Lorenzo de Zavala

VIAJE A LOS ESTADOS UNIDOS (1834)

(Fragmentos y comentarios)

La tesis fundamental del libro de Zabala es que la indiscutible superioridad de los Estados Unidos frente a México en cuanto a prosperidad económica, estabilidad social, etc. se basa sobre todo en la diferencia entre las mentalidades y actitudes de sus habitantes. Por ejemplo, tras exponer la forma magistral en la que los Estados Unidos resolvieron la crisis de la ordenanza de anulación de Carolina del Sur, concluye:

Los que conocen la distancia que hay entre el modo de tratar los negocios en los Estados Unidos de Norteamérica y los Estados Unidos Mexicanos buscarán inútilmente las causas en la diferente organización de sus poderes. En las costumbres, capacidades materiales y mentales de ambos países, en sus hábitos, en sus intereses, en sus creencias mismas es en donde el legislador filósofo debe encontrar el origen de la dirección divergente que toman los negocios entre los descendientes de los ingleses y los descendientes de los españoles.

Más concretamente, el punto fundamental es que los estadounidenses tienen profundamente arraigada la idea de la democracia y el respeto a las decisiones mayoritarias:

En Nueva York, como en las demás ciudades de los Estados Unidos, el pueblo se reúne cuando lo estima conveniente para discutir sobre las cuestiones políticas de interés general. No solamente hay asambleas para uniformar la opinión en las elecciones, las hemos visto también formarse para deliberar sobre las difíciles teorías de los bancos, de las tarifas o aranceles, y otras que se han agitado últimamente en los Estados Unidos. [...] Admira ver el orden con que se reúnen y disuelven estas asambleas, que siempre dan principio nombrando un presidente, dos vicepresidentes y secretarios para dirigir las discusiones. Muy raras veces se ven en ellas excesos, ni se oyen voces tumultuosas, ni mucho menos desórdenes de otro género. Cuando se abre la discusión el presidente propone las cuestiones que se van a tratar y se concede la palabra al que la pide. [...] Al día siguiente se publican las resoluciones en los periódicos y en carteles que se fijan en los parajes públicos. Así se difunden por todos los demás Estados, en los que se forman asambleas de la misma manera, y al cabo de dos meses ya se puede decir aritméticamente cuántos ciudadanos optan por un lado y cuántos por el otro. Cuando ha hablado la mayoría, la cuestión se considerar resuelta, y ninguno piensa apelar de su decisión a mano armada para deshacer lo hecho.

El contraste entre ambas mentalidades se estaba poniendo de manifiesto en Texas, territorio mexicano poblado mayoritariamente por colonos estadounidenses. Zabala pronostica:

Ya lo he anunciado muchas veces. Ellos no podrán sujetarse al régimen militar y gobierno eclesiástico, que por desgracia ha continuado en el territorio mexicano, a pesar de las constituciones repúblico-democráticas. Alegarán las instituciones que deben gobernar el país y querrán que no sean un engaño, una ilusión, sino una realidad. Cuando un jefe militar intente intervenir en sus transacciones civiles, resistirán y triunfarán. Formarán asambleas populares para tratar los asuntos públicos, como se practica en los Estados Unidos y en Inglaterra, levantarán capillas de diferentes cultos para adorar al Creador conforme a sus creencias. Las prácticas religiosas son una necesidad social, uno de los grandes consuelos a los males de la humanidad. ¿El gobierno de México enviará a Texas una legión de soldados para hacer cumplir el artículo 3o de la constitución mexicana, que prohíbe el ejercicio de otro culto que el católico? Dentro de pocos años esta feliz conquista de civilización continuará su curso por los otros estados hacia el sudoeste, y los de Taumalipas, Nuevo León [...] serán los más libres en la confederación mexicana, mientras que los de México, Puebla, [...] tendrán que experimentar durante algún tiempo la influencia militar y eclesiástica.

Incluimos casi íntegramente las conclusiones finales del libro:

La democracia estadounidense no funcionaría en otros países cuyos habitantes no tienen la mentalidad estadounidense.
Los Estados Unidos, dice muy bien M. Hamilton, son el pueblo quizá menos expuesto a revoluciones hoy el día. Pero su estabilidad consiste, añade, en la única circunstancia de que la gran mayoría de los habitantes son propietarios. No hay duda en que ésta es una, pero no la única causa de la tranquilidad inalterable de aquel dichoso pueblo. La España, por ejemplo, se mantuvo tranquila hasta el año de 1808, bajo el yugo tiránico de la monarquía, inquisición y gobierno militar; y esta paz sepulcral no podía explicarse solamente por una sola causa, a saber, el terror que inspiraba la forma establecida. Había además la ignorancia, la superstición, el inmenso influjo de los frailes y clérigos, apoyo de los grandes, en suma, un orden de cosas establecido, y coordinado de modo que unas sostenían a las otras. Estableced en esa misma España o en México la ley agraria, distribuid con igualdad las propiedades, y los resultados serán poner en confusión todas las clases, envilecer los valores, alimentar y dar estímulo a la holgazanería y multiplicar los desórdenes.
Lo fundamental es la implicación de todos los ciudadanos en la política, y el acuerdo unánime de que la ley debe garantizar las libertades y no establecer privilegios de ninguna clase.
Verdad es que una de las principales causas de la estabilidad de las instituciones de los Estados Unidos de la América del Norte es la situación feliz de la mayoría de sus habitantes, pero al lado de estos goces materiales el pueblo coloca el santo derecho de intervenir en todas las transacciones que tienen por objeto organizar los poderes públicos; las garantías individuales que les aseguran sus leyes, la libertad de escribir y publicar sus opiniones, la que tienen de adorar a Dios conforme les dicte su conciencia, y la convicción profunda e indestructible en que están todos sus ciudadanos de que la ley es igual para todos, y que no hay instituciones formadas para favorecer una clase, ni una jerarquía de privilegiados.
Los Estados Unidos son un fenómeno único en la historia que empieza a interesar a filósofos y economistas.
Al echar una ojeada rápida sobre esa nación gigantesca, [...] el observador queda absorto y naturalmente se hace la cuestión de cuál será el término de su grandeza y prosperidad. No es el poder de las conquistas ni la fuerza de las armas, tampoco  el prestigio ni las ilusiones de un culto que reúne a las reglas de la moral los los misterios del dogma. Es un orden social nuevo, brillante, positivo, un sistema político que ha excluido todos los privilegios, todas las distinciones consagradas por los siglos anteriores, el que ha hecho esa prodigiosa creación. A la vista de este fenómeno político, los hombres de estado de todos los países, los filósofos, los economistas se han detenido a contemplar la marcha rápida de este portentoso pueblo, y conviniendo unánimes en la nunca vista prosperidad de sus habitantes al lado de la sobriedad, del amor al trabajo, de la libertad más indefinida, de las virtudes domésticas, de una actividad creadora y de una religiosidad casi fanática, se han esforzado a explicar las causas de estos grandes resultados.
Los Estados Unidos superan a todas las formas de gobierno que nos enseña la historia.
¿Qué han sido las repúblicas antiguas, ni las anarquías de la edad media, ni las confederaciones europeas, en comparación de esta nación extraordinaria? Atenas es una democracia tumultuosa, de cuatro leguas de extensión, dominada por oradores hábiles que saben explotarla a su beneficio. Esparta, una vasta comunidad sujeta a reglas más bien que a leyes; una familia más bien que una sociedad, sin independencia individual, sin estímulos para las artes, las ciencias ni las virtudes, un orden religioso semejante al de los templarios, que no puede servir de modelo a ningún pueblo moderno. ¡Roma! ¿En qué época esa orgullosa república hizo jamás la felicidad de las masas? El pueblo romano fue un pueblo opresor de los otros, y oprimido él mismo por sus patricios, aun en sus días de mayor libertad. [...]  ¡Ensayos mezquinos, aunque lecciones útiles para llegar un día al establecimiento del sistema americano!
Al lado de los Estados Unidos, el resto del mundo es un resto de la edad media.
En efecto, la escuela política de los Estados Unidos es un sistema completo, obra clásica, única: un descubrimiento semejante al de la imprenta, al de la brújula, al del vapor; pero un descubrimiento que aplica la fuerza moral de las inteligencias individuales a mover la gran máquina social hasta hoy arrastrada, más bien que dirigida, tirada por resortes facticiosos, compuesta de combinaciones heterogéneas, mosaico monstruoso de trozos unidos de feudalismo, superstición, privilegios de castas, legitimidades, santidades y otros elementos contranaturales; y escombros de ese diluvio de tinieblas que inundó al género humano durante doce centurias.
Los intentos de negar los hechos pronosticando el colapso a medio plazo de los Estados Unidos no se sostienen.
Muy bien pueden los publicistas europeos librarse a interpretaciones, vaticinios, conjeturas y comentarios siniestros sobre las constituciones, porvenir, estabilidad y leyes de los Estados Unidos. Lo que no pueden negar es que no hay ni hubo jamás un pueblo en que los derechos del ciudadano fuesen más respetados, en que los individuos tuviesen más participación en el gobierno, en que las masas estuviesen más perfectamente niveladas en todos los goces sociales. ¿Qué género de argumento es contra sus instituciones el anunciar a una nación un porvenir desgraciado, catástrofes melancólicas, cuando al presente está llena de vida, de felicidad y de ventura? Los que no pueden resistir a la convicción de los hechos palpables, de una experiencia diaria, recurren a vaticinios funestos y predicen ya la disolución de la gran república. Nosotros les contestaremos que vale más el bien presente que esperanzas nunca realizadas: que no habrá un hombre ni pueblo que prefiera vivir en la opresión o en la miseria a la existencia feliz e independiente de aquella república sólo porque algunos malhumorados políticos le dicen que aquella situación próspera no durará doscientos años. No, jamás se debilitará la fuerza de ese ejemplo vivo y perseverante de utopía social con semejantes argumentos.
Ante las críticas a los defectos del sistema estadounidense, incluyendo que algunos de sus Estados sean esclavistas1, la respuesta es que dicho sistema evoluciona poniéndoles remedio, lo cual es otra de sus virtudes.
Espiad enhorabuena sus pequeñas y efímeras asonadas, exagerad el calor de sus debates públicos, los tumultos de sus elecciones, sus rarísimas aberraciones de fanatismo presbiteriano, su aversión a la casta negra, sus dificultades por su sistema de esclavitud, sus cuestiones de aranceles, embarazos momentáneos de sus bancos, comentad de la manera más desfavorable estas crisis políticas y económicas; una solución positiva, una peripecia feliz y pronta viene a contestar todos vuestros argumentos. Aquel pueblo, lleno de vida y movimiento, continúa su curso a un fin, y desde las fronteras e la Nueva Escocia hasta las de Nuevo México, el norteamericano sólo obra sobre estos principios: trabajo y derechos del ciudadano. Su código es conciso, pero claro, neto, perceptible. En las cuestiones combinadas, en que no pueden decidir por no estar al alcance de las clases menos ilustradas, se refieren enteramente a aquella parte que les ha parecido haber merecido mejor su confianza, por una serie de acciones y decisiones rectas y de resultados benéficos.
Incluso Gran Bretaña desmerece al lado de los Estados Unidos.
Todos los que intentan hacer mejoras sociales en los pueblos que marchan al progreso, echan la vista sobre la Gran Bretaña o sobre los Estados Unidos del Norte; tipos verdaderos y originales de organizaciones sociales, sólidas y progresivas. Pero la primera [= Gran Bretaña], nación grande, señora del Océano, depósito de inmensas riquezas, fecunda en hombres eminentes y profundos, aún tiene que dar muchos pasos hacia un orden más liberal, más económica, en suma, más independiente de las antiguas trabas feudales, y sus whigs y sus radicales, después de sus triunfos de la emancipación católica, de su bill de reforma parlamentaria, de la organización ministerial, reclaman nuevas mejoras para ponerse en algún modo al nivel de la segunda [= EEUU]. Los diezmos, los privilegios de los grandes, la absoluta separación del culto y de las funciones administrativas, los mayorazgos y otras menos esenciales, consecuencias de aquéllas, son puntos que se agitaron por mucho tiempo en los periódicos, en las tribunas, en los clubs y en el gabinete. ¡Qué sacudimiento no tendrá que experimentar la colosal Albión antes de ver definitivamente terminadas esas materias! Sus grandes publicistas, sus ministros, lo han anunciado últimamente. "Mucho se ha hecho, decía hace poco uno de ellos a sus conciudadanos que lo obsequiaban, pero aún nos resta mucho más que hacer", palabras llenas de sentido y de grandes esperanzas.
Los Estados Unidos refutan la necesidad del absolutismo o del gobierno aristocrático (aunque el propio Zabala contradice esta tesis, puesto que afirma que otros países no podrían adoptar con éxito el sistema político estadounidense por las características de sus habitantes).
Después de que en la lucha emprendida en los Estados Unidos del Norte, pocos años después de su emancipación, entre el partido aristocrático y democrático, éste quedó victorioso, hasta el punto de haber enteramente desaparecido aquel, lo que es otro fenómeno en la historia de los pueblos, todas las cuestiones que se han agitado en las tribunas, periódicos y juntas populares han sido puramente económicas. La convención de Hartfort, que en 1814 intentó suscitar los antiguos principios federalistas, no encontró apoyo en ninguna parte, y desde entonces no hay hombre de Estado que ose presentarse a defender el sistema de Hamilton y Adams. El poder popular en toda su plenitud, gobernando una nación rica, poderosa y de una inmensa extensión, con tino, y viendo desenvolverse bajo su administración los elementos de una grande prosperidad territorial, industrial y mercantil, es quizá el argumento más poderoso que puede ponerse contra las eternas declamaciones de los absolutistas y aristócratas.
Miles de europeos que en sus países de origen no tienen expectativas de futuro emigran a los Estados Unidos y allí logran prosperar.
En tal estado de cosas, doscientos mil europeos emigran anualmente a los Estados Unidos a buscar un asilo en su miseria, y el precio de su trabajo y sus fatigas; libres de las rebajas que les sujetan las contribuciones en el antiguo mundo, y de las trabas que ponen sus sistemas más o menos arbitrarios, con brazos activos y robustos encuentran luego ocupación, y dentro de pocos meses, propietarios de un terreno que fecundan sus sudores, forman poblaciones en lugares poco antes habitados solamente por los lobos, osos y otros animales selváticos. Ciudades populosas improvisadas, buques de vapor que remontan ríos y lagos a miles de leguas del Océano, en tierras apenas descubiertas y desconocidas al mundo civilizado, manufacturas transportadas por artesanos hábiles de la Europa, imprentas volantes que multiplican los pensamientos y las ideas, difundiendo la ilustración, misioneros de todos los cultos que de Italia, Alemania, Francia, Inglaterra y otros puntos van a predicar los dogmas del evangelio, cada uno conforme lo entiende o lo profesa, y que en los principios de moral convienen enteramente. El amor de Dios y del prójimo es la base de todas las religiones. Emigrados de Irlanda, de Francia, de México, de Colombia, de España, de Italia, de uno y otro hemisferio, que en las agitaciones políticas de sus países, obligados a dejar la dulce patria, van a informarse en qué consiste la envidiable tranquilidad de aquel pueblo.
Porque las características de los Estados Unidos fomentan la prosperidad en todos los campos.
Ved aquí el espectáculo que presentan los Estados Unidos del Norte, añadid sus ciudades marítimas, esa Nueva York, tercer puerto del universo, recibiendo en su bahía tres mil buques anuales, que vienen cargados de las producciones de las cuatro partes del mundo; esa Nueva Orleáns, depósito de cien ciudades que envían a ella sus frutos por el inconmensurable Misisipí, y por cuyo conducto se proveen mil poblaciones de los artículos extranjeros; esa Filadelfia, ciudad de paz, de hermandad y de monotonía, rodeada de casas de campo, bellas como sus hijas, fundada sobre el agradable Delaware y el delicioso Schuylkill; Baltimore, Charleston, Boston, ciudades notables por la ilustración de sus habitantes, la actividad de su comercio, la situación ventajosa de sus puertos, la hospitalidad de sus vecinos, en suma, esa franqueza, esa seguridad, esa libertad de que gozan todos los hombres, sin trabas de pasaportes, sin aparatos de soldados, sin embarazos de policía, son circunstancias que no pueden dejar de conducir a la prosperidad y al aumento progresivo de todos los ramos. [...]

1) Cabe destacar que Zabala no pasa de soslayo la cuestión de la esclavitud en los Estados Unidos. Al contrario, en su libro aporta varios ejemplos de la crueldad con la que eran tratados los esclavos en los Estados del sur y el rechazo que sufrían los negros incluso en el norte, incluso en el caso de visitantes extranjeros adinerados. Después de citar parte de la legislación de Luisiana sobre la esclavitud dice:

Es lamentable a la verdad la situación de un Estado en donde sus legisladores juzgan necesarias medidas de represión tan ofensivas a los derechos del hombre.

Y, yendo más allá de las cuestiones morales, señala el hecho de que el número de periódicos en los Estados esclavistas es significativamente menor que en los Estados no esclavistas, y lo interpreta como que la esclavitud influye de foma extraordinaria (negativamente, por supuesto) sobre el progreso moral y la civilización de los Estados. Esto es relevante porque, por ejemplo, a la hora de juzgar el conflicto entre México y los Estados Unidos por el territorio de Texas, el hecho de que los colonos texanos estadounidenses fueran esclavistas ha sido siempre el argumento "fácil" por el que los mexicanos han descalificado a los estadounidenses. El punto de vista de Zabala (que más adelante sería uno de los firmantes de la declaración de independencia de Texas, ayudaría a redactar su constitución y sería nombrado vicepresidente de la república de Texas, tras lo cual le sería retirada la nacionalidad mexicana) es que la esclavitud era un defecto del sistema político estadounidense que el propio sistema se encargaría de corregir con el tiempo (como de hecho ha sucedido), mientras que las deficiencias de la sociedad mexicana tenían difícil arreglo (y, en efecto, México ha vivido entre dictaduras, golpes de estado, abusos de militares, fraudes electorales, etc. hasta el mismo siglo XXI).