Capítulo lxxxvij: De Marianne, reyna hebrea. Fue por su fermosura
muy estimada, y como Herodes, su enamorado, l[a]
hoviesse en sospecha, matóla.
Mariannes, mujer hebrea, más bienaventurada por el linaje que por su
marido. Fue fija de Aristóbolo, rey de los
judíos, y de Alexandra, reyna, fija del rey
Hircano; y fue tan por estremo fermosa que en
aquel tiempo no solamente la tenían por la más fermosa de todas, mas aun
estimávanla ser una ymagen celestial verdaderamente más que humana criatura.
A la qual creencia y estima no falleció el testigo de Marco Antonio,
uno de los Tres Varones.
Tenía esta Mariannes un hermano de un mismo padre y madre llamado
Aristóbolo, que era con ella de una misma edad
y fermosura, al qual, como la madre Alexandra -fallecido Aristóbolo su padre-
deseasse mucho que el rey Herodes, marido de Mariannes, le diesse el
principado y presidencia del sacerdocio, y con mucha diligencia ge lo
procurasse, a consejo de Gellio, su amigo, dizen
que embió pintadas por un excellente pintor en una tabla las ymágines y
los gestos de ambos a Egipto a Antonio, hombre muy en extremo luxurioso,
por mover su apetito para ellos y por consiguiente para atraherle a su
voluntad. A las quales en viendo Antonio, primeramente estovo un rato
muy maravillado, y después dizen que dixo: "Estos quanto a la fermosura
fijos son de Dios, y junto con esto affirmo con juramiento nunca haver
visto algunos no solamente más hermosos, mas ni semejantes".
Empero tornemos a Mariannes, la qual -aunque fue de milagrosa fermosura-
más luzió por la grande constancia y fortaleza de ánimo que tuvo. La qual
venida a edad de casar, vino por su desdicha a ser mujer de Herod[e]s Antipas,
rey de los judíos, y por mal suyo amada mucho de él por su fermosura. El
qual, alabándose mucho que él solo en el mundo era posseedor de una divina
fermosura, cayó en tan grave cuydado que alguno en esto no se le podiesse
egualar que començó de temer que Mariannes no le sobreviviesse. Para lo
qual remediar, primeramente como hoviesse de yr a Egipto llamado por Antonio
para que razonasse la causa sobre la muerte de Aristóbolo, hermano de Mariannes,
al qual havía muerto, y finalmente -fallecido Antonio- hoviendo de yr a
César Octaviano para se excusar si podiesse que
él, siendo amigo de Antonio, le havía ayudado contra él, dexó en cargo a su
madre Exprimia y a otros amigos suyos que si
algo se tractava contra él que fuesse cosa de muerte, por Antonio o por César
o por otro caso él muriesse, luego en esse punto matassen a Mariannes.
¡O locura bien de reyr de rey tan astuto, ser ante vexado y
atormentado por el provecho ajeno, y aquél incierto, y haver invidia después
del fecho! Lo qual, aunque secretamente concertado, supo después por
successión de tiempo Mariannes, y como ya por la indigna muerte de
Aristóbolo toviesse terrible odio con Herodes, pensando que él no la
amava sino por su fermosura, ayuntó otras enemigas y sañas, enojándose
de su misma vida por dos vezes sin culpa condeñada por él, y aunque hoviesse
de él parido a Alexandre y
Aristóbolo, niños de estrema beldad, no
pudo en alguna manera templar su propósito. Y assí movida con aquel ímpetu,
cayó en opinión de no querer dormir con el marido que tanto la amava; y
como lo menospreciasse assí que toda la criança de la vieja y real prosapia
se levantasse en ella con un gesto esquivo y ultrajoso, trabajava en hollar
la potencia de aquél no temiendo públicamente dezir muchas vezes ser Herodes
estrangero y no judío ni hombre de casa o sangre real, antes que era varón
de baxa y vil condición y ydumeo, y no digno de tener mujer de casa real, y
que era cruel y superbo, no leal, y hombre scelerado y una cruda y fiera
bestia. Las quales cosas, aunque Herodes suffría con mucho trabajo, empero
defendiéndogelo el amor no osava poner las manos en ella.
En fin, peorándose las cosas -según dizen algunos- Cyprinna,
madre de Herodes, y Salomine, su hermana, que
tenían odio y enemiga con Mariannes, fizieron que un copero -al qual
subornaron- la mal mezclasse con Herodes y la acusasse, diziendo que
ella havía trabajado en rogarle y recabar con él que le diesse cierta
poçoña, que ella tenía aparejada. Mas -según otros dizen- porque havía
embiado la fermosa pintura de su rostro y gesto a Antonio, no en tiempo
que de suso havemos dicho ni a inductión de su madre mas por su propio
motivo, después de concebido odio contra Herodes por provocar al dicho
Antonio que la amasse, y esto por fastío de Herodes. Lo qual creyendo
Herodes -y la malivolencia de Mariannes contra él aun confirmándogelo-,
ayrado y encendido de un cuydadoso furor, quexándose con sus amigos con
luengo razonamiento, diziendo que aconsejado por ellos y por Alexandra,
madre de Mariannes, por alcançar su gracia fue trahído y induzido a que
la mandasse matar, como ya condenada a muerte porque entendía en matar
la majestad real. La qual levantó en sí y mostró ánimo tan generoso y noble
que desechada la muerte y menospreciada, guardada enteramente la fermosura
de su rostro y no affloxando en parte alguna, según que las mujeres
acostumbran, como ella callando oyesse la madre que la maltrahía y mirasse
a los otros que lloravan con rostro sereno, y sin echar alguna lágrima y
fuesse a la muerte como a un alegre triumpho, no solamente sin miedo mas
aun con rostro alegre, sin rogar por su salud y la recebiesse del borrero
como cosa deseada. Con el tal esfuerço no solamente entristesció la invidia
de rey tan crudo, mas aun acrescentó y conquistó más siglos para su renombre
y fama que meses hoviera podido atorgar Herodes, inclinado por sus lágrimas
y amollecido por sus ruegos.
Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus,
Alemán de Constancia, 1494, fo. 87 r y ss.