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¿Qué ganamos y qué perdemos con el cambio climático? PDF

Levante el mercantil valenciano ■ Martes, 29 de mayo de 2007 - Opinión

 

¿Qué ganamos y qué perdemos con el cambio climático?

 

José Luis Rubio

PREMIO REY JAIME I

http://www.uv.es/~jlrubio/

 

Todavía hay personas que no creen en el cambio climático. También existe un trasfondo de conflicto de intereses de poderosas corporaciones como las grandes industrias mundiales del carbón y el petróleo y otras industrias energéticas, que influyen en la opinión pública. Como consecuencia, existe un cierto escepticismo y cierta desconfianza ciudadana. Un cierto decir, yo no me lo creo, a modo de clásica retranca gallega.


Sin embargo, podemos plan­tearnos una disyuntiva. Por una parte podemos adoptar la postura de que no creemos en el cambio climático y, por consiguiente, simplemente no hacemos nada. Seguimos como estamos, con nuestros cómodos y confortables modos de vida y, sencilla­mente, miramos para otro lado. ¿Qué ocurriría?: seguiríamos despilfarrando recursos, malgastando energía, emitiendo to­neladas de compuestos químicos a la atmósfera y destruyendo sumideros y sistemas de regulación climática como bosques y suelos. Las muy probables consecuencias como reiteradamente indican los infor­mes del IPCC (Panel Intergu-bernamental que asesora al Con­venio de ONU sobre el Cambio Climático) y la mayoría de la co­munidad científica, entre la que me incluyo serían: progresiva disrupción del funcionamiento climático y alteración creciente de las pautas actuales de proce­sos biofísicos vitales. Por citar sólo algunas de las posibles im­plicaciones de estas tendencias, podríamos incluir el enfrentar­nos a nuevos episodios de mor­tandad por olas de calor como la ocurrida en el verano del 2003 (cuarenta mil muertes en la UE), el aumento de incendios fores­tales, el aumento de la incidencia de sequías y de la escasez de agua, el colapso progresivo de la fertilidad del suelo con sus in­mediatas repercusiones en la productividad agraria y en el mantenimiento del paisaje y, en general, y sobre todo en am­bientes mediterráneos, una ten­dencia gradual hacia un entorno mas árido, descarnado e in­hóspito.


La otra alternativa sería que reaccionamos ante los datos y observaciones científicas y ante los avisos que los sistemas naturales están emitiendo. En esta segunda opción, y adoptando decididamente las medidas adecuadas, tenderíamos hacia una atmósfera más limpia y más sana. Hacia un más inteligente uso de los recursos existentes y hacia una pro­gresiva contención del despilfarro energético. Tenderíamos hacia un uso del territorio más respetuoso y más coherente con las posibilidades y limitaciones que forma natural este nos ofrece. La tan aireada incompatibilidad con el desarrollo económico no es tal. Habría un impulso hacia nuevos desarrollos científicos y tecnoló­gicos, que darían lugar a nuevas industrias y actividades econó­micas respetuosas ambiental-mente y que aportarían calidad y beneficios al ciudadano.


En esta segunda opción, nos plantearíamos una revolución ambiental basada en una mejor y más profunda interacción con el entorno natural en la que, por fin, nos convertiríamos en unos adecuados gestores ambientales. En esta alternativa ganaríamos en beneficios de calidad vital, en desarrollos económicos realmente sostenibles y, lo que es más importante, ganaríamos en opciones de supervivencia.

 

 

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