Megulia, Dotata o Dotada


Capítulo lij: De Megulia, mujer que llamaron por appellido y sobrenombre Dotada -por lo qual en aquellos tiempos en Roma se usava más la templança en el gastar y modestia-, la qual dio en dote a su marido mucho más de lo que las dueñas mayores havían acostumbrado; por lo qual la llamaron Dotada. Y qualquiere que después paresció exceder la medida del dote acostumbrado fue señalada del mismo apellido.


Megulia, la que los antiguos romanos llamaron por apellido Dotada, creo que fue romana y noble; en aquel tiempo y en aquella edad ruda y sancta, que assí lo diré, havida por illustre mujer y excellente, quando ahún los romanos -de los braços de la pobreza que los criava, bien aquélla desechada- no havían ydo a las cosas luzidas del Asia ni havían conquistado riquezas de grandes reyes. La qual este appellido y sobrenombre de Dotada hovo -según yo pienso- más por la prodigalidad de sus antepassados que por algún merescimiento suyo. Ca dado en dote a su marido medio cuento, paresció en aquel siglo cosa tan maravillosa que le pusieron nombre y apellido de Dotada. El qual perseveró y turó muchos tiempos, tanto que si algo se dava más en dote de lo que era el común costumbre de los ciudadanos a alguna donzella luego la llamavan la Dotada Megulia.

¡O buena simplicidad! ¡O pobreza de loar! Lo que a ti parecía -y con gran razón- fuera de medida y cosa maravillosa, parecería escarnio a la dissolución que hoy tenemos y desorden. Ca tanto havemos ya excedido los términos de las cosas que apenas creo se fallaría un carpintero o ganapán o aguadero que con tan poco dote quisiesse tomar mujer. Y no [es] maravilla, ca las mujeres baxas y soezas se han ya apropiado las doradas coronas de las reynas, y las manillas, exorcas y otros arreos reales. Y vsan de aquéllos no sólo desvergonçada mas ahun ultrajosamente.

¡Guay de mí! No sé si lo diga. Tanto tenemos ya los coraçones anchos que nosotros mismos nos engañamos, y -lo que más creo- por nuestros peccados ya fazemos honrra a los vicios; y con los desseos desordenados de la honrra y pompa cresce en infinito la cobdicia de los hombres.


Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus, Alemán de Constancia, 1494, fo. 59 v. y ss.