La materia médica en los siglos XVII y XVIII
La planta americana que adquirió una importancia considerable desde el siglo XVII fue la quina. Tradicionalmente se ha aceptado la leyenda de la condesa de Chinchón, esposa del virrey del Perú, según la cual fue esta dama la primera europea en utilizar el polvo de la corteza del quino y difundirlo. De ahí que Linneo la llamara Cinchona. Puede afirmarse que los médicos españoles fueron los primeros en ocuparse del uso terapéutico de la quina. Mencionaremos a tres de ellos: Gaspar Caldera de Heredia (1663), Gaspar Bravo de Sobremonte (1669) y Pedro Miguel de Heredia (1673).
Tal como ha estudiado López Piñero, en el primer capítulo del libro de Caldera (De pulvere febrifugo Occidentalis Indiae (1669) se dice que esta planta no aparece descrita en las obras de Monardes, Orta, Clusius y Acosta. Se afirma que los indios empleaban los polvos de corteza para combatir los temblores musculares producidos por el frío y que los jesuitas, basándose en un razonamiento analógico, empezaron a usarlos para tratar los escalofríos de las fiebres intermitentes cuartanas y tercianas. Estos religiosos llevaron el medicamento a un farmacéutico de Lima que lo ensayó y animó a probarlo en esta ciudad. En el segundo capítulo Caldera cuenta que fue Juan de Vega, médico del virrey, conde de Chinchón, y primer titular de la cátedra de prima de medicina de la Universidad de Lima, quien llevó gran cantidad de polvos y corteza a Sevilla diciendo que había hecho diversas pruebas con ellos en la capital del Perú. Caldera de Heredia era la principal figura médica en la Sevilla de 1641 y, sin lugar a dudas, fue uno de los primeros en emplear el nuevo remedio.
Los dos últimos capítulos del libro de Caldera están dedicados al estudio farmacológico de la quina. Lo hace desde el sistema galénico y primero se ocupa de sus cualidades como simple, basándose en la doctrina de las cualidades y grados, y expone después el «método» de su uso terapéutico.
El nuevo remedio se difundió con rapidez y se cuenta que curó de fiebres a personajes ilustres como el monarca francés Luis XIV en 1649 y al español Carlos II en 1697. El efecto de la quina no podía explicarse demasiado bien con las interpretaciones galénicas; no se producía una eliminación visible del humor corrupto. Fue adoptado por representantes de escuelas diversas como Sydenham, Willis, Dekker, Lister, Cobe, Borelli, Riverius, Baglivi, Waldschmidt, etc. El hecho de que su empleo fuera muy positivo contra las intermitentes, hizo pensar de nuevo a algunos en la idea de especificidad. Los iatroquímicos le atribuyeron la propiedad de corregir la «fermetación» febril de la sangre y de disolver las mucosidades obstructoras de los pequeños vasos. Los iatromecánicos, en cambio, pensaron que la quina producía en los enfermos una dilución del líquido hemático.
En España, y aún más en los Países Bajos, hubo fuertes polémicas sobre el empleo de la quina. El hecho de relacionar al producto con los jesuitas provocó un fuerte rechazo por parte del mundo protestante.. Sin embargo, una vez más, hubo importantes intereses económicos; los polvos de quina llegaron a venderse a «precio de oro». Aunque en ese momento las fiebres de diversas causas asolaban todo el mundo y España poseía los territorios en donde crecían los árboles de los que se extraía el preciado remedio, sólo se obtuvieron escasos beneficios monetarios. Según Puerto Sarmiento, las causas fueron de índole administrativa, científica, de estructura económica y por enfrentamientos personales; los grandiosos planteamientos estatales naufragaron en la mediocridad de las personas.
José Celestino Mutis, El arcano de la quina... obra póstuma. Madrid, Ibarra, 1828.
El grabado fue dedicado al gran estudioso español de las quinas por Alexander von Humboldt y Aimée Bonpland.

Texto a la edición póstuma de la obra de Celestino Mutis

Celestino Mutis