RedRoj@

VÍDEOS Y LIBROS PARA TOD@S

Rafael Pla López

Editoriales de libros han protestado por el proyecto de Google Books de poner libros clásicos a libre acceso en Internet. Ni que decir tiene que dicha protesta resulta tanto o más patética que los intentos de la SGAE contra el libre intercambio de música: en general, la libre circulación de información en Internet es imparable.

Ello condiciona también el desarrollo de la banda ancha, a través de cable o fibra óptica, para alcanzar velocidades de transmisión de 100 Mb por segundo o más. Dichas velocidades sólo son necesarias para la transmisión de vídeo de alta calidad: para la transmisión de texto e incluso de sonido e imágenes fijas basta y sobra con velocidades inferiores como las que permite el sistema ADSL sobre el cableado de cobre preexistente, cada vez más extendido en los países desarrollados; de hecho, el cerebro humano es incapaz de procesar texto a velocidades superiores.

Ahora bien, en nuestro mundo capitalista la instalación de las infraestructuras necesarias para dicho desarrollo de la banda ancha descansa principalmente en la actualidad en empresas privadas. Pero éstas sólo pueden rentabilizar su inversión a través de la distribución de pago de "contenidos" televisivos, principalmente películas. Para las cuáles, precisamente, la banda ancha facilita su libre distribución por Internet, a través de programas como Kazaa o E-mule, que al funcionar de forma descentralizada son inmunes a las demandas judiciales que sufrió el pionero Napster.

Naturalmente, dicha contradicción sólo puede resolverse a través de la asunción por el sector público del desarrollo de infraestructuras tanto para la televisión digital como para Internet: en nuestro mundo los Estados, que deben renunciar a la utópica pretensión de controlar los contenidos de la información, sí deben responsabilizarse del desarrollo de los canales para su circulación, que son de interés público y no deben estar supeditados a intereses y negocios privados, ni restringidos a los sectores acomodados de la población que puedan pagar por ellos.

Sólo así podrá hacerse realidad la difusión de vídeos y textos para todo el mundo, derribando los muros que aún separan la cultura visual y escrita del conjunto de la humanidad.