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EL MUNDO, 20 DE FEBRERO DE 2008

 

Pobres pero con linaje

JOSÉ LUIS RUBIO

PREMIO REY JAIME I

 

http://www.uv.es/~jlrubio/

 

Los cardos no cuentan con mucho aprecio. Se asocian a imágenes de malas hierbas, malezas y abandono. Incluso en el hablar común la imagen del cardo se relaciona con fealdad, aspereza, rudeza, mal carácter y lindezas similares. Un epíteto fulminante puede ser el calificar a alguien como de cardo borriquero.


Que injusticia. En realidad se trata de una sufrida y humilde planta bianual que sobrelleva con dignidad los afanes y sudores que le corresponden como a todo ser vivo. El cardo silvestre es además una planta singular. Posee una capacidad espartana de colonizar suelos pobres, pedregosos o incluso escombreras en los que pocas plantas son capaces de medrar. A pesar del poco aprecio humano, los cardos buscan su proximidad y por ello no es raro verlos en corrales, tapias, solares abandonados, taludes y campos sin cultivar. También son aficionados a los artilugios del hombre y por ello les gusta observar el paso de los trenes situándose en los terraplenes ferroviarios.


La raíz del cardo es capaz de explorar sitios inverosímiles en los que desarrolla una estructura pivotante en forma de zanahoria en la que acumulará agua y reservas nutritivas. El sol es su aliado yen superficie, una vez arraigada, desarrolla una densa corona de hojas pegadas al suelo que actúa como captador fotovoltaico. No todo es inocente en el cardo porque con esta roseta se pone un poco borde. Esta corona de hojas, que puede llegar hasta treinta centímetros de diámetro, actúa sellando el suelo e impidiendo el desarrollo y la competencia de otras plantas.


Si todo va bien en la primavera del segundo año, y a una tremenda velocidad, lanza hacia arriba un pujante tallo adornado con numerosas hojas. El tallo de los cardos es un espectáculo botánico en los secarrales yen los páramos. Rompen el paisaje con su verticalidad, con su altura, en algunos casos de dos metros, y con su arquitectura llena de arabescos con múltiples adornos foliares y extremos pinchosos. No todo es decoración y también se atiende ala utilidad porque las hojas, soldadas de dos a dos, se convierten en pequeños abrevaderos providenciales para los pajarillos del contorno.


Bien entrado el verano, con cambios de color (rosa, azul y malva), la cabezuela y sus flores constituyen un regalo bien apreciado por la fauna local, sobre todo mariposas, abejas y moscardones. Posteriormente las miles de semillas de cada cabezuela son un autentico festín que disfrutan jilgueros y otras avecillas. Después de toda esta labor, la planta se rinde. El conjunto amarillea. Las hojas empiezan a adelgazarse y curvarse en extrañas formas empardecidas. Las cabezuelas orgullosas, quedan patentes así como el desafiante esqueleto de la planta.


Y aquí es donde empieza la ironía y el triunfo del denostado cardo. Cuando ya ha cumplido su misión, es mirado con otros ojos. Sorprendentemente ahora, su erguida y elegante estructura y su atractivo diseño de sus cabezuelas reciben el tributo y la admiración, de nada menos que el mundo de la decoración. Es frecuente verlo en sofisticados escaparates y salones. Lo del cardo no es nada raro, denostado en vida y ensalzado después. Al menos, la humilde historia del cardo termina con final feliz.

 

 

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