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EL MUNDO, 18 DE JUNIO DE 2008 - Columna 30

 

La huerta

 

JOSÉ LUIS RUBIO
PREMIO REY JAIME I

 

http://www.uv.es/~jlrubio/

 

El entorno primigenio de Valencia debió ser un pasmoso alarde de exuberancia natural y de enorme biodiversidad. El azar evolutivo originó la singular confluencia de factores biofísicos esenciales para configurar un entorno irrepetible.

 

Las características de los materiales geológicos, la geomorfología, los procesos erosivos y sedimentarios y el clima dieron origen a suelos profundos, feraces y prácticamente sin limitaciones productivas. Junto a ello la abundancia de agua y la interfase de zonas húmedas favorecieron el desarrollo de uno de los biotopos más ricos en biodiversidad del planeta. No es extraño que a lo largo de los siglos este entorno privilegiado haya sorprendido a visitantes de todas las épocas y culturas. Son entrañables y abundantes las referencias de la literatura y poesía del medioevo tanto cristianas como musulmanas. Hasta el siglo XIX la calidad biológica territorial y su explosión de vida movieron a dejar constancia escrita de su belleza a incontables viajeros europeos. Esta capacidad intrínseca de producir vida fue canalizada hacia la productividad y riqueza agrícola por el arte y sabiduría del agricultor huertano, que dejó un legado de buen hacer y un paisaje cultural milenario.

 

De todo ello nos queda hoy día un entorno moribundo acosado y maltratado por nuestra generación. Valencia no habría sido lo que es sin la huerta. Valencia quizá más que con cualquier otro aspecto se ha identificado con su entorno feraz y generoso. Sin embargo, la huerta de hoy día muestra el resultado de la insensibilidad de los criterios de beneficio económico a ultranza de un cuestionable progresismo. La huerta constituye un espacio que trasciende las apreciaciones materialistas y se adentra en valoraciones más sutiles y profundas del ser humano, despertando capas de especial sensibilidad y de valores intangibles.

 

Según la UE, junto con Valencia, solo quedan en el mundo seis espacios de huerta mediterránea. El presidente Camps y su gobierno se han comprometido públicamente a impedir su pérdida. Es una apuesta de enorme mérito y valentía política pero de enormes dificultades. Se trata de salvar lo salvable, frenar en seco su deterioro progresivo y asegurar dignamente su futuro. Se trata de planificar un espacio que ha de tener viabilidad económica, social y ambiental. Los costes económicos serán elevados y en ellos se deben incluir las imprescindibles compensaciones económicas a propietarios y corporaciones afectadas. La tarea es de las de David contra Goliat porque implica el oponerse a las insensibles fuerzas económicas del mal llamado progreso. Frente a ellos el Presidente Camps contará con el apoyo multitudinario social y civil, de una comunidad que valora la salvaguarda y el disfrute de un patrimonio común.

 

Existen muchas formas de generar beneficio económico, riqueza y progreso. El crecimiento económico debe ser compatible con los valores sociales, ambientales y culturalmente identificativos. No existe justificación y sería históricamente imperdonable que desapareciera un entorno natural que forma parte de las raíces históricas y de patrimonio cultural y que además fue el emblema de nuestras privilegiadas condiciones ambientales.

 

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