ANTERIOR
LA BATALLA DE MÜHLBERG
SIGUIENTE

El 13 de enero de 1547 se celebró la sexta sesión del concilio de Trento, en la que se debatió el problema de la justificación por la fe. Entre los obispos católicos, hubo partidarios de la doctrina luterana, es decir, de que la fe, y sólo la fe, otorga a los hombres la salvación; otros, en cambio, sostenían que la fe sin obras está muerta. Se dice que los enfrentamientos entre los obispos en torno a este punto llegaron a las manos. Al final triunfó la doctrina tradicional y no se habló más del asunto. También se trató el problema de la residencia de los obispos, es decir, de los obispos titulares de una diócesis que no residían en la misma, sino que se limitaban a cobrar las rentas pertinentes sin ocuparse de nada.

A medida que el concilio se adentraba en cuestiones teológicas más profundas, la erudición de los jesuitas se hacía más patente. Laínez y Salmerón no aportaban meros informes técnicos a sus colegas, sino auténticas lecciones de teología. Se conservan cartas de Ignacio de Loyola en las que les da instrucciones sobre cuándo tienen que callar y cómo deben hablar. Por otra parte, los jesuitas eran los únicos que tenían autorización para predicar en Trento durante el concilio, y entre las sesiones movían a los obispos a practicar los ejercicios espirituales de Loyola. A su fama de doctos, esto les añadió la de virtuosos.

El 3 de marzo se celebró la séptima sesión del concilio de Trento, en la que se elaboraron decretos sobre los sacramentos y sobre la reforma de los eclesiásticos. En la sesión octava, celebrada el 11 de marzo, se aprobó una propuesta del Papa para trasladar el concilio a Bolonia, lo que dio lugar a una agria fricción entre Paulo III y el representante del emperador, Diego Hurtado de Mendoza, que ordenó a los obispos españoles que permanecieran en Trento.

El 21 de abril se celebró en Bolonia la novena sesión del concilio de Trento, con la participación de poco más de treinta obispos, ya que el emperador no había autorizado el cambio de la sede. En ella se condenaron diez errores luteranos.

Mientras tanto, el rey Fernando I de Bohemia y Hungría, que acababa de sofocar una revuelta de señores checos, unió su ejército al de su hermano Carlos V, que estaba en Eger junto con algunos aliados alemanes, dispuesto a atacar al príncipe elector Juan Federico de Sajonia en su propio territorio. Entre los principales aliados del emperador estaba el duque Mauricio de Sajonia, que Carlos V se había ganado para su causa con la promesa de concederle el electorado que ahora poseía su primo Juan Federico. Éste se refugió en Mühlberg, a orillas del Elba. El ejército imperial, compuesto por tres mil quinientos jinetes bajo el mando de Fernando Álvarez de Toledo, el duque de Alba, llegó el 23 de abril, y a la mañana siguiente, el 24 de abril, atacó por sorpresa protegido por una espesa niebla. Las alas delanteras las dirigieron el propio duque de Alba y el duque Mauricio de Sajonia, y detrás iba el emperador al frente de la caballería pesada. El ejército enemigo tenía aproximadamente el mismo número de hombres, pero el factor sorpresa fue decisivo, y los imperiales vencieron sin dificultad. El príncipe elector Juan Federico fue capturado (dicen que debido a que su caballo quedó rezagado en la huida, por el excesivo peso de su jinete). El landgrave de Hesse se entregó poco después.

El emperador resumió su victoria parafraseando a Julio César: "Llegué, vi, y Dios venció". El ejército imperial se encontró con la tumba de Lutero, pero Carlos V no permitió su profanación. Dijo: "Dejadlo reposar, que ya encontró su juez. Yo hago la guerra a los vivos, no a los muertos".

En mayo, Juan Federico de Sajonia renunció a su condición de príncipe elector en la capitulación de Wittemberg, que, según lo pactado, fue traspasada a su primo Mauricio. La Liga de Smalkalda fue disuelta y el emperador convocó una dieta en Augsburgo en la que exigió a los protestantes que enviaran teólogos al concilio de Trento, a la vez que ordenó la redacción de un texto provisional que regulara las diferencias entre católicos y protestantes hasta que el concilio publicara sus conclusiones. Los protestantes pidieron al emperador que, si tenían que asistir al concilio, al menos que éste siguiera reuniéndose en Trento y no en Bolonia. El emperador consideró justa la propuesta, pero el Papa se negó. La décima sesión se celebró el 2 de junio en Bolonia, también con una escasa participación y, desde luego, sin representación protestante. Trató sobre los sacramentos y su administración.

A estas alturas quedaba claro que los intereses del emperador Carlos V y el Papa Paulo III, que aparentemente habían sido convergentes, eran en realidad muy distintos. El emperador siempre había pretendido que el concilio sirviera para consensuar de nuevo a católicos y protestantes, mientras que cada vez estaba más claro que el Papa jamás había tenido esa intención. Su propósito era más bien organizar la llamada contrarreforma, es decir, la reforma de la Iglesia en cuanto a organismo para contrarrestar la pérdida de prestigio, de autoridad y de respeto ante el pueblo que había sufrido a causa del movimiento reformista; pero en lo tocante a la doctrina, el Papa no estaba dispuesto a hacer concesión alguna a los herejes. De nada servía la Santa Inquisición o el índice de libros prohibidos si no estaban claros los criterios sobre qué personas y qué libros debían ser enviados a la hoguera y cuáles no. Y ésa era precisamente la misión del concilio según el Papa: precisar la doctrina católica al igual que los teólogos protestantes habían precisado la suya.

Consecuentemente, las relaciones entre el emperador y el Papa se agriaban cada vez más. El primero insistía en que trasladara el concilio de nuevo a Trento y el segundo se negaba en redondo. Pronto hubo quien encontró la forma de sacar partido de la tensión. Fernando de Gonzaga, un miembro de la familia ducal de Mantua, hizo asesinar al hijo del Papa, Pedro Luis Farnesio, el duque de Parma, y se adueño de su ducado sin que el emperador pusiera ninguna objeción. Pedro Luis dejó tres hijos, Alejandro, Octavio y Horacio, de veintisiete, veintitrés y dieciséis años respectivamente, que buscaron el apoyo de Francia para hacer valer sus derechos sobre Parma. Paulo III, que tenía ya setenta y nueve años, quedó muy afectado por el asesinato de su hijo.

Sin embargo, no fue ésta la muerte más destacada del año. Otros fallecidos fueron:

Bartolomé de las Casas se acabó de convencer que era en España y no en América donde había que luchar contra las injusticias del colonialismo, y se volvió de nuevo a la metrópoli.

Como en España no accedían a sus demandas de privilegios, Pedro de Valdivia decidió ir a solicitarlos personalmente a Perú. En su ausencia se produjo una rebelión dirigida por Sancho de Hoz, que acabó ejecutado por Francisco de Villagra, al que Valdivia había designado como gobernador interino.

Pedro de La Gasca había enviado un ejército a Perú desde Panamá bajo el mando de Diego Centeno, que fue derrotado en Huarina por Francisco de de Carvajal.

Un joven pintor de veintinueve años, que había salido del taller de Tiziano en Venecia para estudiar en Roma con Miguel Ángel, terminaba ahora, ya de vuelta en Venecia, uno de sus cuadros más famosos. El pintor se llamaba Jacopo Robusti, pero su padre era tintorero y por ello era conocido desde niño como il Tintoretto. El cuadro era El lavatorio, y representa a Jesús lavando los pies a sus discípulos. Se trata de una soberbia composición con una distribución muy original: Jesús está en el extremo derecho del cuadro, en el otro extremo, para equilibrar, hay un discípulo en primer plano desatándose la sandalia, en el centro la mesa de la última cena con algunos discípulos a su alrededor y, en primer plano, un perro recostado que mira atentamente a Jesús.

La reina de Escocia, María Estuardo, había cumplido seis años, y su madre, María de Lorena, estaba cada vez más preocupada por su seguiridad ante la amenaza protestante. Por ello, en 1548 preparó un plan para sacarla del país con la colaboración del rey Enrique II de Francia. Fue prometida al Delfín Francisco, que tenía entonces cuatro años, y Enrique II envió una expedición a Escocia encabezada por Francisco de Guisa, tío de la pequeña reina, que literalmente la secuestró y se la llevó a Francia.


El duque Antonio de Borbón se casó con Juana, la hija del rey Enrique II de (la Baja) Navarra y de Margarita de Navarra (la hermana de Francisco I de Francia). El año anterior, Margarita de Navarra había publicado Les marguerites de la Marguerite des princesses.


El margrave Jorge Federico de Ansbach cumplió los nueve años, y su hermana Sabina se casó con Juan Jorge, el hijo del príncipe elector Joaquín II Héctor de Brandeburgo.

En Polonia murió el rey Segismundo I, que fue sucedido por su hijo Segismundo II Augusto. El país estaba experimentando un gran desarrollo cultural. Se calcula que más de la cuarta parte de la población masculina sabía leer y escribir. La lengua de las escuelas era el latín, si bien, recientemente, algunos inconformistas estaban usando también el polaco.

El obispo Mikael Agricola publicó su traducción al finés del Nuevo Testamento. Cuatro años antes había editado un libro de oraciones, y estas obras lo convierten en el padre de la literatura finesa.

Sebastiano Caboto volvió a trabajar para Inglaterra, ahora como gobernador de la Compañía de los comerciantes y aventureros.

El teólogo Pedro de Soto fundó la universidad de Dillingen, en Baviera, de la que fue rector y ocupó en ella la cátedra de filosofía. Ese año publicó sus Institutiones Christianae.

En Florencia, Benvenuto Cellini terminó el Busto de Cosme I de Médicis, así como un Narciso.

En Augsburgo, Tiziano pintó el famoso retrato de Carlos V a caballo en Mühlberg. De esta época es también su Venus recreándose con el Amor y la Música.

El 15 de mayo la dieta de Augsburgo proclamó la Declaración de Su Majestad Imperial y Real conocida como el Ínterim de Augsburgo, un documento redactado por cuatro teólogos, dos católicos y dos protestantes (uno de ellos era el propio Melanchthon, aunque, tras la reciente derrota de Mühlberg, los protestantes no estaban en condiciones de protestar mucho) que, tal y como había dispuesto el emperador el año anterior, debía servir de acuerdo provisional entre católicos y protestantes hasta que concluyera el concilio de Trento. Comprendía veintiséis artículos, y no satisfizo ni a unos ni a otros. Era esencialmente católico. Las únicas concesiones que hacía a los protestantes eran la comunión bajo las dos especies (es decir, que los laicos también bebieran el vino en la eucaristía), y el matrimonio de los clérigos. Pese a todo, los protestantes tuvieron que aceptarlo.

Ahora, todo lo que tenía que hacer Carlos V era convencer al Papa para que volviera a convocar el concilio de Trento, y además en Trento; pero esto era más fácil de decir que de hacer. Paulo III no estaba nada contento con el ínterim de Augsburgo, más que por su contenido, por la intrusión del emperador en asuntos teológicos. Tampoco tenía ningún interés en recibir herejes en su concilio. Llevaba ya casi un año sin reunirlo y, tal y como andaban las cosas, no tenía intención de volverlo a reunir.

Carlos V expuso también a la dieta de Augsburgo su deseo de que su hijo Felipe fuera reconocido como rey de romanos, es decir, como heredero del Sacro Imperio Romano. Su propuesta fue acogida con un silencio helado por parte de los príncipes alemanes y con la abierta disconformidad de su hermano Fernando, que ya había sido declarado heredero años atrás. Finalmente le consiguieron quitar la idea de la cabeza y se acordó el matrimonio entre su hija María, de veinte años, y Maximiliano, el promogénito de Fernando, de veintiuno.

Tras la derrota el año anterior de su ayudante Diego Centeno, el presidente de la audiencia de Lima, Pedro de La Gasca, llegó a Perú dispuesto a utilizar el arma más poderosa disponible en la época: el papel. Había traído de España reales órenes en blanco. Envió cartas a todo el Perú en las que se prometían recompensas a los leales y perdón para los traidores que decidieran cambiar de bando. Luego organizó un fuerte ejército, dirigido por Centeno y Belalcázar, al que se sumó también Pedro de Valdivia. El 9 de abril se encontró con los pizarristas en Xaquixaguana, y Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal se encontraron con que muchos de sus hombres se pasaron a las filas de La Gasca en el último momento mientras el resto se desbandaba. Así no pudieron evitar una estrepitosa derrota, tras la cual fueron ejecutados. La Gasca puso en marcha la audiencia de Lima y empezó a fiscalizar las cuentas de los encomenderos. Entre los pizarristas que se unieron a La Gasca estuvo Sebastián Garcilaso de la Vega, que había luchado junto a Núñez Vela en Añaquito.

Niccolò Tartaglia recibió una oferta de trabajo como profesor en Brescia, su ciudad, pero para ello le pidieron que zanjara definitivamente la polémica que mantenía con Ferrari sobre los resultados publicados por Cardano en su Ars Magna. Por ello, finalmente aceptó participar en el debate público que le ofrecía Ferrari. Tuvo lugar en Milán el 10 de agosto. La espectación era enorme, pues los últimos ataques recíprocos los habían hecho en forma de cartas abiertas. Tartaglia tenía mucha experiencia en debates y confiaba en la victoria, pero su adversario demostró tener un conocimiento mucho más profundo de las ecuaciones cúbicas y cuárticas, por lo que, cuando el debate se interrumpió hasta el día siguiente, Tartaglia decidió marcharse a Brecia sin previo aviso. Ferrari recibió numerosas ofertas de empleo, incluso una del emperador, como tutor para su hijo Felipe. Finalmente aceptó un trabajo como asesor de hacienda del gobernador de Milán.

Ese año murió el rey Pothisarat de Lan Xang, y fue sucedido por Setthathirat. Los territorios al oeste del país se habían unificado recientemente en el reino de Birmania, y ahora los birmanos atacaban el país.

Para celebrar el fin de la guerra civil en Perú, el 23 de octubre, Alonso de Mendoza fundó la ciudad de Nuestra Señora de la Paz.

Domingo Martínez de Irala consiguió finalmente cruzar el Chaco y atravesar la montaña tras la cual, según sus conjeturas, se encontraba la Sierra de la Plata. En efecto, tras ella encontró la plata que buscaba: era la mina de Potosí, que estaban explotando los españoles de Perú y que, por consiguiente, quedaba fuera de su jurisdicción. Aprovechó entonces para enviar un emisario a La Gasca, el presidente de la audiencia de Lima, para que le confirmara en su cargo de gobernador de Asunción (que había obtenido tras la rebelión contra Álvar Núñez Cabeza de Vaca). Las autoridades, temiendo futuras injerencias, le negaron el cargo, pero en Asunción se produjo una revuelta de sus partidarios y finalmente le fue devuelto el mando.

En Nicaragua estalló otra rebelión: Hernando y Pedro Contreras, los hijos del cesado gobernador de Nicaragua, Rodrigo Contreras, se alzaron en armas, mataron al obispo de Nicaragua y en poco tiempo se apoderaron de casi toda Castilla del Oro. Hernando se proclamó príncipe de la libertad.

En México murió el obispo Juan Zumárraga.

Ese año llegaron a España los 143 supervivientes de la expedición a las Filipinas de Ruy López de Villalobos.

Francisco Javier estaba de regreso en la India. Al tiempo que trataba de extender el cristianismo por el Extremo Oriente, iba escribiendo pequeños tratados espirituales e incesantes cartas a Europa, solicitando ayuda, cartas que suscitaron muchas vocaciones de misioneros. En 1549 pasó a predicar a Malaca. Desde allí, en el junco de un pirata chino, marchó a Japón con otros dos jesuitas y dos neófitos

En recompensa por su actuación en Xaquixaguana, Pedro de La Gasca nombró a Pedro de Valdivia gobernador y capitán general de Chile. Una vez que la situación del Perú quedó regularizada, La Gasca solicitó a la Corona que Antonio de Mendoza, el virrey de México, fuera nombrado virrey del Perú.

El Nuevo Reino de Granada dejó de depender de la audiencia de Santo Domingo al instituirse la audiencia de Santa Fe de Bogotá.

Finalmente, el rey Juan III de Portugal empezó a tomarse en serio la colonización de Brasil. Para ello estableció un Gobierno general de Brasil al frente del cual puso a Tomé de Sousa, que empezó a cohesionar a los grupos de colonos que hasta entonces estaban diseminados por la costa sin ninguna organización global. Sousa creó un servicio militar obligatorio entre los colonos.

Tras haber dado clase un año en Brescia, a Niccolò Tartaglia le fue comunicado que no recibiría sus honorarios, al parecer, debido a su derrota en el debate con Ferrari, ya que una condición para que se le concediera el puesto había sido que resolviera adecuadamente la controversia y abandonar el debate no podía considerarse una solución. Tartaglia interpuso varios pleitos, pero no consiguió nada y, arruinado, tuvo que volver a ocupar su empleo anterior en Venecia.

La diplomacia inglesa logró que el protestante escocés John Knox fuera liberado de su cautiverio en Francia. Los años siguientes los pasó predicando en Inglaterra. Allí se habían iniciado unas revueltas de campesinos que fueron reprimidas sin piedad por John Dudley, el duque de Northumbria, que se convirtió así en el ídolo de la aristocracia terrateniente. Aprovechó su popularidad para derrocar al Lord Protector, Eduardo Seymour, que pasó incluso un tiempo en la cárcel.

Thomas Cranmer, el arzobispo de Canterbury, elaboró The book of common prayer, el libro oficial de oraciones anglicano. Ese año acogió a Martín Bucero, que se había negado a aceptar el ínterim de Augsburgo y había tenido que huir de Alemania. Obtuvo una plaza de profesor en la universidad de Cambridge.

Ese año murió Margarita de Navarra, hasta entonces el principal refugio de los protestantes en Francia. Dejó varias obras inéditas, la más importante de las cuales es su Heptamerón, una colección de setenta y dos cuentos a imitación del Decamerón de Bocaccio.

Ginebra acogía numerosos protestantes que huían de Francia. Calvino les concedió la ciudadanía y así logró que los protestantes constituyeran mayoría absoluta en el consejo de la ciudad.

El emperador Carlos V seguía tratando de que el Papa Paulo III convocara una nueva sesión del concilio de Trento, pero el Papa no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer y el 17 de septiembre declaró el concilio aplazado sine die. No obstante, el Papa había cumplido ochenta y un años y no llegó a los ochenta y dos. Fue sucedido por Giovan Maria de'Ciocchi del Monte, el obispo de Palestrina, que a sus sesenta y dos años adoptó el nombre de Julio III. El nuevo Papa confirmó la orden de los jesuitas y los autorizó a fundar dos colegios en Roma: el colegio romano y el colegio germánico.

El cambio de Papa avivó las esperanzas de Carlos V sobre la posibilidad de terminar con el cisma protestante. Al menos en sus dominios, porque el protestantismo se había extendido mucho más allá de ellos. Las zonas que en el mapa están marcadas de color naranja corresponden a regiones de mayoría católica, pero donde el protestantismo estaba arraigando.

La figura más belicosa del protestantismo alemán era a la sazón el teólogo Flacius Illyricus, que aún no había cumplido los treinta años, pero se había enemistado con Melanchthon al haber aceptado éste el ínterim de Augsburgo. Desde Magdeburgo, estaba organizando la lucha intelectual contra el catolicismo.

El país católico que más sufría la presión protestante era Escocia, a causa de la vecina Inglaterra. En 1550 murió el abuelo materno de la reina María Estuardo, el duque Claudio I de Guisa, que fue sucedido por su hijo Francisco I, el tío de la joven María, el que dos años antes la había llevado consigo a Francia.

Aunque en Francia los focos protestantes eran cada vez más sólidos, la monarquía apostaba firmemente por el catolicismo, lo que agravaba las tradicionales fricciones con Inglaterra. En marzo, el rey Enrique II de Francia logró recuperar Boulogne, que estaba bajo el poder de los ingleses desde hacía seis años. El año anterior había tenido un hijo, Luis, al que había concedido el título de duque de Orleans, pero, tras su muerte repentina, el título pasó a su hermano recién nacido, Carlos.

Los países nórdicos eran ya decididamente protestantes. El rey Cristián III de Dinamarca y Noruega logró ese año que los escasos habitantes de Islandia, su posesión más remota, aceptaran también el protestantismo. El rey Gustavo I de Suecia fundó la ciudad de Helsinki en Finlandia para hacer la competencia a Reval, que era a la sazón un importante puerto comercial en poder de la orden Livonia (la antigua orden de los caballeros portaespadas, ahora parte de la orden teutónica).

Italia era totalmente católica. Las disidencias de los italianos con Roma o con España no llevaban a los italianos hacia el protestantismo, sino hacia Francia. Así, por ejemplo, con la ayuda francesa y con la oposición del Papa Julio III, Octavio Farnesio logró recuperar la herencia de su padre, el ducado de Parma. Los jesuitas inauguraron el colegio romano, financiado en gran parte por el duque de Gandía, Francisco de Borja. El cardenal Carlos de Lorena, hermano del duque Francisco I de Guisa, introdujo a los jesuitas en París.

También eran católicos el ducado de Lorena, el Franco Condado, una parte de Suiza y algunas partes de Alemania, especialmente el ducado de Baviera. Ese año murió el duque Guillermo IV, que fue sucedido por su hijo Alberto V.

La parte de Croacia no sometida a los turcos había estado bajo gobierno veneciano hasta que los nobles croatas eligieron rey a Fernando I de Hungría (y, por consiguiente, se declararon católicos).

En España, el catolicismo también era firme. España era la mayor cantera en Europa de teólogos católicos, algunos de los cuales no dejaban de incomodar al emperador por un motivo distinto del estrictamente religioso. En los últimos veinte años, los teólogos de Salamanca, especialmente fray Francisco de Vitoria, venían planteando una cuestión que resultaba ser mucho más difícil de responder que de plantear: ¿Con qué derecho y con qué títulos una nación como España podía imponer su dominación sobre otras naciones, aunque éstas se hallaran pobladas por paganos? El emperador convocó una junta de teólogos en Valladolid para que estudiara el problema. El humanista Juan Ginés de Sepúlveda sostuvo la tesis de que los indios, "tan distintos de los españoles como los monos lo son de los hombres", debían someterse a la tutela de los europeos para ser evangelizados y civilizados. Frente a él se alzó la voz de fray Bartolomé de Las Casas, que negaba categóricamente la supuesta inferioridad de los indios. Sepúlveda había escrito De rebus gestis Caroli Quinti, una crónica en treinta volúmenes de la vida y los hechos del emperador, así como una historia sobre la conquista de América titulada De rebus Hispanorum gestis ad Nouum Orbem. Las Casas renunció a su obispado en México para poder así quedarse en España, donde consideraba que podía hacer un mejor servicio a la causa de los indios.

Ajena a la polémica de Valladolid, la conquista de Sudamérica continuaba imparable. En Chile, Pedro de Valdivia avanzó hacia el sur la frontera de sus dominios hasta la desembocadura del río Biobío, donde fundó La Concepción. El presidente de la Audiencia de Lima, Pedro de La Gasca, fundó la ciudad de Barco, que facilitaba la relación entre Chile y Río de la Plata. Luego emprendió el viaje de regreso a España. En Panamá se encontró con los hermanos Contreras, que habían llegado allí desde Nicaragua con la intención de arrebatarle el oro que custodiaba. Sin embargo, murieron a manos de los panameños, leales a La Gasca. Su padre, Rodrigo Contreras, fue juzgado por complicidad en la sublevación, pero fue declarado inocente y se trasladó a Lima.

El único lugar donde los españoles estaban encontrando una oposición seria era en la parte central del Yucatán, donde los mayas llevaban más de dos décadas resistiendo todos los embates de Francisco de Montejo. Su padre, el gobernador de Honduras, fue juzgado por abusos en su administración y fue enviado a España, donde se le retiraron todos sus cargos y encomiendas.

El concilio de Trento
Índice El mundo a mediados del siglo XVI