Estimado Sr. Alcalde:
    
He apreciado mucho su amable carta, que adjunta la
      resolución del Ayuntamiento de Hiroshima. Los sentimientos de sus
      conciudadanos son fácilmente comprensibles, y no me considero
      ofendido en modo alguno por la resolución aprobada por su
      ayuntamiento.
    
Sin embargo, me resulta necesario recordar a su
      ayuntamiento, y tal vez a usted también, algunos hechos
      históricos:
    
En 1941, mientras se desarrollaba una conferencia
      de paz en Washington entre representantes del Emperador de Japón y
      el Secretario de Estado de los Estados Unidos, en representación
      del Presidente y del Gobierno de los Estados Unidos, una
      expedición naval del Gobierno Japonés se acercó a las islas
      hawaianas, parte del territorio estadounidense, y bombardearon
      nuestra base naval de Pearl Harbor. Se hizo sin provocación, sin
      advertencia y sin una declaración de guerra.
    
Miles de jóvenes marinos y civiles
      estadounidenses fueron asesinados por este ataque injustificado y
      no anunciado, que provocó la guerra entre el pueblo de Japón y el
      pueblo de los Estados Unidos. Fue un acto terrible e innecesario.
    
Los Estados Unidos siempre habían sido amigos de
      Japón desde que nuestro gran almirante logró abrir las puerta a
      unas relaciones amistosas entre nuestros dos países.
    
Nuestras condolencias estaban con Japón en la
      guerra entre Rusia y Japón a principios del siglo XX. El
      Presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, intervino y
      logró un acuerdo de paz.
    
Pero en la década de 1930, Japón se unió a las
      potencias del Eje, y cuando el régimen de Hitler en Alemania y el
      gobierno de Mussolini en Italia fueron derrotados, Japón se quedó
      solo.
    
Desde Potsdam, en 1945, antes de que Rusia
      declarara la guerra a Japón, Gran Bretaña, China y los Estados
      unidos emitieron un ultimátum sugiriendo que Japón se uniera a los
      alemanes e italianos en la rendición. Este documento, enviado al
      gobierno japonés a través de Suecia y Suiza, suscitó sólo una
      respuesta muy cortante y descortés.
    
Nuestros asesores militares habían informado al
      Primer Ministro Churchill de Gran Bretaña, al Generalísimo Chiang
      Kai-shek de China y al Presidente de los Estados Unidos de que
      harían falta al menos un millón y medio de soldados aliados para
      desembarcar en la llanura de Tokio y en la isla meridional de
      Japón.
    
El 16 de julio de 1945, antes de que se pidiera
      la rendición de Japón, se hizo una demostración exitosa de la
      mayor fuerza explosiva de la historia del mundo.
    
Después de una larga conferencia con el gabinete,
      los comandantes militares y el Primer Ministro Churchill, se
      decidió lanzar la bomba atómica sobre dos ciudades japonesas
      dedicadas a labores de guerra para Japón. Las dos ciudades
      seleccionadas fueron Hiroshima y Nagasaki.
    
Cuando Japón se rindió unos días después de que
      se ordenara el lanzamiento de la bomba, el 6 de agosto de 1945,
      los militares estimaron que al menos un cuarto de millón de
      japoneses se habían librado de la destrucción completa y que, de
      otro modo, el doble de esta cifra en cada bando habrían sido
      mutilados de por vida.
    
Como el responsable que ordenó el lanzamiento de
      la bomba, creo que el sacrificio de Hiroshima y Nagasaki era
      urgente y necesario para el futuro bienestar de tanto Japón como
      los Estados Unidos.
    
La necesidad de una decisión tan fatídica, por
      supuesto, nunca se habría dado si Japón no nos hubiera disparado
      por la espalda en Pearl Harbor en diciembre de 1941.
    
Y a pesar de ese disparo por la espalda, este
      nuestro país, los Estados Unidos de América, ha estado dispuesto a
      ayudar por todos los medios a la restauración de Japón como nación
      grande y próspera.
    
Atentamente,
      Harry S. Truman