EL CASTILLO DEL PAPA LUNA

Es en tierras valencianas donde hice un alto en el camino para llegar a uno de los lugares más emblemáticos de toda la provincia de Castellón y que, injustamente, es más conocido por su turismo hotelero y playero que por su riqueza histórica y artística.

Estoy hablando de Peñíscola, a orillas del mismo Mediterráneo. Es curioso como se levanta altivo su señorial castillo templario. En su interior podemos atravesar diversas estancias en las que se puede respirar con especial deleite el poso que deja el recuerdo de su altanero y señorial pasado.

En cualquiera de ellas encontramos motivos heraldicos, blasones y otras insignias que nos recuerdan el paso del insigne aragonés Pedro de Luna, dueño y señor de tan altivo castillo durante un corto, pero no menos intenso, periodo del siglo XV.

Los antecedentes de esta etapa parten del popular Cisma de Aviñón a través del cual tres papas llegaron a situarse al frente de la cristiandad occidental, entre ellos nuestro insigne Pedro de Luna. Los cardenales franceses proclamaron a Don Pedro Martínez de Luna como nuevo Papa con el nombre de Benedicto XIII. Acto seguido, el nuevo Pontífice no reconoció ni al Papa Alejandro V, ni tampoco la legitimidad del Concilio de Constanza que otorgaba el título homónimo a Martín V.

En defensa de su causa, el Papa Luna sufrió un asedio de tres años en el castillo de Avignon donde fue ayudado por el obispo de Valencia. A finales de 1414, Benedicto XIII entró en Valencia pero el Concilio de Constanza le sentenció de cismático y hereje. Ello supuso un duro revés para el Pontífice pues la Corona de Aragón le había abandonado viéndose obligado a refugiarse en el castillo de Peñíscola. Benedicto XIII extrajo al castillo de la jurisdicción de la Orden de Montesa y lo colocó bajo la de la Santa Sede. Padeció un intento de envenenamiento con arsénico en el año 1418. Encerrado en su biblioteca pontificia del interior del castillo estudió sin descanso durante el resto de su vida. Vivió una vida austera y se consideró Papa legítimo hasta el último día de su vida.

Cuenta la tradición que su espíritu sigue vivo en el castillo y que aparece en las noches de luna clara. Tan espectacular fue este periodo para la historia de la villa que su escudo campea flamante en cualquiera de las estancias que en la actualidad se pueden visitar en el interior del castillo. Impresionantes muros de austera piedra sillar, esbeltas torres, sólidos garitones y múltiples saeteras acorazadas que son el más fiel testigo de su inexpugnabilidad.

Con toda la perspectiva que me da haber paseado de forma pausada entre sus muros creo que estoy casi en la obligación de afirmar que la fortaleza de Peñíscola, junto a la de Sagunto en Valencia; Denia y Guadalest en Alicante y la de Morella, también en Castellón son, o mejor dicho fueron, por su extensión, por su capacidad defensiva y por su situación privilegiada las más difíciles de conquistar de todas las existentes en el litoral valenciano.

* La presente columna de opinión fue publicada en Suplementos para prensa entre los que estaban el Adelantado de Segovia, Faros de Cartagena, Ceuta y Melilla, Alerta de Cantabria, Guadalajara 2000 y Lanza de Ciudad Real, en el año 1998-1999.

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