayudan, el insoportable yugo de
una Carta Constitucional, muy parecida a la del Emperador don Pedro,
con cuyo último paso, facilitando el acceso de aquellos
espíritus inquietos y turbulentos que andan vagando por tierras
lejanas, acabará de dar al través con nuestra
Religión Católica, Apostólica, Romana, dejando que
se entronice el vicio sobre la virtud, o lo que es lo mismo,
estableciendo el imperio de lo que llaman ilustración esos
furibundos apóstoles del jacobinismo. Sabed que, en virtud de
este cambio de política y según ciertas medidas
alarmantes de nuestro actual gobierno, debemos temer con algún
fundamento que el ejército francés no tiene ya por objeto
el contener a los liberales, sino el apoyar al Rey para las reformas
indicadas, burlando de este modo nuestra fidelidad y pagándonos
tan inicuamente por la buena acogida que ha recibido de nosotros. Sabed
que Carlos X, separándose de la senda recta que le trazaron las
virtudes de su antecesor, el señor Luis XVIII, de gloriosa
memoria, y destruyendo los principios de la legitimidad de los cuales
hace poco tiempo se titulaba defensor, se ha declarado en favor de las
ideas revolucionarias, dando entre otras pruebas la de facilitar
entrada al pabellón de los insurgentes americanos dentro de los
puertos, ensenadas, bahías y surgideros del reino de Francia. |
Pretende
introducir de nuevo a los liberales en el gobierno. |
Sabed que a
favor del cambio que se proyecta ya se consideran otra vez ministros y
gobernantes los refugiados liberales que están en Francia e
Inglaterra, es decir tornaremos a ver las riendas del gobierno en las
ineptas manos de los Argüelles, de los Valdez, de los Yandiola, de
los Quadra, de los Calatrava, de los Toreno y de todos aquellos
desnaturalizados españoles que, después de haber sido
traidores a su Rey como autores de la constitución del
año doce, fueron también traidores a esta misma
constitución para sustituir a ella las decantadas cámaras
en que se habían propuesto figurar más durablemente, con
la investidura de Pares. Y,
finalmente, sabed que está todo perdido y que el triunfo de la
revolución nos amenaza muy de cerca, si cuanto antes no nos
reunimos en rededor del trono y de la Iglesia para salvarnos. |
El conspirador jefe es Jesucristo. |
He
aquí, españoles, en compendio, la enumeración
de nuestros presentes males y de los innumerables peligros que nos
rodean. He aquí las razones que han puesto la pluma en nuestras
manos para dirigiros la palabra. He aquí el fundamento sobre el
cual levantamos la voz a la faz de la Nación y de la Europa,
proclamando nuestro honor, nuestra religión y nuestra
independencia. De aquí deducimos la absoluta necesidad de un
simultáneo pronunciamiento que, reuniendo en masa a la honrada
mayoría del pueblo español, concentre en un objeto
único la concurrencia general de todos nuestros esfuerzos. El
objeto, pues, a que nos referimos, la santa empresa a la cual os
convidamos en el nombre de nuestro salvador Jesucristo y de Pedro y
Pablo sus Apóstoles, nuestro plan, en fin, no es ni será
otro que el de salvar de un solo golpe LA RELIGIÓN, LA IGLESIA,
EL TRONO y EL ESTADO. |
Hay
que derrocar al rey. |
Para todo esto se necesita que, ante todas las cosas, derroquemos del trono al estúpido y criminal Fernando de Borbón, instrumento y origen de todas nuestras adversidades, y esta medida, por violenta que parezca, es absolutamente necesaria, pues está escrito que salus populi suprema lex est. Es menester, pues, arrojarlo ignominiosamente, no sólo del asilo del Palacio y de la Corte, sino también del territorio que hoy pertenece y del que pueda pertenecer en lo sucesivo a esta Monarquía. Separemos de nuestro contacto y de nuestra vista la impureza de su persona, no sea que, como el leproso de la Escritura, infeste en adelante cualquier cosa humana que se le acerque, y cuando la Divina Providencia nos haya facilitado este primer paso coronando nuestras armas del laurel de la victoria si fueren obligadas a batirse contra las auxiliares francesas, entonces, españoles, sin más detención, concluyamos la obra de nuestra verdadera regeneración política saliendo de una vez de este abismo de peligros en que nadamos al más perfecto estado de seguridad, de paz y de gracia. Hagamos resonar por el aire himnos de alabanza para impetrar la ayuda del Todopoderoso y pedirle que proteja nuestra obra. Pongamos en sus divinas manos los destinos futuros de nuestra amada patria con la zozobrante nave de la Iglesia y juremos como cristianos triunfar o morir en esta santa causa. |
Proclamemos
rey a Carlos V. |
Finalmente,
españoles, proclamemos como jefe de ella a la AUGUSTA MAJESTAD
DEL SEÑOR DON CARLOS V. Porque las virtudes de este
príncipe excelso, su conocido carácter y magnanimidad y
su firme adicción al
clero y a la Iglesia, son otras tantas garantías que ofrecen
a la España bajo el suave yugo de su paternal dominación,
un reinado de piedad, de prosperidad y de ventura. |
He aquí lo que os
deseamos en Jesucristo, Nos, los miembros de esta CATÓLICA
FEDERACIÓN, con el favor del Cielo y la bendición eterna.
Amén. Madrid, a 1 de noviembre de 1826. |