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DEMOCRACIA Y DICTADURA EN LA SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN

Rafael Pla López

 
Un rasgo esencial que permite distinguir las democracias de las dictaduras en el mundo actual es la forma como fluye la información. En particular, es característico de las dictaduras la vigilancia de la ciudadanía por el gobierno en tanto que éste esconde sus actuaciones tras un muro de opacidad, frecuentemente en nombre de la "seguridad nacional". Por el contrario, una democracia real requiere de la completa transparencia sobre las actuaciones de los poderes públicos, de modo que la información fluya libremente también de arriba hacia abajo.

Éste es el problema de fondo que subyace ante conflictos como el derivado de las denuncias públicas de Julian Assange, Chelsea Manning y Edward Snowden, ante las cuales el gobierno de los EE.UU., con la complicidad de muchos otros gobiernos "occidentales", ha reaccionado con una feroz campaña de persecución. El caso de Snowden resulta especialmente significativo por el hecho de que el objeto de su denuncia es precisamente la vigilancia a la que, a través de la NSA, el gobierno de los EE.UU. somete a la ciudadanía tanto de su propio país como del resto del mundo, lo que extrema la contradicción entre el derecho que se arroga de obtener información sobre todo el mundo y la pretensión de ocultar sus propias actuaciones, y en particular el hecho mismo de su propia vigilancia. En estas condiciones, puede afirmarse sin ambagues de los EE.UU. (y no sólo de ellos) lo que desde el 15M se grita en calles y plazas: "Le llaman democracia y no lo es, es una dictadura y lo sabéis".

Naturalmente, la democracia requiere que además de disponer de la información la ciudadanía pueda tomar decisiones al respecto (por ello, la oposición a la realización de consultas a la ciudadanía es también una negación de la democracia: en el caso de Catalunya, claro, lo que temen no es conocer lo que quiere su ciudadanía, sino que todo el mundo lo conozca). Pero sin disponer de la información pertinente, la democracia es ficticia, y el ejercicio del voto es equivalente a jugar en una tómbola. ¿Qué significación democrática tienen, por ejemplo, los votos recibidos por el PP en las últimas elecciones generales, cuando éste había ocultado cuidadosamente el programa real que después ha aplicado?

Afortunadamente, y como los mismos casos de Assange y Snowden demuestran, en la era de Internet es muy difícil mantener ocultas las actuaciones gubernamentales. También lo es, claro, la privacidad de la ciudadanía: todo el mundo debe saber que cuando se toma una foto digital, y más aún si se sube a Internet aunque sea en un ámbito supuestamente privado, se arriega a su público conocimiento, del mismo modo que cuando se camina con un teléfono móvil encima uno se arriesga a que se conozca por dónde va. El principal obstáculo para que esa información del conjunto de la ciudadanía sea controlada por el gobierno es la dificultad de gestionar la inmensa cantidad de datos que supone, pero los avances en el tratamiento de los macrodatos pretenden precisamente superar dicho obstáculo sobre la base de tener ordenadores suficientemente potentes. Aunque aquí la asimetría entre la minoría privilegiada y la mayoría dominada juega a nuestro favor: es mucho más fácil que una mayoría vigile a una minoría. Pongámonos a ello, siguiendo el camino de Assange, Manning y Snowden.