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EL MUNDO, 15 DE OCTUBRE DE 2008 - Columna 40

 

Después de la tormenta

 

JOSÉ LUIS RUBIO
PREMIO REY JAIME I

 

http://www.uv.es/~jlrubio/

 

La tormenta ha pasado dejando un reguero de desastres materiales y el dolor de pérdidas humanas. Otro mes de Octubre con inundaciones, toneladas de suelo desarraigado, cursos de agua de color chocolate, desprendimientos y playas que muestran un tonelaje de basuras y broza dignas de un tifón tropical. Sin embargo, las tormentas son parte intrínseca de nuestro clima y la CV es una de las zonas de mayor torrencialidad de la cuenca mediterránea.

Con un clima amable y placentero, de vez en cuando, las furias de la naturaleza nos recuerdan que siguen y seguirán con nosotros. Pero la memoria humana, y sobre todo la de los planificadores territoriales, es terriblemente pueril. Los rasgos morfológicos del territorio mediterráneo muestran claramente el modelado de precipitaciones, agresivas, irregulares y frecuentes. El paisaje y la toponimia muestran multitud de torrentes, barrancos, arroyos, riachuelos, regatos, ramblas y «ríos secos», que indican claramente el régimen de nuestras lluvias. La dimensión del trabajo de excavación de esos cauces demuestra que en este territorio, aunque llueve poco, cuando llueve, lo hace a conciencia.

A lo largo de miles de años de evolución, el mundo natural tiende hacia situaciones de estabilidad adaptándose a las condiciones imperantes del medio. Salvo catástrofes descomunales, es capaz de resistir y auto-recuperarse ante los impactos de su entorno. El hombre rompe esos equilibrios dinámicos. Particularmente, la gestión y utilización del territorio ha cambiado y la intensidad de esos cambios interfiere y potencia los efectos dañinos de lluvias agresivas. Nos encontramos con un territorio fragilizado por incendios forestales, abandono agrícola, uso inadecuado del suelo, infraestructuras que ignoran el funcionamiento del entorno natural y, urbanismo excesivo y no coherente con algunas de las premisas básicas del medio mediterráneo. Cada vez se hace más evidente la necesidad de nuevos planteamientos en uso del territorio, que sean más coherentes e integrados con nuestra realidad natural. En el caso concreto de actuaciones de prevención, mitigación y adaptación de riadas e inundaciones es necesario un planteamiento mas ambientalista y funcional. En una sociedad en continuo cambio, las ingenierías con actuaciones duras, basadas en hormigón y cemento se encuentran en revisión en todo el mundo y están dando paso a actuaciones de bioingeniería, más adaptadas y funcionales. Se trata del principio de diseñar con la naturaleza y no contra la naturaleza. En el ámbito fluvial, permiten mejorar la calidad paisajística, actuar como corredores biológicos y retener sedimentos. El tratamiento ha de hacerse a nivel de todo el ámbito de la cuenca hidrográfica para ir progresivamente laminando y frenando las ondas de avenidas. En este contexto la conservación del suelo y la potenciación de sus funciones de amortiguación e infiltración es fundamental. Un suelo fértil y «en su sitio» tarda miles de años en formarse pero, en cuestión de minutos, puede perderse de forma irreversible convirtiéndose en sedimento y lodo que dañara todo lo que encuentre a su paso.

No podemos cambiar lo que pasa en el cielo, no podemos cambiar la lluvia; pero aquí, desde la tierra y siendo más aplicados con el suelo, soportaremos mejor el castigo de las iras meteorológicas.
 

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