Manuel Vázquez Montalbán

 

Publicados en la Cartelera Turia:

Para llorar menos

Ya no cantará Paul Anka Young Alone

Memoria de la generosidad y el compromiso

Pero quién ganó la guerra

______

El Pianista. (Con motivo de las Jornadas sobre MVM celebradas en la Universidad Internacional de Andalucía en septiembre de 2004)

 

 

 

PARA LLORAR MENOS

Los boleros le gustaban mucho a Manuel Vázquez Montalbán. Y algunos spots publicitarios, que luego él metía en sus poemas. Y las canciones de Paul Anka. Una vez, en un congreso, dos intelectuales italianos le hicieron sendas preguntas cuyas respuestas le hubieran llevado media vida. Dice Castellet que al primero le contestó más o menos irritado y que al segundo simplemente le dijo: "mire usted, yo soy un poeta". Y lo era de verdad. Pueden comprobarlo en Memoria y deseo , que reúne toda su obra desde el 63 al 83. Y para cruzar de charco literario, algo que parece escrito esta mañana sobre los medios de comunicación: "Los profesionales asisten inermes y sin instrumento de control a las arbitrariedades que quiera cometer el poder político y a las intencionalidades de las empresas o los grupos de presión, que ponen en primer lugar sus intereses particulares, aun a costa de sacrificar el derecho del público a un conocimiento no sólo de los hechos, sino de la conexión de esos hechos con sus propias necesidades". El libro es La palabra libre en la ciudad libre y sale en el 79, aunque el texto -¡joder!- lo escribió en el 74. Ahora una novela: Los pájaros de Bangkok . Murió allí, precisamente, como en aquel largo viaje que emprende Teresa Marsé en busca de su destino. Para mí es su mejor novela, la más desgarrada, la que siempre pensé que iba a ser la última de la serie porque Carvalho y Charo se aman más que nunca a la desesperada. Y de Bangkok a Cuba. "Voy por La Habana recogiendo granos para el granero de mi libro y detecto la inmensa sabiduría en la actitud de un pueblo que ha pasado del vanguardismo de la Conferencia Tricontinental a ser el último reducto del socialismo real en la tierra y supongo que en el cielo": escribe eso en Y Dios entró en La Habana . Un viaje en que se codeó con Castro y la memoria revolucionaria, con el Papa y sus secuelas, con el pueblo cubano en sus certezas y sus incertidumbres. Y para acabar esta apretada selección, una serie de canciones que Vázquez Montalbán no pudo juntar en 1972 ( Cancionero General ) y sí en el 2000: de Mi jaca y Sixteen Tons a Libertad sin ira y Balada de otoño , pasando por Al Alba , encontramos en Cancionero General del Franquismo cientos de canciones que fueron conformando la educación sentimental de este país hecho pedazos por la dictadura. Ahora el escritor no está. Y ya sé que es un tópico: pero entre la rabia y las lágrimas, para llorar menos, metámonos entre pecho y espalda la rotunda y necesaria calentura de sus libros.

 

YA NO CANTARÁ PAUL ANKA YOUNG ALONE

A mi amigo Georges Tyras, que habló largo y

tendido con Manuel Vázquez Montalbán

 

Dicen que se murió en Bangkok pero yo no me lo creo. La literatura escinde en dos a quien la escribe y mientras la imaginación sale de viaje, todo lo demás se queda donde siempre, sin moverse del sitio. Porque el viaje es más origen que llegada, menos huida que regreso, una manera de mirar al mundo con los ojos entelados por la bruma. Es así, pues, cómo el escritor oficia de adivino, de inventor de su propio destino sin miedo a equivocarse. Sabía César Vallejo que moriría en París, con aguacero, porque llevaba toda su vida rompiendo entre la lluvia los días franceses, desesperados, del exilio. Y lo mismo Manuel Vázquez Montalbán conocía esa lluvia aciaga de la muerte antes de que, según cuentan estos días las crónicas de su desaparición, dejara Barcelona para encontrar en Australia oídos atentos a su sabiduría enciclopédica. Por eso, a lo mejor, el escritor no había salido de su ciudad, porque los escritores no viajan sino que se escinden para engañar como magos de circo al tiempo y al espacio. Por eso, casi con toda seguridad, el escritor no salió de su casa para ir a ningún sitio, ni a morirse ni a nada, y siempre estuvo entre nosotros, cerca de la gente que le leía sin descanso, de Ana y de Daniel, de sus papeles que llenaba a destajo, de quienes le queríamos con la loca debilidad de una admiración sin límites. Y aún más digo: ahí está su mejor novela, Los pájaros de Bangkok , para demostrar aquella más que segura inmovilidad. Cuentan sus páginas la historia de un viaje que, a simple vista, acaba en Bangkok, pero sólo a simple vista: porque al final, en la última línea si no recuerdo mal, se comprueba gracias a las golondrinas que nadie se ha movido de Murcia.

Dicen en estas horas de tristeza inaguantable que Manuel Vázquez Montalbán fue, a la par que un escritor incansable, un modelo de compromiso en unos tiempos de flojuna ideológica y escapadas de la militancia de izquierdas a los lagos tranquilos de la vida contemplativa. Pero hay un peligro en las adjetivaciones, el mismo peligro que él señalaba a la hora de enfrentarnos a la escritura de Mario Benedetti: leer al escritor uruguayo "desde la significación de la escritura del compromiso es una de las muchas maneras de no leerle", escribía en El escriba sentado hace seis años. Acercarnos a Vázquez Montalbán sólo como a uno de los últimos referentes de la izquierda es una cercanía a medias porque su obra literaria excede cualquier catalogación simplificadora y, antes al contrario, abarca una de las reflexiones más lúcidas, con sangre a veces y otras rabiosamente irónicas, que se han dicho y escrito en este país sobre los tiempos últimos y sus personajes principales. Novelas y ensayos, artículos periodísticos, canciones, recetas gastronómicas, tácticas futbolísticas para que el Barça no perdiera nunca, biografías que escarban en las tripas de sus protagonistas, poemas donde tanta gente aprendimos que Conchita Piquer, Joan Vinyoli, Adam Smith y Luis Cernuda podían formar parte de una educación sentimental colectiva, en unos años cuya única sentimentalidad era la que se transmitía despiadadamente desde los altavoces vocingleros y sectarios del franquismo. Ésa fue la irrepetible obra literaria de Manuel Vázquez Montalbán. Ésa.

Y ya para acabar, un último sustantivo: la generosidad. Siempre estaba dispuesto a echar una mano, a estar ahí, justo donde se le necesitaba (lo digo en la parte que me toca), a no mirar hacia otro lado cuando se le llamaba para romperse la cara contra la indecencia. Ahora habrá un millón de frases recordándole, diciendo más de quien las escribe que de él mismo (las necrológicas suelen ser eso: yo, yo, yo, y al muerto que le den por el saco). En estas líneas apresuradas intenté contar las señales imborrables que me dejan sus libros. Y en el silencio que llega ahora, tan grande, tan inacabable, ya no volverá Paul Anka a cantar su "Young Alone", ni Françoise Hardy aquello de le lampe qui s'eteigne, le dernier bonheur , ni montará la rubia Nico -sin Loud Reed y la Velvet Underground- aquel caballo blanco y prohibido de Terry me va ...

 

 

MEMORIA DE LA GENEROSIDAD Y EL COMPROMISO.

A un año de la muerte de Manuel Vázquez Montalbán

 

Nunca nos movemos del sitio. Por eso Manuel Vázquez Montalbán no se murió en Bangkok sino aquí mismo, al lado de la gente que tanto le admiraba. Los pájaros de nombre exótico que aparecían en una de sus novelas más importantes sólo eran golondrinas de Murcia, y en aquel viaje a los extrarradios del planeta buscaba Carvalho a su amiga Teresa Marsé pero también adentrarse en el territorio moral de la aventura, un territorio que como alguien dijo es el único donde al final la muerte sale derrotada. Por eso, tal vez, había en aquellos Swallows la forma voladora de un derrumbe moral que otros autores tan cercanos (pienso en Conrad, por ejemplo, en Stevenson, en Graham Greene) asumieron igualmente bajo el formato de la aventura para picotear machaconamente la conciencia de una sociedad que nunca miraba de frente lo que le estaba sucediendo.

No sé si alguna vez hubo en algún sitio una sensación de orfandad como el día en que desde un aeropuerto extranjero, lejanísimo, escuchamos que Manuel Vázquez Montalbán había muerto. Nos quedamos quietos -eso del estupor-, como si la muerte pudiera ser mentira, como si sobre todo alguna muerte pudiera ser mentira. Hacía años que le habían remendado el corazón y anduvo un tiempo con la tristeza en la cara, como si escondiéndose de la gente también engañara de paso a la melancolía. Pero las cosas volvieron a su cauce y ahí estuvo de nuevo, siempre dispuesto a echar una mano a quien le solicitaba ayuda de cualquier clase. El pasado mes de septiembre participé en un curso que sobre su vida y su obra organizaba Rosa Regás en la sede sevillana de la Universidad Internacional de Andalucía. Hubo entre todos los asistentes dos palabras unánimemente repetidas: generosidad fue la primera. Una palabra cuyo sentido explicaba él mismo en un añadido último a la edición de Memoria y deseo , una recopilación de los poemas que escribió entre 1963 y 1983: "el aprecio ajeno es un milagro al que debe corresponderse". Hablaba de quienes habían apoyado sus primeras incursiones en la poesía, de esa gratitud que hemos de mostrar porque hay que elegir -pienso yo- entre decir gracias por todo lo que hiciste o ser un hijo de la grandísima puta. Yo conozco a algún tipo de esta última calaña. Y seguramente usted también. Los hay a manadas, seguro que sí. La otra palabra igualmente repetida en aquel curso era compromiso. Miren, si no, El pianista , esa novela descomunal donde se vuelca implacablemente a favor de la derrota, de una ética que nunca constará en los escaparates del triunfo. Hay también algo de esto en ese resumen de cercanías intelectuales que es El escriba sentado , donde escribe cuando se refiere a Faulkner: "tomó partido por los perdedores en un país que no sólo ha consagrado el valor supremo de ganar, sino que ha creado incluso esas dos categorías clasificatorias de la condición humana: ganadores y perdedores". Así también él en sus libros, en sus artículos, en su militancia intelectual y política en las filas de la izquierda y en su decidida y firme vocación solidaria con las causas más difíciles.

Hablaba antes de la orfandad, de la sensación de vacío que algunas veces sentimos cuando algo se hunde delante mismo de nuestras narices. Hace un año que se murió Manuel Vázquez Montalbán y sigue habiendo un hueco grande allá donde él estaba, en los sitios donde escribía, en el pensamiento crítico que este país y tantos otros necesitan para que la dignidad y el cinismo no se confundan en ese batiburrillo infame de la globalización capitalista. Ya lo dije: no se murió lejos aunque la noticia nos llegara de un aeropuerto lejanísimo. Siempre lo tuvimos cerca, aquí al lado, y nunca nos dijo que se iba a Bangkok sino a comprar en una bocacalle de las Ramblas los mejores productos para preparar una excelente cuchipanda, para ofrecernos una vez más esa lección de gastronomía que, según le contaba a Georges Tyras en el libro Geometrías de la memoria , es una clarísima metáfora de la muerte. No se fue, pues, tan lejos. Qué va. Miren, si no, la última página de Los pájaros de Bangkok y verán como entre aquellos exóticos Swallows asiáticos y las golondrinas de Murcia no hay ninguna diferencia. Como tampoco la había, ahora hace un año, entre aquel aeropuerto lejanísimo y el mercado de la Boquería en la ciudad de Barcelona. Como tampoco.

 

¿PERO QUIÉN GANÓ LA GUERRA?

Hace calor en Sevilla cuando llego a la estación de Santa Justa. El Alaris hasta Madrid, luego el AVE: los trenes del copón. Ya no me caben más en el cuerpo. El calor aquí no es ninguna novedad. Sin embargo no abrasa como en otras ocasiones. Desde el taxi hasta la Isla de la Cartuja se ve a la gente tranquila, sin agarrarse el corazón con las dos manos por culpa del sofoco. Vengo a la Universidad Internacional de Andalucía, para hablar sobre la vida y obra de Manuel Vázquez Montalbán, uno de los tipos más queridos por casi todo el mundo y, más que nadie, por los cimientos sentimentales de la Turia, unos cimientos que no serían lo mismo sin la presencia permanente de su memoria entre las paredes de esta casa. Siempre es un gozo recordar a este escritor que se fue a morir tan lejos y nos dejó con la mala hostia en el alma o en algún sitio parecido. En las tripas. Para lo de Sevilla releí cien veces El pianista , esa crónica descomunal sobre la estética del éxito y la ética del fracaso. Hablo de eso, del éxito perseguido sin miramientos de ninguna clase por un músico que se llama Luis Doria. Y también de cómo siempre hay alguien, otro músico en este caso, que, por encima del arribismo sin entrañas, decide un día abarcar el territorio inmenso de sus ideales, regresar a España desde París y dejarse la música para cuando termine la guerra de 1936, una guerra que él se pasará luchando en el frente al lado de la República. El de los ideales se llama Albert Rosell, tiene la pinta de Walter Benjamín y lo único es que el pianista no se muere en la nieve de Port Bou sino que sobrevive lastimosamente en la Barcelona del triunfo socialista en las generales del 82, ya saben: otra forma de morirse alguna gente que vio cómo antes de morirse Franco nos endilgó al Rey y cómo cuando gobernaba la izquierda nos quedamos sin memoria. En El pianista , Vázquez Montalbán recobra esa memoria y nos restriega por la cara el impresionante relato sobre una modernidad que filtra por sus agujeros lo peor de sí misma: "Se pierde más tiempo tratando de ganar que aprendiendo a perder con dignidad". En Sevilla repaso mis papeles y entre ellos hay unos cuantos terroríficos. Y graciosos a la vez. Terroríficamente graciosos. Recupero los textos del Congreso Internacional de Intelectuales y Artistas que tuvo lugar en Valencia en junio de 1987, para conmemorar aquel otro II Congreso de Intelectuales Antifascistas en Defensa de la Cultura, igualmente celebrado en Valencia cincuenta años antes. Me meo de la risa con el discurso de inauguración que soltó Octavio Paz. Yo estaba allí, y mucha otra gente. Empezó con una pregunta: "¿Quién ganó realmente la guerra?" Y se contestaba él mismo que no la ganó nadie, ni Franco, ni Hitler, ni Stalin, ni yo qué sé cuánta gente no ganó la guerra según su versión. Pero luego viene lo bueno: "los verdaderos vencedores fueron otros. En 1937 dos instituciones parecían heridas de muerte, aniquiladas primero por la violencia ideológica de unos y otros, después por la fuerza bruta; las dos resucitaron y son hoy el fundamento de la vida política y social de los pueblos de España. Me refiero a la Democracia y a la Monarquía constitucional". Unos días después de inaugurado el Congreso y desde el público, pidió la palabra Vázquez Montalbán y dijo muchas cosas sobre la sesiones desarrolladas hasta entonces, pero sus primeras palabras fueron éstas: "El primer día, en el brillantísimo discurso de inauguración, Octavio Paz aportó una espléndida licencia poética según la cual los vencedores de la guerra civil habían sido la monarquía y la democracia. Sin embargo, yo, recuperando de pronto mi memoria sacudida por el impacto y la belleza de las palabras, recordé que durante treinta y seis años tuve la sospecha de que quien había ganado la guerra era Franco". Para mearnos de la risa. En Sevilla la gente pasea tranquila. Como por las páginas impresionantes de El pianista anda sosegadamente la memoria de la dignidad, la de ese músico llamado Albert Rosell que un buen día, entre la gloria del éxito y las ideas del compromiso, se quedó con las ideas del compromiso. Si no se acuerdan de esa novela, hagan lo posible por leerla de nuevo. O por primera vez si antes no lo hicieron. Y ya me cuentan.