Análisis
Intento de abortar una iniciativa política de hondo calado
Los ayer detenidos no estaban haciendo otra cosa que buscar una
estrategia eficaz para -en condiciones democráticas- ganar la voluntad
de la mayoría para alcanzar en un futuro la independencia
Iñaki IRIONDO
Esta operación diseñada por el Ministerio de Interior y servida al público por Baltasar Garzón
no puede entenderse sin atender al momento político actual y al debate
desarrollado en el seno de una izquierda abertzale en la que, a pesar
de las intoxicaciones de algunos medios, venía gestándose una
iniciativa política de hondo calado. Parece que en Madrid alguien prefiere las bombas a los votos.
El Gobierno español –con José Luis Rodríguez Zapatero rindiendo visita de pleitesía a Barack Obama
en la Casa Blanca– ha decidido intentar cortar por lo sano lo que podía
ser una amenaza para el orden constitucional y un nuevo dolor de cabeza
para el Estado. Baltasar Garzón no es aquí más que el ególatra
dispuesto a estampar su firma en la orden ministerial de turno salida
del número 5 del Paseo de la Castellana, la misma avenida por donde la
víspera desfiló el Ejército garante de la Unidad de España.
La operación policial de ayer, con la detención de nombres tan significativos de la izquierda abertzale como Arnaldo Otegi, Rafa Díez y Rufi Etxeberria,
no puede entenderse en ningún caso sin atender al actual momento
político, al debate que se ha venido desarrollando en la izquierda
abertzale y a la ilusión con las que las bases organizadas del
independentismo habían acogido los esbozos de una iniciativa de hondo
calado estratégico que su dirección política había trasladado hasta la
militancia.
Las agencias de noticias asumían ayer como buena la información de que
los detenidos venían manteniendo encuentros para tratar de poner en
marcha una iniciativa política con el fin de volver a las instituciones
con un distanciamiento explícito de la violencia. Y lo que cabe
preguntarse es qué puede haber de malo o de delictivo en ello. ¿No era
precisamente eso lo que venían pidiendo los llamados «partidos
democráticos» desde la firma del Pacto de Ajuria Enea en enero de 1988?
Probablemente, no. Lo que se le pedía entonces y lo que se le pide
ahora a la izquierda abertzale es su rendición política, que desista de
buscar un camino efectivo hacia la independencia.
Porque, con toda probabilidad, en eso andaban -y con éxito- Otegi, Díez, Etxeberria, Sonia Jacinto, Arkaitz Rodríguez, Amaia Esnal, Miren Zabaleta,
Mañel Serra y Txelui Moreno.
Sólo desde el temor a un movimiento estratégico que desbroce lo que
puede ser un camino a la independencia -ganando primero en condiciones
democráticas la voluntad mayoritaria de la sociedad vasca- puede
entenderse la virulencia de este golpe del Estado. Y sólo desde el
miedo a perder el debate democrático -como ya le ocurrió, por cierto,
al Gobierno español ante los observadores internacionales en las
últimas conversaciones del proceso 2005-2007- pueden tener sentido
recientes intoxicaciones firmadas por pesebreros de la Moncloa. Si
alguien cree -como decía «El País»- que la táctica de Alfredo Pérez Rubalcaba
de «votos o bombas» está teniendo éxito, lo que en el fondo debiera
preguntarse es qué es lo que realmente quiere el ministro del Interior,
si lo votos o las bombas. Algo sobre lo que también debiera reflexionar
el firmante del auto cualquier día de éstos que quiera volver a ver
amanecer, entre batalla y batalla de su cruzada en defensa del Estado y
en contra de Euskal Herria.
Arnaldo Otegi había anunciado una iniciativa política y en ello estaba
trabajando denodadamente junto a otros detenidos y las bases del
independentismo. Y todo hace pensar que ese movimiento estaba a punto
de dar sus frutos después de unas fases de análisis interno que, a
nadie se le oculta, no han sido fáciles, porque el debate se ha
afrontado en toda su profundidad y sin tabúes, en la búsqueda de una
estrategia verdaderamente eficaz para agrupar a las bases del
independentismo. Ese intento de aunar esfuerzos, de poner las bases
para un trabajo conjunto con otros partidos y colectivos, de buscar
fórmulas para estructurarse, sin renunciar cada cual a su identidad
pero defendiendo unidos el objetivo final de la independencia, ha
hecho, por lo que se ve, temblar al Estado.
Y el Estado ha reaccionado como sólo sabe hacerlo aquél que tiene
encomendado en su artículo 8 la defensa de su integridad al uso no de
la razón, sino de la fuerza bruta. Y, de nuevo, Rubalcaba y Garzón,
Zapatero y Rajoy, han vuelto a enseñar a la izquierda abertzale y al
conjunto del independentismo vasco cuál es el camino que más les duele:
que el movimiento que surgió hace ya cincuenta años, sin renunciar a ni
uno solo de sus objetivos y principios, adopte las fórmulas que se
adapten a una estrategia eficaz.