Título: El Mundo Literario
en la Pintura del Siglo XIX del Museo del Prado
Publicado por:Centro Nacional
de Exposiciones y Promoción Artística en 1994
Por Armando Pilato
Este artículo se basa en el
catálogo de la exposición El Mundo Literario en la Pintura
del Siglo XIX del Museo del Prado, organizada por el Centro Nacional de
Exposiciones y Promoción Artística en 1994, y que fue mostrada
en Madrid, Toledo, Valladolid, San Sebastián, Murcia, Sevilla, Las
Palmas y Santa Cruz. Los interesantes textos de G. Carnero, A. Peláez
y José Luis Díez ofrecen una magistral visión del
tema que profundizan en los aspectos menos conocidos de la pintura española
del XIX.
El mundo literario ha aparecido
frecuentemente a lo largo de la historia del arte occidental reflejado
en las artes plásticas, pero ha sido sobre todo en la escultura,
el grabado y la pintura donde su influencia se ha hecho más evidente.
El arte pictórico del siglo XIX se inspiró en la literatura
de un modo especial y a ello contribuyó la creación y posterior
evolución de las exposiciones nacionales, al éxito oficial
y social de la pintura de historia, y el hecho de que los artistas de los
diversos países conocieran masivamente la cultura y los trabajos
de sus colegas extranjeros. Las traducciones de obras foráneas,
la consolidación de una burguesía que encuentra en el teatro
una de sus actividades de ocio más importantes y el éxito
de la ópera como espectáculo total hicieron posible un resurgir
de los motivos de la dramaturgia clásica. Las imágenes a
su vez se vieron favorecidas por el desarrollo de las artes gráficas
y el vertiginoso aumento de la prensa diaria, la cual informaba de las
noticias y de los estrenos internacionales.
En la Inglaterra de finales del
XVIII, el teatro, con una gran tradición histórica, era una
actividad cultural de primer orden al alcance de todos los grupos de la
establecida sociedad británica. Los pintores ingleses eran espectadores
habituales de dichas representaciones y formaban parte integrante de las
tertulias de los autores, artistas y actores que se celebraban en los salones
de los teatros. Durante el período romántico el teatro se
desarrolla a partir de la literatura como expresión natural de los
movimientos de los personajes de ficción, y uno de los dramaturgos
que mejor había definido la vida interior de aquellos fue William
Shakespeare. Paradójicamente, el máximo intérprete
plástico de su obra fue un artista de nacionalidad francesa, el
pintor Eugène Delacroix (1798-1863), quien quedó seducido
por el personal mundo del dramaturgo inglés desde que acudió
a Londres en 1825, donde vio representar sus obras en el Covent Garden.
Las escenas de Romeo y Julieta, Hamlet, Otelo, Macbeth, etc. se transformaron,
con sus pinceles, en brillantes y coloristas imágenes convirtiéndose
en el máximo traductor plástico de la historia de los argumentos
shakesperianos, aunque también representó a otros personajes
de autores como Racine, Dumas y retrató a distintos actores y actrices
del momento.
En Inglaterra surgieron los gabinetes
shakesperianos, un subgénero propio de la pintura teatral, que gozaron
del favor de los coleccionistas y que eran obras ejecutadas por pintores
especializados. Ya desde mediados del siglo XVIII la pintura inglesa había
fijado su interés en la obra de Shakespeare por delante de otros
autores, pero fueron posteriormente autores como Thomas Lawrence (1769-1830)
y William Blake (1757-1827) quienes tomaron sus obras como inspiración.
También en Alemania se retoma la producción shakesperiana
como modelo de la realidad romántica mezclada con lo fantasmagórico
y la exaltación de una naturaleza en comunión con el universo.
Los conflictivos personajes del autor inglés encuentran en el romanticismo
un espejo en el que su recreación se ajusta a los ojos del hombre
moderno que vive su tiempo entre las dudas y desazones.
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