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Nos ha dejado Marcelino Camacho. La tristeza por su desaparición viene acompañada, ineludiblemente, del orgullo por haberlo conocido, por haber compartido su lucha y militancia, por tenerlo como referente. Su trayectoria humana, coherencia y honestidad, acompañará siempre su recuerdo.
Nos han querido “vender” la transición postfranquista como un complot palaciego. Pero el movimiento obrero no esperó a que muriera Franco para luchar por la democracia. Y tuvo en Marcelino Camacho a su representante más genuino.
Ahora que vuelve mediáticamente la moda de denigrar a los sindicatos, vale la pena recordar los tiempos en que la “placidez” de los amos descansaba sobre la prohibición de los sindicatos obreros. Incluso en esos tiempos, tal “placidez” resultaba alterada por la rebeldía obrera, por los trabajadores y trabajadoras que se reunían en Asambleas y elegían Comisiones Obreras para presentar sus reivindicaciones a los patronos. Comisiones Obreras que se coordinaban poniendo en pie un potente movimiento obrero que debía hacer frente tanto a las represalias patronales como a la represión policial, pero que a pesar de todo se iba extendiendo y extendiendo, aprovechando los resquicios legales para ir ocupando posiciones en el andamiaje de los llamados “Sindicatos Verticales” desde donde impulsar la lucha obrera. Lucha obrera que al tener que enfrentarse a la represión del régimen adquiría directamente un carácter político, entrelazando la pugna por mejoras en las condiciones laborales con la batalla por las libertades democráticas.
Al frente de esa lucha estaba Marcelino Camacho, cuyo encarcelamiento junto a la Coordinadora general de las Comisiones Obreras y su posterior juicio en el proceso 1001 le convertirían también en un referente de la lucha por la Amnistía para los presos políticos de la dictadura franquista.
De hecho, la puesta en libertad de Marcelino Camacho, en la primera hornada de liberación de presos políticos tras la muerte de Franco, fue la verdadera marca inicial del proceso de transición a la democracia, jalonado por innumerables huelgas articuladas por las Comisiones Obreras, que junto a las manifestaciones obreras, estudiantiles y ciudadanas bajo los lemas de “Libertad, Amnistía, Estatuto de Autonomía” y, a menudo, “Sindicato Obrero”, fueron minando el andamiaje político del franquismo.
Con la transformación de Comisiones Obreras en Confederación Sindical, el liderazgo moral de Marcelino Camacho se plasmaría en su elección como primer Secretario General de la misma. Y su presencia junto a Dolores Ibárruri como diputado del PCE en las Cortes constituyentes se convirtió en un símbolo de superación del franquismo.
Marcelino es y será referente imprescindible de un sindicalismo de clase que combatió críticamente la resignación y la sumisión en el seno del movimiento obrero, defendiendo la necesaria articulación de negociación y movilización. Marcelino ha querido alargar el hilo de la vida hasta ver el triunfo de la última Huelga General. Y ahora que Marcelino nos deja, es necesario recordarlo, tras un 29S en el que las porras de los antidisturbios se unieron de nuevo a la coacción patronal en un fútil intento de hacer fracasar la huelga. Porque en esa HG la clase obrera ha vuelto a levantarse en defensa de sus derechos, y el mejor legado que Marcelino nos deja es la dignidad de la clase obrera.