I
Por el momento,
la trayectoria sigue fiel.
A dos horas del final.
El recorrido del sudor
marca el compas del sufrimiento
y miles de centimetros hirientes
agarrotan ya mi cronometro.
El paso asalta la distancia
y la saeta feroz lo ataja.
La perspectiva tiembla apenas,
al segundo instante
en que vibro la decidida evolución muscular.
Tenues aplausos alargan la zancada infinita
rompiendo la barrera de un sonido añorado.
Los gemidos ahondan en las profundidades,
aún más,
sin descanso,
sin tregua.
Globulos lesionados
renquean por venas hirvientes,
venas que sudan el agua de la distancia,
el agua del tiempo.
II
Le dijeron que fuese tranquilo,
que llegaría sin problemas.
La distancia horizontal siempre fue franqueable,
a los hombres,
y a ellos.
El humo apenas cegaba unos ojos,
que apenas ya veían.
Llorando fue a donde le dijeron,
aniquilando piedras y músculos.
Detras la muerte y la victoria,
al frente Atenas espera, impaciente.
Vuelta al principio, al origen, al final.
La tierra incandescente aulla,
el paso salvaje sigue galopando
rompiendo, rompiendo, quebrando.
Pies y sangre en la distancia de los heroes.
Atenas libre bien vale un sufrimiento.
En el templo de Hermes la honra espera
y las llagas serán por fin saciadas, de dulzura.
Secas matas marcan su distancia,
leguas en su garganta agrietada con sabor a sangre persa.
Corre, corre ya, hacia Atenas La Blanca,
y luego,
duerme.
III
Sigue bebiendo,
los caminos,
los olores.
Amortigüando pisadas ya ensayadas,
elevas el polvo domado de tu voluntad.
El tiempo pasó por tí casi por completo
y su rastro inequivoco te limita,
te oprime, te inquieta.
Bailan tus fibras,
danzan tus tendones,
crujen tus huesos,
y tu cuerpo aulla de placer dolorosamente inpenetrable.
La envidia de los inmortales
cedió ante el arcano misterio de tu fortaleza.
Ya todo son números
al tiempo contados,
y tu viste el asfalto saltar a tus rodillas,
atenazadas por alquitran hirviente de odio distanciado.
Caucho y cemento,
nylon y sudor desintegrado.
Materia disuelta en el camino,
en tu camino,
camino y tú.
Y ahora cabalgando
por el horizonte que quiso acabar contigo,
atraviesas en la emoción,
la dulze
e intemporal
meta.
Dedicado a todos los corredores de marathon.
Emilio Sáez Soro.