Antonia


Capítulo lxxxix: de Anthonia, fija de Anthonio, de ésta lo que se alaba es la virtud de la perseverancia en su viudedad. Ca siempre después de la muerte de su marido vivió casta, aunque estoviesse embuelta en muchas riquezas y conversasse entre dueñas muy desordenadas.


Antonia la Menor dexó enxemplo perpetuo de claríssima viudedad para las que después della vinieron. Ésta, según algunos creen, fue fija de Marco Antonio, vno de los tres varones, y de Octavia. Y fue llamada Antonia Menor porque tenía otra ermana mayor del mismo nombre. E casóse con [D]ruso, ermano de Tiberio Nero y annado de Octaviano Augusto. Y de él parió a Germánico y a Claudio, y después a Augusto y Livilla. El qual, estoviendo occupado en la gente d'armas germánica, según algunos creen, fue por su ermano Tiberio empoçoñado.
Después de cuya muerte, como ella estoviesse en la flor de su edad y fermosura, pensando y arbitrando que a la mujer honesta es asaz haver casado vna vez, ninguno la pudo inclinar a casar otra, mas el restante de su vida passó en compañía y so el mando de Livia, su suegra, dentro del umbral de la cámara de su marido. Y esto con tanta discreción y castedad que sobró con su honrada viudedad los loores de todas las dueñas passadas.
Por cierto, entre los fabricios de luengos cabellos y los ciros y lucrecias y sulpicias, sanctíssima y noble cosa es ahún en las mujeres viejas y fijas de Catón haver passado esta vida sin tacha alguna de dissolución y cosa de mucha alabança. Lo qual, si assí es, ¿con qué pregones alabaré yo esta moça de insigne fermosura, fija de Marco Antonio, hombre muy suzio que guardo la castidad, no en los montes ni en el yermo, mas entre los deleytes y ocios imperiales, entre Julia, fija de Octaviano, y Julia, fija de Marco Agrippa, ardientes fuegos de luxuria y dissolución, y entre las suziedades y vituperios de Marco Antonio, su padre, y de Tiberio, que fue después príncipe. E assí, entre mil enxemplos de appetitos carnales, con gran constancia y esforçado coraçón, no un poquito de tiempo ni por sperança de casar, mas por sola virtud fasta su vejez y muerte.
Con juramento podríamos affirmar que no hay palabras que dignamente puedan encarecer la gloria y alabança de la virtud d'ésta. Por ende algo se deve dexar y algo sobra para la contemplación de los sanctos ingenios.
Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus, Alemán de Constancia, 1494, fo. 90 v