continuación: viene de la pág 2

En págs. 136 y 137 se analizan los efectos de la revolución republicana del siglo VI a.C.: “En el Egipto por medio de las armas. Ocasionó males pasajeros; pero no pudo apoderarse de la opinión, porque la subdivisión de las clases de la sociedad, y el sistema teocrático le oponían obstáculos insuperables. En Cartago también militarmente. La situación geográfica, y la excelencia del gobierno púnico, salvaron a éste del peligro de las innovaciones y del ejemplo. En la Iberia causó tan sólo desgracias la reacción de las turbulencias del Ática. Verosímilmente el esclavo sepultado en el fondo de las mismas, pagó la libertad de Atenas con lágrimas y sudores. En los celtas hizo brillar las luces, y por consiguiente la corrupción: también fue la causa remota de la servidumbre de estos pueblos, facilitando las conquistas de los romanos. En Italia fue política la influencia del establecimiento de las repúblicas griegas; y no es posible que produjese la revolución de Bruto (sin ella), atendida la circunstancia del viaje de este hombre grande a Delfos, casi en el acto del asesinato de Hipparco por Harmodio. Los que sepan que los más grandes pensamientos nacen a veces de las causas más triviales no despreciarán esta conjetura. En la Gran Grecia (3) fue moral la revolución cuyos efectos indagamos, y produjo algunas reformas útiles, pero pasajeras. En Sicilia ocasionó la guerra, y creó la monarquía. La primera fue el azote de un momento; la segunda costó largo tiempo lágrimas y sangre a Siracusa. En Escitia su influencia fue filosófica, y en el sentido vicioso; los pastores pobres y virtuosos del Ister se dejaron corromper por el atractivo de las ciencias, y acabaron por ceder al del oro. En la Tracia causó sólo algunos estragos: felizmente la barbarie de los pueblos los puso a cubierto del efecto político y moral de la revolución republicana de Grecia. Tiro, en fin, no escapó de las armas de esta revolución; pero estorbó el que siguiesen su ejemplo el espíritu mercantil y laborioso de sus ciudadanos”.

Tras la pág. 145 Chateaubriand establece los respectivos árboles de las escuelas filosóficas de Jonia e Italia. La primera nace con Tales. Considera discípulos suyos a Anaxímenes, Anaxoras, Arquelao y Sócrates. De este último surgen las sectas megárica (Euclides), élica (Fedón), académica (Platón) (4) , cirenaica (Aristipo) y cínica (Antístenes). La segunda arranca de Pitágoras. Nuestro autor añade “Sus discípulos no son conocidos hasta Empédocles; en cuyo tiempo la escuela se dividió en tres sectas. Éstas reciben las denominaciones de pirroniana (Pirrón), epicuriana (Epicuro) y eleática (Leucipo, Demócrito y otros).


(3) Alude a las colonias helénicas del sur de la Península Italiana.
(4) El autor tiene a Aristóteles y sus seguidores (“secta inmensa de los peripatéticos”) por “rama de los académicos”.
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