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CREANDO EL TIEMPO
Esta es la historia de unas líneas que quisieron tomar
tu corazón al asalto, para que nunca volvieses a ser la
misma persona.
Empieza aquí mismo, entre estas manos que me sostienen
dentro de tu atmósfera personal; desde este objeto inanimado
que amenaza en transformar tu esencia en la materia con la que
se construyen los mundos prohibidos de los sueños que
nunca se recuerdan.
Cuanta soberbia parece que encierra este grupo de palabras azarosamente
dispuestas. Es sin embargo, la misma que nos posee cuando nos
creemos dueños de nuestro tiempo, de la vida que creemos
propia.
Te conocí hace tiempo. Sí, en aquel rincón
tibio de humedades de sangre y carne abierta para gozo y dolor
del mundo. Desde entonces, no te he dejado un instante y me sé
al dedillo toda tu vida entera. Créelo.
Aunque mi memoria, como es lógico, mantiene lo importante.
Hay tanto aburrimiento cotidiano, que ya desborda los intersticios
de la galaxia de nuestras circunstancias.
No te contaré tu vida; ¿para qué? tu ya
te la sabes y al final todos son lugares comunes con mínimas
variaciones.
Quiero darte algo mucho más interesante. Quiero darte
lo que más quieres, aquello con lo que suspiras con los
ojos cerrados y sueñas recostado en la geometría
de tus pensamientos. Quiero darte y lo hago, el dominio de TU
TIEMPO.
El tiempo, esa dimensión endiosada, dádiva suprema
de los que se erigieron en tótems de la cúpula
celeste. Es el compás con el que podemos trazar todas
las curvas con las que se conforma la esfera armilar de nuestros
movimientos celestes. Y así, con una pasada geométrica
a ras de tus talones te pongo donde ni siquiera los más
del Olympo pudieron imaginar.
¿Si quiero algo a cambio?
Con el tiempo, con el tiempo lo sabrás.
Ahora, sólo quiero que disfrutes del momento.
Tienes la sensación de que un fluido circunda la silueta
de los objetos que te rodean, condensando una respiración
sólida y palpitante, en tonos de lechosidad primigenia.
Son los objetos, los que ahora te muestran su vida oculta, el
ser inanimado que recorre la dimensión de nuestra vida,
sirviéndonos y haciéndonos sus servidores.
Pero dejémonos ya de metafísicas. Los poderes que
tienes requieren acción, piden la resolución en
placer. ¿Para qué sirve el poder sino para obtener
placer?
Goza tu estado de gracia, pues te invito a que hagas una prueba
discreta en primer lugar. No son buenos en estos casos, los saltos
bruscos, la locura es algo que aún controlando el tiempo
puede llegar a dominarte.
Piensa, cierra los ojos y di para ti mismo que vuelves al día
de ayer. Siéntelo de verdad pues sólo así
el deseo se ejecutará.
Sientes un ligero mareo y un viento helado te produce un profundo
escalofrío.
Abres los ojos: todo igual, nada cambió. ¿Pasó
algo? ¿Cómo comprobar que no te estoy tomando el
pelo? Mira tu reloj; es ayer. Realmente es hoy, pero con la diferencia
de que este día ya lo has vivido. ¿Perplejo? Realmente
aún no crees que suceda nada, sigues en el mismo sitio
y tu tiempo en el día de ayer, es tu hoy ya vivido. Probablemente
a estas horas estabas en otro lugar viviendo otras circunstancias.
Es así, has hecho un viaje en el tiempo no una transformación
corporal. Se trata de que tu no estás viviendo simultáneamente
en distintos tiempos, tu siempre eres tú, y tu yo de ahora
está viviendo un día de tu pasado presente en un
día más viejo que el día que cronológicamente
le correspondería a tu cuerpo. En cierto modo, tienes
un poder maldito, controlas el tiempo de los otros, pero no el
tuyo.
Crees que sólo divago, que te mareo sumergiéndote
en elucubraciones. ¡Rompamos el ritmo! Coge el teléfono
y llama a alguien de quién conozcas sus últimos
movimientos. ¿Tu madre? Buena idea...
---- Después de diez minutos ----
¿Qué tal, sorprendido? Entiendo tu desconcierto.
Se podría decir que tu madre no te reconoció. Recuerda,
ahora eres un semidiós. La vida de los semidioses, la
de los dioses incluso, nunca fue sencilla. Las más grandes
tragedias se escriben sobre rastros divinos y ni ellos pudieron
controlar su destino.
Estas ahora en otra línea de pensamientos y tus carnes
están carcomidas de duda y desconcierto. Sientes miedo
y la sospecha de que has roto el jarrón chino de tu orden
personal comienza a ser una certeza
Sí el vapor humedece
tu visión
tu mente dibujará fantasmas en el agua.
Los fluidos del tiempo serán más amables
dejando flotar tus emociones.
Siente los poros llenos del viento de Cronos
serás tan alto como el pensamiento de las aves.
El viento solar peinará de rizos tu destino
retorciendo todas las energías de tus movimientos.
Cada acto
cada tacto
estremece un mundo
tierra crujiente bajo tus pies.
Ejes, puntos de apoyo y las bisectrices de los ángulos
cambiarán de sexo en el acto.
La geometría a muerto entre tus manos
y la física se declara insumisa a la razón.
Coge mis manos y sálvame de tu laberinto improvisado.
El tiempo que quede lo dedicaré a escribirte.
Podemos seguir adelante, en tu mano está. Creo que
esta primera experiencia te ha mostrado que tu poder no tiene
más límites que tu mismo, que tu propia destrucción.
Sí, así es.
De momento te ruego que te contengas. Reflexiona antes de cada
paso, de cada salto. Es terreno quebradizo. Hay ciertos procesos
que pueden convertirse en irreversibles; y quizás, todo
ésto, sea demasiado.
Te haré una sugerencia, impresionante e inofensiva a la
vez...................
¡No, basta de trucos! ¡Basta
de palabrería insulsa! Estoy cansado de ti, de tus estupideces.
¿Quién te crees que eres? ¿Piensas que lo
sabes todo?
Mi tiempo, es mi tiempo y nunca podré sobreponerme a eso.
Sí que puedo controlarte a ti; únicamente con dejar
de leerte, ya desapareces de mi mundo que es el que me importa.
Incluso puedo quemar este pretencioso libro, así te haría
auténtica justicia. Aunque lo más divertido sería
localizar tu teléfono y mortificar tu "tiempo"
de descanso. Estarías en manos de un lector anónimo.
Y es que los escritores os creéis muy listos; pensáis
que creáis mundos, que tenéis embelesados a los
póbrecitos lectores que aprendemos tanto de vosotros.
Pero es falso, falso. Yo lector, te hago útil y sin mi
no eres nada. Yo recreo tus mundos y tus tiempos imaginarios
y los recreo como yo quiero, no como tu pensaste en un primer
momento que habrían de ser las cosas. Tus composiciones
quedan en papel mojado ante mis interpretaciones.
Tu forma impertinente de tratarme me ha irritado profundamente.
No se ya que hago contigo en las manos. Quizás te doy
otra oportunidad por no renunciar a la lamentable inversión
que realicé en ti.
El lector vuelve a coger el libro
que había dejado sobre la mesa y lo abre por la señal,
encuentra que a partir de la línea en la que había
dejado la lectura queda un espacio blanco. Pasa una página
y es una superficie limpia la que aparece a su vista. Tras una
página, otra y queda un yacimiento de blancura entre sus
dedos.
Se acabó la historia. No me apena.
Y ¿por qué no?.
El lector coge una pluma y se transforma
en escritor.
Esta es una historia de unas líneas que sólo
serán eso, líneas y que harán que tu tiempo
y que el mío ahora, sea un poco más agradable.
¿Qué podría contar yo?, que no tengo experiencias
en fabular, inventar o acaso imaginar cosas. Creo que lo único
que soy capaz de contar con cierta pasión, es mi propia
historia. No cabe duda, que es un relato que puedo desarrollar
con detalle. Así podría desgranar las incidencias
que se fueron entrecruzando en los ánimos empedrados de
mi vida, hasta que llegamos a lo que ahora soy.
Puedo relataros, que me satisface mucho haber nacido donde lo
hice. Un pequeño pueblo jienense próximo a la hermosa
Sierra de Cazorla, circundado por un profundo mar de olivos.
Una casita blanca de tejado rojizo fue el punto concreto y allí
me hice niño sin darme cuenta.
El lector - escritor deja la pluma
asustado cuando se da cuenta de que en la siguiente página
se está formando una imagen fotográfica del lugar
que está describiendo. La imagen representa con gran fidelidad
el pueblecito y los cerros cubiertos de olivos. Además
el momento en el que se ha realizado la fotografía corresponde
a la época de su primera infancia.
Una sensación divertida de susto hace que el estomago
del lector - escritor de saltitos ansiosos. Finalmente sonríe
irónico y decide continuar el extraño juego.
En ese pueblecito se me hizo el carácter de la tierra
y ya me marcó la sonrisa para siempre. Aún me acuerdo
de los amigos y amigas de la infancia, desparramando la piel
de nuestras rodillas en la plaza del pueblo. Una plaza que sin
nada, ya no será superada en diversión por ningún
imposible parque de atracciones. En una explanada de gravilla
y tierra apisonada desfogábamos nuestras energías
e imaginación en un millar de juegos cuerpo a cuerpo.
De forma simultanea a esta narración
fue apareciendo una nueva imagen en la que aparecían un
grupo de chiquillos en actitud y vociferante y juguetona. En
ella se veían con todo detalle los rostros de los niños
que el lector - escritor recordó con viveza casi dolorosa.
Evidentemente, nadie podía haber tomado aquella fotografía.
Por aquellos tiempos no hubiese pasado desapercibido alguien
haciendo fotografías espontaneas a un grupo de chiquillos.
Parecía claro que esa imagen era un instante de los recuerdos
narrados, reflejado de forma fiel. La sorpresa no fue tan intensa
como en la primera ocasión y el lector - escritor siguió
desarrollando su historia.
En aquel tiempo se puede decir que fui feliz. Mis preocupaciones
eran tan simples que tal nombre les queda holgado. Sólo
recuerdo una frustración. Ahora tras el paso del tiempo
es ridícula, pero entonces me generaba ansiedad.
En todos los pueblos pequeños hay alguna casa misteriosa,
algún lugar encantado lleno de secretos. Muchas veces
estas cualidades se encontraban sólo en las mentes de
los niños que a falta de medios de diversión volcaban
sus fantasías en cualquier objeto que con alguna originalidad
y un contexto peculiar, ofreciese el hilo con el que tejer una
historia.
Así viví una niñez rodeado de árboles
mágicos, piedras con poderes, casas misteriosas, etc.
Vivíamos en un paraíso de cotidiana excitación,
alentada día a día por nuevas fabulaciones incorporadas
por los más bromistas de los mayores.
Había, sin embargo, algo que me quitaba el sueño
y ocupaba la atención de mi imaginación. Era la
casa del molino. Una casona, edificada sobre restos de restos
de otras casas molineras, remontándose al tiempo de los
romanos. En un encantador rincón fuera del pueblo, entre
chopos y zarzales gigantes, se alzaba sólida y silenciosa.
Sus enormes tejas, las ruedas de piedra gastadas apoyadas en
las paredes, todo bajo un baño de luces bailarinas que
se filtraban entre los chopos balanceados con la música
de la brisa, eran imágenes de un surrealismo onírico.
Como siempre que hay un misterio en una casa, éste trata
sobre sus ocupantes. En este caso se trataban del molinero y
de su hija. El molinero era un ser oscuro de escaso trato, huidizo
y silencioso. Hacia años que el molino ya no funcionaba
y él vivía refugiado en aquel rincón de
rentas y de lo que cultivaba en el pequeño huerto del
molino. Su hija, una adolescente de frágil belleza, estaba
casi recluida cuidando a su padre. Éste no había
atendido a lo requerimientos del maestro para que la niña
fuese al colegio y se encontraba apartada del resto de los niños
del pueblo. La molinera murió de una extraña enfermedad
a poco de nacer la niña, lo que aún alimentó
más el misterio que rodeaba a la casa y sus ocupantes.
Los niños nos acercábamos sigilosos a la casa del
molino, dispuestos a salir corriendo en el instante en el que
surgiese cualquier extraña situación. Excitábamos
nuestras mentes fabulando monstruosas relaciones entre el molinero
y su hija.
No mucho tiempo después, emigré a Cataluña
con mi familia y ya no supe más de los habitantes de la
casa del molino.
Cómo en la ocasión
anterior, comenzó a formarse una imagen en una de las
páginas. Aparecía una estancia con dos personas
sentadas a la mesa: el molinero y su hija. Sobre la mesa había
varios libros y cuadernos, con los que el padre estaba instruyendo
a la niña. La expresión de afabilidad del progenitor
y la de confianza feliz de la discípula mostraba con claridad
que no cabían sospechas sobre esa relación.
El lector - escritor quedó en silencio largo tiempo mientras
contemplaba boquiabierto la escena. Aquello era real, el secreto
se había desvelado pero ahora todo era aún más
misterioso que antes.
Quedó largos minutos estático y meditabundo. No
tenía claro que debía hacer. El miedo y a la vez
la fascinación perseguían sus ideas en un círculo
sin resolución. La comezón de un presentimiento
se apoderó de sus manos que cogieron la pluma dispuestas
a seguir la historia sin más dilación.
Mi adolescencia en Tarragona, fue por lo general bastante
tranquila. Las vistas del mar me tuvieron seducidos todos esos
años de naturaleza ansiosa, insatisfecha. Cuando llegaba
el buen tiempo, la mayor parte del año, pasaba muchas
horas sólo, o en compañía de mis amigos
o mi hermano retozando entre los espigones de rocas o la playa.
Enseguida hice amigos y compartía mi tiempo con una pandilla
de chicos y chicas de mi edad. Entre éstos se encontraba
mi hermano Rodrigo, año y medio mayor que yo.
Recuerdo años de sol y sal con un gusto de placer intenso
cada vez que los traigo a mi memoria. Pero toda aquella felicidad
se trunco de forma dramática especialmente para mi.
Una tarde de verano algo turbulenta, estabamos todos jugueteando
en la orilla. Mi hermano y su novia Rosa, se introdujeron hasta
una zona del mar bastante profunda para desarrollar en igual
medida sus escarceos amorosos.
De repente vimos como ambos agitaban sus brazos de forma desordenada,
indicando a las claras que algo marchaba mal. Quedaron separados
y en ocasiones Rodrigo, peor nadador, desaparecía de la
superficie.
En la orilla nos alarmamos mucho y algunos intentamos acudir
en auxilio de la pareja. Pero la corriente era tan fuerte que
nos alejaba hacia el sur. En pocos minutos nos dimos cuenta de
que si seguíamos intentando aquello pronto seríamos
más los que estaríamos en apuros.
Veía como Rosa lograba a duras penas mantenerse a flote
pero ya no veía a Rodrigo. Con una ansiosa sensación
de ilusión vimos aparecer la lancha de la Cruz Roja que
con rapidez extrajo a Rosa del agua. Rodrigo no aparecía.
Tardaron veinte minutos en rescatar su cuerpo, sin vida, muerto.
Perder a un buen amigo es doloroso, si además es tu hermano,
supone un trauma insuperable.
Pasé mucho tiempo deprimido. La compañía
de Rosa con la que compartí la intimidad de un dolor sincero,
me ayudo a salir poco a poco de aquella fosa de angustia.
Rosa y yo seguimos muy unidos, ella veía a Rodrigo en
mi; aunque nunca lo confeso, yo lo se. Yo no necesitaba ver a
nadie en ella más que a ella, pues su encanto era grande
y el afecto que me daba hizo que no quisiera estar con otra mujer.
Ahora cuando recuerdo todo aquello quisiera que desapareciera
esa tarde y que mi hermano quedase en mi vida como fue siempre,
lo mejor que tuve.
Como en ocasiones anteriores, comenzó
a formarse una imagen en la página contigua. Esta imagen
brillaba a diferencia de las otras, generaba fulgores espasmódicos,
dando la sensación de que iba a explotar. Ese chisporroteo
fue apaciguándose con la definición de una silueta
de fantasmas y misterios. El lector escritor quedó hipnotizado
por la solidificación en líneas de una representación
que parecía alterar la tierra bajo sus pies así
como su sentido de la realidad.
Se pudo ver a él mismo interponiéndose entre Rodrigo,
Rosa y el mar en gesto exigente. Éstos parecían
consentir ante sus requerimiento.
Era claro, la imagen suponía la representación
del sueño repetido de la salvación del hermano.
Lo tenía ahí, como sí hubiese sido verdad.
¿Era verdad?
Un latigazo de espanto recorrió su cuerpo, cuando vio
como no veía las fotos de Rosa y él en su boda.
Tampoco pudo ver las fotos de su hijo Raúl....
- No puede ser, no puede ser. Esto es
un sueño, un maldito sueño loco.
Cogió el teléfono y
llamó a su madre.
- ¡Mama, mama! ¿Dónde
está Rosa?
+ Hijo, qué alterado estás. Rosa ¿dónde
va a estar? En su casa con tu hermano Rodrigo. Y por la hora
que es, imagino que estará cenando.
- ¿Y Raúl, está Raúl contigo?
+ No te entiendo hijo mío. ¿De qué Raúl
me hablas?
Como el sonido de un hueso del alma
que se astilla en toda su dimensión sonó aquel
teléfono cuando quedó colgado. El lector se desplomó
y comenzó a llorar desesperado. Su hermano vivía,
pero él había perdido todo lo que más apreciaba.
Cogió el libro y comenzó a maldecirlo. Pensó
en romperlo, pensó en quemarlo.
- Sí lo destruyo, es posible
que no tenga retorno. Tengo miedo, no quiero vivir ésto.
No quiero.
Se tumbó en el suelo intentando
serenarse. Los ojos cerrados, la respiración relajada.
Calma, calma.
- Sí yo escribí la historia
y lo que deseé se cumplió. Puedo reescribirla para
que todo vuelva a su punto de origen.
Cogió la pluma con firmeza
y comenzó a escribir. Por un momento pensó de nuevo
en su hermano. Salvarlo, ¿era posible sin alterar su mundo
entero? Se maldijo a sí mismo mientras lagrimones de
dolor le rodaban por el alma. Y empuñó de nuevo
la pluma.
Era una persona razonablemente feliz, hasta que este libro
cayo en mis manos. Me gustaría volver a tenerlo cuando
estaba en blanco y nada había escrito en él.
El corazón le palpitaba con
brusquedad cuando apareció la nueva imagen en la que él
estaba con el libro en las manos contemplando las páginas
en blanco. Dio el mayor suspiro de su vida, cerró el libro
y se fue a dormir. Tuvo sueños agitados, sudó el
miedo y la ansiedad, gritó y lloró. Al final, descansó
con los nervios agotados y el cuerpo expectante.
Cuando se despertó el libro seguía allí.
Lo cogió con las manos temblorosas. No tenía nada
escrito por él y no pudo evitar sonreir y llorar al tiempo,
cuando vio los retratos de su mujer y su hijo en el mismo lugar
de siempre. Las olas del océano temporal barrieron la
orilla de su tranquilidad. Temió vivir en un mundo de
estructuras deslizantes, de imágenes embaucadoras y de
sueños voraces. Se sintió bien por haber recuperado
su propia vida, pero a la vez sentía que no era suya,
todo bailaba en las líneas ficticias del horizonte.
Cogió el libro temiéndolo, negándose a volver
a abrirlo, no sabiendo que hacer con él. Decidió
esconderlo en un lugar donde jamás nadie lo pudiese encontrar.
Pensó lugares escondidos en las montañas, pensó
grutas profundas en el mar. Por el momento, lo dejó en
lo más profundo de un arcón de ropa vieja.
Estaba el lector sumido en sus cavilaciones cuando escucho ruido
en la entrada de la casa y voces que le llamaban. Eran Rosa y
Raúl que llegaban. Bajó corriendo las escaleras
para encontrarse con ellos. Los vio como siempre, como el esperaba
verlos, lo que le lleno de una gran alegría.
Su hijo tenía un gran juguete en las manos y se lanzo
a sus brazos sin soltarlo.
- Hijo mío, ¡cuanto me
alegro de verte!
+ ¡Papa, papa, mira lo que me ha regalado el tío
Rodrigo!
FIN.
Inventamos el tiempo; si nos confiamos a nuestras invenciones
nos convertimos en personajes de cuento. |
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