VER EL CIELO DESDE MADRID. La invención de un observatorio astronómico. 1846-1860.







Antonio E. Ten Ros

Instituto de Historia de la Ciencia "López Piñero"

CSIC-Universidad de Valencia.



 
 
 
La era isabelina. 

Salvo cronológicamente, en España el siglo XIX no comienza en 1801. En el reloj de las eras, las campanadas del nuevo siglo suenan en 1812, pero en 1813 la maquinaria se para, va marcha atrás a partir de 1823, y no vuelve a marcar bien el tiempo hasta 1833.

En medio de una guerra, una niña, Isabel II es reconocida como reina de España. Muchas miradas se dirigen al norte, hacia las nuevas luces que alumbran a Europa. La oscuridad ha quedado atrás. La riqueza espiritual cede el paso a la material y nuevas clases sociales reclaman participar en el festín. ¡Hay que modernizar el país!

Los experimentos se suceden. Una nueva constitución, la de1837, promulga libertades añoradas. ¡Soberanía nacional! ¡Libertad de prensa! ¡Libertad de industria! Larra y Espronceda cantan los nuevos cantos y combaten con sus plumas los viejos fantasmas.
 
A la sombra del general Espartero, los progresistas en el poder se debaten en sus contradicciones, estimuladas y agudizadas por los intereses contrapuestos que Inglaterra y Francia defendían en España. 
Espartero

Aparecen y desaparecen gobiernos, se promueven ideales y reformas nunca concluidas hasta que las tensiones se vuelven insoportables. La república se proclama unilateralmente en Barcelona y cae brutalmente bajo las bombas de quien decía defender los ideales del librepensamiento. Espartero se queda solo y el brillo de una espada, la del general Narváez, que llega desde Francia en el verano de 1843, lo barre fácilmente de la escena. Los progresistas, faltos de liderazgo y desangrados por luchas intestinas, se dividen entre quienes quieren salvar lo salvable del espíritu que llevó al poder a Espartero y quienes desean pasar a una oposición radical.

Tras la asonada, se promulga una nueva constitución, en la que se conservan algunos de los avances de la de 1837, pero de cuyo articulado desaparece el ideal progresista de la soberanía nacional, se restringe el derecho a voto por motivos económicos y se crea la figura jurídica del senado, para contentar a los sectores más conservadores. El 23 de mayo de 1845 Isabel II sanciona un texto híbrido, que no contentará ni a tirios ni a troyanos, para casarse a continuación con su primo D. Francisco de Asís de Borbón y dar a su hermana en matrimonio con uno de los hijos de Luis Felipe de Francia, entre las críticas de los moderados menos conservadores.
Narváez, que se hace cargo de la presidencia del gobierno el 3 de mayo de 1844, permanece en ella hasta el 12 de febrero de 1846, para cederlo al marqués de Miraflores, recuperarlo un mes después y dejarlo tras diecinueve días.
 
Narváez
Cinco presidentes del gobierno se suceden en poco más de un año, hasta que de nuevo Narváez vuelve al cargo el 4 de octubre de 1847 y permanecer en el cargo con mano dura hasta el 10 de enero de 1851. La revolución francesa de febrero de 1848 y sus secuelas en España, asustan incluso a los más moderados de los progresistas. Sin oposición firme, él será la figura del momento.

 
 
 
 
 

La década moderada y las instituciones científicas.

Tras la aprobación de la constitución de 1845, recogiendo las iniciativas administración anterior, los distintos y fugaces gobiernos moderados tratan de profundizar en la necesaria reforma del estado y la mejora de su imagen exterior, con vistas a atraer los capitales necesarios para la modernización del país. Por encima de los avatares ideológicos, comienza una década crucial para el reencuentro de España con el resto de Europa.

Obvio es que en tamaña barahunda, poco más de efectivo podía hacerse para emprender una reforma radical de la administración, que apuntar direcciones y gastar papel en proyectos legislativos y Reales Ordenes. Pese a aislados intentos, la hacienda, el catastro y la adminstración local, deberían esperar tiempos mejores. Si algo cabía hacer, era una política de imagen y, en buena medida, de la imagen una política... y la imagen de un país europeo, bien entrado ya el segundo tercio del siglo XIX, era su capacidad científica y tecnológica.

Los logros de la revolución industrial en Inglaterra, Bélgica, el conglomerado de territorios alemanes y algunas regiones francesas, no cesaban de mostrarse en exposiciones nacionales y regionales. Incluso en España se había realizado ya una exposición industrial auspiciada por la regente María Cristina y el proceso culminaría con la Gran Exposición universal de Londres, de 1851.

No es de extrañar, pues, que en los años que van de 1844 a 1854 se materialicen por fin en España una serie de instituciones y proyectos que tenían ya su paralelo en los países más avanzados. En el ámbito educativo, entre otras iniciativas de menor fuste, el 1 de junio de 1843 se crea el Consejo de Instrucción Pública. Ya bajo la férula moderada se aprueba la Ley de Instrucción Pública de 17 de septiembre de1845, la conocida como Ley Pidal, que reforma la enseñanza media y la universidad, obra del, en ese momento, jefe se la sección de instrucción pública del ministerio de la gobernación, Antonio Gil de Zárate, que se desarrollaría en diferentes reglamentos y planes de estudios. El 25 de febrero de 1847 se crea, por fin, la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, que en 1850 comenzará la publicación de una revista científica según los modelos a uso en otros países.
 
Antiguo Convento de
la Trinidad, de la calle Atocha de Madrid, 
primera sede del Real Instituto Industrial.

Otras iniciativas administrativas tienen considerable importancia científica. En 1949 se crea la Comisión del Mapa Geológico de España, cuyos trabajos suscitaría la admiración de múltiples científicos extranjeros. El mismo año se aprueba la ley que establece la adopción en España del Sistema Métrico Decimal, en cuya aceptación, pese a la mayoría de voces opuestas, tuvo un papel decisivo el ministro de comercio y luego de hacienda, Juan Bravo Murillo, un personaje todavía no suficientemente valorado como modernizador del país. De 1850 es la creación del Real Instituto Industrial, la primera escuela superior de ingenieros industriales de España... Los ejemplos podrían multiplicarse fácilmente.
 
 
 
 
 
Una institución singular.

 

Entre las instituciones que se promueven a principios de la década moderada, quizá la que más visibilidad alcanzaría en el extranjero sea la del Observatorio astronómico de Madrid. El observatorio como tal se funda a finales del siglo XVIII y para él se construye en los terrenos del Buen retiro un singular edificio, del mismo arquitecto, Juan de Villanueva, que construye el que será el Museo del Prado.

La guerra de 1808 con Francia arruina el establecimiento, que pasa a depender del Museo de Ciencias Naturales. Tras un breve periodo en el que se crea una plaza de profesor de Astronomía para D. José Rodriguez, astrónomo famoso que había regresado del exilio en 1819, y que desaparece con su muerte, nada se hace en Astronomía ni en el edificio hasta que, muerto Fernando VII, se nombra director y catedrático de Astronomía a Domingo Fontan, que, falto del más mínimo apoyo institucional, nada pudo hacer.

La inminente ruina del edificio lleva en 1840 a emprender obras de consolidación. Se le quita el carácter de astronómico y se le convierte en meteorológico, encargando a un ingeniero de caminos, D. Gerónimo del Campo, su dirección.

En este momento entra en escena Antonio Gil de Zárate, el director general de Instrucción Pública, cuya actuación había conducido a la primera gran reforma de de la educación media y superior en España. Gil de Zárate propone, en 1845, la reconstrucción del edificio y su puesta en funcionamiento de nuevo como observatorio astronómico. La idea es, sorprendentemente para el observador no avisado, rápidamente recogida y apoyada por el ministerio de Pedro José Pidal. Se encarga de las obras al arquitecto Narciso Pascual Colomer, con un presupuesto de 449.000 reales, que concluyen en 1846, con unos gastos de cerca de 600.000 reales.

Solo había un problema. Para poner en marcha la institución y realizar las observaciones que se suponía deberían hacerse en él... no se contaba ni con instrumentos, ni con astrónomos. Instrumentos podía comprarse en el extranjero, pero una institución nacional no podía contar con personal foráneo. Se pensó en poner al frente de la nueva institución a astrónomos de la marina, pero los marinos ya disponían de un observatorio especializado, el observatorio de San Fernando, cerca de Cádiz. Además, todavía en la época, la marina era una institución elitista, cuyos miembros apreciaban más su carrera militar que su especialidad científica. No podía recurrirse a los marinos. Había que inventar astrónomos civiles
 
 
 
 

Inventar astrónomos

La universidad española, el vivero natural de la especie, no disponía de astrónomos. En la formación de los mismos había que empezar de cero. Pero la voluntad política era firme y no se iba a detener por ese pequeño problema. En Julio de 1847, por parte del entonces ministerio de comercio, instrucción y obras públicas, se pregunta al ministro de marina si existen inconvenientes para que se envíe "dos o tres jóvenes, adornados de los conocimientos indispensables" al observatorio de marina, a fin de que se les instruya en las disciplinas necesarias.

El ministerio de marina y el director de San Fernando, Francisco de Paula Márquez, no pueden dejar de estar de acuerdo con la propuesta, aunque sin duda la misma debió crearles algunos problemas. Hasta ese momento, la astronomía española era patrimonio exclusivo de los marinos, sus anuarios y efemérides los únicos de confección española, y aunque modesta, la explotación de los mismos era una fuente adicional de ingresos.

En su respuesta, Márquez fija los conocimientos de que deberían disponer los futuros alumnos, y ciertamente no era poca la exigencia : debían ser ya competentes en matemáticas puras, mecánica racional, física, óptica... Márquez sabía sin duda que no debía haber en España tal género de jóvenes, pero las decisiones de Madrid eran firmes: Ya que no hay estudiantes, deberán ser profesores quienes se sometan a tan árduo proceso de formación. El propio Gil de Zárate, que había hecho los escalafones de catedráticos de las distintas universidades e institutos, debió elegir los candidatos.
 
En efecto, Reales Ordenes de 26 de agosto de 1847 ordenan a Antonio Aguilar, catedrático de "matemáticas sublimes" de la universidad de Santiago de Compostela, y a Esteban Novella, profesor de igual asignatura en el instituto de Cádiz, su paso a San Fernando, para estudiar Astronomía y formarse como astrónomos y profesores.

 

Menos de un año estuvieron los dos alumnos con Márquez. En carta privada a Gil de Zárate le informa de sus progresos en el ámbito teórico y de que ya nada más podrían obtener de Sal Fernando en el práctico por falta de entusiasmo de los observadores de marina.

Gil de Zárate propone, pues, la continuación de los estudios en observatorios extranjeros. Inmediatamente ser traza un plan y una Real Orden de 24 de septiembre de 1849 dispone el paso de ambos al observatorio de Padua. Comienza un largo viaje de fructíferas consecuencias.
 
 
 
 

Dos españoles en la comunidad astronómica internacional.

El viaje se planificó sin reparar en gastos. Camino de Padua, y precedidos de oportunos contactos diplomáticos, pasaron por el observatorio de Turín, donde conocieron al Barón Plana, director y único astrónomo. El contacto con Plana, respetado internacionalmente, fue fructífero, pese a la forzada inactividad del observatorio. Reducido a la ociosidad científica, Plana dedicó largas horas a explicar a ambos profesores las novedades en el campo de la observación astronómica. Allí descubrieron las nuevas tendencias que en ese momento se estaban planteando en el ámbito de los instrumentos de observación profesionales

En efecto. El tema era ciertamente candente, como descubrirían los españoles en su viaje europeo. Aguilar y Novella se toparon por casualidad en medio de una verdadera revolución en el ámbito de la instrumentación astronómica, de la que, a pesar de las informaciones de Plana, todavía no fueron plenamente conscientes. Provistos de las publicaciones del observatorio y de cartas de recomendación para otros observatorios y fabricantes de instrumentos, pasaron a Milán. En el observatorio de Milán fueron también amablemente recibidos por los astrónomos Carlini y Frisiani, igualmente reducidos a la inactividad por la situación política italiana, pero que mostraron a los viajeros los instrumentos más modernos de que disponía el observatorio.
De Milán salieron finalmente hacia Padua con buen número de publicaciones y contactos personales de inestimable valor. A primeros de abril de 1850 llegaron a Padua, para encontrarse con la sorpresa de que su visita no había sido anunciada. La carta de Plana allanó todas las dificultades y el director del observatorio, Santini, los acogió con evidente placer por haber sido escogido desde España para hacerse cargo de su formación.

Con Santini permanecieron dos meses. Según propia confesión, sus jornadas diarias de observación raramente bajaban de cinco horas . El fruto de las mismas, sobre un nuevo asteroide y un cometa recién descubiertos, fueron dos publicaciones de Santini en la más importante revista especializada de la época, la Astronomische Nachrichten. Los números 720 y 723 de la misma recogen los nombres de Aguilar y Novella. Su visibilidad internacional comenzaba a aumentar.

Por consejo del propio Santini, Aguilar y Novella prosiguen su viaje. Vía Ginebra, donde visitan su pequeño observatorio, llegan a París, uno de los hitos para su formación según creían al partir de España. Amarga decepción!. Un Arago casi ciego y dedicado a la política no era el director ideal para un observatorio en crisis. Abandonan París con la intención de permanecer un tiempo a su vuelta y suben hacia Bruselas. En Bruselas pasan dos meses, discutiendo sobre instrumentos con el director del observatorio, Quetelet, con quien traban larga amistad, y regresan a París a principios de octubre de 1850.
 

Los instrumentos de un observatorio.

La estancia en París, más que periodo de aprendizaje, es ya de toma de decisiones. La privilegiada situación de la capital francesa y la facilidad de comunicaciones es utilizada para desde allí entablar negociaciones con los posibles proveedores de instrumentos. Con los consejos de los sucesivos astrónomos que han ido encontrando deciden, el 15 de diciembre de 1850, proponer a Gil de Zárate la compra de los siguientes instrumentos:

Un teodolito para determinación de latitudes.

Un anteojo de pasos.

Un círculo meridiano.

Un telescopio ecuatorial

Un péndulo astronómico.

Diversos cronómetros y aparatos auxiliares.

Los consejos de Plana y la experiencia de los observatorios visitados, todavía no han conseguido hacerles vencer una inercia de siglos. Desde que Tycho Brahe erigiese en Uraniborg su gran cuadrante mural a finales del siglo XVI y sobre todo desde que Olaf Römer construyese su Machina doméstica, o primer anteojo de pasos, a mediados del siglo XVII, dichos instrumentos, más o menos perfeccionados, se habían convertido en el modelo a seguir en todo observatorio que se preciase. Londres y París eran los centros proveedores de referencia y de allí procedían los mejores instrumentos hasta principios del siglo XIX. Sin embargo, las cosas comenzaban a cambiar. Los progresos de la tecnología del cristal y de la mecanización de precisión, sobre todo entre los ópticos y constructores alemanes, habían ido afianzándose en el mercado y ya los astrónomos más avisados no dejaban de tenerlos en cuenta.

Pero nuestros dos aprendices todavía no se sentían lo suficientemente autorizados a modificar una costumbre bien enraizada. Tras recibir de Gil de Zárate la autorización y el dinero, deciden pasar a Londres a comprar, al menos, los péndulos astronómicos y cronómetros. Nada más llegar, visitan Greenwich... para encontrar desmantelados el anteojo de pasos y el cuadrante mural, y sustituidos por un flamante círculo meridiano, construido bajo la dirección del propio astrónomo real Airy, con quien se entrevistan, y puesto en funcionamiento a finales de 1847. Airy tomará bajo su protección a los dos astrónomos españoles y con su aval entrarán ya en la comunidad internacional.

Con los consejos y cartas de recomendación de Airy, encargan los péndulos y cronómetros al constructor Dent y, sin dudar más, salen hacia Alemania. El instrumento fundamental que permitirá observar el cielo desde Madrid será un gran círculo meridiano, y será alemán.

En Alemania se dirigen directamente al observatorio de Bonn. Traban contacto con su astrónomo, el gran Argelander, y juntos deciden el constructor de su círculo meridiano. Será el taller de los hijos de Repsold, de Hamburgo. Salen hacia Hamburgo, visitan los talleres Repsold y encargan un teodolito o instrumento de latitudes, y el gran círculo meridiano. Pero todavía no ha terminado su periplo europeo. De Hamburgo pasan al observatorio de Altona, en Dinamarca y continúan viaje a Berlín.
 
 
Círculo meridiano de Repsold
Teodolito de Repsold.

Berlín es otro hito fundamental de su viaje. Visitan a Encke en el observatorio, ligan una nueva relación importante, compran diversos instrumentos ópticos y meteorológicos y dan por concluida la primera etapa de la compra de instrumentos. Madrid pronto será un moderno observatorio europeo.

De Berlín, pasan a Estrasburgo y Marsella, donde embarcan para Cádiz, adonde había ido dirigiendo los libros e instrumentos obtenidos durante el viaje. En septiembre de 1851 están ambos en Madrid. Se presentan a Gil de Zárate y le dan cuenta de los frutos de casi cuatro años de formación.
 
 
 
 

Nace un observatorio.

Gil de Zárate tiene las cosas preparadas. El 24 de septiembre de 1851, con Juan Bravo Murillo ya como presidente del consejo de ministros, Isabel II firma una Real Orden, por la que, oficialmente, se declara creado el Observatorio de Madrid.

La Real Orden es un precioso documento, que nos informa de cómo veían el papel a jugar por la nueva institución, aquellos que más directamente implicados habían estado en su creación:

La creación de un observatorio astronómico en esta corte, ha sido uno de los más constantes objetos de la solicitud de S.M., penetrada como está de la importancia que ha de tener tan útil establecimiento en el mundo científico, atendida la situación geográfica de Madrid y también la hermosura de su cielo que, puro y despejado, permite hacer observaciones casi nunca interrumpidas.

A este efecto, después de haber mandado que se concluyera el elegante edificio que, abandonado hacía ya muchos años, se estaba arruinando en el Buen Retiro, tuvo a bien disponer que dos jóvenes catedráticos de los más aventajados en las ciencias exactas, pasasen primero al observatorio de San Fernando y después al extranjero, a fin de adquirir los conocimientos necesarios para ponerse al frente del proyectado establecimiento, contratar los mejores instrumentos y conocer personalmente a los mejores astrónomos de Europa, estableciendo con ellos las relaciones científicas que son indispensables si se han de emprender y llevar a cabo trabajos de alguna consideración e importancia.

Cuatro años han empleado los pensionados en estos estudios y viajes preliminares, regresando a su patria después de visitar los principales observatorios de Italia, Francia, Bélgica, Inglaterra y Alemania, y en todas partes han sido acogidos no solo del modo más satisfactorio, sino hasta con júbilo por cuantos se interesan en los progresos de las ciencias y desean ver a España tomar una parte activa en ellas.

Tiempo es ya, por lo tanto, de realizar un pensamiento que ha de redundar en gloria de nuestro país pues, aunque el observatorio astronómico de Madrid no tenga desde luego toda la importancia que le está reservada, la adquirirá en breves años, habiendo perseverancia para suministrarle cuanto necesite hasta que llegue a adquirir su completo desarrollo; lo cual no puede dudarse de la decidida protección de S.M.
 
 

En consecuencia la Reina (q.D.g.) se ha servido dictar las disposiciones siguientes:

Primera. Se procederá desde luego al establecimiento del observatorio astronómico de Madrid, a cuyo efecto nombra S.M. astrónomos del mismo a Don Antonio Aguilar y Don Eduardo Novellas, dando al primero el carácter de director, y debiendo tener a sus órdenes los ayudantes y dependientes que se juzguen necesarios.

Segunda. El mismo observatorio será también meteorológico, encargándose de dirigir las operaciones de esta clase, uno de los catedráticos de física de la universidad de Madrid, el cual tendrá igualmente bajo sus órdenes los ayudantes indispensables.

Para la colocación de los instrumentos ya adquiridos y de los que están contratados, se harán en el edificio las obras necesarias, como asimismo las precisas para proporcionar habitaciones a los astrónomos y dependientes que deban vivir en el observatorio.

Cuarta. Los astrónomos nombrados, demás de los trabajos que exija el cumplimiento de sus obligaciones como tales, darán anualmente en la universidad un curso de astronomía, en la forma que determine el gobierno.

Quinta. El director del observatorio se entenderá con el ministerio de mi cargo en todo lo relativo al establecimiento, pero en lo que respecta a la enseñanza, los dos profesores astrónomos formarán parte del claustro de la facultad de filosofía de la universidad central y dependerán del rector de la misma.

De Real Orden lo digo a V.E. para su conocimiento y efectos consiguientes.
Dios guarde a V.E. muchos años.
Madrid, 24 de septiembre de 1851-

Arteta.

Sr. Director General de Instrucción Pública.
 
 
 
 
El 20 de octubre de 1851, Bravo Murillo reordena los ministerios. Desaparece el de Comercio, instrucción y obras públicas, para dar paso al nuevo ministerio de Fomento, Las competencias en Instrucción pública pasan a Gracia y Justicia y la dirección general de instrucción pública desaparece. Pero Bravo Murillo, demuestra una vez más su interés en proseguir la obra de asimilación de España a las naciones más avanzadas. 
Bravo Murillo

Para proteger en lo posible la nueva institución de los vaivenes administrativos, el cese de Antonio Gil de Zárate como director general, viene acompañado por su nombramiento como primer comisario regio para el Real Observatorio Astronómico de Madrid. Desde su comisaría, Gil de Zárate sigue promoviendo la continuidad de las actividades, hasta su muerte, ocurrida en 1861. El 6 de agosto de 1853 se aprueba el reglamento orgánico del observatorio y se fija definitivamente la plantilla:

Comisario: D. Antonio Gil de Zárate.

Director: D. Antonio Aguilar Vela.

Astrónomo primero: D. Eduardo Novella

Astrónomo segundo: D. Miguel Merino.

Ayudantes: D. Cayetano Aguilar y D. Tomás Ariño.

De 1853 es también la primera publicación de un astrónomo del observatorio de Madrid. En ese año Antonio Aguilar da a la luz, en la imprenta de Aguado, de Madrid, su Memoria sobre la latitud geográfica del Real Observatorio de Madrid.

En 1854 concluye la construcción del edificio principal del observatorio, que se había proyectado ante la inadecuación del de Villanueva para acoger el telescopio ecuatorial de Merz, que también se había encargado en Alemania, y las salas de trabajo y alojamientos de los astrónomos y personal de servicio. El Observatorio de Madrid era una realidad.
 
 

La visibilidad de un observatorio

Como reconoce la misma Real Orden de creación del observatorio, la institución no nace dotada de "toda la importancia que le está reservada" aunque "la adquirirá en breves años, habiendo perseverancia para suministrarle cuanto necesite hasta que llegue a adquirir su completo desarrollo"
 
Sin embargo, la nueva institución rápidamente se hace un hueco en la vida científica española, como pronto se lo hará en el concierto internacional. Al observatorio se encomiendan las tareas astronómicas de la gran empresa del mapa geodésico de España, que comienzan en 1854, Aguilar es nombrado miembro de la Academia de Ciencias en 1855 e inicia la publicación de trabajos astronómicos en las páginas de su Revista y, por fin, se prepara la publicación de lo que tanto temían los astrónomos de San Fernando: un Anuario y efemérides de la astronomía española, que solo será efectiva en diciembre de 1859.

En el ámbito internacional, Aguilar prosigue los contactos afianzados durante su viaje e intercambia publicaciones con muchos observatorios europeos. Pero el gran hito visual del observatorio de Madrid tendrá lugar a partir de 1860 y lo deberá a una afortunada coincidencia temporal: En el momento en que el observatorio de Madrid está terminando de consolidarse, tiene lugar uno de los fenómenos astronómicos que más interés concitan siempre: un eclipse de sol, cuya fase de totalidad solo iba a ser visible, en tierras europeas, en territorio español, penetrando en tierra firme la sombra lunar al oeste de Santander y abandonándola al norte de la ciudad de Castellón, ya en el mediterráneo.

El eclipse de sol de 1860, sus preparativos y sus consecuencias inmediatas, fue, en efecto, el gran momento del observatorio de Madrid. Desde el año anterior, Aguilar había solicitado del gobierno de la nación, presidido por Leopoldo O’Donnell, y este acogido con gran interés, la colaboración de la administración en facilitar la llegada a España de numerosas expediciones de astrónomos de toda Europa, así como había hecho del eclipse el tema central del primer anuario del observatorio, correspondiente a 1860. Al mismo tiempo, Aguilar había escrito a todos los observatorios europeos invitándoles a observar el eclipse en tierras españolas y a comunicarle sus lugares de preferencia para tomar las disposiciones necesarias. El propio astrónomo real inglés Airy, director del observatorio de Greenwich, se hace eco de la favorable disposición del gobierno español en las Astronomical Monthly Notices de marzo de 1860

Desde principios de año, diversas Reales Ordenes disponen la exención de aranceles aduaneros y de inspección, de los instrumentos que las delegaciones transportasen para la realización de las observaciones. Así mismo, en el ámbito español, se ordena que las autoridades civiles presten su máxima colaboración a los astrónomos extranjeros, " a petición suya, o siempre que lo juzguen necesario, aunque no se reclame".

   Trayectoria de la sombra en los eclipses de 1860 y 1900

La convocatoria fue un enorme éxito y constituye la más numerosa reunión de astrónomos jamas realizada hasta su época. Como recoge el informe de Aguilar publicado en el Anuario para 1861, hasta 89 astrónomos, casi todos profesionales, procedentes de doce países, si se engloban en uno los representantes alemanes, se dieron cita en España, en las distintas estaciones distribuidas a lo largo del camino del eclipse total. Vitoria, Santander, el Moncayo y Castellón reunieron el mayor número de observadores, que en conjunto representaban a la práctica totalidad de los observatorios activos en Europa.

En efecto, además de los españoles de San Fernando y el anfitrión, el observatorio de Madrid, con sus directores al frente, estaban representados oficialmente los observatorios siguientes:

Observatorio de Pulkovo, en San Petersburgo, con su director Struve, a la cabeza

Observatorio de Varsovia, con su primer astrónomo Pratzmuski.

Observatorio real de Lund, en Suecia, con el astrónomo Axel Moluv.

Observatorio real de Copenhague, con su director, D’Arrest.

Observatorio de Munich, con su director Lamont.

Observatorio de Leipzig, con su director Bruhns.

Observatorio de Roma, con su director, el P. Angelo Secchi.

Observatorio de Milán, con su director Carlini.

Observatorio de Florencia, con su director Donati.

Observatorio de Ginebra, con su director Plantamour.

Observatorio real de Greenwich, con su director Airy.

Observatorio imperial de París, con su director LeVerrier

Observatorio de Toulouse, con su director Petit.

Observatorio de Coimbra, con los astrónomos Rodrigo Riveiro de Souza Ointo y Jacinto de Souza.

Observatorio meteorológico del Infante D. Luís, de Lisboa.

Además de ellos, numerosos observatorios universitarios, de instituciones diversas y privados, de dentro y fuera de España, hicieron observaciones y enviaron los resultados al observatorio de Madrid y a distintas publicaciones de la época. Las revistan científicas consultadas se hacen todas eco de la efeméride y muchas de la perfecta acogida y apoyo recibidos en España y de sus autoridades.

La convocatoria, pues, fue un indudable éxito mediático. El observatorio de Madrid, prácticamente desconocido hasta entonces, ingresó en la nómina de los observatorios europeos activos y fruto de ello fueron las numerosas publicaciones intercambiadas, durante la visita y en los años posteriores, que llenan desde entonces los estantes de la biblioteca del observatorio de Madrid.
 
 
 
 
 
 

El primer descubrimiento de la fotografía astronómica.

Si el éxito mediático fue importante, el científico no lo fue menos. Ya en la Instrucción sobre el eclipse de sol, publicada en 1859 en el Anuario del observatorio de Madrid para 1860, se recomendaba a quien dispusiese de instrumentos de gran potencia, el estudio de un curioso fenómeno observado en los eclipses totales de sol inmediatamente anteriores. Justo cuando la luna termina de ocultar el sol, aparecen en su borde unas curiosas protuberancias, de formas diversas. Si por su extensión la corona luminosa que aparece rodeando a ambos astros en ese momento se había identificado inequívocamente como de origen solar, la situación era mucho más confusa en lo referente a la pertenencia de las protuberancias. En la instrucción del anuario se las reconoce como "correspondientes, al parecer, al disco oculto del sol; lo que, sin embargo, ni es seguro ni reconocido como cierto por todos".

El tema había sido objeto de controversia en los años anteriores. La observación visual era extremadamente difícil, por la breve duración del intervalo útil de contemplación del fenómeno. Pero, afortunadamente, en ese momento se disponía, por primera vez de un nuevo procedimiento capaz de fijar indefinidamente las imágenes y de determinar inequívocamente el origen de las protuberancias: la fotografía astronómica.

La fotografía, que contaba ya con más de veinte años de existencia, había ido mejorando sus procedimientos, aumentando la sensibilidad de sus placas y la facilidad de su manejo. Diferentes cuerpos celestes, la luna, el sol y alguna estrella, habían sido ya fotografiadas, pero se requería de circunstancias excepcionales como un eclipse total para fotografiar tan pequeños y difíciles detalles. La suerte quiso que en 1860, la técnica fotográfica estuviera también, por primera vez, madura para intentar su utilización en la resolución del enigma. Dos expediciones vinieron especialmente preparadas para ello: la del fotógrafo inglés Warren de la Rue, que se instaló en Rivabellosa, cerca de Miranda de Ebro, y la conjunta de los observatorios de Roma y Madrid, con el Padre Secchi y Antonio Aguilar a la cabeza.

Ambas realizaron fotografías. Warren de la Rue dos y el fotógrafo de la mision hispano-romana, el catedrático de química de la universidad de Valencia, José Monserrat, cinco. La calidad de las fotografías inglesas a duras penas permitió asegurar el resultado, pero cuatro de las fotografías de Monserrat, espléndidas, permitieron conocer particularidades de la estructura de la corona solar no atestiguadas hasta el momento: Una, la existencia de una atmósfera solar, independiente de la corona ya conocida. Otra, la polarización de la luz de la corona, sospechada teóricamente pero no demostrada experimentalmente, pese a las iniciativas intentadas ya por François Arago, sin éxito, en 1842. Otra, en fin mucho más espectacular: la inequívoca procedencia solar de las brillantes protuberancias que se observaban.

Las protuberancias fueron científicamente observadas por primera vez en el eclipse de 1842, aunque en los eclipses de 1706 y 1806 se encuentran vagas alusiones al fenómeno. El éxito de las fotografías de Warren de La Rue y Monserrat, permitió disponer de imágenes perfectamente claras y contrastables de las protuberancias y, aunque en su informe Aguilar todavía se muestra prudente, en el que publicó en Roma el P. Secchi, se afirma palmariamente la procedencia solar de las protuberancias. Se había realizado con ello el primer descubrimiento astronómico debido a la fotografía. Copias de las fotografías, cuidadosamente realizadas por Monserrat, se enviaron por el observatorio de Madrid a todos los observatorios europeos importantes y a los principales astrónomos que acudieron a España, quienes agradecieron vivamente el material enviado. Dichas fotos pueden considerarse también el primer material fotográfico original de carácter científico distribuido en el mundo.

    Litografía de época mostrando las protuberancias.

La historia de la astronomía, en la que España no ocupaba todavía una posición señalada, recogió el descubrimiento como obra de Secchi y Warren de la Rue, pero para los observatorios y profesionales europeos, las fotografías constituyeron eficaz carta de presentación del trabajo de un nuevo observatorio, y de la existencia científica del país que las realizó.
 
 

El observatorio de Madrid y la ciencia española en la era isabelina.

Hora es de concluir. Bien conocidas son ya las dificultades que ha sufrido la investigación científica en España en diferentes épocas del pasado. La polémica de la ciencia española es asunto de larga vida y ya en tiempo de Carlos III fue objeto de escándalo europeo. La desgraciada historia del país hasta la entronización de Isabel II, destruyó los débiles candiles que iluminaban el panorama de la ciencia española de la Ilustración. La polémica estallaría de nuevo poco después de estos hechos, ya en la época de la restauración y continuaría en los primeros años de siglo hasta que se agotó por inútil, al cesar el debate ideológico que la alimentaba.

Dicho debate ideológico tiene una de sus raíces en una distinción importante entre dos conceptos diferentes: el de "ciencia de un país" y el de "ciencia en un país", que se conecta con la profundización del espíritu nacionalista desde el siglo XIX. Sin entrar detalladamente en la cuestión, puede afirmarse que lo que caracteriza la existencia de la ciencia en un país es la existencia de científicos nacionales destacados y de publicaciones importantes para la historia general de la ciencia. Pero ello depende más de la existencia de figuras singulares, excepcionales quizá, que, por encima de circunstancias y dificultades, realizan una obra memorable y la difunden de modo que la comunidad científica internacional reconoce e integra en su seno.

El concepto de ciencia de un país es más complejo. Brevemente, la ciencia "de" un país se puede identificar, más que con la existencia de figuras geniales, con la presencia de cadenas de magisterio identificables a lo largo de periodos dilatados. Dichas cadenas de magisterio se apoyan y complementan con la creación y pervivencia de instituciones especializadas al margen de avatares coyunturales. A estos factores hay que añadir la aparición de publicaciones periódicas de amplia difusión y reconocimiento en la comunidad internacional, cuya continuidad se extiende, de largo, más allá de la desaparición física de sus creadores y animadores primeros.

Una mirada desapasionada a la historia de la ciencia española permite apuntar, con apoyos documentales inequívocos suficientes, que el observatorio de Madrid constituyó uno de los pocos ejemplos decimonónicos de institución susceptible de analizarse como creadora de "ciencia española". Sus problemas posteriores y las circunstancias por las que pasó desde la era isabelina, la primera república y la restauración monárquica en España, hasta llegar a tiempos cercanos al actual, matizan adecuadamente esta afirmación. En su conjunto constituyen un buen elemento de análisis de las condiciones y alcances de la actividad científica en tierras españolas.
 
 

La visibilidad de un país.

La creación del observatorio de Madrid y la historia de sus actividades durante la era isabelina ilumina también una parte importante de la historia de esta era. España se vio inmersa a lo largo del siglo XIX en una coyuntura atormentada, quizá menos que algún otro país de su entorno pero mucho más que otros. Las luchas por el protagonismo en el concierto europeo, el debate económico y social, la situación industrial y las superestructuras ideológicas, influyeron enormemente en las posibilidades de desarrollo de las ciencias aplicadas en muchos países pero, de modo destacado, en España.

En el ámbito de las ciencias "puras", la situación fue un poco más sencilla. Tanto en Europa como en América o Asia, las ciencias puras constituyeron un vehículo más "neutro" de actividad científica, técnica e industrial. Casos como los del observatorio de Arequipa, en Perú, Santiago de Chile o Córdoba, en Argentina, con todas sus particularidades, podrían también aducirse como ejemplos. El observatorio de Madrid, así debieron reconocerlo sus promotores, además de una aventura científica respetable en sí misma, podía convertirse también en un proyecto de imagen, sencillo de abordar y de repercusiones mediáticas potencialmente importantes.

El intento tuvo suerte, pese a sus dificultades. Salió sin duda mejor de lo esperado. Desde sus inicios, en 1847, logró una buena imagen internacional, gracias a los contactos personales ligados durante la etapa de formación de sus primeros astrónomos y, sobre todo, gracias a la coincidencia del eclipse y el buen tratamiento político y científico que le dieron, esta vez, sí, las autoridades españolas.

España, después de las tinieblas de la era fernandina, volvía a tener imagen internacional, volvía a ser reconocido como un país "civilizado". Y este hecho era enormemente importante para quienes deseaban una imagen respetable del país que atrajese a su territorio los capitales económicos necesarios para su desarrollo y para la actividad comercial, promesa y base de los buenos negocios que soñaba el triunfante capitalismo. Porque esta actividad era ya, en definitiva y más que en cualquier otra época, el motor de la historia.

El observatorio de Madrid contribuyó, en la modesta medida de sus posibilidades a esta nueva visibilidad de la España isabelina. Que al mismo tiempo contribuyese a otras visibilidades más científicas, como la de la crisis de la vieja instrumentación para ver el cielo, la de las nuevas técnicas fotográficas de investigación o la de la aparición de la astrofísica, son valores añadidos que corresponde al interés del lector ordenar en importancia, según sus gustos e intereses.