TRONCOS Y FUEGO

Un tronco que arde.
Un tronco que ha elevado su temperatura.
La materia se inflama,
entra en estado de incandescencia latente.
Fuego lento, calienta pero no quema; aunque si quema, pero no mata. Vive, muriendo y gozando.
La sensibilidad a los elementos externos aumenta y se mantiene.
Todo afecta y toda interferencia externa se deja notar.
Se hincha pero no explota.
La pasión de un fuego mayor se aproxima siempre, constante y peligrosa.
Un incremento ligero de temperatura iniciaría la inevitable explosión de calor.
Miles de calorías desperdigadas. Consumirían la materia, la desintegrarían. Todo humo, todo chispas, todo calor y llamas.
Luego el tronco ya no estaría, como no estuvieron otros anteriores más jóvenes que él.
Cenizas, quedarían cenizas. Cenizas grises y oscuras. Cenizas frías, muertas.
La ceniza es una materia que se integra con facilidad en el terreno. La ceniza se mezcla sin problemas con la tierra, y puede parecer y convertirse élla misma en tierra. De esa tierra se nutrirán y formarán con facilidad nuevos troncos, con nueva vida. Nuevos troncos, de nuevo en peligro de inflamarse de calor.

Troncos hay que gustan de arder lentamente, saboreando las lenguas doradas que les succionan la savia hirviente de satisfacción. Troncos hay que explotan al mero contacto del fuego y lo destruyen todo a su paso y en su espacio. Luego existen unos troncos muy peculiares que se queman por dentro, pero en su exterior no manifiestan la menor señal de calor; y sus opuestos, que parecen arder con intensidad siendo en realidad sólo llamas vaporosas que no afectan su frio corazón. Estos tipos de troncos son los más contradictorios y dan muchos, demasiados problemas. Y troncos, hay más comunes, que arden por fases y en distinto tiempo, más rápido en un primer momento, para ir descendiendo en su ritmo de consunción en su combustión interna, para enfriar por último la llama en su interior más íntimo, que se pudrirá frio y solitario al paso de los años. Por último está el tronco que jamás ardió, y aunque me hablaron de alguno, esos no los conozco.

Los troncos arden al elevar su temperatura hasta el punto crítico de inflamación, que ya no soporta su estructura orgánica, influyendo mucho la disposición y tipos de estas estructuras ya que la materia de la que están compuestos es en lo básico, la misma. Así tenemos troncos que tardan mucho en arder, pero que una vez prenden, se entregan con generosidad a las llamas; por otra parte están los que se entregan enseguida al desprendimiento de calor pero claudican pronto y son breves en su generosidad calorífica, apagándose a la más breve incidencia. Estos troncos los detesto. Los troncos más valorados, suelen ser los que se entregan al fuego sin demasiadas dificultades y son generosos en la duración de su combustión, pero no se si hay muchos o pocos de estos troncos. Luego existe un tronco curioso, que es el de llama saltarina, que sufre acometidas de gran intensidad calorífica en medio del proceso de combustión, llegando incluso a explotar en ocasiones, para luego apagarse y volver a encenderse con el paso del tiempo e iniciar de nuevo su irregular consunción. Este tronco es tan raro que igual tardas un año en encenderlo, si acaso lo enciendes, que te explota en la cara al aplicarles un simple fósforo. Hay que tener mucho cuidado con estos troncos.
La verdad es que hay muchos más tipos de troncos, incluso diría que no hay dos troncos iguales, aunque muchos se parezcan bastante entre si. Pero para eso, ya hay dos ciencias que estudian sus peculiaridades y comportamientos: la troncología que estudia la combustión de los troncos de forma individualizada y la bosqueología, que estudia el comportamiento ante las llamas de los diversos tipos y agrupaciones de troncos, en su ambiente externo.

Yo soy un tronco raro (como casi todos) y he ardido muchas veces y sigo ardiendo, a mayor o menor intensidad según la cantidad de oxígeno, con la que pueda hacerme. Y aunque procuro no abusar para poder seguir ardiendo mucho tiempo más, de vez en cuando aspiro con fuerza y me emborracho, fundiendo todo lo que me rodea, pavoneándome de mi fortaleza calorífica. Aunque por desgracia también hay momentos más penosos en los que me veo rodeado de cenizas, que me privan del oxígeno vital y amenazan con apagarme. Terribles momentos en los que sólo a base de dolorosas explosiones interiores he conseguido desprenderme de esa capa mortecina para poder seguir ardiendo.

Ahora me despido mis queridos troncos, arded y arded bien, que las llamas os sean propicias y que os consumáis con alegría y placer.



DESPUES DEL INCENDIO

Emilio Sáez Soro