Paulina


Capítulo lxviiij: De Paulina, de sobrenombre Busa, dueña ytaliana de Canusio, cuya insigne liberalidad y grandeza de coraçón es mucho alabada. Ca passando los Romanos fugitivos de la pelea de Cañas por la ciudad de Canusio, ella los recibió a todos en su ciudad y casa, y les fizo la costa por algunos días, y les dio dinero para el camino fasta a Roma.


Busa, la qual -como si fuesse Busa nombre y apellido de parentesco- llaman algunos Paulina, fue mujer de la Pulla, y nascida en Canusio. La qual que fuesse generosa y esclarescida por otros muchos merecimientos, fázemelo creer aquella magnifica fazaña que dexaron en memoria los antiguos a los que después vinieron. Ca dizen que faziendo la guerra Haníbal, el Cartaginés, contra los romanos y destruyendo a toda Ytalia con armas y con fuego y con sangre, como en Cañas, barrio de la Pulla, en aquella grande pelea no solamente hoviesse sobrado los enemigos, mas ahun quasi hoviesse quebrantado todas las fuerças y potencias de Ytalia, acaheció que de aquella pelea y grande matança, de noche a montes traviessos y por lugares fuera de camino, entre muchos derramados que scaparon vinieron a Canusio cerca de diez mil. La qual ciudad tenía entonces aliança con Roma. Los quales, todos perdidos, cansados, pobres, sin armas, desnudos y feridos, sin espantarse del caso ni de la potencia del vencedor, con mucha benignidad recibió Busa en su casa. Y ella entre los otros les puso buen coraçón, y havidos físicos y alurgianos, fizo curar los feridos con amor de madre. Y dio de vestir a los desnudos, y ahun a todos con una maravillosa liberalidad; y a los desarmados dio armas y de comer a su costa. Y aconsolados, reparados y conortados los míseros por una común piadad y poniéndoles buena sperança, quando deliberaron de se bolver dióles a todos dinero para el camino; y no encogió ni retraxo su mano acerca de lo que havían menester los que venían de continuo.

Por cierto, cosa es de maravillar, y en la mujer mucho mas de alabar que si hoviesse a un hombre acahecido. Ca los antiguos acostumbraron de enxalçar a Alexandre, rey de Macedonia, y ocupador de todo el mundo, entre las otras cosas y virtudes por haver sido an magnífico y tan dadivoso, affirmando haver él acostumbrado no solamente dar joyas preciosas y muchos dineros y semejantes dádivas, más que los otros príncipes, mas ahun grandes officios, dignidades, reynos y imperios a sus amigos, y algunas vezes a los reyes vencidos. Lo qual, por cierto, es cosa de grande gloria y magnificencia, y mucho de enxalçar con toda manera de pregones. Empero a mi ver no es de egualar con la magnificencia de Busa. Ca Alexandre fue hombre y Busa mujer, las quales naturalmente son avaras y de poco ánimo y coraçón. Aquél fue rey y grande, ésta fue mujer privada. Aquél possehía lo que por fuerça havía occupado, ésta lo que havía heredado. Aquel dava quiçá lo que commodamente guardar y conservar no podía, ésta lo que mucho tiempo havía guardado, y queriéndolo guardar muy bien y sin empacho fazer lo podía. Aquel destribuyó a los amigos y que gelo tenían bienmerecido, ésta a los estraños y no conocidos. Aquél dava estando sus reynos en gran prosperidad, ésta estando sus cosas tremiendo y en mucho peligro. Aquél dava por ganar honrra de su liberalidad, ésta por ayudar a los menesterosos. En fin, por concluyr en breves palabras, si miramos bien el piensamiento, condición, el sexo y la qualidad de ambos, no dudo yo que a juhizio de justo y discreto juez más gloria alcançó Busa de su liberalidad que Alexandre de su magnificencia.

Sea, empero la gloria de qualquiere dellos, a mi ver Busa muy bien usó de su hazienda, ca la Natura, madre de todas las cosas, no produzió en público de las entrañas de la tierra el oro para que del vientre de la madre lo levássemos con nosotros a la sepultura, lo qual fazen los avaros quando sepultan en el arca y lo encierran y duermen sobre él con gran custodia, como si hoviesse de nascer otra vez, mas ante de todas cosas para que sirva al provecho común, y después a nuestra honra y al servicio de nuestros amigos. Y quando nos sobra que lo demos a los derribados por injuria de la Fortuna, y a los fatigados por yra del cielo, y a los que indignamente están en pobreza, y a los que por males ajenos están encarcelados, y a qualesquiere otros que están oppressos les demos con liberal ánimo ayuda y socorro, no por pompa y vanagloria, mas para que distribuyamos y repartamos nos da la natura los provechos de las riquezas, con esta templança -empero- que dando mucho a otros no nos procuremos pobreza, con la qual seamos forçados no solamente echar las manos en lo ajeno, mas ahun robar si podiéssemos con la vista sola.


Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus, Alemán de Constancia, 1494, fo. 72 v y ss.