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En 1761 Gran Bretaña adoptó una nueva medida para luchar contra el contrabando por el que sus colonos americanos burlaban sistemáticamente las absurdas leyes con las que la metrópoli trataba de restringir el comercio y la productividad de las colonias. En realidad la medida no era nueva, pero hacía una década que no se ponía en práctica. Eran los llamados mandatos de asistencia, unas órdenes de busca generales con las cuales un funcionario de aduanas tenía derecho a entrar en cualquier lugar en busca de artículos de contrabando, sin especificar el lugar, la naturaleza de los artículos ni evidencia alguna que justificara el registro. Estas leyes serían ilegales en la propia Gran Bretaña, donde estaba sólidamente asentado el principio de que nadie podía entrar por la fuerza en un domicilio privado sin una orden judicial emitida por razones específicas. Esto causó un gran revuelo, especialmente en Massachusetts, donde el contrabando era el pan de cada día. El 24 de febrero, James Otis, hijo de un prestigioso juez de la colonia, propugnó la desobediencia ante los mandatos de asistencia, argumentando que ni el rey ni el Parlamento estaban legitimados a emitir leyes que contravinieran los derechos naturales de los hombres, derechos que constituían una constitución no escrita.
El rey Fernando VI de España se había obstinado en
      permanecer neutral en la guerra entre Francia y Gran
      Bretaña,
      pero el rey Luis XV aprovechó el cambio de monarca
      español para concertar el Tercer
        pacto de familia con Carlos III de España y sus
      hermanos,
      el rey Fernando I de Dos Sicilias y el duque Felipe de Parma. El
      pacto
      fue firmado en París el 15 de
        agosto.
      Los motivos de España para apoyar a Francia contra Gran
      Bretaña eran que muchos barcos comerciales españoles
      eran
      apresados con frecuencia por corsarios británicos,
      así
      como que los británicos estaban multiplicando sus
      asentamientos
      en Centroamérica (ahora estaban penetrando en Honduras).
      Además, España reivindicaba su derecho a la pesca en
      Terranova y aspiraba a recuperar Gibraltar.
    
Cuando a Gran Bretaña llegaron meros rumores de la alianza
      franco-española, Pitt propuso extender preventivamente la
      guerra
      contra España, pero el rey y la mayoría de los
      ministros
      se opusieron a ello. Pitt dimitió y Jorge III
      aprovechó
      para sustituirlo por el conde de Bute, lo que supuso el retorno de
      los tories al poder. En
      la India, sir
      Eyre Coote se
      apoderó de Pondichery.
      Mientras tanto, un general del ejército del rajá de
      Mysore llamado Haydar Alí, tras
      obtener una
      serie de victorias frente a los afganos, logró hacerse con
      el
      poder, reuniendo bajo su gobierno la mitad del territorio de
      Mysore.
    
Tres años atrás, el impresor John Walter
      había
      fundado en Londres un periódico al que llamó Daily Universal Register, y
      que
      ahora cambiaba su nombre por The
        Times, nombre que conserva hasta la actualidad.
    
Cuando se confirmó la firma del Tercer pacto de familia, Gran
      Bretaña no tuvo más opción que declarar la
      guerra
      a España, y así lo hizo el 2
        de enero de 1762. El duque de Newcastle, opuesto
      también
      a los planes pacifistas del rey Jorge III, dimitió de su
      cargo
      de primer ministro, aunque prosiguió su actividad
      política desde la oposición.
    
En San Petersburgo murió la zarina Isabel, que, de acuerdo
      con sus disposiciones, fue sucedida por su sobrino Carlos Pedro
      Ulrico,
      que el 5 de enero fue coronado
      como
      el zar Pedro III. Hijo de
      padre alemán, educado en la cultura alemana, de
      religión
      luterana, no tardó en demostrar ostentosamente su desprecio
      hacia las tradiciones rusas, y una de sus primeras decisiones fue
      retirar las tropas rusas de Silesia, donde combatían
      aliadas con
      austríacos y franceses contra el rey Federico II de Prusia,
      por
      el que el nuevo zar sentía una gran admiración.
    
El rey Carlos III de España nombró fiscal de lo
      civil
      en el Consejo de Castilla
      a Pedro Rodríguez
        Campomanes y
        Pérez, lo que le concedía amplios poderes
      en
      cuestiones
      económicas. Había publicado varios trabajos, muchos
      de
      ellos sobre temas históricos, que le habían valido
      el
      ingreso en la Real Academia de
        Historia. 
    
Carlos III ordenó a su pintor de cámara, Rafael Antón Mengs, que
      inspeccionara las colecciones reales de pintura y quemara los
      cuadros
      que mostraran desnudos. Sin embargo, Mengs las pudo salvar
      convenciendo
      al
      marqués de Esquilache de tales obras serían muy
      útiles para el estudio de sus discípulos, y las
      guardó en su casa hasta que pasó el peligro.
    
El 5 de mayo, el zar Pedro III
      de
      Rusia firmó una alianza con el rey Federico II de Prusia.
      Este
      cambio de bando salvó al rey prusiano del descalabro
      militar. En
      política interior, el zar trató de ganarse a la
      nobleza
      aboliendo la obligación de servir al Estado, y al conjunto
      de la
      población reduciendo los impuestos sobre la sal y
      concediendo la
      libertad religiosa a los viejos creyentes. Por otra parte, se
      enemistó con el clero al secularizar sus bienes y redujo
      los
      privilegios de los altos dignatarios del senado y de la guardia.
      También fue muy impopular su decisión de imponer
      oficiales prusianos en el ejército. Sus enemigos fueron
      agrupándose alrededor de su esposa Catalina que, aunque era
      alemana, había adoptado las costumbres rusas desde su
      llegada al
      país. El zar advirtió el complot, y planeó
      encerrarla en un convento, pero ella fingió lealtad para
      evitar
      el divorcio. Finalmente, la mañana del 9 de julio, Alexei
        Orlov, el amante de Catalina,
      la condujo al cuarto de la Guardia, donde los oficiales la
      proclamaron
      zarina y la escoltaron hasta la catedral de Kazán, donde
      fue
      coronada como Catalina II
      de
      Rusia. Poco antes, los guardias habían asaltado el palacio
      de Peterhof, donde Pedro
      III
      firmó su abdicación sin oponer resistencia. Fue
      encerrado
      y unos días más tarde fue asesinado por los
      oficiales de
      su guardia.
    
Ese año murió también Estanislao
      Poniatowski,
      el primer ministro polaco, padre y tocayo del embajador polaco en
      San
      Petersburgo, uno de los más leales partidarios y antiguo
      amante
      de la zarina Catalina II.
    
En Kuwait murió el jeque Sabah I, que fue sucedido (por
      elección) por su hijo menor, Abdullah I Al-Sabah. 
    
En agosto la flota
      británica había arrebatado a España Florida,
      Cuba
      y algunas de las antillas menores, como la isla de Granada.
    
El año anterior se había producido una quiebra
      financiera que llevó a los tribunales a un tal Antoine de La Valette, que era
      jesuita. No es que esto fuera relevante en el asunto, pero el
      parlamento de París lo aprovechó para arremeter
      contra
      toda la Compañía de Jesús. La cámara
      estimó que ciertas reglas de los jesuitas eran
      incompatibles con
      las leyes del reino, por lo que pidió examinar con detalle
      todas
      las constituciones de la orden. El 6
        de
        agosto emitió un fallo que declaraba a la
      Compañía "inadmisible
por
        su naturaleza en
        cualquier estado civilizado" y, en consecuencia,
      ordenó
      su expulsión. (No es difícil comprender cómo
      llegaron los parlamentarios a esa conclusión, teniendo en
      cuenta
      que leyeron los escritos de san Ignacio de Loyola.) El rey Luis XV
      se
      opuso a ello y trató de
      mediar en el conflicto.
    
En octubre la flota
      británica se apoderó de Manila.
      El único éxito español fue que, con la excusa
      de
      que Portugal era aliado británico, el gobernador de Buenos
      Aires, Pedro de Cevallos
        Cortés y Calderón,
      tomó la ciudad de Sacramento, a pesar de que el año
      anterior España había reconocido una vez más
      la
      soberanía portuguesa sobre ella.
    
Incapaz de retener sus posesiones en América, Francia
      firmó el 3 de noviembre
      el tratado de Fontainebleau,
      por el
      que cedía a España todas sus posesiones al oeste del
      Mississippi. De este modo evitaba que cayeran en manos
      británicas, pues España podía defenderlas
      desde
      sus otras colonias americanas.
    
Jean Jacques Rousseau publicó sus dos obras más
      importantes: El contrato
        social, o
        Principios del derecho político y Emilio, o De la educación.
      En el primero se retracta de la condena a la sociedad y de la
      exaltación de la vida salvaje que había presentado
      en su Discurso sobre el origen
        de la desigualdad,
      pues ahora elogia la vida política y acepta como un bien la
      socidad. Su tesis es que la organización social es un
      contrato
      por el que los individuos renuncian a algunos de sus derechos
      naturales
      a cambio de un sistema legal que concilie la libertad y la
      igualdad
      entre los hombres. Para garantizar el correcto funcionamiento del
      sistema político, insta a imitar a los antiguos romanos y
      convertir la política casi en una religión. En el Emilio, Rousseau describe un
      modelo
      de educación de un joven basado en la razón y en la
      Naturaleza. La consecuencia de estas obras fue que tuvo que huir a
      Suiza para evitar la cárcel.
    
Diderot escribió la novela El
        sobrino de Rameau, cuyo protagonista es Jean-François Rameau,
      sobrino
      del músico Jean-Philippe Rameau, que es presentado como un
      músico bohemio al que Diderot conoce en un café de
      París, el cual le sirve como pretexto para diversas
      disquisiciones
      satíricas, pedagógicas, filosóficas,
      artísticas y literarias.
    
El marqués de Mirabeau publicó su Filosofía rural. 
    
David Hume publicó el sexto y último volumen de su
      Historia de Inglaterra.
      La obra
      había sido prohibida por la Iglesia Católica el
      año anterior.
    
Olivier Goldsmith consiguió cierta popularidad con The citizen of the world,
      inspirado
      en las Cartas Persas de
      Montesquieu.
    
En el segundo volumen de las Mélanges
de
        Turin, Lagrange expuso un profundo estudio sobre la
      propagación del sonido con importantes contribuciones a la
      teoría de las cuerdas vibrantes, aplicando una
      técnica
      completamente distinta a la que Euler había empleado, que
      le
      llevó, naturalmente, a la misma solución.
    
El monje Paisij de Hilendar,
      publicó (en versión manuscrita) una Historia de los eslavos
        búlgaros,
      que fue una de las primeras semillas que hicieron despertar el
      nacionalismo búlgaro contra los griegos y los otomanos.
      Paisij
      exhortaba a los búlgaros a retomar la lucha, y a que
      recordaran
      su glorioso pasado, su lengua y su raza.
    
Carlo Goldoni estrenó La
baruffe
        chiozzotte, que destaca por el verismo con que refleja
      la sociedad veneciana de la época.
    
Gluck estrenó en Viena la ópera italiana Orfeo y Eurídice. 
    
Johann Christian Bach se trasladó a Gran Bretaña,
      donde le había precedido la fama obtenida por la
      representación de varias de sus óperas. Su hermano
      Karl
      Philipp Emanuel publicó La
verdadera
        manera de tocar el piano, que tuvo gran influencia en
      su época.
    
El violinista y compositor Leopold Mozart tenía un hijo
      bautizado como Johannes
        Chrisostomus
        Wolfgang Theophilus Mozart, que a sus seis años de
      edad
      ya era capaz de componer piezas para clave. Ese año
      salió
      por primera vez de Salzburgo, su ciudad natal, para visitar Viena
      con
      sus padres y su hermana Maria
        Anna,
      de once años, que ya destacaba como pianista precoz.
    
En enero de 1763, una flota
      británico-portuguesa que pretendía recuperar la
      ciudad de
      Sacramento fue rechazada por los españoles. Sin embargo,
      los
      británicos no necesitaban su flota para recuperarla: El 10 de febrero, Gran
      Bretaña, Francia y España firmaron el tratado de
      París que puso fin a la guerra que, puesto que oficialmente
      había empezado en 1756, es recordada como la guerra de los Siete años.
      Francia cedía a Gran Bretaña todas sus colonias
      americanas, es decir, Canadá, la parte de Luisiana al este
      del
      Mississippi, pues la parte occidental se la había cedido a
      España el año anterior y las islas de Dominica, San
      Vicente, Tobago y Granada. También renunciaba a sus
      posesiones
      en Senegal (excepto un islote), y en la India (donde sólo
      conservaba cinco factorías). España cedía a
      Gran
      Bretaña la Florida (entendiendo que abarcaba todas sus
      posesiones norteamericanas al este del Mississippi) y
      devolvía a
      Portugal la colonia de Sacramento. Por otra parte, Gran
      Bretaña
      devolvía a España Cuba y Filipinas, y a Francia las
      islas
      de Guadalupe, Martinica y algunas más. Por otra parte,
      Francia
      se reservaba el derecho de pesca en Terranova. España
      confió el gobierno de Luisiana al marino y
      científico
      Antonio de Ulloa.
    
El 15 de febrero Austria y
      Prusia
      firmaron el tratado de Hubertusburg,
      por el que ambas potencias conservaban los dominios que ya
      poseían antes de la guerra. En particular, Prusia
      conservaba
      Silesia. El rey Federico II de Prusia ofreció a D'Alembert
      la
      presidencia de la Academia de
        Berlín, para disgusto de Euler, que se
      oponía
      rotundamente. En una carta a Lagrange escribía:
    
D'Alembert ha tratado de socavarla [mi solución al problema de las cuerdas vibrantes] mediante varias argucias, y por el único motivo de que no la obtuvo él mismo, [...] Cree que puede engañar con su elocuencia al lector inexperto. [...] Quería publicar en nuestra revista, no una prueba, sino la mera afirmación de que mi solución es incorrecta. [...] Teniendo esto en cuenta, comprenderá qué escándalo supondría que llegara a ser nuestro presidente.
Lagrange estaba de visita en París, donde presentó
      un
      trabajo para el concurso anual de la Academia
        de Ciencias, sobre el movimiento de balanceo de la Luna,
      que
      hace que la cara visible no sea siempre exactamente la misma, sino
      que
      presenta pequeñas oscilaciones. Tenía pensado
      visitar
      Londres, pero una grave enfermedad lo retuvo en París
      más
      tiempo de lo previsto.
    
Francia decidió fortificar la Martinica, y envió
      una
      expedición para construir allí un fuerte llamado Fort Bourbon bajo la
      dirección de un ingeniero llamado Charles Augustin de Coulomb. 
    
Unos años atrás, James Watt había construido
      una máquina de vapor, pero no funcionó como
      él
      había esperado, y se había puesto a estudiar todo lo
      publicado al respecto. Se enteró de que la universidad de
      Glasgow disponía de una máquina de Newcomen, pero
      que
      estaba en Londres pendiente de reparación. Watt
      logró que
      la universidad la trajera de nuevo para que él mismo la
      reparara.
    
María Teresa de Austria, frustrado su intento de recuperar
      Silesia, procedió a recuperar sus estados del desgaste de
      la
      guerra y prepararlos para evitar un eventual ataque prusiano en el
      futuro. Aunque más bien conservadora, se la puede
      considerar
      como déspota ilustrada: confeccionó un catastro para
      racionalizar y simplificar los impuestos, reorganizó el
      ejército instituyendo el reclutamiento obligatorio,
      simplificó los organismos de gobierno central y
      debilitó
      los gobiernos locales, persiguió a judíos y
      protestantes
      y trató de supeditar el clero a su control, debilitando la
      influencia de Roma.
    
En esta línea, un obispo alemán llamado Johann Nikolaus von Hontheim,
      aunque
      firmaba sus escritos como Justinus
        Febronius,
      publicó un tratado en el que propugnaba una amplia
      autonomía de los
      obispos respecto de Roma, y defendía la supremacía
      del
      concilio sobre
      el Papa. Su doctrina, conocida como febronianismo,
      adquirió cierta popularidad entre los católicos
      alemanes,
      convirtiéndose en el análogo alemán al
      galicanismo
      francés.
    
En España, el marqués de Esquilache
      estableció
      un "pase regio", por el
      que
      los documentos pontificios debían obtener una
      autorización real para ser admitidos.
    
Evidentemente, Gran Bretaña había sido la gran
      vencedora de la guerra. Como potencia naval era invencible, y
      ahora era
      la dueña de la tercera parte de Norteamérica, donde
      su
      única competidora era una España cada vez más
      débil.
    

    
El rey Jorge III trató de atribuirse el mérito de la victoria, pero no consiguió el favor de la opinión pública. Por una parte, William Pitt denunció el tratado de París como una traición, pues argüía que, si el primer ministro Bute no hubiera tenido tanta prisa por firmar la paz, los beneficios habrían sido aún mayores. La intransigencia de Pitt hizo que la mayoría del partido whig le diera la espalda, pero, aún así, logró que el rey se viera obligado a cesar a Bute en abril, que fue sucedido por George Grenville, apoyado por la facción whig hostil a Pitt. Aunque Pitt se abstuvo de atacar directamente al monarca, no sucedió lo mismo con el parlamentario John Wilkes, que el año anterior había fundado una publicación llamada North Briton, desde la que lanzaba ataques mordaces contra el gobierno. Ese año publicó un artículo en el que censuraba al propio rey Jorge III, a raíz de lo cual fue detenido, junto con otras personas, en un proceso de dudosa legalidad, por lo que todos fueron puestos en libertad al poco tiempo.
La población del territorio británico de
      Norteamérica estaba distribuida de forma muy irregular. La
      zona
      de Canadá estaba poco poblada, y gran parte de sus
      habitantes
      era de origen francés; la costa oriental la ocupaban trece
      colonias: Massachusetts, New Hampshire, Rode Island, Connecticut,
      Nueva
      York, Nueva Jersey, Pennsylvania, Delaware, Maryland, Virginia,
      Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia. Contaban en total
      con
      1.250.000 colonos aproximadamente, a los que había que
      sumar
      unos 250.000 esclavos negros. No eran, desde luego, las
      únicas
      colonias británicas en Norteamérica: al norte estaba
      Nueva Escocia y al sur Florida, pero ésta había sido
      española hasta ese mismo año y Nueva Escocia
      había
      sido francesa hasta hacía relativamente poco tiempo. Aunque
      ya
      estaba bastante asimilada, su población recordaba
      todavía
      las guerras contra Nueva Inglaterra. El caso era que, por unas u
      otras
      razones, los demás asentamientos británicos en
      Norteamérica no mantenían con las trece colonias los
      mismos vínculos que éstas mantenían entre
      sí.
    
El territorio situado al oeste de los montes Apalaches era "el salvaje Oeste", un
      territorio
      virgen que los soldados franceses habían dejado
      vacío al
      evacuarlo, donde "vacío", como es natural, ha de entenderse
      como
      "poblado únicamente por indios". Los indios no estaban nada
      satisfechos con la forma en que había terminado el
      enfrentamiento entre franceses y británicos: los franceses
      eran
      pocos y se interesaban principalmente por el comercio de pieles, y
      trataban a los indios más o menos en pie de igualdad; por
      el
      contrario, los británicos eran muchos y aspiraban a ocupar
      con
      granjas todo el territorio que caía en sus manos; para
      ellos,
      los indios no eran más que un estorbo y no ocultaban su
      conciencia de ser partícipes de la cultura europea,
      mientras que
      los indios eran unos espantajos salvajes. Y, por si los indios no
      fueran lo suficientemente perspicaces para comprender que esto era
      así, los franceses, antes de retirarse, se ocuparon de
      hacérselo ver claramente.
    
Por ello, un jefe indio llamado Pontiac,
      nacido en el territorio de Ohio y que había luchado junto a
      los
      franceses, organizó una confederación de las tribus
      que
      habitaban entre los Apalaches y el Mississippi, y en mayo inició una serie de
      ataques
      por sorpresa contra varios puestos avanzados británicos.
      Ocho
      fuertes de la región de los grandes lagos fueron tomados y
      arrasados. El 7 de mayo el
      propio
      Pontiac dirigió un ataque contra Detroit, pero la ciudad se
      dispuso a resistir el asedio.
    
Las doctrinas fisiocráticas opuestas al mercantilismo
      estaban
      empezando a influir en el gobierno francés. El 27 de mayo, una declaración
      real
      instauró la libre circulación de granos, harinas y
      hortalizas. La medida fue muy mal acogida. Se acusó al
      gobierno
      de que pretendía favorecr a los monopolios y a los
      especuladores
      y en varias ciudades se produjeron revueltas. (En esencia, se
      quejaban
      de que algunos productos importados de otras ciudades se
      vendían
      más baratos que los productos locales.)
    
El año anterior había muerto el príncipe de
      Esterházy, pero su sucesor, conocido como Nicolás el Magnífico,
      mantuvo a Joseph Haydn a su servicio, quien ahora estrenaba su
      ópera Acis y Galatea.
      Haydn tenía un hermano menor, llamado Michael,
      que ese año entró al servicio del príncipe
      arzobispo de Salzburgo, para
      quien trabajaba también Leopold Mozart, aunque actualmente
      la
      familia
      Mozart se encontraba de visita en Viena y, en junio, inició un largo viaje por
      Europa.
    
Fort Pitt fue atacado por los indios, y una partida de quinientos
      soldados acudió en su defensa, bajo la dirección del
      coronel Henry Bouquet. El
      2 de agosto, Bouquet se
      encontró
      con un ejército indio en Bushy
        Run, a unos cuarenta kilómetros de Fort Pitt, y se
      libró un combate que duró dos días. Aunque
      con
      muchas bajas, los británicos derrotaron a los indios y el 10 de agosto Fort Pitt fue liberado
      del
      asedio.
    
Ese año murió el rey Federico Augusto II de
      Polonia.
      Como príncipe elector de Sajonia, fue sucedido por su hijo
      Federico Cristián,
      pero
      éste murió poco después, y fue sucedido a su
      vez
      por su hijo Federico Augusto
        III,
      de once años, bajo la tutela de su tío. Sin embargo,
      la
      zarina Catalina II de Rusia logró que la nobleza polaca
      eligiera
      como rey a su ex-amante Estanislao
        II
        Poniatowski. 
    
Catalina II devolvió el ducado de Curlandia a Ernest Johann Biron, desterrado por Isabel la Clemente. La zarina estaba decidida a que Rusia fuera admitida entre las grandes potencias europeas y quiso dar la imagen de un estado moderno e ilustrado. Ese año entabló correspondencia con Voltaire y propuso a D'Alembert que se convirtiera en el tutor de su hijo Pablo, de diez años, pero D'Alembert rechazó la oferta. Tampoco aceptó Diderot su invitación para visitar Rusia, debida en este caso a su empeño en llevar a término la edición de la Enciclopedia.
El 7 de octubre, una proclama
      real estableció una línea, a lo largo de los montes
      Apalaches, al oeste de la cual los colonos británicos en
      América tenían prohibido
      establecerse. El territorio sería ocupado exclusivamente
      por los
      indios. Esto hizo que muchos de los aliados de Pontiac abanonaran
      la
      lucha. En noviembre, Pontiac se
      vio
      obligado a abandonar el asedio de Detroit, pese a lo cual
      continuó la guerra con los hombres que le seguían
      siendo
      fieles.
    
La línea de la proclama
      no había surgido por un repentino interés
      británico por el bienestar de los indios, sino más
      bien
      porque el territorio que el tratado de París había
      puesto
      en principio a disposición de los colonos tenía una
      superficie mucho mayor que la de Gran Bretaña, y si
      éstos
      se expandían sin restricciones, llegaría el
      día en
      que las colonias serían más poderosas que la
      metrópoli, y se volverían ingobernables. Para los
      colonos, la proclama era intolerable. ¿De qué les
      había servido expulsar a los franceses si ahora
      tenían
      que entregar a los indios el territorio conquistado? Precisamente,
      la
      guerra había estallado por el interés de las
      colonias de
      expandirse sobre territorios reclamados por los franceses. En la
      práctica, los colonos hicieron caso omiso de la proclama,
      como
      hacían caso omiso de las proibiciones que convertían
      en
      contrabando lo que perfectamente podría haber sido un
      negocio
      honrado bajo una legislación racional.
    
La tensión entre Gran Bretaña y sus colonias
      americanas aumentó aún más cuando
      llegó a
      los tribunales de Virginia una antigua disputa: Desde hacía
      un
      siglo, era habitual en Virginia pagar a los clérigos con
      tabaco,
      pero en 1755 hubo mala cosecha y el precio del tabaco se
      triplicó, de modo que si los clérigos
      recibían la
      cantidad (fija) de tabaco que constituía su salario,
      estaban
      recibiendo el triple de dinero. Por ello, la asamblea de Virginia
      aprobó ese año que se pagara a los clérigos
      en
      metálico, según el precio habitual del tabaco, y no
      el
      excepcional de ese año. El clero se opuso y en 1759 el caso
      llegó al gobierno británico, el cual
      restableció
      el pago en tabaco. Sin embargo, los virginianos hicieron lo
      habitual
      con las decisiones británicas: no hicieron caso alguno y
      siguieron pagando a los clérigos en metálico. Ahora
      un
      clérigo llevaba el caso de nuevo a los tribunales de
      Virginia.
      Contra la demanda actuó un abogado llamado Patrick Henry, el cual, en un
      elocuente discurso pronunciado el 1 de
        diciembre, no entró en la cuestión de si la
      decisión de la asamblea Virginia era justa o injusta, sino
      que se centró en la cuestión de si el gobierno
      británico podía anular sin más
      contemplaciones una
      decisión de la asamblea. Henry defendió
      que no podía, pues ello suponía una violación
      del
      derecho natural, y consiguió que, aunque el tribunal diera
      la
      razón al demandante (para no desafiar abiertamente al
      gobierno
      británico), le otorgara la irrisoria suma de un penique por
      daños y perjuicios. Poco después, Henry fue admitido
      como
      miembro de la asamblea de Virginia.
    
David Hume fue nombrado secretario de embajada en París, y
      al
      llegar a Francia se encontró con grandes muestras de
      reconocimiento hacia su trabajo, fue presentado y adulado en la
      corte,
      y trabó amistad con las figuras más relevantes de la
      cultura francesa: Diderot, D'Alembert, Buffon, Helvetius,
      Rousseau, etc.
    
En París murió el novelista Marivaux.
    
Voltaire publicó una de sus obras más
      significativas:
      el Tratado sobre la tolerancia,
      en el que, partiendo de la denuncia de un abuso de la justicia,
      por el
      que un anciano llamado Jean
        Calas
      había sido condenado a muerte el año anterior,
      acusado
      del asesinato de su hijo sin más pruebas que el hecho de
      ser
      protestante, condena la intolerancia religiosa y da evidencias de
      que
      es posible (e incluso útil y beneficioso, además de
      justo) que las distintas concepciones de la religión se
      toleren
      mutuamente y vivan en paz. Voltaire argumenta que la intolerancia
      era
      prácticamente desconocida por los antiguos, y que fue
      "inventada" por los cristianos (no por Jesucristo, sino por las
      distintas sectas cristianas que, desde que fueron "legalizadas"
      por
      Constantino, trataron de aniquilarse unas a otras) y que han sido
      los
      cristianos quienes la han hecho pervivir hasta nuestros
      días.
      (Obviamente, Voltaire habla de "sus días", pero hoy podemos
      decir igualmente "hasta nuestros días", añadiendo,
      para
      ser justos, que los musulmanes han superado mil veces a los
      cristianos
      en materia de generar fanatismo e intolerancia.) Voltaire cita una
      máxima romana:
    
Deorum
ofensae,
        diis curae         
(De
      las ofensas a los dioses se han de ocupar los dioses)
    
y es una vergüenza para la humanidad que haya tantos
      creyentes actuales que no la tengan asimilada, creyentes que se
      creen
      legitimados a prohibir en nombre de Dios —el dios que sea— el
      divorcio,
      el aborto, la eutanasia, el adulterio, la homosexualidad, o
      simplemente
      que una mujer pueda vestir como estime oportuno, o que pueda votar
      o
      tener licencia para conducir un automóvil.
    
En 1764, el Papa Clemente XIII
      condenó el febronianismo.
    
El rey Luis XV de Francia, exasperado por las presiones de
      Clemente
      XIII, renunció a su intento de salvar a la
      Compañía de Jesús y aprobó la
      decisión del Parlamento que exigía su
      expulsión.
      Para hacerse una idea de los motivos subyacentes, es interesente
      leer
      la entrada Jesuitas u orgullo del Diccionario filosófico
        portátil o la razón en orden alfabético,
      una versión personal de la Enciclopedia
      que Voltaire publicó ese mismo año en la que trata
      diversos temas de carácter histórico,
      filosófico y
      social. (Nótese que esta entrada fue incluida o modificada
      más adelante, pues hace referencia a sucesos que aún
      no
      habían tenido lugar, como la expulsión de los
      jesuitas de
      España.) Se trata de un punto de vista muy particular, pero
      da
      una
      idea de la imagen que tenían de los jesuitas los
      intelectuales
      de la época (y Voltaire era de los moderados).
    
Francia encontró una modesta forma de resarcirse de sus
      pérdidas en la guerra de los Siete años
      anexionándose la isla de Córcega. Aprovechando que
      había estado apoyando la rebelión corsa contra
      Génova, ahora obligó a la república genovesa
      a
      firmar el tratado de Compiègne,
      por el que le cedía la isla. Pasquale Paoli y los rebeldes
      corsos pasaron así de luchar contra Génova a luchar
      contra Francia.
    
Un tal Charles Palissot de
        Montenoy
      publicó La Dunciade ou
        La
        guerre des sots, un poema que ridiculizaba a los
      enciclopedistas.
    
D'Alembert visitó al rey Federico II de Prusia, y
      éste
      le reiteró su ofrecimiento de la presidencia de la Academia
      de
      Berlín. Sin embargo, D'Alembert la rehusó y le
      sugirió que nombrara a Euler en su lugar.
    
La guerra de los Siete años había dejado al
      gobierno
      británico una importante deuda, y el primer ministro,
      Grenville,
      estaba estudiando cómo incrementar la recaudación de
      impuestos. Dado que la guerra se había orientado
      principalmente
      a defender los intereses de las colonias norteamericanas frente a
      la
      amenaza francesa, parecía razonable pedir a éstas
      que
      contribuyeran a financiar en parte los gastos de la guera. Por
      ello, el
      5 de abril el Parlamento
      aprobó la Ley del
        azúcar, que aumentaba los aranceles sobre el
      azúcar, el vino, el café y los textiles. El 19 de abril se aprobó la Ley de la moneda, que
      prohibía a las colonias emitir papel moneda (para evitar
      que
      éstas pagaran impuestos con una moneda devaluada). Como de
      costumbre, estas medidas tuvieron poco efecto, pues la mayor parte
      del
      comercio con las colonias se efectuaba clandestinamente y no
      pagaba
      impuestos. Otra cosa es que las nuevas leyes contribuyeron a
      aumentar
      el desprecio de los colonos hacia la legislación
      británica. Los colonos también estaban molestos
      porque,
      apenas hubo terminado la guerra, el Parlamento aprobó la
      instalación permanente de 10.000 soldados regulares en las
      colonias. Era un ejército mucho más numeroso de lo
      necesario, teniendo en cuenta que los franceses habían
      abandonado el continente. Estaba claro que su finalidad era
      corregir la
      tradicional indisciplina de las colonias.
    
Pero los planes de Grenville iban más allá y ya
      había anunciado el proyecto de establecer una Ley de timbres, es decir, una
      ley
      que exigiera que todo documento público, para tener
      validez,
      hubiera de llevar un sello por el que había que pagar una
      cierta
      cantidad al Estado, en proporción a la importancia del
      documento. Hasta los periódicos, los anuncios, los juegos
      de
      cartas, los almanaques, etc. tendrían que tener su timbre,
      so
      pena de una cuantiosa multa. Ya hacía tiempo que Francia
      había promulgado una ley de timbres, pero en Gran
      Bretaña
      era algo novedoso y, obviamente, impopular.
    
También fue muy impopular otra acción de Grenville,
      quien, decidido a perseguir a John Wilkes por sus críticas
      al
      rey Jorge III, lo acusó de obscenidad. Wilkes huyó a
      Francia y fue expulsado de la cámara de los Comunes. Sin
      embargo, la opinión pública lo convirtió en
      un
      símbolo de la lucha contra los abusos de la
      monarquía.
    
El escritor Samuel Johnson fundó el Club literario de Londres
      juntamente con algunos amigos, entre ellos Olivier Goldsmith y el
      pintor Joshua Reynolds. Goldsmith publicaba ese año The traveller, un largo y
      denso
      poema filosófico.
    
En Londres, Johann Christian Bach fundó una de las
      primeras
      asociaciones de conciertos de abono: los Bach-Abel concerts. 
    
El año anterior Gluck había emprendido un nuevo
      viaje
      a Italia, donde estrenó su ópera El encuentro imprevisto o Los
        peregrinos
        de la Meca. 
    
España, al igual que Gran Bretaña, reforzó
      su
      presencia militar en América. Ese año se instalaron
      dos
      regimientos regulares de tropas españolas en México,
      relegando a un segundo plano las milicias de voluntarios locales.
      El
      virrey de México era a la sazón el marqués de
      Cruillas, pero ese
      año fue
      enviado como visitador general José
de
        Gálvez, que disponía de plenos poderes y se
      convirtió en la auténtica autoridad del virreinato.
      Reformó el aparato administrativo y expulsó a los
      criollos (los nativos) de los puestos de responsabilidad,
      sustituyéndolos por funcionarios llegados de España.
    
Desde principios de siglo, las islas Falkland habían sido
      frecuentadas por balleneros franceses procedentes de Saint-Malo, por lo que los
      franceses
      se referían a ellas como islas Malouines,
      de donde procede el nombre de islas Malvinas.
      Permanecieron deshabitadas hasta la llegada del navegante
      francés Louis Antoine de
        Bougainville, quien fundó Port Louis en la Malvina
      Oriental. 
    
Ese año murieron:
    
En septiembre, un
      ejército
      ruso entró en Varsovia y aseguró que Estanislao II
      fuera
      reconocido como rey. Este apoyo ruso lo volvió impopular
      entre
      sus compatriotas.
    
El nabab bengalí Siray al-Dawla no se había
      resignado
      todavía a la dominación inglesa y había
      pedido
      ayuda al gran mogol Sha Alam. No obstante, los británicos
      los
      derrotaron en Buxar el 22 de octubre. La alarma provocada
      por la
      amenaza de Sha Alam había hecho que Robert Clive fuera
      enviado
      de nuevo a Bengala en calidad de gobernador. Llegó poco
      después de la victoria británica y, ya en 1765, obtuvo del gran mogol un
      tratado por
      el que concedía a la Compañía
británica
        de las Indias Orientales el derecho a recaudar
      impuestos, así como la soberanía sobre Bengala y
      otros
      territorios. Desde ese momento, el sultanato de Delhi no fue
      más
      que un títere británico.
    
Los británicos fundaron Port
        Egmont en la Malvina Occidental. 
    
El 22 de marzo, el Parlamento
      británico aprobó la Ley
        de Timbres. A finales del año anterior
      había
      llegado a Londres Benjamin Franklin. El propósito de su
      viaje
      era abogar por que la colonia de Pennsylvania fuera convertida en
      colonia real, y dejara de ser oficialmente una propiedad privada
      de la
      famila Penn. Tuvo ocasión de hablar en el Parlamento contra
      la
      Ley de Timbres, pero cuando fue aprobada consideró que
      debía ser acatada, como cualquier otra ley. No opinaban
      así sus compatriotas. James Otis resumió su
      opinión en una frase que se hizo popular: El impuesto sin
        representación es
        tiranía. Quería decir que la
      cuestión no
      era si la Ley de Timbres
      era
      justa o injusta en sí misma, sino que lo injusto era que
      los
      americanos tuvieran que pagar un impuesto aprobado sin que nadie
      los
      hubiera consultado. La población de las trece colonias era
      la
      tercera parte de la población de Gran Bretaña, y su
      representación en el parlamento era nula.
    
El 15 de mayo, el Parlamento
      británico aprobó la Ley
        de Acuartelamiento, que establecía que los
      soldados
      británicos podían ser instalados en casas
      particulares si
      se consideraba necesario. La ley había sido sugerida por Thomas Gage, que había
      acompañado a Braddock en el frustrado ataque a Fort
      Duquesne y,
      aunque no se había distinguido particularmente durante la guerra de los Siete años,
      a
      su término fue puesto al frente de todas las fuerzas
      británicas en América. Era evidente que la Ley de Acuartelamiento
      pretendía ser un instrumento de coacción: nada mejor
      para
      acallar una voz discrepante que instalarle en su casa uno o varios
      soldados que, además de causar las molestias propias de un
      invitado indeseable, podían denunciar cualquier
      acción
      sospechosa que detectaran en su anfitrión.
    
El 29 de mayo, la Asamblea de
      Virginia se reunió para discutir sobre la Ley de Timbres y para
      proponer
      ciertas resoluciones en defensa del derecho de Virginia a elaborar
      sus
      propias leyes. En el transcurso del debate, Patrick Henry se
      levantó y empezó a decir: "César tuvo su Bruto, Carlos I su
        Cronwell y Jorge III..." En este punto, los más
      conservadores, entendiendo que iba a amenazar de muerte al rey, le
      gritaron: ¡Traición,
        traición!, pero Henry acabó su frase: "... y Jorge III puede beneficiarse
        con su
        ejemplo." Luego añadió: "Si esto es traición, sacad
        el
        mayor provecho de ello", y abandonó la sala. Las
      resoluciones no fueron aprobadas, pero se publicaron en la prensa.
    
En las grandes ciudades de las trece colonias hubo tumultos. Se
      colgó en efigie a los funcionarios reales, y se
      amenazó a
      quienes parecían dispuestos a acatar la Ley de Timbres. Más de
      uno
      recibió una paliza.
    
El 8 de junio, James Otis
      empezó a enviar cartas a todas las colonias proponiendo una
      reunión en Nueva York para establecer medidas conjuntas
      contra
      la Ley de Timbres. 
       
Casi un millar de comerciantes de Boston, Nueva York y Filadelfia
      organizaron un boicot a los productos británicos. Los
      tribunales
      anunciaron estar dispuestos a cerrar antes que poner timbres a sus
      documentos. Se convirtió en una cuestión de
      patriotismo
      consumir
      únicamente productos americanos y rehusar los
      artículos
      importados.
    
Entre los más radicales detractores de la Ley de Timbres
      estaba Samuel Adams, cuya
      vida
      había sido un fracaso hasta que fue uno de los primeros en
      descubrir que quien no sirve para nada puede aprovechar —al menos—
      para
      político radical. (Desde entonces hasta nuestros
      días,
      muchos más han hecho el mismo descubrimiento.)
      Organizó
      tumultos y fundó en Massachusetts la organización
      llamada
      "Hijos de la Libertad",
      una
      especie de protonazis que amenazaban a todo aquel que comprase
      timbres
      o comerciase con Gran Bretaña, destrozaban negocios,
      untaban con
      alquitrán y pegaban plumas a quienes consideraban
      especialmente
      subversivos, etc. Incluso llegaron a saquear la casa del
      gobernador e
      incendiaron la de Thomas
        Hutchinson,
      uno de sus consejeros, porque creyeron (erróneamente) que
      había aprobado la Ley de
        Timbres. 
    
Samuel Adams tenía un primo llamado John Adams, un brillante
      abogado que
      combatió la Ley de
        Timbres
      de forma civilizada, escribiendo eruditos, pero eficaces,
      artículos contra ella.
    
Del 7 al 25 de octubre se
      reunió en Nueva York el Congreso
sobre
        la Ley de Timbres, al que acudieron representantes de
      nueve colonias, y las otras cinco estuvieron austentes porque no
      tuvieron tiempo de designar delegados. En el congreso
      destacó John Dickinson,
      de Pennsylvania, que
      redactó una declaración aprobada por el Congreso
      para ser
      presentada al rey y al Parlamento, en la que negaban el derecho a
      establecer ningún impuesto sin el consentimiento de las
      autoridades coloniales.
    
En el Parlamento británico se oían también
      voces que apoyaban a las colonias. Una de ellas fue la de William
      Pitt,
      pero había otras, como la de Isaac
        Barre y Edmund Burke,
      que defendió el derecho de los colonos a disfrutar de las
      garantías británicas contra la arbitrariedad del
      monarca.
      Finalmente, Grenville tuvo que abandonar el gobierno y fue
      sustituido
      por Charles Watson Wentworth,
      el marqués de Rockingham,
      líder del partido whig
      en la cámara de los lores, que nombró a Burke su
      secretario particular y se mostró dispuesto a abolir la Ley de Timbres. 
    
Todo esto sucedió antes de que la Ley de Timbres entrara en
      vigor,
      pues la fecha designada para ello era el 1
        de noviembre, y los esfuerzos que se hicieron a partir de
      esa
      fecha para ponerla en práctica costaron más que lo
      que se
      consiguió recaudar.
    
En Marruecos se fundó el puerto de Mogador, para concentrar el
      comercio
      con Europa. El rey Muhammad ibn Abd Allah había firmado
      tratados
      comerciales con las principales potencias europeas, que se
      hicieron
      conceder fuertes privilegios (ese mismo año renovaba el
      tratado
      con Gran Bretaña).
    
El año anterior Japón había sufrido una nueva y sangrienta revuelta de campesinos, y ahora estallaba otra más.
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