La Universidad no ha quedado al margen del modelo socioeconómico que se está conformando bajo las condiciones de Maastricht: privatización, precarización, globalización, remercantilización del Estado del bienestar, etc., son procesos que vivimos cotidianamente también en el ámbito de la enseñanza superior.
Sin embargo, desde hace demasiados años venimos asistiendo a un panorama bastante desalentador para la izquierda en la Universidad. Los efectos del desencanto primero y, luego, las falsas expectativas transformadoras que abrió el PSOE durante más de una década han sido devastadores para la izquierda, al menos en lo referente a la necesidad de una orientación y una estructura organizativa para la intervención política en el ámbito universitario.
El resultado ha sido la práctica ausencia de una política
global transformadora de la Universidad, junto con la proliferación
del escepticismo, el aislamiento, el desaliento, la despolitización
y la dispersión de los sectores más activos de la
izquierda. Sólo se han dado reagrupamientos puntuales y
efímeros en situaciones de manifiesta conflictividad (reforma
LRU, tasas, precariedad en el empleo, elecciones a Claustros y
Rectorados, etc.).
A nadie se le escapa tampoco que la acción política,
debido a la casi total ausencia de organizaciones políticas
de la izquierda, ha sido absorbida por las organizaciones sindicales
desde una óptica esencialmente defensista.
La victoria electoral de la derecha abre un nuevo período
que se caracteriza por una defensa a ultranza del neoliberalismo,
vinculada a la dureza de los planes de convergencia diseñados
por los acuerdos de Maastricht. En el ámbito universitario
ya se están manifestando las consecuencias de la aplicación
de estos planes de austeridad presupuestaria que atentan contra
las bases mismas de la universidad pública y las conquistas
políticas y sociales que los diversos sectores universitarios
hemos conseguido arrancar en el pasado tras un largo período
de luchas y movilizaciones. Estos ataques se van a hacer más
visibles aún en el próximo período por medio
de recortes presupuestarios, privatizaciones y una limitación
de la participación democrática en la adopción
de decisiones.
Frente a esta nueva realidad los colectivos de izquierdas intentan
salir del estado de perplejidad, desorientación y desarticulación
en el que hemos estado inmersos en los últimos años.
Las líneas que siguen sólo tienen la modesta, pero
importante, pretensión de repensar esta no demasiado agradable
realidad universitaria para reorientar nuestra acción y
abrir un debate desde una abierta voluntad de cambio desde la
izquierda.
La L.R.U. mostró bien pronto sus limitaciones como instrumento de transformación de la vida universitaria. La implantación de la Ley en el contexto existente (mantenimiento de los "poderes fácticos", crecimiento de la población estudiantil, refuerzo insuficiente de la plantilla de personal y de los fondos presupuestarios) ha llevado a la Universidad a una crisis, resultante de las tendencias contradictorias al desarrollo y modernización da la Universidad pública, por un lado, y a la regeneración del poder tradicional y el desmantelamiento del servicio público, por el otro. Los efectos perversos fueron evidentes para cualquier mirada medianamente sensible, de hecho ya fueron reflejados en gran mediada en un documento que adquirió cierta relevancia en ese momento: "El manifiesto de los cien".
Pese a su apariencia democrática el gobierno de la Universidad
sigue estando fuertemente mediatizado por los intereses corporativos
de los sectores más tradicionales del profesorado; poco
se ha avanzado en la eliminación de las redes de poder
clientelar que han dominado la distribución de recursos
en el ámbito universitario. Los órganos de gobierno
colegiados son vaciados de contenido dado que las decisiones más
importantes se discuten a sus espaldas para presentarse como ya
cerradas y/o consensuadas. La autonomía suele ser interpretada
en este contexto como patente de corso para salvaguardar
reinos de taifas, evitando cualquier rendición de
cuentas a la sociedad que nos sustenta (el ejemplo más
flagrante son las tristemente célebres comisiones de oposición).
La funcionarización del profesorado ha reforzado la jerarquía
y llevado a una nueva dualización entre el personal docente,
reproduciendo de manera paulatina la antigua situación
de precarización que ya caracterizó durante muchos
años al profesorado no numerario. Las políticas
de financiación y de retribución del personal no
han contribuido precisamente al prestigio de la institución.
Los complementos salariales al profesorado enmascarados como incentivos
a la calidad docente y a la productividad investigadora, no solo
son insuficientes para compensar el retraso salarial, sino que
además la forma de su implantación (automatismo
acrítico para la docencia, falta de transparencia para
la investigación) desvirtúa cualquier intención
de mejora real en estos ámbitos para reproducir la tétrica
tradición de "la bufanda".
La calidad de la enseñanza, la investigación y los servicios universitarios no está suficientemente garantizada. La oferta de enseñanzas se adecua poco o nada a las demandas y necesidades sociales; la escasez de recursos, cada vez más patente, impone a su vez restricciones de acceso y masificación en los estudios reglados. En este contexto los nuevos planes de estudio antes que renovar los contenidos de la enseñanza, han generando un fenomenal caos organizativo por la escasa adaptación de los programas, la deficiente coordinación de la docencia y la sobrecarga lectiva real que se ejerce sobre los alumnos. Las expectativas despertadas por la reforma de planes van siendo defraudadas, ante la dificultad para flexibilizar el modelo de currículum, mejorar los contenidos prácticos y las relaciones entre estudios y mercado de trabajo.
La inadecuación de las enseñanzas a las demandas
sociales favorece la oferta mercantil de enseñanzas de
postgrado no regladas -encubiertamente privatizadas-, que, a su
vez, constituyen una fuente adicional de ingresos, en detrimento
en muchos casos de la dedicación a las enseñanzas
curriculares oficiales. La inflación de este tipo de oferta
-generalmente encarnada en la forma de "master"-, ha
adquirido proporciones injustificadas sin garantizar en muchas
ocasiones la mínima calidad exigible, lesionando además
la igualdad de oportunidades consustancial a la enseñanza
pública.
La investigación y los servicios sufren, también,
procesos de privatización más o menos encubierta.
La misma escasez de recursos institucionales se refleja en la
insuficiente dotación de las unidades de investigación.
Esto ha abierto procesos de dura competencia pseudomercantil para
la obtención de fondos, dificultando el aprovechamiento
racional de los recursos y fomentando la aparición de centros
semiprivados -fundaciones, institutos, y todo tipo de centros
conocidos en el medio universitario como "chiringuitos"-
instalados dentro del esquema organizativo de la universidad pública.
En este mismo sentido los servicios administrativos se hallan
desbordados, ante un aumento considerable de su carga de trabajo
y la congelación de sus plantillas. Por otra parte los
servicios complementarios y culturales se debaten entre el abandono,
la privatización, la subcontratación o su dependencia
de personal máximamente precarizado mediante todo tipo
de becas o pseudobecas.
Este panorama desolador ha generado un enorme desencanto y ha
hecho prevalecer en última instancia las estrategias individualistas
-el sálvese quien pueda- en todos los colectivos de la
comunidad universitaria. Este ambiente es, al fin y al cabo, el
correlato lógico en nuestro entorno de la desorientación
y fragmentación en que se han sumido los movimientos sociales
y las acciones reivindicativas de la post-transición.
Una recomposición política de la izquierda es precisamente
la responsabilidad de aquellos sectores que mantienen una posición
contraria a los proyectos neoliberales y su principal exponente,
Maastricht. Aqui es donde la izquierda transformadora puede y
debe desempeñar un papel fundamental para diseñar
una política alternativa en la universidad. Queda abierta
por tanto la ocasión para reflexionar y diseñar
los perfiles de esa nueva política en el marco de unas
Jornadas de debate. Los grandes ejes de ese encuentro serían:
marco de financiación de la universidad pública;
ampliación y fortalecimiento de la participación
democrática para anteponer los intereses globales frente
al corporativismo y los reinos de taifas; mejora de la
calidad de la enseñanza y de los servicios; planificación
estratégica de la investigación en el marco de un
sistema plural y transparente; ajustar la plantilla de PDI y PAS
para adecuarla a la realidad social y los niveles europeos; garantizar
la autonomía universitaria y asegurar el funcionamiento
democrático de los Departamentos tras su reestructuración;
configuración de planes de estudios que contribuyan a la
formación, desarrollo personal e inserción profesional
del estudiantado.
Madrid, 15 de octubre de 1996