EDUCACIÓN: APOSTAR POR EL FUTURO

Rafael Pla López, miembro del grupo de trabajo de Educación de la Secretaría Programática del PCE

La inversión más rentable es en el ser humano” (Radovan Richta, “La civilización en la encrucijada”)

La Educación Pública está padeciendo directamente recortes presupuestarios en buena parte de las Comunidades Autónomas. Y aunque la responsabilidad directa de ellos recae sobre el PP que gobierna en dichas Comunidades, el gobierno del PSOE no está exento de responsabilidad por su política general de recortes en la función pública, que incluye reducir a un mínimo la sustitución de las bajas, con la consiguiente disminución de la plantilla efectiva de profesorado. Ello viene acompañado por distintos intentos de privatización y mercantilización de la Educación, desde la Infantil hasta la Universidad.

Dicha política es coherente con una determinada concepción de la educación, orientada por un lado a fomentar la subordinación ideológica de la mayoría social, y por otro a la formación elitista de una minoría dirigente.

En dicha subordinación juega un papel importante el carácter confesional de buena parte de la educación privada, controlada por la Iglesia Católica, que sigue exigiendo el monopolio ideológico, impulsa proyectos de educación anti-sexual y se apoya en el mantenimiento de la asignatura de religión católica incluso en la escuela pública. Por su parte, la dimensión elitista de la educación se plasma en la promoción de centros llamados de “excelencia” a los que se dotaría de amplios recursos, condenando en la práctica a los demás a la indigencia. Dicha política, desarrollada por el Gobierno del PSOE a través de los llamados “Campus de Excelencia Internacional” en las Universidades, se ha intentado ampliar a la Educación Secundaria por el Gobierno de Esperanza Aguirre. Por su parte, el intento de adaptar las Universidades a las exigencias del desarrollo económico en el marco del Espacio Europeo de Educación Superior se ha transmutado en el proyecto de su mercantilización y supeditación a empresas privadas.

Todo ello ignora las verdaderas exigencias de un desarrollo económico sostenible para el sistema educativo. No siendo sostenibles ni el crecimiento indefinido del consumo de energía y otros recursos naturales, ni la inflación de la burbuja de la especulación financiera, ni los fútiles intentos de mercantilizar la información en la era de Internet, la única vía viable es el desarrollo de las capacidades humanas. Ciertamente, ello supone asumir que el desarrollo descansa sobre el trabajo y no sobre el capital, y hace patente la obsolescencia del mismo sistema capitalista. En este marco, ya no basta con formar a una élite y adiestrar en la sumisión al resto. Si el falso humanismo del sistema educativo de la burguesía identificaba al ser humano con el burgués, el verdadero humanismo descansa sobre el reconocimiento del trabajo humano como fundamento de un desarrollo sostenible, y requiere de un sistema educativo de la clase trabajadora desde el nacimiento a la Universidad y prolongándose a lo largo de toda la vida.

Y en un contexto de rápido desarrollo tecnológico, en el que puede presumirse que buena parte de las tecnologías de la próxima década no existen aún, carece de sentido centrar la educación en la adquisición de destrezas técnicas demandadas actualmente por las empresas pero que se convertirán rápidamente en obsoletas tras la finalización de los estudios. Así, en vez de organizar los estudios al dictado de las empresas, se trata de formar estudiantes capaces de generar las nuevas tecnologías para las empresas del futuro. Por ello, la formación más rentable a medio y largo plazo consiste en fomentar la capacidad de aprendizaje a lo largo de toda la vida. Naturalmente, dicha capacidad no se adquiere en el vacío, sino a través de la adquisición de conocimientos, pero requiere del fomento de la creatividad y de un espíritu crítico que rechaze los dogmatismos, lo cuál sólo es posible con métodos pedagógicos activos y participativos incompatibles con la masificación de la enseñanza y que requieren de grupos reducidos y un profesorado formado en dichos métodos, dotando al sistema educativo de los medios necesarios. Y ello no para una élite, sino para el conjunto de la clase trabajadora, desde la Educación Infantil a la Universidad y más allá.

Esa Educación con una perspectiva de futuro a medio y largo plazo no puede estar supeditada a alicortos intereses privados, y debe ser necesariamente una Educación Pública. Y si educar para la sumisión era congruente con métodos autoritarios, educar para el fomento de una creatividad crítica requiere de un aprendizaje democrático, desarrollando prácticas de gestión democrática con una participación creciente del estudiantado a lo largo del sistema educativo: la formación de personas trabajadoras creativas es también necesariamente la formación de una ciudadanía crítica practicante de una democracia real y participativa.