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EL MUNDO A MEDIADOS DEL SIGLO XVI |
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En 1550 Europa
había alcanzado un nivel cultural sin precedentes en la
historia. Las universidades se multiplicaban, y difundían todo
el saber que había podido rescatarse del Mundo Antiguo, ya
enteramente asimilado. En algunas áreas, ya se estaban
produciendo pequeños, pero prometedores avances que superaban a
la ciencia antigua, especialmente en matemáticas,
astronomía y, sobre todo, en el conocimiento de la
geografía del planeta. Los adelantos técnicos
también se sucedían. Ese mismo año empezaron a
utilizarse los primeros altos hornos para la producción de
hierro. La imprenta había llevado los
libros al alcance hasta de las clases más humildes,
convirtiéndolos en el equivalente de la época a lo que en
nuestros días es el cine o la televisión. La literatura
más demandada
eran las novelas de caballerías, de las que se publicaba un
título tras otro. Como muestra, he aquí una breve
relación de algunas publicadas en España:
La obra más importante del prolífico Feliciano de
Silva, que tenía entonces cincuenta y ocho años, no es de
caballerías, sino una continuación de La Celestina, en la que destaca
como poeta y por su capacidad para la sátira.
Especialmente innovador fue el humanista francés Jacques Amyot, que había sido
profesor de griego bajo la protección de Margarita de Navarra.
Dos años atrás había traducido las Etiópicas, del escritor
bizantino Heliodoro, (que
vivió en el siglo III d.C.), introduciendo así en Europa
la novela bizantina, una
mezcla de viajes por países remotos y
análisis sentimental. Al año siguiente publicó su
traducción de Dafnis y Cloe,
una novela atribuida a un tal Longo,
que debió de vivir en Lesbos por la misma época que
Heliodoro, aunque no se sabe nada sobre él. La obra trata sobre
dos niños huérfanos que
crecen juntos acogidos por unos pastores. Dafnis descubre a Cloe
bañándose y se enamora de ella, punto de partida de una
serie de aventuras amorosas (surge un pastor que rivaliza con Dafnis
por el amor de Cloe, ella elige a Dafnis, pero los amantes se ven
obligados a separarse, etc. Al final termina en boda). Es el primer
precedente en Europa de la llamada novela
pastoril.
Por esta época se escribió una obra que durante un
tiempo sería única en su género. Se titulaba La vida de Lazarillo de Tormes y de sus
fortunas y adversidades, y el género es la novela picaresca. Su protagonista,
que relata su historia en primera persona, pertenece al estrato
más bajo de la sociedad, es un huérfano, hijo de un
ladrón, que se esfuerza por ganarse la vida y prosperar al
servicio de diversos personajes (un ciego, un clérigo avaro, un
escudero arruinado, etc.) Se desconoce su autor, y no se
publicaría hasta unos años más tarde, pero prueba
de la popularidad que no tardaría en adquirir es que ahora se
sigue llamando lazarillos a
los guías de los ciegos, humanos o caninos, a raíz del
primer oficio que tuvo Lazarillo de Tormes.
En España también era muy popular la poesía,
pues los romances corrían de boca en boca incluso entre los que
no sabían leer. La poesía tradicional castellana, en
verso octosílabo (arte menor), convivía con las nuevas
formas italianas, basadas en el endecasílabo y el
heptasílabo (arte mayor). He aquí una muestra de cada: a
la izquierda un romance anónimo de la época, el Romance de Rosa Fresca, a la
derecha el famoso madrigal de Gutierre
de Cetina:
Rosa Fresca, Rosa
Fresca tan garrida y con amor, cuando vos tuve en mis brazos no vos supe servir, no; y agora que os serviría, no vos puedo y haber, no. -Vuestra fue la culpa amigo, vuestra fue, que mía no; enviásteme una carta con un vuestro servidor, y en lugar de recaudar él dijera otra razón: que érades casado, amigo, allá en tierra de León; que tenéis mujer hermosa y hijos como una flor. -Quien vos lo dijo, señora, no vos dijo verdad, no; que yo nunca entré en Castilla ni allá en tierras de León, sino cuando era pequeño que no sabía de amor. |
Ojos
claros, serenos, si de un dulce mirar sois alabados, ¿por qué si me miráis, miráis airados? Si, cuanto más piadosos, más bellos parecéis a aquel que os mira, no me miréis con ira, porque no parezcáis menos hermosos, ¡Ay tormentos rabiosos! Ojos claros, serenos, ya que así me miráis, miradme al menos. |
En Francia estaba surgiendo una nueva generación de
intelectuales. Jacques Peletier,
un médico de treinta y tres años, había traducido
tres años atrás el Arte
poética, de Horacio, y ahora publicaba su Diálogo de la ortografía.
Más joven era Pierre de
Ronsard, de veintiséis años. A los
dieciséis se quedó casi completamente sordo por una
enfermedad contraída durante un viaje a Alsacia con el
diplomático Lazare de
Baïf, lo que le obligó a dejar la carrera de las
armas y dedicarse a las letras. Al año siguiguiente
conoció a Peletier, que le alentó en su vocación.
Un año más tarde se instaló en Paris como
secretario de Lazare de Baïf. Éste murió cinco
años después, dejando un hijo llamado Jean Antoine de Baïf, que ahora
tenía dieciocho años. El mismo año en que
murió Lazare de Baïf, Ronsard conoció a otro joven
llamado Joachim du Bellay,
estudiante de derecho, que ahora tenía veintiocho años y
publicaba un libro de poemas titulado L'olive.
El año anterior, inspirado por Ronsard, había redactado
su Defensa e ilustración de
la lengua francesa, en la que defiende al francés frente
al auge del latín y el italiano, a la vez que aboga por la
imitación de los géneros antiguos: la oda, la
elegía, la epopeya, la tragedia y la comedia.
En pintura, el estilo renacentista italiano se estaba extendiendo
por toda Europa. Un arquitecto, pintor y escultor italiano llamado Giorgio Vasari publicaba su libro Vidas de los mejores arquitectos, pintores
y escultores italianos, obra fundamental para la historia del
arte, y que estableció un modelo en la literatura
posterior sobre la materia. Vasari acuñó el
término manierismo
para referirse a los pintores que pintaban alla maniera de Leonardo, Miguel
Ángel y Rafael, aunque actualmente se usa este término
para referirse
en general al arte renacentista tardío, caracterizado por la
búsqueda de la expresividad por contraposición al
equilibrio clásico. Entre los precursores del manierismo figuran
Jacopo Carrucci, conocido como Pontorno, por su localidad natal,
(ahora tenía cincuenta y seis años), Giovanni Battista di Iacopo,
conocido como Rosso Fiorentino,
por ser pelirrojo (fallecido diez años atrás) y el
sienés Domenico Beccafumi
(de sesenta y cuatro años). Entres sus seguidores cabe citar a Bronzino, Giulio Romano, Sodoma, Sebastiano
del Piombo, Correggio, Parmigianino, etc. (La mayoría de
ellos había fallecido ya a mediados de siglo.) En escultura
destacan Montorsoli, Bandinelli,
Ammannati, Giambologna, además de Benvenuto Cellini, del
que ya hemos hablado. Si tuviéramos que extender las listas a
artistas no italianos, se volverían interminables.
No debemos olvidar que el maestro Miguel Ángel seguía
con vida y en plena actividad, a sus setenta y cinco años. La
crítica entusiasta de Vasari terminó de encumbrarlo,
hasta tal punto que academia florentína le rendía culto.
A la sazón se dedicaba a la arquitectura. Estaba trabajando en
las
obras del Vaticano.
Otros grandes maestros en activo eran Tiziano y Hans Holbein,
así como el joven Tintoretto, de treinta y dos años,
discípulo del primero, al que podemos inscribir entre los
manieristas maduros. Entre sus últimas creaciones estaba El milagro del esclavo.
Durante la primera mitad del siglo XVI destaca también el
auge de la música instrumental. En la Edad Media, los
instrumentos musicales se habían utilizado casi exclusivamente
como acompañamiento del canto, mientras que ahora empezaban a
surgir composiciones puramente instrumentales. La tradición
sitúa el nacimiento de la música de cámara en la
corte del rey Enrique VIII de Inglaterra. La variedad de instrumentos
utilizados era muy amplia, desde el clavicordio
hasta el laud, uno de los
más populares, o la viola de
gamba, uno de los más apreciados. No obstante, no
existían técnicas diferenciadas para la música
instrumental frente a la música vocal, de tal suerte que las
composiciones para instrumentos eran casi lo mismo que canciones sin
letra. Así pues, las posibilidades expresivas de los distintos
instrumentos y las que podrían derivarse de la
combinación de varios de ellos permanecían
prácticamente inexploradas.
La situación política de Europa a mediados del siglo
XVI ya ha sido descrita en la página precedente. Faltaría
en todo caso que nos detuviéramos en Rusia, donde el zar Ivan IV
estaba culminando el proceso de unificación de los distintos
principados rusos en un estado centralizado. El año anterior
había convocado los primeros estados
generales
rusos, que ahora presentaban un nuevo código legal, el Sudiébnik, que esbozaba un
rudimento de organización municipal autónoma.
En la periferia de Rusia habían surgido unos nuevos grupos
étnicos conocidos como los cosacos.
Su origen es incierto, pero parece ser que, en sus orígenes, el
término designaba a combatientes irregulares reclutados entre
los pueblos nómadas. En un principio la mayoría de los
cosacos había sido de origen mongol, pero con el debilitamiento
de los kanatos mongoles y el auge de Rusia, sus filas se habían
engrosado cada vez más con campesinos eslavos que huían
de la servidumbre, de tal forma que, aunque los cosacos conservaban
elementos culturales mongoles, eran mayoritariamente eslavos.
Vivían de la caza, la pesca y el pillaje. Hacían
incursiones entre los nómadas de la estepa o dirigían sus
naves contra Crimea o Asia Menor.
Tanto Rusia como Polonia les proporcionaban armas y trigo y, a
cambio, los cosacos defendían sus fronteras y realizaban
diversos servicios (correo, espionaje). Ambos estados trataban de
asegurarse su lealtad. Así, Rusia trató de instalar
cosacos en puestos fortificados o en ciudades fronterizas, mientras que
Polonia trató de crear un cuerpo oficial de cosacos mercenarios
en su ejército. A menudo, los cosacos se instalaban junto a los
ríos, que trazaban fronteras naturales. Las comunidades
más importantes eran las de los cosacos
del Don, del Dniéper, del Ural, y del Terek.
La mayor potencia musulmana de la época era el Imperio
Otomano, que, bajo Solimán I, estaba en pleno apogeo. No
obstante, los españoles obtuvieron una pequeña victoria
cuando expulsaron a Dragut de su cuartel
general en Al-Madiyya, el cual
tuvo que retirarse a Djerba.
A pesar de su poderío, el Imperio Otomano no tenía
futuro: definitivamente anclado en el medievo, ajeno a todos los
cambios políticos, sociales, económicos y culturales que
estaban teniendo lugar en Europa, todo el mundo islámico era ya
prácticamente un desierto intelectual. Un paso más en esa
desertificación fue la muerte en Túnez de León
Africano,
el explorador granadino bautizado por el Papa León X. Poco antes
había abjurado del cristianismo.
La decadencia intelectual del Imperio Otomano no estaba
reñida con un apogeo artístico, sustentado en gran medida
por los miles de artesanos que habían quedado dentro de sus
fronteras como consecuencia de la expansión otomana, tanto hacia
Europa como hacia Mesopotamia. El turco había desplazado a la
lengua árabe, que
prácticamente había muerto como lengua literaria. En los
países donde se conservaba, se había dialectalizado, y la
mayoría de los hablantes árabes no era capaz de entender
el árabe clásico del Corán. Por otra parte, la
lengua persa gozaba de gran prestigio e influencia entre los escritores
turcos, a causa de su antiquísima tradición literaria, y
del impulso que le habían dado los safawíes como medio de
unificar Persia bajo un sentimiento nacionalista. El sha Tahmasp I se
esforzaba por contener a los turcos por el oeste al igual que Europa
trataba de contenerlos por el este.
Los mongoles, en otro tiempo lo suficientemente poderosos como para
someter a China, sumir a Rusia en un largo paréntesis de
oscuridad y para arruinar definitivamente a Afganistán, eran
ahora débiles y anárquicos, aunque seguían
dominando un amplio territorio, enormemente fragmentado. Los afganos
les habían arrebatado el control del sultanato de Delhi. Uno de
los caudillos mongoles más poderosos de la época era Altan Kan, que gobernaba la
región más oriental de los dominios mongoles, al norte de
China. Ese año dirigió un intento de conquista que le
llevó a asediar Pekín, pero fue rechazado y el emperador
no tuvo necesidad de cambiar el lema de su gobierno, que luego se
convertiría en su nombre póstumo: Jiajing (gran paz). La influencia
extranjera se estaba haciendo notar cada vez más en China. En
las últimas
décadas se había empezado a cultivar el cacahuete y el
boniato, y no tardaría en implantarse el maíz.
Japón seguía sumido en un oscuro medievo.
En el África negra, la mayor potencia era el imperio Songhai,
que desde la muerte del askia Mamadú Turé había
pasado por las manos de cinco askias en veinte años. El actual
era el askia Daud, que estaba
consolidando su poder, aunque la situación política y
económica era adversa: una parte del oro que los songhai
transportaban desde las minas del sur hasta Marruecos, se estaba
desviando hacia las costas, donde lo compraban los portugueses. Por
otra parte, los marroquíes, cuya balanza comercial se
había desequilibrado drásticamente por la
importación de productos europeos, pretendían compensar
este desequilibrio adueñándose del imperio Songhai, y ya
habían estallado pequeños conflictos fronterizos.
España proseguía sistemáticamente su
asentamiento en América. El volumen de las mercancías
transportadas desde las Indias había llevado a españoles
y portugueses a diseñar nuevos modelos de barcos, los galeones, robustos, espaciosos, con
un gran juego de velas para aprovechar al máximo la fuerza del
viento y a menudo armados con una o varias líneas de
cañones para protegerse de los piratas.
El virrey de
México, Antonio de Mendoza, marchó a ocupar su cargo de
virrey del Perú. Entre sus últimas medidas estuvo la
promulgación de un
código para regular la minería. Antes de partir
recibió a su
sucesor, Luis de Velasco, que
había sido hasta hacía un par de años virrey de
Navarra. Velasco veló por el cumplimiento de las Leyes Nuevas,
frenó la acción esclavista de los encomenderos y
atenuó el rigor de los frailes en la evangelización de
los indios. Mendoza llegó a Lima en 1551.
Pedro de La Gasca se presentó en la Corte española con un
gran tesoro para el emperador. Fue nombrado obispo de Palencia.
El emperador encargó al teólogo Domingo de Soto, que
era su confesor desde hacía tres años, que redactara un
resumen de la controversia que fray Bartolomé de Las Casas y
Juan Ginés de Sepúlveda habían mantenido en la
junta de Valladolid. De Soto convenció a los demás jueces
para que votaran en favor de los indios. No obstante, la junta se
clausuró sin llegar a ninguna conclusión práctica.
En Asunción, frustrados sus intentos de encontrar plata,
Martínez de Irala hizo un primer repartimiento de indios en
encomiendas (unos veinte mil entre trescientos españoles).
En Cartagena de Indias, Sebastián de Belalcázar
había sido arrestado y juzgado por malos tratos a los indios.
Fue condenado a muerte, pero murió de enfermedad cuando se
disponía a ir a España a apelar ante el Consejo de
Indias. Ese año se produjeron dos sublevaciones contra la
Corona, una encabezada por Diego
Vargas de Carvajal y otra por Pedro
de Ochoa.
Andrea Doria logró bloquear en Djerba al pirata Dragut, que,
no
obstante, logró escapar mediante una estratagema. Al servicio de
los
otomanos, Dragut conquistó Trípoli, si bien no
logró que el sultán le
adjudicara su gobierno. Pasó los años siguientes
devastando
periódicamente las costas italianas.
En abril, Rheticus tuvo que
abandonar su puesto en la universidad de Leipzig y buscó refugio
en Praga. Había sido acusado de mantener relaciones homosexuales
con un alumno, y fue condenado en rebeldía a 101 años de
exilio. En Praga se dedicó a estudiar medicina. Mercator
terminó una esfera celeste en cuya elaboración hizo uso
de la teoría copernicana sobre el sistema solar.
Eduardo Seymour, el Lord Protector, logró recuperar su
posición en el consejo de regencia, pero sólo por un
breve periodo, ya que sus enemigos intrigaron contra él hasta
hacerlo apresar de nuevo.
Ese año se publicó la versión en inglés
de la Utopía, de santo
Tomás Moro. En Cambridge murió el teólogo
protestante alemán Martín Bucero, mientras el
escocés John Knox convertía a Newcastle en el centro de sus
predicaciones.
El Papa Julio III llamó a Roma a un organista de
veintiséis años que había conocido antes de ser
elegido Papa, cuando era obispo de Palestrina. Se llamaba Giovanni Pierluigi da Palestrina, y
fue nombrado maestro de los niños de la capilla Giulia, en la
basílica de San Pedro.
Francisco de Borja, el duque de Gandía, fue ordenado
sacerdote en Roma. Renunció al capelo cardenalicio y, a las
órdenes de Ignacio de Loyola, se dedicó a la
predicación. Mientras tanto, los jesuitas fundaban en Austria el
colegio de Viena y Francisco
Javier regresaba a la India desde Japón, después de haber
organizado las primeras comunidades católicas en el país.
Unos años atrás, el rey Segismundo II de Polonia
había enviudado de Isabel de Austria, su primera esposa, hija
del rey Fernando I de Bohemia y Hungría, y se había
vuelto a casar con una lituana llamada Bárbara
Radziwill. La nobleza católica veía con malos ojos
este matrimonio, ya que la nueva reina era calvinista, y exigía
al rey que la repudiara. Las tensiones cesaron cuando la reina
murió en circunstancias sospechosas. No obstante, Segismundo II
llevó adelante una política de tolerancia que
favoreció la difusión y el arraigo del protestantismo,
especialmente en su versión calvinista.
Por el contrario, el rey Enrique II de Francia promulgó el edicto de Châteaubriant, que
prohibía la circulación por territorio francés de
los libros condenados por la censura eclesiástica.
La Iglesia Ortodoxa Rusa celebró un concilio reformista, cuyas decisiones fueron ratificadas por el zar Iván IV.
Finalmente, el emperador llegó a un acuerdo con Julio III y
los protestantes para que el primero reabriera el concilio de Trento y
los segundos acudieran a él. Los protestantes habían
puesto como condición que el concilio volviera a celebrarse en
Trento, y no en Bolonia. Así, cuando, el 1 de mayo, Julio III inauguró la
sesión undécima en Trento, los protestantes se decidieron
a acudir. Para esperarlos, la duodécima sesión se
retrasó hasta el 1 de septiembre,
y se dedicó íntegramente a las ceremonias de apertura. En
la sesión del 11 de octubre
se redactó el decreto De
sanctissima eucharistia, que consagró la doctrina
católica de la transubstanciación en la eucaristía
frente a la doctrina luterana. En la sesión del 25 de noviembre se redactaron quince
cánones sobre la penitencia, que establecían la necesidad
de la confesión. Además, se consagró como
sacramento la extremaunción y se aprobó la doctrina
católica sobre la misa y el orden sacerdotal.
Los protestantes pudieron constatar que la finalidad del concilio de
Trento no era en modo alguno la que el emperador había
pretendido, es decir, la de llegar a un consenso dialogado entre
católicos y protestantes, sino que la Iglesia Católica lo
estaba usando para precisar y consolidar sus posiciones, sin la
menor voluntad de hacer concesión alguna a los herejes. Los
protestantes llevaban ya un tiempo tratando de reconstruir sus fuerzas.
El año anterior, el príncipe elector Mauricio de Sajonia,
con la excusa de una orden imperial de tomar la ciudad de Magdeburgo,
había reclutado un ejército personal en Turingia, y ahora
entraba en negociaciones secretas con el rey Enrique II de Francia,
para obtener financiación (tratado de Lochau). Al mismo tiempo, Mauricio
de Sajonia simulaba una lealtad absoluta al emperador, que no
sospechaba de su traición.
En la siguiente sesión del concilio de Trento, celebrada el 25 de enero de 1552, los protestantes
se negaron a seguir participando en un concilio que, descaradamente, no
tenía nada de conciliador y acabaron paralizándolo. En marzo, el príncipe elector Mauricio
de Sajonia se quitó la máscara y se alzó
en armas como paladín de las libertades religiosas, contando con
el apoyo de una gran parte de los príncipes alemanes, e incluso
con la del rey Enrique II de Francia (en virtud del tratado de Chambord). Después de
restablecer el
culto luterano en numerosas ciudades, en abril
tomó Augsburgo. Mientras tanto, un ejército
francés comandado por el condestable Anne de Montmorency invadía
el ducado de Lorena y tomaba las ciudades de Metz, Toul y Verdún.
Ante esta tesitura, temiendo un ataque del ejército
protestante, el Papa Julio III convocó la decimosexta
sesión del concilio de Trento el 28
de abril, sin más orden del día que decretar
temporalmente su suspensión.
El emperador Carlos V se encontraba en Innsbruck sin el apoyo de
ejército alguno. El 19 de mayo,
Mauricio de Sajonia acudió con su ejército con la
intención de capturarlo, pero unas horas antes de su llegada, el
emperador, enfermo de gota, había huido en litera en medio de la
noche, a la luz de las antorchas. Así llegó hasta Iliria,
donde pudo descansar un poco antes de embarcar hacia España. El 23 de mayo, Innsbruck caía en manos
del príncipe elector.
John Hamilton, el arzobispo
de St Andrews, en Edimburgo, sufría asma desde hacía diez
años, pero su enfermedad se había agravado gradualmente.
Ni los médicos del rey Enrique II de Francia ni los del
emperador Carlos V habían logrado aliviarlo, y ahora
parecía estar cerca de la muerte. Su último recurso fue
uno de los médicos más afamados de Europa, el
matemático Cardano, que llegó a Edimburgo
el 29 de junio. Dos meses y medio
después, regresaba a Italia, mientras el arzobispo se recuperaba.
El 12 de agosto, el emperador
Carlos V firmó con el príncipe elector Mauricio de
Sajonia el tratado de Passau,
por el que Carlos V
liberó al landgrave de Hesse, concedió la amnistía
a los antiguos miembros de la liga de Smalkalda y convocó una
nueva dieta en Augsburgo para zanjar los aspectos políticos de
la controversia religiosa, sin la exigencia de un acuerdo en materia
teológica. Por su parte, Mauricio de Sajonia se
comprometía a disolver parte de su ejército. El emperador
trató entonces de reorganizar sus fuerzas, para lo que tuvo que
pedir un
préstamo de 400.000 ducados a los banqueros Fugger.
Ese año se publicó por primera vez la Brevísima relación de la
destrucción de las Indias, de fray Bartolomé de
las Casas, que tuvo un éxito totalmente inesperado por su autor.
En poco tiempo fue traducida a todas las lenguas europeas y usada como
propaganda antiespañola. Desde entonces, los historiadores han
discutido sin llegar a un acuerdo sobre hasta qué punto los
hechos denunciados por Las Casas son fidedignos o exagerados.
El zar Iván IV de Rusia inició una cruzada contra los
musulmanes, con rezos y procesiones incluidos, que culminó con
la conquista del kanato de Kazán el 2
de octubre.
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