VER LA ALHAMBRA

Reconozco que con el paso del tiempo más se ama lo que ya pasa a ser un simple recuerdo en nuestras mentes. Cuando visité la ciudad de Granada sabía que algo diferente me iba a encontrar entre sus estrechas calles y sus recios muros cargados de historia.

Era consciente de que algo fuera de lo cotidiano se iba a abrir ante nuestros ojos. Y así fue. No puedo relatar en un trozo de papel las vivencias y recuerdos más impresionantes de la Historia de España, de nuestra historia, que pasaron por mi mente.

Fue cuando la conciencia tomó cuerpo al insertarme por completo en el ambiente medieval y altanero que encierra esta mítica ciudad del antiguo Al-Andalus.

Entre las sinuosas y tortuosas calles del Albaicin pude constatar la forma de vida más elemental de los musulmanes del antiguo reino de Granada. Sólo allí se puede comprender con toda la fuerza del presente el maravilloso esplendor de su pasado. Es por ello que cuando visité su monumento más emblemático, La Alhambra, estaba convencido de que todo lo que conocía tan sólo de oídas iba a tomar cuerpo de inmediato.

En la Alcazaba justo en el muro en el que todavía se puede leer “Haces bien en llorar como mujer, ya que no has tenido valor para defenderte como hombre” que le dijo Aixa, su madre, a Boabdil cuando rindió la fortaleza a Fernando e Isabel se puede obtener una maravillosa panorámica de todo el valle.

No solo en esta zona uno puede rememorar hechos insólitos que solo se encuentran en los libros. Pues ¿quién en el mirador de Daraxa o en la Sala de las Dos Hermanas no ha sentido el placer de ser por un momento el invitado de honor en tierra extraña o quién paseando por el vetusto y poblado Jardín del Generalife no ha sentido la presencia de los sultanes en sus momentos de ocio y descanso?.

Ello no es más que la exultante riqueza de los monarcas nazaríes que con todo su boato y esplendor levantaron y acondicionaron tan vasto monumento. Reconozco también que se ha de andar con detenimiento si uno no se quiere perder el mínimo detalle de tan gigantesca construcción.

Aún así no deja de ser cierto que el que quiera profundizar no tiene más remedio que visitarla dos, tres o incluso cuatro veces. Entre sus muros se respira el aire de nuestro pasado medieval y la lucha de una sociedad que estaba a punto de extinguirse a manos de los conquistadores castellanos.

Es éste el legado bien guardado de una cultura que jamás desaparecerá de nuestro entorno pues nos recuerda altanera la magnificencia y el esplendor que algún día tuvo Granada. Al salir de la fortaleza granadina paseaba ensimismado en busca del Albaicín mientras mi mente se abandonaba al sueño del pasado sin percatarme que mis pasos me dirigían sin saberlo a lo más oculto de la azarosa historia de Granada.

De repente, un alma noble, de los “sin techo”, se guarecía de la lluvia que comenzaba a caer en uno de los rincones del antiguo zoco medieval mientras un nutrido grupo de niños se congregaba a su alrededor.

El diletante se afanaba en acurrucarse entre los jóvenes para exponer una de sus mágicas historias sobre la ciudad milenaria. Era una de sus leyendas guardadas con esmero en el zurrón de los recuerdos.

Los niños atendieron la puesta en escena con especial atención mientras que no pude por menos que sentirme atraído por su disertación incluyéndome entre ellos. No hay espacio suficiente para resumir tanta belleza en la retórica. Acabada la leyenda continuó su paso sigiloso en busca de otro lugar y otras gentes...todavía recuerdo con emoción ese instante.

* La presente columna de opinión fue publicada en Suplementos para prensa entre los que estaban el Adelantado de Segovia, Alerta de Cantabria y Lanza de Ciudad Real, en el año 1998-1999.

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