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                  GUERRA DE ITALIA | SIGUIENTE | 
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En 1493 murió el emperador Federico III y fue sucedido, como emperador y como archiduque de Austria, por su hijo Maximiliano I. Al recibir su herencia, anexionó definitivamente a Austria las marcas de Estiria, Carniola, Carintia y el Tirol, que hasta entonces habían estado en posesión de la familia como estados independientes, mientras que a partir de ese momento formaron un único ducado.
      El rey Carlos VIII de Francia seguía preparando su guerra
      en
      Nápoles, y por ello firmó con Maximiliano I el
      tratado
      de Senlis, por el que le
      entregó el Artois y el Franco Condado, territorios que
      Francia
      poseía como dote del matrimonio convenido entre Carlos VIII
      y la
      hija de Maximiliano I, matrimonio que el rey francés
      había
      rechazado al casarse con Ana de Bretaña.
    
Nueve años atrás había quedado
      huérfano
      un joven neerlandés de quince años llamado Geert Geertzs. Era hijo
      ilegítimo de un clérigo. Sus tutores lo internaron
      en una
      escuela y no tardaron en presionar para que se dedicara a la vida
      religiosa, tal vez porque habían malversado la escasa
      herencia
      de su pupilo. Cuatro años después, Geert
      ingresó
      en el monasterio agustino de Steyn,
      donde fue ordenado con veintitrés años. Pero al
      joven no
      le gustaba nada la vida monacal. Decía estar rodeado de
      barbarie
      e ignorancia. Más adelante llegaría a decir que los
      monasterios en los que pasó su juventud eran peores que
      lupanares. Para hacer más agradable su existencia se
      enfrascó en las letras clásicas y, ahora, a sus
      veinticuatro años, era un reputado latinista. Se
      hacía
      llamar Desiderius Erasmus
        Roterodamus,
      y ahora es más conocido como Erasmo
        de Rotterdam. Al ser nombrado secretario del obispo de
      Cambrai
      pudo abandonar el monasterio.
    
En enero de 1494 se
      levantó una iglesia en La Isabela, la ciudad fundada por
      Colón en La Española.
    
Ese año murieron:
    
El 5 de mayo Cristóbal
      Colón descubrió una isla cuyos habitantes, arawaks,
      llamaban Jamaica (tierra
      de
      bosques y aguas), pero que él prefirió llamar Santiago. Las islas de Cuba,
      La
      Española, San Juan Bautista y Jamaica constituyen las
      llamadas Antillas Mayores,
      mientras que las
      demás islas del archipiélago son las Antillas Menores. 
    
 Mientras
      tanto, Castilla y Portugal habían seguido negociando a
      partir de
      las bulas del Papa Alejandro VI, y finalmente llegaron a un
      acuerdo que
      modificaba ligeramente la decisión papal: Portugal aceptaba
      la
      línea de demarcación a cambio de que ésta
      fuera
      trasladada algo más hacia el oeste. Así, el 7 de junio, los reyes Juan II de
      Portugal
      y Fernando II de Aragón firmaron el tratado de Tordesillas, que fijaba la
      línea de demarcación a 370 leguas al oeste de las
      islas
      Cabo Verde. ¿Por qué insistió Portugal en
      trasladar la línea hacia el oeste? La razón oficial
      fue
      que los marinos portugueses habían aprendido que, para
      llegar
      al sur de África, era más práctico no seguir
      la
      costa, sino  navegar primero hacia el oeste y luego hacia el
      este,
      describiendo un arco que suponía cubrir una distancia
      mayor,
      pero que se recorría en menos tiempo gracias a que los
      vientos
      eran más favorables. Con la línea de
      demarcación
      primitiva, Portugal estaría invadiendo constantemente
      territorio
      asignado a Castilla, y no estaba dispuesto a aceptarlo. Los
      castellanos
      no tuvieron inconveniente en aceptar estos argumentos porque
      estaban
      convencidos de que las Antillas eran el extremo más
      occidental
      de Asia, con lo que sólo estaban "regalando" a Portugal una
      trozo de mar en el que, a lo sumo, podría haber alguna isla
      insignificante que otra. Sin embargo, el mapa muestra que, con el
      cambio, Portugal ganó el derecho a una porción
      considerable de tierra. ¿Lo sabían los portugueses?
      Teóricamente no, pero es posible que sus navegantes, en sus
      travesías, hubieran visto aves volando hacia el oeste, u
      otros
      signos de la proximidad de tierra. Ni siquiera puede descartarse
      la
      posibilidad de que hubieran tocado o, al menos, divisado tierra
      recientemente y que lo hubieran mantenido en secreto.
Mientras
      tanto, Castilla y Portugal habían seguido negociando a
      partir de
      las bulas del Papa Alejandro VI, y finalmente llegaron a un
      acuerdo que
      modificaba ligeramente la decisión papal: Portugal aceptaba
      la
      línea de demarcación a cambio de que ésta
      fuera
      trasladada algo más hacia el oeste. Así, el 7 de junio, los reyes Juan II de
      Portugal
      y Fernando II de Aragón firmaron el tratado de Tordesillas, que fijaba la
      línea de demarcación a 370 leguas al oeste de las
      islas
      Cabo Verde. ¿Por qué insistió Portugal en
      trasladar la línea hacia el oeste? La razón oficial
      fue
      que los marinos portugueses habían aprendido que, para
      llegar
      al sur de África, era más práctico no seguir
      la
      costa, sino  navegar primero hacia el oeste y luego hacia el
      este,
      describiendo un arco que suponía cubrir una distancia
      mayor,
      pero que se recorría en menos tiempo gracias a que los
      vientos
      eran más favorables. Con la línea de
      demarcación
      primitiva, Portugal estaría invadiendo constantemente
      territorio
      asignado a Castilla, y no estaba dispuesto a aceptarlo. Los
      castellanos
      no tuvieron inconveniente en aceptar estos argumentos porque
      estaban
      convencidos de que las Antillas eran el extremo más
      occidental
      de Asia, con lo que sólo estaban "regalando" a Portugal una
      trozo de mar en el que, a lo sumo, podría haber alguna isla
      insignificante que otra. Sin embargo, el mapa muestra que, con el
      cambio, Portugal ganó el derecho a una porción
      considerable de tierra. ¿Lo sabían los portugueses?
      Teóricamente no, pero es posible que sus navegantes, en sus
      travesías, hubieran visto aves volando hacia el oeste, u
      otros
      signos de la proximidad de tierra. Ni siquiera puede descartarse
      la
      posibilidad de que hubieran tocado o, al menos, divisado tierra
      recientemente y que lo hubieran mantenido en secreto.
    
Respecto al hecho de que la línea de demarcación no
      dividía realmente el mundo en dos mitades, ambas partes
      prefirieron guardar silencio. La línea resolvía el
      problema a medio plazo: Castilla no podía navegar hacia
      Oriente
      y Portugal no podía navegar hacia Occidente. Si todo iba
      bien,
      tarde o temprano volverían a chocar en las
      antípodas,
      pero ya volverían a reunirse cuando eso sucediera y
      negociarían en función de dónde sucediera.
      Así se abría una carrera para tomar posiciones.
    
El humanista Aldo Manuzio, deseoso de ver publicado un mayor
      número de libros, había decidido estudiar
      tipografía él mismo y fundar su propia imprenta en
      Venecia, que ahora editaba su primer libro: la gramática
      griega
      de Láscaris. Tras ella empezó a preparar la
      edición de las obras completas de Aristóteles. 
      
      Un franciscano llamado Luca
        Pacioli,
      también conocido como Luca
        di
        Borgo, publicó la Suma
        de Aritmética, geometría, proporciones y
        proporcionalidad,
      en la que resume los conocimientos matemáticos de su
      tiempo.
      Pacioli tenía casi cuarenta años, y había
      enseñado matemáticas en Perugia, Nápoles,
      Milán, Pisa, Bolonia, Venecia y Roma. Su obra
      influyó en
      una escuela de algebristas alemanes, que eran conocidos como cosistas, porque, siguiendo a
      Pacioli, llamaban "cosa" a la incógnita. El tratado de
      Pacioli
      incluye también la primera exposición
      sistemática
      sobre el método contable de la partida
        doble, en la que describe cómo deben llevarse los
      libros
      contables: Inventario,
        Memoriale,
        Giornale y Quaderno,
      que corresponden aproximadamente a los actuales Inventarios y
      Balances,
      Borrador, Diario y Mayor. 
      
      Alberto Durero había regresado a Nuremberg después
      de un
      largo viaje por Alemania. Había trabado amistad con
      numerosos
      artistas, y en su mente bullían muchas ideas. Entre ellas
      estaba
      la convicción de que el
        arte
        nuevo debía basarse en las ciencias, en especial en las
        matemáticas. El 7 de
        julio
      se casó con Agnes Frey,
      cuyo hermano, Hans Frey,
      se
      había hecho rico fabricando joyas, instrumentos musicales y
      aparatos mecánicos. Gracias a su matrimonio pudo montar su
      propio estudio en Nuremberg, pero antes de que acabara el
      año
      emprendió el viaje a Italia que siempre había
      deseado
      hacer. Ya en Augsburgo encontró las primeras influencias
      del
      arte italiano, pero su primer contacto con Italia fue en Trento. Después
      pasó a
      Verona y de alli a Venecia, que era su destino. Allí
      quedó maravillado especialmente por las pinturas de
      Giovanni
      Bellini.
    
El emperador Maximiliano I se casó con Blanca Sforza, hermana del duque de Milán Juan Galeazzo Sforza.
A principios de septiembre el
      ejército del rey Carlos VIII de Francia había
      atravesado
      los Alpes y se dirigió a Pisa, donde el rey fue recibido
      como un
      libertador. En efecto, Pisa estaba bajo la tutela de Florencia
      desde
      principios de siglo y ahora, gracias a Carlos VIII, podía
      recuperar su independencia. En Florencia, el dominico Girolamo
      Savonarola había ganado gran influencia sobre la nobleza, y
      la
      irrupción de Carlos VIII fue el empujón definitivo
      que
      necesitaba para imponer su dominio. Había profetizado la
      llegada
      a Italia de un nuevo Ciro y ya había llegado. Carlos VIII
      entró espectacularmente en Florencia y  9 de noviembre Pedro de
      Médicis fue
      expulsado de la ciudad. Savonarola se convirtió en el nuevo
      y
      férreo gobernante y Pedro murió pocos meses
      después, intentando en vano recuperar su poder.
    
En octubre, Carlos VIII
      firmó un tratado con Ludovico Sforza. El rey Alfonso II de
      Nápoles protegía a su sobrino, el duque de
      Milán
      Juan Galeazzo Sforza, que tenía ya veinticinco años,
      pero
      pocos días después de que su tío obtuviera el
      respaldo francés, el 21 de
        octubre,
      murió envenenado y el 22 de
        diciembre
      Ludovico
      Sforza fue reconocido como duque de Milán.
    
El Papa Alejandro VI abrió a Carlos VIII las puertas de Roma, mientras las tropas napolitanas retrocedían sin ofrecer resistencia. En 1495 la nobleza napolitana obligó al rey Alfonso II a abdicar en su hijo Fernando II, que se casó con su tía Juana. En febrero, Fernando II fue derrotado en San Germano y huyó a Sicilia. Carlos VIII se apoderó del reino en menos de una semana. El rey Fernando II de Aragón se dispuso a intervenir en defensa del nieto de su primo, pero si quería respetar el tratado de Barcelona firmado con Carlos VIII tenía que aliarse con el Papa. Alejandro VI no tuvo inconveniente en cambiar de bando. Al contrario, la rápida victoria de Carlos VIII le tenía bastante preocupado.
El 20 de febrero, la reina
      Isabel
      I de Castilla hizo que su confesor, Francisco Jiménez
      de Cisneros, fuera nombrado arzobispo de Toledo. La
      petición a
      Roma se hizo con gran secreto, y cuando Cisneros se enteró
      huyó de la corte y se tuvo que enviar a unos hombres a
      caballo
      para que lo alcanzaran y le entregaran el nombramiento.
    
En marzo,
      Alejandro VI reunió la Santa
        Liga,
      que integraba, además de a Fernando II de Aragón, al
      emperador Maximiliano I, al duque de Milán Ludovico Sforza
      y a
      la república de Venecia. Ludovico cambió
      también
      de bando porque el duque Luis de Orleans reclamaba el milanesado
      porque
      su abuela paterna era Valentina
        Visconti, hija del duque Juan Galeazzo Visconti.
    
Fernando II de Aragón envió un ejército
      dirigido por Gonzalo Fernández de Córdoba, que
      desembarcó en Messina, pasó a Calabria y fue
      derrotado en
      Seminara. De allí
      pasó a Reggio, desde donde hostigó continuamente al
      ejército francés y le hizo perder gran parte de
      Calabria.
      La guerra reunió soldados de diversas nacionalidades, entre
      los que se extendió la sífilis. Cada cual
      acusó a
      su enemigo favorito, y así, según el país, la
      enfermedad fue conocida como mal
español,
        mal francés, mal alemán, mal napolitano,
      etc. En honor a la verdad, el nombre acertado es el de mal
      español.
    
La colonia fundada por Cristóbal Colón al otro lado
      del océano andaba de mal en peor. Habían surgido
      disensiones entre los colonos que estaban al borde de la guerra
      abierta. Los reyes habían recibido quejas de la incapacidad
      del
      virrey para mantener el orden y habían enviado un juez pesquisidor para que les
      informase. Al saberlo, Colón decidió informar
      personalmente a los soberanos y llegó a Cádiz en junio. 
    
El 5 de julio el Papa
      Alejandro
      VI nombró al arzobispo de
      Toledo, Francisco Jiménez de Cisneros, reformador de los
      monasterios de su diócesis.
    
El rey Carlos VIII de Francia no quiso dejarse acorralar en
      Nápoles, y
      llevó el grueso de su ejército hacia el norte, pero
      éste estaba
      muy diezmado por la sífilis y los coaligados lo atacaron a
      la
      salida de los Apeninos el 6 de julio.
      El rey huyó hacia adelante y se las arregló para
      atravesar
      el territorio enemigo rumbo a Francia. No obstante, sus soldados
      conservaron el control de numerosas plazas. El rey Fernando II de
      Nápoles entró en la capital con el ejército
      de
      Gonzalo Fernández de Córdoba que, poco a poco, fue
      rindiendo los destacamentos de Carlos VIII. Poco después,
      Fernando II decretó la
      expulsión de los judíos de su reino. Allí
      habían ido a parar muchos de los expulsados de la Corona de
      Aragón tres años atrás, y ahora tuvieron que
      tomar
      de nuevo el camino del exilio.
    
Girolamo Savonarola había instaurado un régimen de
      terror en Florencia. Había reformado la
      constitución, la
      administración de justicia, el fisco, los vestidos,
      había
      suprimido los juegos y las fiestas profanas, hacía quemar
      lo que
      llamaba vanidades, que
      eran
      cuadros, libros, objetos artísticos y otras frivolidades.
      Las
      iglesias estaban siempre llenas, los florentinos lloraban cuando
      Savoranola les recordaba sus pecados y les describía el
      infierno, que él veía nítidamente. Se
      multiplicaron
      las torturas y las penas de muerte. Usaba niños para espiar
      a
      sus familias, profetizaba catástrofes y denunciaba la
      corrupción de la Iglesia. El Papa Alejandro VI lo
      llamó a
      Roma para pedirle explicaciones, y le prohibió predicar,
      pero
      Savonarola se negó a acudir y continuó con sus
      violentas
      predicaciones. Sandro Botticelli, consagrado últimamente a
      temas
      religiosos, terminó La
        calumnia, de tema pagano y alegórico, pero
      moralizante, a
      tono con la beatitud de la época: la Verdad, desnuda, se
      enfrenta a la malvada Calumnia, guiada por la Envidia y
      acompañada de la Sospecha y la Ignorancia. 
    
Ese año murieron:
    
En noviembre, después
      de
      haber recabado fondos vendiendo esclavos guanches y
      asociándose
      con unos banqueros genoveses, Alonso Fernández de Lugo
      volvió a Tenerife. 
    
El 26 de diciembre, el Papa
      Alejandro VI encargó a Francisco Jiménez de Cisneros
      la
      reforma de los conventos franciscanos.
    
Erasmo de Rotterdam publicó sus diálogos Antibarbari, en los que
      defendía que la cultura latina no era incompatible con la
      devoción. El obispo de Cambrai había percibido el
      talento
      de su descontento secretario, por lo que consiguió de Roma
      una
      dispensa para que se le permitiera marchar a París a
      perfeccionar sus estudios. Allí entró en contacto
      con
      varios humanistas franceses y acentuó su aversión
      por lo
      que él llamaba las áridas
y
        estériles sutilezas del escolasticismo. 
    
Después de haber pasado un tiempo en Venecia el año
      anterior, Miguel Ángel se había trasladado a
      Bolonia.
      Allí colaboró en el ornato del arca de Santo Domingo, para
      la que
      esculpió un ángel
        candelabro, un san
        Petronio,
      que recuerda al estilo de Donatello, y un vigoroso san Próculo. Luego
      regresó a Florencia, donde esculpió un san Juan. 
    
Alberto Durero regresó a Nuremberg tras su estancia en
      Italia. Allí no sólo había estudiado arte,
      sino
      que
      volvió dispuesto a enfrentarse a las matemáticas de
      Pacioli y
      Euclides, así como a los tratados de arquitectura de
      Alberti.
    
El gran príncipe Iván III de Moscú
      trató
      de invadir Suecia, pero el regente Sten Gustaffson logró
      rechazarlo.
    
El emperador Maximiliano I convocó la dieta de Worms en la que
      trató de reformar el Sacro Imperio Romano. Proclamó
      la Paz perpetua en toda
      Alemania, y
      creó un tribunal que supuestamente debía regular las
      querellas internas para impedir las guerras. El tribunal constaba
      de
      dieciséis miembros y era independiente del emperador.
      También implantó un impuesto general para formar un
      ejército imperial.
    
El hijo de Maximiliano I había cumplido diecisiete
      años, y era conocido como Felipe
el
        Hermoso. Maximiliano I le cedió el gobierno de los
      Países Bajos, que había heredado de su madre,
      María de Borgoña. En 1496
      lo casó con Juana, hija de los
      reyes Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, que ese
      año recibieron del Papa Alejandro VI el título de Reyes Católicos, y es
      con
      este sobrenombre con el que
      son más conocidos en la historia. El rey Manuel I de
      Portugal
      quiso competir en catolicismo con sus vecinos y expulsó de
      su
      reino a todos los judíos y musulmanes, cuyo número
      había aumentado sensiblemente tras su expulsion de Castilla
      y
      Aragón (en el caso de los judíos) y de la conquista
      de
      Granada (en el caso de los musulmanes, que no fueron oficialmente
      expulsados de sus tierras, pero sí estaban siendo
      "motivados"
      para abandonarlas).
    
Bartolomé Colón fundó en La Española
      la
      ciudad de Santo Domingo de
        Guzmán, que era el santo de su padre, Domenico Colombo. 
    
Giovanni Caboto convenció finalmente al rey Enrique VII de
      Inglaterra para que financiara una expedición naval hacia
      Occidente. Caboto sería gobernador de las tierras que
      encontrase
      (bajo la soberanía inglesa) y disfrutaría de todos
      los
      beneficios comerciales que obtuviera, siempre que pagara la quinta
      parte a la Corona. Sin embargo, su barco no era un "último
      modelo" y pronto tuvo que regresar a puerto
      sin
      haber
      encontrado nada.
    
En abril, el príncipe
      elector Federico III de Sajonia visitó Nuremberg, y
      allí
      fue retratado por Alberto Durero. Federico III trató de
      convencer al pintor de que se trasladara a su corte, pero Durero
      rehusó la invitación y permaneció en su
      ciudad
      natal.
    
El 25 de junio el mencey
      Bencomo
      capituló ante Alonso Fernández de Lugo, con lo que
      la
      isla de Tenerife cayó bajo el dominio de Castilla, que
      completó así la conquista de las islas Canarias.
    
El rey Fernando II de Nápoles, con la ayuda de Gonzalo
      Fernández de Córdoba, dominaba ya todo su reino,
      salvo
      Gaeta y el castillo de Cosenza, que seguían en manos de los
      franceses. Pero Fernando II murió el 7
        de octubre, y fue sucedido por su tío Federico I, con la
      oposición
      de Fernando el Católico, que se consideraba con mayores
      derechos. Federico I expulsó definitivamente a los
      franceses y
      nombró a Gonzalo duque de Santangelo.
    
Ese año murió el duque Carlos II de Saboya, a la
      edad
      de siete
      años, y su tío abuelo Felipe se convirtió en
      el
      nuevo duque. También murió el conde Carlos de
      Angulema,
      que fue
      sucedido por su hijo Francisco,
      que tenía entonces dos años de edad. 
    

    
Tras una breve estancia en los Países Bajos, Erasmo de
      Rotterdam regresó a París, donde trató de
      llevar
      una vida independiente viviendo de sus lecciones a jóvenes
      ricos, para los que empezó a redactar unos manuales de
      conversación latina. 
    
El obispo de la ciudad polaca de Ermeland,
      llamado Ukasz Watzenrode,
      tenía un sobrino de veintitrés años que
      acababa de
      terminar sus estudios en la universidad de Cracovia. Watzenrode
      pretendía introducir a su sobrino en la carrera
      eclesiástica, y tenía ciertamente los medios para
      conseguirlo, pero le sugirió que, para facilitar las cosas,
      marchara a Bolonia a especializarse en derecho canónico. El
      joven se llamaba Niklas
        Koppernigk,
      pero en la universidad había empezado a usar la forma
      latina de
      su nombre: Nicolaus Copernicus,
      y por ello es más conocido como Nicolás
        Copérnico.
      Era hijo de un comerciante acomodado y durante su estancia en
      Cracovia
      su interés principal había sido la
      astronomía. En
      Bolonia conoció al matemático Domenico
        Maria Novara, que lo animó a compaginar la
      astronomía con sus estudios de leyes.
    
Las últimas obras del Perugino, tras La entrega de las llaves, que
      había pintado en la capilla Sixtina, eran más bien
      repetitivas, pero el maestro recibió un notorio
      estímulo
      cuando entró en su taller un prometedor discípulo de
      trece años llamado Rafaello
        Sanzio, aunque es más conocido como Rafael. 
    
Miguel Ángel se había trasladado a Roma. Al
      parecer,
      un comerciante había enterrado a sus espaldas una escultura
      suya
      en mármol, el Cupido
        dormido,
      para después "descubrirla" y venderla como pieza antigua.
      La
      compró un cardenal que descubrió el fraude, pero se
      interesó por el escultor y lo llamó a Roma.
      Allí
      el banquero y coleccionista Galli
      le encargó una estatua en mármol, el Baco ebrio, que
      terminó en 1497. El dios
      levanta la copa con la mano
      derecha mientras adopta una original postura basculante que revela
      su
      embriaguez.
    
Por esta época Leonardo da Vinci terminaba su famoso
      fresco
      sobre La última cena,
      bastante mal conservado hoy en día, en parte por un
      experimento
      que hizo sobre él con huevo para mejorar su
      conservación.
      En los últimos años, Leonardo se dedicó a
      diseñar varios modelos de máquinas voladoras, con
      las que
      un hombre podía mover unas alas con sus pies mediante un
      complicado sistema de correas y poleas. A lo largo de su vida,
      Leonardo
      diseñó máquinas de todo tipo: bombas,
      grúas, máquinas hiladoras, carros cubiertos,
      catapultas,
      etc. No cabe duda de que cualquiera de ellas hubiera sido muy
      útil si hubiera funcionado.
    
Andrea Mantegna, tras un viaje a Roma, había regresado a
      Mantua, donde Isabel de Este
        Gonzaga,
      la esposa del marqués Francisco II Gonzaga, le
      encargó
      diversas obras para decorar su studiolo.
      Entre ellas destaca El Parnaso,
      en el que un coro de
      musas danzantes recuerda vagamente a Botticelli.
    
En los últimos tres años, Aldo Manuzio había
      publicado más de cuarenta libros, entre ellos cinco
      volúmenes con las obras completas de Aristóteles,
      así como obras de Teócrito, Hesíodo y
      Aristófanes. Manuzio era un impresor muy diferente a los
      que le
      habían precedido en su oficio. Hasta entonces, los
      impresores
      eran meros artesanos que imprimían cualquier manuscrito que
      caía en sus manos y que consideraban que podía ser
      rentable, o bien trabajaban por encargo. Sin embargo, Manuzio era
      un
      humanista que elegía escrupulosamente los textos y los
      revisaba
      meticulosamente, haciéndose responsable de la calidad de la
      edición. Puede considerarse el primer editor en el sentido
      moderno.
    
El duque de Medinaceli conquistó Melilla, en el norte de
      África, aunque en realidad no había mucho que
      conquistar,
      porque la ciudad se la habían estado disputando desde
      hacía más de un siglo los reinos de Marruecos y
      Tremecén, y ya no era más que unas desoladas ruinas.
    
Los Reyes Católicos tenían cinco hijos: Isabel, la
      mayor, tenía veinte años y llevaba dos casada con el
      rey
      Manuel I de Portugal; el segundo era Juan, de diecinueve, que por
      ser
      varón era el príncipe de Asturias y Gerona, heredero
      de
      los reinos de Castilla y Aragón; Juana, de dieciocho, se
      había casado el año anterior con Felipe el Hermoso,
      el
      conde de Borgoña, hijo del emperador Maximiliano I; las
      menores
      eran María, de
      quince,
      y Catalina, de doce.
      Maximiliano I quiso redondear su política matrimonial
      casando
      con Juan a su hija Margarita, la que había estado prometida
      con
      el entonces Delfín y
      ahora rey Carlos VIII de Francia. La boda se celebró en abril en Burgos, pero casar a su
      hija no
      iba a
      ser tarea fácil para el Austria: Juan, de
      constitución
      débil, murió poco después. El disgusto que se
      debió de llevar Maximiliano I lo debió de compensar
      con
      creces la alegría de Manuel I de Portugal, ya que ahora su
      esposa
      Isabel se convertía en la nueva heredera de los reinos de
      Castilla y Aragón, al menos mientras
      sus padres no le dieran un hermano varón.
    
El 2 de mayo Giovanni Caboto
      zarpó de Bristol y tomó rumbo a Occidente por
      segunda
      vez. Contaba con un único barco y una tripulación de
      dieciocho hombres. (El rey Enrique VII era bastante más
      tacaño que los Reyes Católicos.)
    
Aunque los franceses habían sido expulsados del reino de
      Nápoles, todavía conservaban posiciones más
      al
      norte, en los Estados Pontificios. Gonzalo Fernández de
      Córdoba terminó de expulsarlos de Italia al tomar el
      puerto de Ostia, y de allí entró en Roma antes de
      regresar a Castilla. En la campaña había contado con
      la
      ayuda del ejército pontificio, capitaneado por el duque de
      Gandía Juan Borgia, el hijo del Papa. Poco después,
      en junio, Juan fue a cenar a
      casa de su
      madre, y al regresar al Vaticano despidió a sus
      compañeros para ir al encuentro de una persona enmascarada
      que
      lo esperaba cerca del río. No se sabe quién era ni
      qué pasó luego, pero el cadáver de Juan fue
      sacado
      del Tíber degollado y con graves heridas por todo el
      cuerpo. Su
      bolsa, con treinta ducados, se halló intacta, luego no fue
      víctima de un ladrón. El Papa estuvo tres
      días
      llorando y sin comer. Hizo llegar este comunicado al colegio de
      cardenales:
    
Han matado al duque de Gandía, nuestro dolor es explicable, porque lo queríamos tiernamente. Ya no apreciamos en nada el ser Papa, ni cualquiera otra cosa. Si tuviéramos siete tiaras, las daríamos para volverle a la vida. Puede que el Señor haya querido castigarme por mis pecados, pues ciertamente él no merecía una muerte tan cruel.
No cabe duda que Alejandro VI sentía un gran aprecio por
      su
      hijo, y ello hizo sospechar que el asesinato había sido
      planeado
      por su hermano César, movido por los celos. Por otra parte,
      los
      aspavientos del pontífice sólo duraron unos
      días,
      y luego volvió a ser el mismo de siempre. Juan Borgia
      dejó un hijo de dos años, conocido como Juan de Borja, que
      heredó el
      ducado de Gandía, donde creció. Desde ese momento,
      la
      rama valenciana de los duques de Gandía se instaló
      en el
      reino de Valencia y se desentendió completamente de los
      asuntos
      de Italia.
    
No tardó en producirse otro escándalo: Giovanni
      Sforza, el marido de Lucrecia Borgia, abandonó Roma
      en secreto atemorizado por que, según él, era amante
      de
      su esposa, su cuñado el cardenal César Borgia. El
      Papa
      anuló el
      matrimonio alegando que Giovanni era impotente.
    
Ese mismo año, César Borgia sobrevivió a la
      sífilis, y lo hizo con tanta facilidad que su
      médico, Gaspare Torelle,
      le dedicó su
      tratado sobre el que él llamaba morbo gálico.
      Afirmó que César podía ser considerado como
      bienhechor de la humanidad, pues su caso había arrojado
      mucha
      luz sobre el tratamiento de la nueva enfermedad.
    
Alejandro VI había tratado de someter a Girolamo
      Savoranola,
      al que llamaba jocosamente el parabolano,
      el que habla por parábolas. Le propuso nombrarlo cardenal
      (gratis, cuando lo normal era pagar una sustanciosa suma), pero
      Savonarola lo rechazó en un sermón en el que
      decía
      que la única forma en que Alejandro VI podría
      acallarlo
      sería convirtiéndolo en mártir: No quiero un capelo rojo, quiero
        sangre
        roja. Entonces el Papa lo excomulgó, y éste
      replicó publicando un libro de teología titulado El triunfo de la cruz.
      Continuó celebrando misa y predicando:
    
Dios gobierna al mundo por medio de agentes que pueden equivocarse. Para conocer si los ministros de Dios se equivocan, observemos cómo viven. Si no practican la caridad y las buenas obras, no estamos obligados a obedecerlos.
Ese año murió el duque Felipe I de Saboya, y fue
      sucedido por su hijo Filiberto
        II el
        Hermoso, de diecisiete años.
    
La autoridad del gran príncipe Iván III de
      Moscú era cada vez más sólida. Muchos
      príncipes de estados fronterizos habían abandonado
      al
      gran duque de Lituania para someterse a él. Había
      adoptado el título de autócrata,
      junto a un complejo ceremonial cortesano. Impuso a los boyardos la
      obligación de servir de por vida a un mismo príncipe
      e
      hizo redactar un nuevo código legal, el Sudiébnik. 
    
El rey Juan I de Polonia dirigió una campaña contra
      los otomanos, pero fue derrotado en Moldavia.
    
El rey Juan I de Dinamarca, Noruega y Suecia logró que
      Sten
      Gustafsson dejara el gobierno de Suecia y marchara exiliado a
      Finlandia. 
    
Mamadú Turé, el monarca del imperio Songhai,
      regresó de una larga peregrinación a la Meca con la
      que
      se aseguró el apoyo de los musulmanes. A su paso por Egipto
      había logrado que el sultán le otorgara un
      título
      que tenía vacante, un título glorioso en su
      día,
      pero que, como puede observarse, estaba muy devaluado: ahora era
      nada
      menos que el Califa Mamadú Turé.
    
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