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ESTAFAS Y FALSIFICACIONES

Rafael Pla López

Leo en un "Time" del mes de agosto que la venta de "falsificaciones" de productos de "marcas" lujosas se ha convertido en un negocio multimillonario. Y que los "propietarios" de dichas "marcas" están lanzando campañas no sólo contra los "falsificadores" sino contra sus compradores.

Curioso. Uno pensaría que los compradores serían las víctimas, a quienes habrían dado gato por liebre. Se supone que las "marcas" serían una garantía de calidad, y que los "falsificadores" estafan a sus clientes dándoles productos de peor calidad a lo que prometería la "marca". Se supone, claro, si no hubiéramos leído "No logo", de Naomi Klein, que desenmascara el verdadero uso de las "marcas" por las multinacionales.

Para comenzar, los productos de "marca" son frecuentemente fabricados en países de la periferia, por trabajadores y trabajadoras mal pagados y escasamente cualificados, y en muchos casos incluso por trabajo infantil. En estas condiciones, la "calidad" de tales productos es ficticia, y lo que realmente se compra con la "marca" es una imagen de "prestigio", pero de prestigio no tanto del producto como de sus portadores, como una señal de "distinción", de lujo "exclusivo". De modo que en muchos casos los productos de imitación pueden tener una calidad similar a los "genuinos", y sus compradores son conscientes de que se trata de "falsificaciones". En estas condiciones, lo único perjudicado es la imagen de "distinción" de una "marca" difícil de distinguir de sus imitaciones, y los falsificadores no estafan a quienes saben lo que compran. Más bien las estafadoras serían las multinacionales que bajo sus "marcas" ocultan una sobreexplotación laboral que no es precisamente una garantía de calidad: es "ropa sucia", como denuncia la campaña lanzada por sindicatos y ONGs en el marco de las Olimpíadas.

Podríamos ponernos incluso en un caso: supongamos que las trabajadoras de una "maquila", hartas de sobreexplotación, se desvinculan de una multinacional y siguen fabricando los mismos productos con las mismas técnicas: ¿a santo de qué cabría hablar de "falsificación", tratándose de productos idénticos, y además producidos por las mismas personas? Pues bien, en el caso de productos digitales (programas informáticos, CDs musicales, DVDs...) puede afirmarse que las copias, digamos, "silvestres", son idénticas a los originales. Tampoco en este caso puede hablarse propiamente de "falsificaciones". Y en la era de Internet, que facilita la rápida difusión internacional de la información y los productos digitales, la propiedad intelectual capitalista es algo obsoleto condenado a acompañar al torno de hilar y el hacha de bronce en el museo de antigüedades de que hablara Engels, por mucho que les irrite a quienes, a pesar de sus declaraciones, se niegan a aceptar las implicaciones de las leyes económicas...