Una
gran fiesta se está preparando en la mansión de
Helge Klingenfeldt. La familia y los amigos han llegado para festejar
el sesenta aniversario del patriarca y hacerle un homenaje. Los
invitados llegan. Helge llama a su hijo mayor, Christian, a su
despacho y le pide que pronuncie un discurso en recuerdo de su
hermana gemela, muerta un año antes. Christian conduce
a su padre al banquete, que acoge a Helge con grandes aplausos.
Los invitados están llenos de júbilo, en las cocinas
hay una gran actividad, las carnes se asan, los pescados también,
el banquete ya puede comenzar. Al fin Christian se aclara la voz
y pide silencio. Sólo él sabe que sus palabras van
a hacer estallar en pedazos la alegría de los invitados
y transformar la fiesta que la familia jamás olvidará.
El Premio Especial del Jurado en Cannes en 1998 dió la señal de partida de una carrera internacional, sobre todo en los Estados Unidos, donde la película fue aclamada tanto por el público como por la crítica. Al igual que Los Idiotas de Lars von Trier, esta película ha sido producida conforme a las reglas autoaplicadas del Dogme sobre la cinematografía primitiva. Pero no hay nada ascético en la demostración pirotécnica de drama intensa, sátira certera, ironía penetrante y farsa estimulante. Todo ello llevado a cabo en una rítmica visual libre y musical con un estilo de actuar cercano y espontáneo. El tono ambiguo de la película de seriedad y comedia se realiza con un dominio artístico de un joven director que conoce sus clásicos, desde Renoir a Bergman pasando por Buñuel.