RIQUEZA SOCIAL Y P.I.B.
Rafael Pla López

Trabajo: Esfuerzo humano aplicado a la producción de riqueza
Riqueza: Abundancia de cualidades o atributos que se consideren valiosos
Valioso: Muy apreciado o de gran estima

Recientemente un conferenciante, intentando refutar mi afirmación de que el Producto Interior Bruto (PIB) no podía crecer indefinidamente un 3% cada año, porque con ello nos cargaríamos el planeta intensificando entre otras cosas el cambio climático, argumentó que la riqueza social podía crecer de forma sostenible. Pero dicha confusión entre “riqueza social” y PIB evidenciaba una falta de comprensión del fondo del problema: yo había cuestionado el crecimiento del PIB, no de la riqueza social.

Y precisamente para plantear un modelo de desarrollo alternativo es necesario diferenciar entre ambos: no por nada se han propuesto índices alternativos al PIB, incluso por la ONU, como el “Índice de Desarrollo Humano”.

Algunos ejemplos pueden ayudar a clarificar la cuestión. Así, si alguien tiene relaciones sexuales libres y mutuamente placenteras con un compañero o compañera, o con un amigo o amiga, estará contribuyendo al bienestar social, y por ende incrementando la riqueza social. Pero no estará aportando nada al PIB, en tanto que su actividad se realize al margen del mercado. En cambio, si alguien tiene relaciones sexuales con una prostituta a cambio de dinero sí estará incrementando el PIB, pero no estará generando riqueza social, dado que la prostitución, por el contrario, genera degradación social. Por eso mismo, la prostitución no debe considerarse como un “trabajo”, pero ciertamente es un “empleo”: también es importante distinguir entre ambos conceptos, evitando caer en la trampa de buscar la “creación de empleo” en vez de la movilización de fuerza de trabajo para generar riqueza social.

Genéricamente, y recurriendo a conceptos clásicos de la economía marxista, podríamos decir que en tanto que el PIB refiere al valor de cambio, la riqueza social refiere al valor de uso. Pero la atribución de valor de uso tiene implicaciones éticas, vinculadas a lo que se considere socialmente valioso. Y en este marco conceptual, lo característico del trabajo sería la producción de riqueza social, con independencia de que ésta esté o no monetizada. En tanto que el empleo estaría vinculado al valor de cambio de una actividad, usualmente mediante un salario, con independencia de que sea o no socialmente valiosa.

Así, en alguna ocasión he escuchado la advertencia del peligro de diminuir los presupuestos militares provocando con ello la pérdida de empleo de su personal. Pero el único componente del personal militar que realiza una labor socialmente valiosa, y por tanto un trabajo genuino, es la Unidad Militar de Emergencia, que por cierto no necesita armas para ello. El resto podría disolverse sin afectar negativamente a la riqueza social, aunque lógicamente habría que procurar su reciclaje para realizar actividades socialmente valiosas, evitando así lo que tras el fin de la dictadura argentina se llamó eufemísticamente “mano de obra desocupada” que derivó a actividades criminales.

Lógicamente, en beneficio del medio ambiente es importante pasar de las energías fósiles a energías alternativas reciclables. Pero ello hay que hacerlo para salvar el planeta, no para salvar el PIB. Pues dicha transición, aunque genere riqueza social, puede disminuir el PIB, en particular en los casos en los que facilite el autoconsumo. Así, es claro que invertir en placas termosolares incrementa el PIB. Pero si uso mis placas termosolares para calentar el agua no aumentaré con ello el PIB, al contrario de si lo hago consumiendo, y pagando, energía de una red eléctrica o de gas. Y, naturalmente, lo mismo ocurriría si obtuviera electricidad de placas solares hogareñas, lo que precisamente intenta disuadir el llamado “impuesto al Sol”. Claro que si vendiera a una red parte de la energía generada por dichas placas sería razonable pagar impuestos por el beneficio obtenido, pero grabar impositivamente el autoconsumo no tiene fundamento en una racionalidad económica, sino que tiene únicamente un efecto disuasorio para beneficiar a las compañías eléctricas: lo que molesta a los abanderados del capitalismo es precisamente que se pueda obtener energía al margen del mercado, generando riqueza social sin repercutir positivamente en el PIB.

Del mismo modo, compartir libremente información (sea texto, música, o una aplicación informática) puede incrementar la riqueza social, pero no aumentará el PIB si no se compra y se vende. El software libre, así, juega también un papel distorsionador de la economía de mercado capitalista. Pero el problema para dicha economía es que la producción de información no encaja bien en las leyes del mercado, en la medida en que la reproducción de una información, especialmente en un soporte informático, tiene un coste marginal ínfimo en relación al coste y al tiempo de trabajo utilizado en su producción inicial. Por ello, el sistema de patentes y la defensa de la llamada “propiedad intelectual” chocan con las condiciones objetivas de la economía de la información, y sólo pueden mantenerse a través de la fuerza de los aparatos del Estado, al modo del sistema feudal.

Otro ejemplo claro es lo que se llama “trabajo reproductivo”, de cuidado de las personas, en buena parte realizado por mujeres sin una contraprestación monetaria. Dicha actividad genera también riquesa social aunque no aporte al PIB.

A veces se ha propuesto, frente a dicha situación, introducir el llamado “salario del ama de casa”. Pero ello, además de perpetuar la discriminación social y laboral de las mujeres, supone erróneamente que la solución está en monetizar cualquier tipo de trabajo. Ello es inviable en la práctica, como se hace patente en relación a la economía de la información.

Ciertamente, en la medida en que parte de los bienes necesarios para la vida deban ser adquiridos en el mercado, hay que garantizar que toda persona en edad laboral y condiciones de salud adecuadas tenga un trabajo retribuido que le parmita acceder a dichos bienes, como establece el sistema de “trabajo garantizado”. Pero, en un contexto en que los límites medioambientales impiden un crecimiento ilimitado del consumo de recursos naturales y el gran incremento de la productividad por el progreso tecnológico hace que se necesiten muchas menos horas de trabajo para obtener los bienes necesarios en una cantidad sostenible, lo razonable sería una disminución significativa de la jornada laboral y de la edad de jubilación, en vez de su aumento. Claro que ello impediría el aumento del PIB, pero al aumentar el tiempo libre disponible, que podría ser utilizado para actividades que fueran a la vez satisfactorias y socialmente útiles, permitiría un aumento de la riqueza social al margen del PIB.

Y claro que el sistema de “trabajo garantizado” debería incluir actividades de cuidado de las personas, pero no restringidas al propio hogar y la propia familia, y menos todavía a su realización por mujeres. Pero además, en la medida en que aumente el tiempo libre, éste se puede utilizar también para dichas actividades de cuidado, tanto por hombres como por mujeres, las cuales podrían enmarcarse en lo que se llama “conciliación familiar”, que puede abarcar tanto el cuidado como el disfrute de la compañía de los seres queridos.

Hay que subrayar que a lo que apunta el desarrollo tecnológico no es a la desaparición del trabajo, sino a la automatización de las tareas pesadas y rutinarias, desplazando el trabajo humano a actividades creativas que pueden ser a un tiempo socialmente útiles y personalmente satisfactorias, en el marco de la Investigación científica, el Desarrollo tecnológico i la innovación en el trabajo (I+D+i), como base para un desarrollo cualitativo basado precisamente en dicho trabajo: lo que tiende a ser prescindible no es el trabajo, sino el empresario capitalista, en la medida en que el desarrollo ya no deberá basarse en la reproducción ampliada de capital mediante la reinversión de plusvalía, sino precisamente en ese I+D+i.

Por otra parte, la propuesta de establecer una renta básica monetaria universal e incondicional parte de errores básicos, más allá de las buenas intenciones de algunos de sus defensores, aunque no todos, en favor de la equidad: por un lado, de la errónea creencia en la desaparición del trabajo, y por otro, de una concepción monetarista que deriva de una ideología mercantil capitalista. Y de lo que se trata por el contrario es de desmercantilizar progresivamente la satisfacción de las necesidades sociales, comenzando por la educación y la sanidad, de manera que se rijan por el principio de “a cada cual según sus necesidades”. Y asimismo, que en la medida en que disminuya el tiempo de trabajo forzoso y aumente el tiempo libre, cada vez más cada cual aporte libremente según su capacidad. Pero este proceso debe desarrollarse de forma equitativa, distribuyendo equitativamente el tiempo de trabajo necesario, en vez de favorecer que unos vivan del trabajo de otros, que por cierto es lo propio de una sociedad dividida en clases.

Naturalmente, las personas que no estén en edad laboral o no tengan condiciones de salud adecuadas deberán recibir prestaciones monetarias en forma de pensión que les permitan vivir dignamente, cuya cuantía no debería ser inferior al salario mínimo establecido precisamente con dicha finalidad, y que deberían variar adaptándose al coste monetario de la vida, disminuyendo por tanto únicamente en la medida en que avance la desmercantilización de las necesidades sociales. Y sin olvidar que pensionistas con condiciones de salud adecuadas pueden también trabajar libremente de acuerdo con su capacidad sin tener un empleo, incrementando la riqueza social aunque no incrementen el PIB.

Y claro que este proceso es incompatible con la perpetuación del capitalismo. Pero lejos de ser utópico, responde a necesidades económicas objetivas.