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CLANDESTINOS
Rafael Pla López

El carácter público es esencial a Internet como medio de comunicación. En las páginas web exponemos informaciones e ideas al alcance de cualquiera que pueda acceder a la red. No faltan, sin embargo, llamadas a la defensa de la privacidad frente a la vigilancia del poder. Y si esta defensa se está haciendo imperiosamente urgente no es por ninguna paranoia o miedo a la represión política: desgraciadamente, la intrusión en nuestra privacidad no es una posibilidad hipotética, sino una realidad presente; pero no tanto, o no sólo, por parte de poderes políticos, sino por parte de poderes económico-comerciales.

Ciertamente, el sistema "Echelon" de espionaje anglonorteamericano en Internet es también una realidad que ha encendido alarmas hasta en el Parlamento Europeo. Pero su efectividad es muy dudosa, dada la dificultad de procesar la gran cantidad de información que circula a través del correo electrónico. Las "codas para saturar Echelon", poniendo al final de mensajes inocuos una serie de palabras "sospechosas" para provocar al sistema de espionaje, contribuyen probablemente a hacer escasamente útil dicho sistema.

Por el contrario, la práctica de empresas comerciales de inundar nuestros buzones electrónicos con multitud de mensajes publicitarios no deseados, lo que llamamos "Spam", sí tiene el efecto práctico de saturar nuestras comunicaciones. Más allá de su dudosa eficacia comercial (¿de qué les sirve enviarnos repetidos mensajes ofreciéndonos Viagra, productos para el alargamiento del pene o negocios tan fantásticos como increibles? ¿cuantos internautas serán tan ingenuos como para morder dichos anzuelos?), lo que sí consigue es generar abundante "ruido" que nos hace perder un tiempo precioso, dificultando el uso de Internet para nuestros propios fines, sean éstos académicos, personales o alternativos. Su resultado es forzar una presencia de lo "comercial" en Internet mucho mayor de la que corresponde a la voluntad de sus usuarios. Y cabe preguntarse si éste no es su propósito real: corromper un medio de comunicación que escapaba irritantemente a su control. Es decir, asumiendo que, como decía el mes pasado, "les tenemos rodeados", intentar rodearnos también a nosotros.

Frente a dicha intrusión, la clandestinidad vuelve a ser una necesidad. Y no ya para ocultar actuaciones "subversivas", sino para protegernos de la inundación de mensajes publicitarios no deseados. Contra los cuáles, por cierto, de poco sirve la kafkiana "Ley de Servicios de la Sociedad de la Información (LSSI)", que teóricamente prohibe el Spam: dada la "porosidad" de las fronteras en el ciberespacios, al poder político le resulta tan difícil controlarnos a nosotros como controlarlos a ellos.

La recomendación, por tanto sería esa: actúa clandestinamente, en la medida de lo posible, para proteger tu privacidad frente a los productores de Spam. No les contestes nunca, ni siquiera para oponerte a nuevos envíos: con ello les estarías confirmando que tu dirección de correo es operativa. No hagas pública tu dirección personal de correo electrónico, y si necesitas usar un buzón público de correo, utiliza uno temporal del que luego puedas prescindir. Y, sobre todo, respeta la privacidad de los demás: cuando envíes un mensaje a múltiples destinatarios que no se conocen entre sí, pon sus direcciones como "copia oculta" (CCC o BCC). En caso contrario, puedes contribuir a que a través de sucesivos reenvíos se difundan dichas direcciones convirtiéndolas en potenciales objetivos de Spam.

En definitiva, se trata de volver a utilizar las viejas reglas de la clandestinidad, hasta que consigamos ese otro mundo posible en que desaparezca no sólo la represión política, sino especialmente la adulteración económica.