INCUNABLES Y ANTIGUOS    

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a palabra “incunable ”procede del latín. Aquí “incunabula” (genitivo: “incunabulorum”) hacía referencia originariamente a los pañales o fajas con los que se envolvía

a los niños pequeños. En sentido figurado se designaba también con ello al lugar de nacimiento y de primera residencia.
            Bernhard von Mallinckrodt denominó a la primitiva época de la imprenta como “prima typographiae incunabula”, fijando su final en el año 1500. Posteriormente se empezaría a designar a las primeras creaciones tipográficas con el nombre específico de “incunables”.

                Si preguntamos hoy a un bibliotecario o a un anticuario qué es un incunable, nos contestarán sin vacilar ni un segundo: una obra impresa anterior al uno de enero de 1501 producida mediante tipos metálicos móviles. Para la actual investigación y bibliografía de los incunables el uno de enero de 1501 es la fecha absoluta fijada como  Terminus ante quem. Todas las bibliografías y catálogos que se rigen por principios modernos (Hain –Copinger-Reichling, el catálogo de incunables del British Museum- actualmente British Library, el catálogo 

Calendario de los Pastores. París,Guy Marchant, 1500

general de los incunables y los restantes catálogos de incunables de pequeñas y grandes bibliotecas, de países concretos, lugares de impresión e impresores) se rigen por esta fecha.

Este límite es sin embargo convencional. En una primitiva obra impresa sin fechar no se puede ver sin más si se publicó antes o después del uno de enero de 1501. Por tal motivo las bibliografías y catálogos reseñan también en cada caso un número de obras impresas sobre las que hay dudas acerca de su clasificación como incunables. Antes de que triunfara definitivamente la tan sugestiva “cifra redonda” de 1500 (fin de un siglo e incluso de un medio milenio), los bibliógrafos de incunables han trabajado también con otros límites hasta el (no menos “redondo”) año de 1550, con lo que se pretendía abarcar el primer siglo completo de la tipografía (hoy más bien se designa a las obras impresas aparecidas entre 1501 y 1550 como “postincunables”).
            Sin duda el cambio de siglo 1500/1501 ha demostrado ser un medio auxiliar extremadamente práctico para los investigadores; no obstante, sólo hace justicia al asunto en sí de una manera aproximada, pues, en primer lugar, no hay ningún criterio absoluto que nos autorice a trazar una frontera segura entre “incunable” y “no incunable”; y, en segundo lugar, la frontera que podamos trazar sirviéndonos de diversos criterios discurre cronológicamente de manera distinta en cada país y ciudad.
            La diferencia esencial entre un incunable y una obra impresa del período siguiente hay que verla probablemente en el hecho de que el incunable en su totalidad o al menos en una parte considerable  se encuentra todavía bajo el influjo del modelo manuscrito, mientras que la tipografía de la época siguiente se ha liberado de este ejemplo, orientándose según sus propias leyes inmanentes. En la imitación de los manuscritos se tuvo al principio tanto éxito que un ejemplar del Rationale divinorum officiorum de Guilielmus Duranti, al que alguien había borrado el colofón, en el catálogo de manuscritos de la Laurentiana se describía como manuscrito. Ciertamente a un observador atento le resulta imposible confundir un texto impreso con uno manuscrito, puesto que sólo en la impresión tipográfica se puede alcanzar la absoluta igualdad de las letras individuales; sin embargo, Gutenberg y los más antiguos impresores se esforzaron con gran éxito por imitar la escritura a mano en todos sus detalles. Esto es válido en primer lugar para el inventario de tipos: ellos eligieron determinadas clases de escritura como modelo y las imitaron también con todas las particularidades propias de la época (especialmente ligaduras, abreviaturas y signos de abreviación singulares). Igual que el manuscrito concluido por el escritor lo completaba el rubricador y, ocasionalmente, el ilustrador, así también había que incluir a mano las rúbricas, signaturas y foliación en las hojas impresas, insertar las miniaturas o dibujos a plumilla en los lugares previstos para ello y sobre todo colorear las xilografías.
A los impresos más antiguos les faltaba el colofón (los dos Psalterios de 1457 y 1459 constituyen una conocida excepción) y sobre todo la portada, si bien ya en 1463 Peter Schöffer realizó un modesto ensayo. También las marcas de impresor o bien de editor se prodigaron muy poco en los primeros tiempos y no llegaron a ser frecuentes, sobre todo fuera de Italia y Alemania, hasta los dos últimos decenios del siglo XV. Por lo demás se esforzaron con gran éxito por reproducir mecánicamente ahora todos los elementos no textuales que había que plasmar a mano en los manuscritos: las ilustraciones (mediante la xilografía o bien el grabado de metal, muy raramente en cobre), iniciales, reclamos, registros de pliegos, signaturas y registrum, tabulae (modernos índices), notas musicales e impresiones polícromas.


              Marca de Paul Hurus, Zaragoza

El especial atractivo de los primeros incunables lo constituyen sin duda los tipos tan individuales de los comienzos, los cuales, sin embargo, se clasifican de una manera bastante sumaria bajo la denominación de “góticos”. Una cierta uniformidad alcanzaba ya la rotunda procedente de Italia, lo que se apreciaba aún con mayor intensidad en la antiqua, igualmente empleada por primera vez en Italia, que apenas ofrecía la posibilidad de una recreación individual. Un hito en la creación tipográfica lo constituye la cursiva, la cual –una notable coincidencia- fue introducida en 1501 por Aldus Manutius en Venecia para imprimir ediciones de clásicos. Pero un recorrido por los tipos empleados en cada país nos muestra ante todo que, a juzgar por los caracteres impresos, la época de los incunables ha tenido una duración distinta en los diversos

países y ciudades europeas. Los primeros lugares donde llegó a su fin fueron Venecia, París, algunas otras ciudades italianas y, con algunas reservas, también algunas ciudades alemanas.

A pesar de que no sabemos en qué contribuyó Gutenberg personalmente al desarrollo de su propio invento o hasta dónde se familiarizó con los pormenores de la técnica de imprimir su socio capitalista y compañero de negocios Fust, no obstante nos parece absolutamente seguro que Peter Schöffer y muchos otros de los primitivos tipógrafos, cuyos nombres ocupan un lugar destacado en la historia de los incunables, conocían todos los detalles de su oficio y participaban personalmente en todos los trabajos que les cayeran en suerte, también diseñaban y fundían tipos, si bien lo sabemos expresamente sólo de unos pocos, como Peter Schöffer, Johann Veldener y Johann Trechsel, entre otros. Esta relación personal del impresor con su negocio fue perdiendo intensidad hacia finales del siglo XV, sobre todo en las grandes empresas como la de Anton Koberger, Peter Drach, Heinrich Quentell y en las grandes imprentas y editoriales venecianas y parisienses. Si en los primeros tiempos impresor, editor y vendedor eran con frecuencia la misma persona, pronto se impuso una diferenciación bajo la iniciativa de Italia. El editor se hacía cargo de todos los gastos y se ocupaba de la distribución; el impresor trabajaba a sueldo como “impresor asalariado”.
            En la época más tremprana las ediciones eran en general bastante reducidas: en algunas impresiones no se superaban los cien ejemplares, en otras vacilaban entre cien y doscientos; en Roma, en la imprenta de Konrad Sweynheym y Arnold Pannartz, la media hasta 1472 fue de doscientos setenta y cinco. Ediciones de más de mil ejemplares o incluso por encima de los dos mil se mencionan sólo en raros casos y no antes de finales de siglo.
            Los productos tipográficos más antiguos se circunscribían conceptualmente a la esfera religiosa y tenían sobre todo una finalidad eclesiástica. Los textos profanos empezaron a competir con los libros eclesiástico-religiosos en Italia antes y con mayor intensidad que en los restantes países. Aunque de manera distinta en cada país, no obstante se manifiesta en general una tendencia hacia una mayor secularización, así como también hacia la impresión de escritos en las lenguas vulgares, si bien todavía a finales de siglo (a excepción de Inglaterra) son los textos latinos reproducidos tipográficamente los que predominan.
Dado que en los últimos años del siglo se imprimían cada vez más libros en las lenguas vulgares, también se fortaleció el radio de acción de la imprenta. Ahora ya no se encontraba únicamente  al servicio de los “Litterati”, quienes dominaban la lengua latina, también se dirigió a todos los que sabían leer (aunque no supieran escribir) y a todos aquellos que escuchaban las lecturas en voz alta. En el contexto del movimiento religioso de renovación iniciado por el dominico Girolamo Savonarola en la Florencia de los años noventa la imprenta mostró por primera vez el efecto que podía producir sobre las masas.

 
Tomado de Geldner, Ferdinand,
Manual de Incunables,

Ed. Arco/Libros, Madrid, 1998.