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LA ECONOMÍA DEL CONOCIMIENTO, PÚBLICA

Rafael Pla López

La apuesta de Solbes por la "economía del conocimiento" y su lamento de la ausencia de un "sustrato científico sólido orientado a la empresa" requieren una serie de puntualizaciones. Ciertamente, en el siglo XXI el desarrollo deberá descansar fundamentalmente sobre las innovaciones y el progreso del conocimiento, una vez agotado el modelo desarrollista y esquilmador del siglo XX. Pero una "economía del conocimiento" y de la información tiene unas reglas propias que no son las del capitalismo de los siglos XIX y XX.

En primer lugar, en la era de la globalización y de Internet la pretensión de privatizar el conocimiento es no sólo criminal sino utópica. El capitalismo consiguió poner barreras al campo, pero no es capaz de ponerlas al ciberespacio: la libre difusión de la información es el santo y seña de los internautas en todo el mundo, y no tiene más limitaciones que la exclusión de amplios sectores de la población mundial del acceso a las tecnologías de la información. Pero igual que nadie discute la necesidad de combatir dicha exclusión, se abrirá camino la realidad de que la circulación de información desborda el mercado. En definitiva, la defensa de la Escuela Pública que ha llenado recientemente las calles hay que entenderla como parte de una exigencia global del carácter público de la economía del conocimiento.

En segundo lugar, el trabajo de investigación propio de la "economía del conocimiento" tiene unas características diferentes a las del trabajo en la producción directa. Un viejo chiste decía "como me pagan por investigar, investigo; si me pagaran por encontrar, encontraría". Pero es insostenible la pretensión de valorar la investigación por sus frutos inmediatos. Han sido premonitorias las respuestas de Lavoisier a los parlamentarios que le preguntaban para qué servía la electricidad: "¿Para qué sirve un recién nacido?", "No tengo ni idea, pero estoy convencido de que sus sucesores cobrarán impuestos por ello". La cuestión es, además, que en la investigación científica y tecnológica muchos intentos infructuosos sientan las bases de ulteriores éxitos. Podemos poner el símil de unos exploradores que ignoran entre diferentes caminos cuál es el bueno, por lo que se dividen para explorarlos todos: las reglas de la competencia capitalista lo convertirían en una lotería en la que el ganador se lo lleva todo, pero ello es no sólo injusto sino irracional, dado que quienes han seguido caminos infructuosos han contribuido, al descartarlos, al hallazgo del buen camino. Así pues, la valoración del trabajo de investigación debe centrarse en el esfuerzo y el rigor del mismo, más que en sus frutos, y no le resulta aplicable ni la ley del valor de Ricardo-Marx ni las reglas del mercado.

Por todo ello, la sociedad deberá proporcionar los medios de vida a quienes, en número creciente, se dediquen a investigar, pero no darles el derecho a vender el resultado de sus investigaciones, que debe considerarse patrimonio público. Éstas son las reglas, esencialmente comunistas, de la "economía del conocimiento".