Juan Luis Vives: «La educación» (1538)

 

 

Según Diálogos, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1940 (edición original: Exercitatio Linguae Latinae, Basilea, Robertus Winter, 1538).

 

Flexíbulo, Grinferantes y Gorgopas

Flexíbulo.- ¿Para cuál fin te envió a mí tu padre?

Grinferantes.- Dijo de ti que eras hombre bien criado y educado en la sabiduría, por lo cual eras bienquisto de los ciudadanos, y desea que yo, siguiendo tu ejemplo, llegue también a ser acepto del pueblo.

Flexíbulo.- ¿Cómo piensas lograrlo?

Grinferantes.- Con la buena educación, que todos reconocen en ti. Más dijo mi padre, y es que esa buena educación mejor me conviene a mí que a otro cualquiera.

Flexíbulo.- Hijo mío, dime cómo pudo tu padre instruirte de todo esto.

Grinferantes.- Más que mi padre me instruyó un tío mío, hombre anciano, experto y muy hecho a la corte de los reyes.

Flexíbulo.- ¿Y por que no te enseñan ellos, hijo y amigo mío?

Gorgopas.- Cuidado, varón prudentísimo, no sea que por ignorancia digas o hagas el indiscreto y rústico, con lo que pierdas la opinión de bien educado.

Flexíbulo.- ¿Es que por un leve descuido se pierde entre vosotros la buena opinión?

Gorgopas.- Por una palabra, no más; por el doblar la rodilla, hasta por una inclinación de cabeza.

Flexíbulo.- ¡Delicada y frágil cosa es entre vosotros la buena opinión! Entre nosotros es muy robusta y firme.

Gorgopas.- Son nuestros juicios cual nuestros cuerpos, que no sufren descuido.

Flexíbulo.- Mejor dirías que no sufren los entendimientos el descuido de los cuerpos.

Gorgopas.- De cierto no conoces quién es éste; por eso le llamas hijo y amigo.

Flexíbulo.- ¿Acaso no son los dos nombres honestos y benévolos?

Gorgopas.- Sí que son benévolos, lo que nosotros en verdad estimamos en poco; pero no son de cortesía y agasajo, cosas tras de las cuales vamos ansiosos. Entre nosotros se dice «señor» y no «amigo». ¿Acaso no reparaste que antes se pone el señor que el apellido y que los criados visten de distintos colores? ¿No recuerdas cuántos cirios ardían en las exequias del abuelo de éste, ni cuántos escudos de armas había allí, ni cuántos hombres enlutados?

Flexíbulo.- ¿Entonces tú quieres ser señor de todos y amigo de ninguno?

Grinferantes.- Eso me enseñaron mis parientes.

Flexíbulo.- Señor, tu excelencia me mostrará los documentos de sus preclaros parientes.

Gorgopas.- Paréceme que te burlas sin razón de este mancebo, y no haces bien.

Grinferantes.- Primeramente yo vengo de progenie tan buena que no reconoce superior en toda la provincia, por lo que he de procurar con todas mis fuerzas no desdecir del valor que mis mayores adquirieron con tanta honra, no cediendo a nadie, en dignidad, ni en autoridad, ni en lo que se debe a mi apellido. Yo vengo obligado a hacer lo mismo. Si alguno pretende menguar en algo estas dignidades, al punto he de sacar contra él mi espada. Cuanto al dinero; he de ser liberal; cuanto a la honra, tacaño. Y también cortés y atento, por lo que conviene que yo y los de mi calidad saludemos a los demás, les hagamos en la calle lugar por donde pasen, los acompañemos al entrar en casa y al salir, nos quitemos el sombrero haciendo reverencia, y no porque merezca nadie que yo me conduzca así, sino porque tal es el modo de ganar el afecto y favor de los hombres, y él aplauso del pueblo, y de acrecentar la honra que tenemos en los labios y en el corazón. En esta crianza estriba la diferencia que hay entre el noble y el villano. El noble está acostumbrado a hacer todo esto con destreza, y el villano, como rústico que es, no sabe hacerlo.

Flexíbulo.- ¿Y qué opina tu excelencia de semejante educación?

Grinferantes.- ¿Qué he de opinar? Que es óptima y digna de mi linaje.

Flexíbulo.- ¿Tienes más que preguntarme?

Grinferantes.- Nada más que recuerde. Ni te hubiese preguntado antes, a no ser la voluntad de mi padre, que me encargó, o mejor dicho me mandó con todo rigor, que viniese a verte para que si conocieras alguna cosa oculta, o, como si dijéramos, algún misterio sagrado de esta educación con que se pueda lograr más honores, al punto me lo comuniques para que nuestra familia, ya honrada y nobilísima, suba a grado más alto, porque hay ahora muchos hombres que, fiados en su opulencia, sin dignidades, ni honores, por esas riquezas suyas, se levantan, y miran como a iguales a los linajes nuestros de antigua nobleza.

Flexíbulo.- ¡Cosa nefanda!

Grinferantes.- ¿Verdad que sí?

Flexíbulo.- Aun un ciego lo vería.

Grinferantes.- Y estos hombres de que hablo pasean siempre con copioso séquito de pajes y lacayos, lucen vestidos ricos de seda o de velludo, todos bordados, así que junto a ellos nosotros parecemos tanto como nada, y que si vestimos paño frisado es para encubrir nuestra pobreza. El premio al trabajo que mi padre te pide será recibirte en nuestra familia, gozar de la gracia de ella y de la mía, que con el tiempo te hagamos algún beneficio y que siempre seas como cliente nuestro y disfrutes de nuestra protección.

Flexíbulo.- ¡Qué más se puede pedir, ni qué más puedo desear! Y ahora, dime: si te quitas el sombrero, dejas lugar en la calle, saludas con reverencia, ¿cuál será el motivo por que agrades a aquellos con los que conversas?

Grinferantes.- Pues por haber hecho aquellas cosas.

Flexíbulo.- Todas esas cosas no son sino señales exteriores por las que se colige que dentro de ti hay algo que te hace amable; pero ninguno estima aquellas cosas por sí mismas.

Grinferantes.- ¿Y por qué no han de amarlas cuantos son de buen trato y conversación, y más los nobles e hidalgos?

Flexíbulo.- Estás muy atrasado, te lo digo hablando entre nosotros, y, sin embargo, tú crees haber llegado al final.

Grinferantes.- No necesito aprender letras ni erudición. Mis mayores me dejarán con qué vivir, y si ello me faltara, no lo he de buscar en el ejercicio de esas artes tan viles, sino con las armas.

Flexíbulo.- Con arrogancia y altivez hablaste, casi como si por ser noble dejaras de ser hombre.

Grinferantes.- ¡Mira lo que dices!

Flexíbulo.- ¿En qué eres tú hombre?

Grinferantes.- En todo yo.

Flexíbulo.- Sí lo eres por el cuerpo no más, ¿te diferencias algo de las bestias?

Grinferantes- No, en verdad.

Flexíbulo.- Luego no lo eres todo tú, porque tienes razón y entendimiento.

Grinferantes.- ¿Cómo?

Flexíbulo.- Porque si dejas el entendimiento inculto y silvestre, cuidando no más que del aliño y compostura del cuerpo, de hombre te conviertes en bruto. Pero tornemos a lo nuestro, que de ello nos apartaríamos mucho, con esta digresión, si accediera a mi deseo. Cuando tú dejas lugar en la calle y te quitas el sombrero, ¿qué concepto piensas que forman de ti los demás?

Grinferantes.- Pues que soy noble, cortés y que estoy bien educado.

Flexíbulo.- Duro eres de entendimiento. ¿Por ventura no oíste hablar en tu casa de alma, de probidad, de modestia y de moderación?

Grinferantes.- Eso lo oí, pero en la iglesia a los predicadores.

Flexíbulo.- Cuando los que encuentras te ven hacer tales cosas juzgan que tú eres un mancebo bueno, que todo lo haces por el buen concepto que de ellos tienes y porque te consideras a ti mismo con modestia, y de esta opinión nace el favor y la buena voluntad de ellos para contigo.

Grinferantes.- Explícame eso con más claridad.

Flexíbulo.- A eso voy. Si los hombres pensasen que la soberbia te llevaba a considerarlos por debajo de ti, y que, con todo, te quitabas el sombrero y les hacías reverencia - no por honra que les era debida, sino por conveniencia tuya -, ¿crees que habría entre ellos alguno que te lo agradeciera y que estimara tu falsa y simulada cortesía?

Grinferantes.- ¿Y por qué no?

Flexíbulo.- Porque lo que haces no es por ellos, sino por ensalzarte tú Y por ti mismo, y ¿quién se considerará obligado por aquello que hiciste por ti y no por él? ¿Acaso podría yo admitir como honra hecha a mí lo que hicieras, no por lo que yo merezca, sino para honrarte tú mismo?

Grinferantes.- Eso creo,

Flexíbulo.- Luego la buena voluntad de los demás se aquista por la honra que a ellos se les hace y no porque se los honre para que a ti te tengan por más noble y cortés. Y esto no ocurriría si ellos pensasen que no te consideras inferior a ellos y que tu cortesía es la debida.

Gorgopas.- En verdad que no es eso.

Flexíbulo.- Aun cuando fuese mentira habría que engañar a los demás, pues de otro modo no lograrías lo que deseas.

Grinferantes.- ¿Qué modo hay de lograrlo?

Flexíbulo.- Un modo fácil, si atiendes.

Grinferantes.- Dile, que para ello vine a ti, y siempre estarás bajo nuestra tutela.

Flexíbulo.- ¡Poco madura, está esa fruta!

Grinferantes.- ¿Qué refunfuñas?

Flexíbulo.- Digo que sólo hay un modo: que seas cual quieras ser tenido de los demás.

Grinferantes.- ¿Cómo?

Flexíbulo.- Si quieres calentar algo, ¿lo lograrás con fuego pintado?

Grinferantes.- No; pero sí con el verdadero.

Flexíbulo.- Si quieres cortar, ¿lo harás con un cuchillo pintado en un lienzo?

Grinferantes.- No; pero sí con un cuchillo de hierro.

Flexíbulo.- Así que las cosas verdaderas son distintas de las cosas fingidas.

Grinferantes.- Eso parece.

Flexíbulo.- Luego no es lo mismo fingir modestia que sentirla. Lo fingido alguna vez se descubre o manifiesta; lo verdadero permanece siempre. Fingiendo modestia, alguna vez en público o en privado harás o dirás inadvertidamente -que no siempre serás dueño de ti mismo - algo conque declares el fingimiento, y cuantos lo conozcan te aborrecerán tanto y aun más cuanto antes te amaran.

Grinferantes.- ¿De cuál modo podré yo practicar la modestia que me mandas?

Flexíbulo.- Si estás siempre persuadido, lo que es verdad, de que los demás son mejores que tú.

Gorgopas.- ¿Mejores? ¿Dónde? Creo que en el cielo, porque en la tierra pocos hay que igualen a éste; ninguno que sea mejor.

Grinferantes.- Eso oí decir a mi padre y a mi tío.

Flexíbulo.- ¡Cuán lejos de la verdad lleva la ignorancia del valor de los vocablos! ¿A qué llamas bueno? Así sabremos si hay alguno mejor que tú.

Grinferantes.- No lo sé; bueno es haber nacido de buenos padres.

Flexíbulo.- ¿No sabes cuál cosa es buena y ya entiendes lo que es mejor? ¿Llegas a los comparativos sin saber los positivos? ¿Y cómo sabes que tus padres y antepasados son buenos? ¿En cuál señal lo conoces?

Grinferantes.- ¿Cómo, niegas que sean buenos?

Flexíbulo.- Si no los conocí, ¿cómo puedo decir nada en favor ni en contra de su bondad? Te vuelvo a preguntar: ¿cómo conjeturas tú que son buenos?

Grinferantes.- Porque todos lo dicen. Pero te ruego me manifiestes a qué fin van encaminadas tus preguntas impertinentes.

Flexíbulo.- No son impertinentes, sino necesarias para que puedas entender lo que solicitas de mí.

Grinferantes.- Te pido que seas breve.

Flexíbulo.- Muchas palabras serían necesarias para explicarte lo que ignoras; mas como estás enojado, lo diré con mayor brevedad de lo que requiere cosa tan importante. Escucha y mírame atento. ¿A quién se ha de llamar sabio? ¿Acaso al que tiene ciencia? ¿Y a quién rico, sino al que posee riquezas?

Grinferantes.- Claro está.

Flexíbulo.- ¿Y a quién se ha de llamar bueno, sino al dotado de buenas cualidades?

Grinferantes.- No se puede negar.

Flexíbulo.- Dejemos ahora las riquezas, que no son bienes verdaderos, pues de serlo hallarías a muchos mejores que tu padre, y los mercaderes y usureros serían mejores que los hombres buenos y sabios.

Grinferantes.- Lo veo como tú lo, dices.

Flexíbulo.- Medita con atención y cuidado cada una de los cosas que te voy a decir: ¿No es bueno el ingenio agudo y perspicaz; el juicio sano, maduro y cabal; la erudición varia de las cosas útiles y grandes; la prudencia y el ejercicio en los asuntos de importancia; el consejo, la destreza en los negocios? ¿Qué dices de todo esto?

Grinferantes.- En verdad que aun los nombres solos me parecen hermosos y magníficos, cuanto más lo que significan.

Flexíbulo.- Sigamos. ¿Qué diremos de la sabiduría, de la piedad, del amor a Dios, a la patria, a los padres y a los amigos, de la justicia, de la templanza, de la magnanimidad, de la fortaleza en las desgracias, del valor en las adversidades? ¿Qué son, en verdad, todas estas cosas?

Grinferantes.- Excelentes en extremo.

Flexíbulo.- Pues sólo éstos son bienes del hombre, porque las demás cosas que pudiésemos referir lo mismo pueden ser bienes que males, por donde no son bienes. Pon atención y guarda esto en la memoria.

Grinferantes.- Lo haré.

Flexíbulo.- Mucho lo deseo, porque no tienes mal ingenio, aunque sin pulir. Recapacita en tu ánimo si tú posees todos esos bienes, y si algunos tuvieres, cuán pocos serán y cuán flojos; y cuando discreta y agudamente lo hubieres examinado, entenderás al cabo que no estás ornado ni instruido de grandes ni de muchos bienes, y que no hay entre la plebe quien tenga menos que tú. En la multitud hay ancianos que vieron y oyeron muchas cosas, con lo que tienen grande experiencia de ellas; hay hombres aficionados al estudio, con lo que realzan y pulen su ingenio, hay otros que gobiernan la república; otros diligentes en el manejo de los autores y muy versados en su lectura; otros que son vigilantes y cuidadosos padres de familia; otros que profesan las artes y son óptimos en el ejercicio de ellas. Aun los mismos labradores, ¿cuantas cosas no logran de los arcanos de la Naturaleza? ¿Y los marineros, que han de saber el curso de los días y las noches, la naturaleza de los vientos, la situación de tierras y de mares? Y en la plebe hay varones santos, que honran y veneran a Dios piadosamente; los hay, asimismo, que supieron gobernarse con moderación en la prosperidad y sufrir con valor las desgracias y estrecheces. ¿Qué sabes tú de todo esto? ¿En cuál de estas cualidades te ejercitas? ¿Cuál practicas? En verdad en nada, salvo aquello de nadie es mejor que yo porque soy hijo de buenos padres. ¿Y tú, que aun no eres bueno, puedes ser mejor? Ni tus padres, ni tus abuelos, ni tus bisabuelos han sido buenos como no hayan tenido las cosas que te dije, y averiguar si las tuvieron o no -aunque yo lo dudo - es negocio tuyo. Y aunque las hayan tenido, tú no serás bueno si no los imitas.

Grinferantes.- Me dejas confuso y avergonzado: nada tengo que decir en contrario.

Gorgopas.- Pues yo no entendí nada; todo lo que dijiste me ofuscó.

Flexíbulo.- Porque llegaste aquí rudo, inculto para estas nociones, e inficionado y esclavo de opiniones muy distintas de éstas. Y tú, mancebo, ¿cómo quieres que te llamemos ahora: señor, o esclavo?

Grinferantes.- Esclavo, porque si todo es como dijiste - y pienso que no hay nada más cierto -, muchos siervos son mejores y valen más que yo.

Flexíbulo.- Para que cuanto te dije se grabe bien en tu ánimo, retírate a tu casa y piensa a solas, repasándolo y meditando bien, que cuanto más lo repasares más cierto entenderás que es.

Grinferantes.- Ruégote que me digas algo más, porque con sólo esta hora conozco que soy tan otro, que me parece no ser lo que era antes.

Flexíbulo.- ¡Ojalá aconteciera contigo lo que con Polemón el filósofo!

Grinferantes.- ¿Qué aconteció?

Flexíbulo.- Pues que con sólo oír a Jenócrates una oración, de perverso y perdido que era, aficionose al estudio y a la práctica de las virtudes, y tan sabio y virtuoso llegó a ser, que sucedió a Jenócrates en la Academia. Y tú, hijo mío, luego que conocieres lo que te falta para ser bueno - lo que a muchos les sobra -, de todas veras considerarás que los demás te aventajan y honrarás en ellos la bondad de que los ves adornados y que a ti te falta. Entonces el conocimiento de ti mismo hará que te consideres con disgusto y te tengas en poco, de modo que no encontrarás a nadie tan abatido a quien tú conciencia no lo anteponga a ti mismo. Y no podrás persuadirte de que hay otro peor que tú, aunque se muestren su malicia y falsedad, porque entonces pensarás que tú ocultas cauteloso la tuya.

Grinferantes.- ¿Y qué se seguirá de ahí?

Flexíbulo.- Si hicieres lo que te digo, lograrás la educación, la urbanidad verdaderas y firmes, y aun lo que ahora llamamos cortesanía. Entonces serás bienquisto de todos y grato, aunque tú no cuides de conseguirlo, porque siempre - y éste ha de ser tu mayor cuidado - habrás de ser grato a Dios eterno.