Acabo de recibir un mensaje destinado a todos los miembros de la
Universidad de Valencia en el que se nos informa de la
publicación de un "material gráfico" con una serie de
recomendaciones para evitar "el uso sexista y discriminatorio del
lenguaje". Me temo que no he podido encontrarlo en la dirección
web proporcionada. Sólo me he topado con una "Guía para un uso no sexista del
lenguaje" un tanto antigua ya (pues está fechada en
2009), pero que no había tenido el disgusto de conocer hasta
ahora. Sus autores han preferido no firmar su trabajo. Supongo que esto
es significativo. Reconozco que es un dato pequeño para extraer
de él consecuencias fiables, pero a mí me hace pensar en
las (muchas) personas de discurso gregario a las que les preguntas una
opinión y, si están solas, eluden contestar, pero si
están junto con otras personas de ideología afín,
se atreven a esbozar tímidamente una opinión, y si ven
que el resto no la secunda se callan enseguida, pero si ven que el
resto la aprueba, entonces pasan a defenderla con énfasis, sin
más argumento real que el saberse apoyados por los demás.
Hago esta asociación porque, por una parte, estas personas
suelen defender rotundamente sus puntos de vista, pero jamás
firmarían un escrito que los hiciera responsables de lo que
dicen y, por otra parte, porque la Guía
está planteada así: se afirman pseudorrazonadamente los
dogmas "políticamente correctos", avalados por todos quienes
deben avalarlos para tranquilidad de los autores, y a
continuación se extraen sin vacilación las consecuencias
oportunas.
No aburriré al lector con los detalles sobre el contenido de
la Guía. Son las
estupideces de siempre (no hay que decir "los alumnos", sino "el
alumnado", etc.) Nunca me han gustado los argumentos de autoridad,
pero, por si algún lector gregario los considera de valor, lo de
"estupideces" no lo digo yo solo. Hace un tiempo vi una entrevista en
televisión a un miembro de la Real
Academia Española y, cuando le preguntaron sobre estas
cosas dijo "Eso..." y
después de dudar unos segundos, como pensando "¿me atrevo
o no me atrevo?", al final se atrevió y, esbozando una
sonrisilla traviesa, dijo: "... son
estupideces". (No me atrevo a decir que la frase sea literal,
puede que me falle un poco la memoria, pero si no dijo "estupideces",
dijo algo totalmente equivalente, de eso estoy seguro. Tampoco puedo
recordar quién fue el que lo dijo.) Me limitaré a
comentar una joya que me ha llamado especialmente la atención:
La Guía recomienda
sustituir una frase como "El
ayuntamiento de un pueblo tiene como cabeza visible al alcalde"
por "El ayuntamiento de un pueblo
tiene como cabeza visible a la alcaldía". (¡!) Vale
que puede decirse "el profesorado" en lugar de "los profesores",
será más o menos pedante según el caso, pero es
gramatical y semánticamente correcto, pero calificar de
"visible" a un sustantivo abstracto como "la alcaldía" es sacar
las cosas de quicio. Es como si digo "Hoy
he desayunado con la alcaldía". Si estamos hablando de
cómo se materializa, cómo se concreta ante los ciudadanos
la autoridad local, no podemos expresar esa concreción a
través de un sustantivo abstracto. Es el alcalde, con su carne y
sus huesos, y sin alusión alguna a sus órganos
reproductores, quien encarna la autoridad local. La alcaldía no
tiene carne, y no puede encarnar nada.
Esta ideología de la pedantería me recuerda lo que le
ocurrió al latín en la edad media. Los hablantes que
pretendían ser cultos eran conscientes de su incapacidad para
decidir qué usos lingüísticos eran cultos y
cuáles vulgares, así que debieron de mirarse los unos a
los otros vacilantes hasta que uno dijo tímidamente: "una
palabra es más culta cuanto más larga es", y todos
celebraron tal ocurrencia: era un criterio sencillo que hasta el
más idiota con vocación de culto podía seguir. Y
así, la palabra "eo"
(Yo voy), sin más patrimonio que dos míseras vocales, fue
condenada por vulgar y sustituida inexorablemente por "vado", mucho más culta,
mientras que el pasado "ibam"
(yo iba) era suficientemente culto como para ser tolerado, y esta
estupidez es la causa de que el verbo ir sea tan irregular en
castellano: el presente "voy" procede del verbo "vadere", mientras que el pasado
"iba" procede de "ire".
Me parece oír a los feministas mal entendidos que me
dirán, sí, será una estupidez, pero ahora todo el
mundo la ha asimilado y la considera normal, tú mismo dices
"voy" e "iba" sin que te importe tratar como formas de un mismo verbo
lo que originalmente eran formas de dos verbos distintos. Igualmente,
llegará el día que las estupideces que denuncias
serán aceptadas por todos y
todas —recordemos que habla un feminista mal entendido— de forma
natural. Eso es cierto, pero hay diferencias significativas. Ante todo,
el castellano es hoy lo que es, no gracias a, sino a pesar de la
ultracorrección pedante. Entre el caótico castellano
medieval y el castellano moderno media la acción de los
intelectuales de los siglos XVI y XVII, que impusieron una norma culta
basada en la coherencia dentro de los márgenes que
permitía la tradición, guiados en todo momento por
criterios gramaticales y filológicos. En la actualidad la
normativa lingüística vive una situación que nunca
se había dado antes. Es equiparable en cierta medida a la
imposición de absurdos criterios simplistas como el de
"más largo = más culto" que he citado antes, pero es
evidente que mi "explicación histórica" de que
éste fue forjado conscientemente por un grupo de "intelectuales"
gregarios que se miraron de reojo no era más que una broma o,
más concretamente, era una traslación anacrónica a
la edad media de la forma en que actualmente ha surgido el absurdo
criterio simplista de "masculino = discriminación": algún
político idiota empezó a decir en sus mítines
"todos y todas", como una simple gracia, se difundió la idea, y
luego aparecieron los teóricos que construyeron un dogma sin
más base que el estar diciendo lo que muchos querían
oír. El caso es que semejante dogma ha sido acogido con gusto
por distintos centros de poder, desde políticos hasta
universitarios, y ello nos lleva a la situación sin precedentes
de la que hablaba: actualmente hay un intento de regular el lenguaje
por parte de políticos y catedráticos universitarios que
necesitan dos horas para redactar un documento de una página y
aún así no consiguen que les quede algo decente (y no
hablo ya de la tontería del género, sino del mero y
tradicional buen estilo, la corrección sintáctica, etc.).
Mientras lo del "más largo = más culto" fue un producto
inconsciente y casual de un grupo de ignorantes, el "masculino =
discriminatorio" es un producto deliberado de otro grupo de ignorantes,
con mucho más poder mediático y político que el
anterior.
No quiero decir con esto que todos quienes actualmente defienden el
dogma sean ignorantes e incapaces de escribir un párrafo decente
en su lengua nativa. Es posible que los autores de la Guía sean eruditos
catedráticos de fluida pluma, porque la psicología humana
es tal que un dogma establecido es capaz de seducir a cualquiera, con
independencia de su talla intelectual. Baste pensar que no sólo
Marx y Hitler fueron destacados antisemitas, sino que muchos reputados
filósofos, matemáticos y científicos en general lo
fueron también.
En cualquier caso, sea cual sea la competencia
lingüística de los autores de la Guía, lo cierto es que no
son capaces de seguir sus propios dogmas sin que en algún
momento les traicione el subconsciente, como cuando escriben:
Entre los detractores de este uso intencionado de los mecanismos que tiene el lenguaje para no discriminar a la mujer en sus discursos hay quien argumenta que algunas fórmulas lingüísticas propuestas para tal finalidad se hacen farragosas y entorpecen un lenguaje fluido: una minucia para tan bello y necesario propósito.
Alguien que prefiere decir "para
tal finalidad" en lugar de un simple "para tal fin" no deja de
atestiguar que la pedantería de identificar "más largo"
con "más culto" no ha muerto todavía, y que ésta
no deja de ser un
catalizador de la pedantería sexista. Pero, yendo a lo que
vamos, según los principios de la Guía es inadmisible decir "los detractores", presuponiendo
así que son varones. Habría que decir "las personas que detraen", o algo
así, que, además de no discriminar, es más largo,
luego más culto. A no ser que sea una malicia intencionada, para
dar a entender que quienes pensamos que la pedantería sexista es
una estupidez somos necesariamente hombres. Nada más falso: Hay
muchas mujeres inteligentes en el mundo, probablemente más que
hombres.
Aunque fuera así, este otro caso ya no tiene disculpa:
La Universidad de Valencia también se suma a estas iniciativas y ofrece esta información para que ayude a consolidar esta tradición (¡!) lingüística en la comunidad educativa; y, especialmente, entre los jóvenes que son el futuro y los garantes de la consolidación del uso de un lenguaje no sexista en la sociedad en general.
Aparte de que la omisión de una coma entre "jóvenes" y
"que son el futuro" sí que es verdaderamente un rasgo
discriminatorio (o podría ser entendido como tal sin ser
más suspicaces que quienes ven sexismo en el uso de formas
masculinas, aunque en realidad no sea más que incompetencia
lingüística en el primer caso, competencia en el segundo),
aquí no hay duda de que decir "los jóvenes" en lugar de
"la juventud" u otra pedantería abstracta contradice de lleno el
adoctrinamiento que expone la Guía.
Nunca he leído un texto "no discriminatorio" que no
contradiga los principios que defienden quienes los escriben mediante
ejemplos similares a los dos anteriores, y no es de extrañar que
sea así. Pretender que alguien hable o escriba según los
dogmas de la Guía es
como pretender que alguien hable o escriba en verso. Un texto "no
sexista" no puede nunca escribirse a vuelapluma, sino que necesita
inevitablemente de una revisión meticulosa, igual que un poeta
necesita revisar sus versos y asegurarse de que cumplan las condiciones
de métrica y rima que él mismo se autoimpone. El problema
más grave no es "la minucia" de que el lenguaje se vuelva
farragoso (yo diría pedante), sino que se pierde totalmente la
posibilidad de decir o escribir algo aceptable de forma improvisada, o
siquiera con la fluidez con la que yo ahora mismo estoy redactando
estas líneas, que no es totalmente improvisada, ya que me releo
y retoco cosas de tanto en tanto, pero que dista mucho de la prolija
corrección que tendría que sostener y los continuos
problemas estilísticos no triviales que tendría que
resolver (por muchas guías y manuales que tuviera como ayuda,
aunque las hubiera estudiado previamente) si quisiera escribir
según el dogma. Insisto en que no es un problema de falta de
práctica. Desde los poetas medievales que competían en
torneos de poesía hasta los raperos modernos, siempre ha habido
gente con habilidad para improvisar versos, pero esta
improvisación siempre ha sido eficiente en contextos muy
limitados. La naturaleza humana no permitiría que una persona
corriente hablara o incluso escribiera en verso de forma habitual,
salvo quizá en el caso de algún prodigio excepcional. Las
normas que propone la Guía
tienen una naturaleza global, que exige resolver problemas
estilísticos que afectan a la totalidad de cada frase y suponen
consideraciones semánticas y gramaticales que van mucho
más allá de las consideraciones locales que el
subconsciente humano realiza con eficiencia cuando genera el discurso.
Hablando de las contradicciones en las que incurre la Guía, es interesante
destacar una mucho más profunda. En ella se previene contra la
discriminación implícita en las palabras que al
cambiarles el género pasan a tener significados distintos, como secretario (alto cargo) y secretaria (administrativa).
Aparte de que esto es una estupidez como cualquier otra de la Guía (cada palabra se
interpreta en su contexto, y no creo que nadie lea que Hillary Clinton
es la Secretaria de Estado estadounidense e interprete que es la
secretaria de Obama), el hecho es que el vocabulario propuesto en ella
para "favorecer un uso igualitario del lenguaje" contiene al menos una
pareja de palabras en estas condiciones:
Feminismo: Movimiento que se preocupa por la condición de la mujer en la sociedad e intenta cambiar la situación.
Machismo: Actitud que mantienen ciertas sociedades, que consiste en atribuir a los hombres una superioridad de valores en todos los campos sobre las mujeres.
Apliquemos la "Regla de la
inversión", definida justo antes de "machismo" en el
mismo vocabulario:
Sirve para aprender a detectar el sexismo, y puede aplicase a cualquier situación social, texto, imagen, etc. Consiste en cambiar mujer por hombre, mujer por marido, hija por hijo, profesora por profesor... y viceversa, y ver qué sucede. Si después de la inversión queda todo igual se puede asegurar que no hay sexismo, si parece algo extraño, si que lo hay.
Aparte de que la regla no "sirve para aprender a detectar", sino
que, a lo sumo, servirá "para detectar" el sexismo, y, en todo
caso, "el uso de la regla" puede servir "para aprender a detectar" el
sexismo —quien no sabe expresar lo que piensa lo demuestra en todas las
facetas de la lengua— ¿qué sucede si aplicamos la regla a
las definiciones de machismo y feminismo? Si alguien se ufana de ser
machista se le tiene —con razón—por un cretino, pero si
cambiamos macho por hembra y pensamos en alguien que se ufana de ser
feminista, resulta que es "progresista". ¿Será que
progresista es sinónimo de cretino? Esto me recuerda a Groucho
Marx en Una noche en la Ópera,
cuando hablaba de un tenor que era hijo de una famosa barítona.
Pero vayamos al núcleo de la cuestión y neguemos la
mayor: ¿quién dice que el lenguaje normal es sexista o
que invisibiliza a la mujer? Las connotaciones de una afirmación
pueden estar puestas en ella por el hablante o pueden surgir
espontáneamente en el oyente. Si yo hablo normal y alguien
considera que estoy siendo sexista y discriminador, dado que es
absolutamente inconcebible que yo pueda poner nada de sexismo o
discriminación en mi discurso, puesto que me resulta
inconcebible cualquier supuesto argumento por el que una mujer pueda
ser inferior a un hombre por el mero hecho de ser mujer, el origen de
ese supuesto sexismo y de esa supuesta discriminación
sólo puede buscarse en alguna clase de complejo
patológico que sufre quien me lee o me escucha. ¿Y he de
responsabilizarme yo de los complejos ajenos?
Este año tengo un alumno negro. Sé cómo se
llama y si tengo que referirme a él lo hago por su nombre. Pero
imaginemos que hubiera tenido que referirme a él los primeros
días del curso, cuando todavía no sabía su nombre.
¿Hubiera habído algún problema si me hubiera
referido a él como "mi alumno negro", o, en el contexto
adecuado, simplemente como "el negro"? Algunos (blancos) se
incomodarían considerando que estaría siendo "grosero" o
incluso "racista", cuando simplemente estaría escogiendo la
característica más clara y cómoda para determinar
a un alumno entre muchos a falta de saber su nombre. Yo siempre he
pensado que un racista inteligente (si esta contradicción es
posible) debería abstenerse de llamar negros a los negros.
Haría mejor en llamarlos "personas de color de mierda". De este
modo, alardearía de su racismo a la vez que pondría en
evidencia la estupidez de los no racistas que piensan que con decir
"persona de color" ya dejan claro que no son racistas. Una vez
oí a una negra aclarar enfadada a un blanco que ella no era de
color, que ella era negra. Eso es sensatez.
Igualmente, cualquiera de mis alumnas sensatas se ofenderá si
intento englobarla en un sintagma pedante como "mis alumnos y mis
alumnas". Me dirá con razón que ella es uno (no una) de "mis alumnos". Y si alguien piensa
que así la estoy "invisibilizando", será porque es ciego,
porque a mí no me cuesta nada ver a mis alumnas entre el
conjunto de mis alumnos. Más aún, sucede que, en los
últimos años, mis mejores alumnos, los que se sientan en
las primeras filas, los que acuden con regularidad a tutorías a
resolver dudas con interés, los que se aplican más, los
que sacan mejores notas, son mayoritariamente chicas, así que
cuando pienso en "mis alumnos", es decir, cuando me planteo cómo
reaccionarán ante una determinada explicación, o si les
interesará que cuente esto o lo otro, o si entenderán
bien aquello, yo "veo" chicas. Y si un colega me habla de "sus
alumnos", lo último que me vendría a la mente
sería un aula llena de estudiantes varones, porque los
estudiantes que más me llaman la atención en el aula son
chicas (por la razón que he dicho, porque las primeras filas
suelen estar ocupadas íntegramente por chicas, y son sus caras
las que veo mayoritariamente cuando me fijo en si se está
entendiendo o no lo que explico). ¿Qué culpa tengo yo de
que haya otros cuyos rudimentos de gramática les hacen pensar en
varones cuando oyen "alumnos"? ¿Y qué culpa tiene de ello
la gramática castellana? Las mujeres sólo son invisibles
para quien no quiere verlas.
La purga lingüística que se propone en nombre de la
igualdad es una manifestación nueva de algo muy antiguo llamado censura. Leí hace unos
días que los censores franquistas de la época en que
Vargas Llosa empezaba a publicar sus novelas en España
consideraban pornográfica la palabra "muslo", y alguien que
asocie "muslo" con pornografía no está más
perturbado que alguien que asocie "alumno" con "alumno varón o
alumna hembra invisibilizada", y la causa de la "igualdad
lingüística" no es menos puritana, ni menos pervertida, ni
esconde menos complejos patológicos que la causa de la
"asexualidad lingüística" de la censura franquista. A una
mente sana no le acomplejan las palabras. Si alguien no alberga un
ápice de racismo llamará negros a los negros y se
sorprenderá (si es ingenuo) o se reirá (si conoce un poco
las miserias humanas) cuando alguien le insinúe que con su
forma de hablar está siendo racista. Igualmente, una mente sana
(en lo que respecta a no albergar un ápice de machismo)
despreciará a todos los puritanos mojigatos que pretendan
convencerlo de que está adoptando una actitud machista por
hablar normal, sin preocuparse de no parecer machista a esos mismos
puritanos mojigatos. Y si alguien considera oportuno recordar
aquí todas las discriminaciones reales (no paranoicas) de que
son víctimas las mujeres hoy en día, le diré que
eso justifica tanto la necesidad de censurar el lenguaje normal como la
existencia de la explotación sexual justifica censurar la
palabra "muslo" de todo texto escrito a cuenta de "pornográfico".
Huelga decir que cada cual es libre de hablar como quiera, y de usar todas las perífrasis, pleonasmos y colectivos abstractos que desee. El problema aparece cuando los de la secta llaman todos los días a tu puerta como si fueran testigos de Jehová. Eso es cargante. Y lo preocupante es que instituciones como las universidades, de las que se espera cierta solvencia, promocionen la secta, e incluso le den autoridad para censurar sus documentos legales, como ocurre en la universidad de Valencia. Me recuerda a los creacionistas estadounidenses que pretenden prohibir que el evolucionismo se explique en las escuelas. Debo reconocer que la universidad tiene derecho a imponer que sus escritos internos sean pedantes, igual que puede imponer que se escriban en suajili, pero también tendría derecho a imponer que en la facultad de biología no se enseñe el evolucionismo (al menos si hablamos de una universidad privada o de una universidad pública con el apoyo de "la ciudadanía") y, aunque lo uno y lo otro pueda ser legal, lo que no puede decirse es que sea sano. Una cosa es que cada cual piense como quiera pensar, y otra muy distinta que se promocione una ideología rozando la imposición, especialmente si hay gente (mucho más reputada que quien esto escribe) que opina que se trata de una ideología fanática, estúpida y cutre.