UN GRAN HISTORIADOR DEL SIGLO XVIII:GIAN-BATTISTA VICO
Gian-Battista Vico es una figura esencial dentro de la erudición dieciochesca. Su obra más conocida se titula Principii di una Nuova Scienza intorno alla comune natura delle nazione más conocida por su versión abreviada de Principii di una Nuova Scienza . De ese libro se hacen en vida de Vico tres ediciones que se publican en Nápoles. La primera se fecha en 1725. En su contenido se aprecia un estricto método analítico. La segunda data de 1730. Ofrece algunas correcciones. Entre ellas resplandece la aplicación del mos geometricus que ideó Baruch de Espinosa. Ése es el único elemento que G.-B. Vico acepta del célebre filósofo francés al rechazar el principio Deus sive natura sive substantia. Tampoco Vico admite la urgencia que Espinosa sentía de restaurar las diferencias entre judíos y cristianos. Desde el punto de vista ideológico Vico puede ser definido como un intelectual católico que tiene plena confianza en el nuevo humanismo que los maurinos patentizan. La tercera edición de los Principii di una Nuova Scienza ve la luz en 1744. Muestra el uso por Gian-Battista Vico de los métodos sintéticos, deductivos y matemáticos. En 1731 y 1733 G.-B. Vico efectúa otras dos ediciones de su magno trabajo que no da a la estampa. La idiosincrasia inédita de ambas ediciones supone una lástima pues su conocimiento hubiera permitido un mejor conocido de la trayectoria ideológica del autor. La obra ofrece un panorama exacto del Imperio Otomano en la tercera década del siglo XIX. Ideológicamente es heredera del Genio del Cristianismo de Chateaubriand que apareció en 1802. Tal parentesco se observa en sus opiniones acerca de la existencia de instinto adivinador y profético en la “mens divinior” de los poetas (pág. 26), su consideración de Elías como “gigante de los bardos sagrados” (pág. 74) o este juicio en torno a David (pág. 138): “Todos los gemidos más secretos del corazón humano han encontrado su voz y sus notas en los labios y en el arpa de este hombre, y si se remonta uno a la época en que resonaron esos cánticos sobre la tierra, si se reflexiona que entonces la poesía lírica de las naciones más cultas no cantaba más que el vino, el amor, la sangre y las victorias de las musas y de los corceles en los juegos de la Élide, queda uno asombrado con los acentos místicos del Rey-profeta que habla al Dios creador, como un amigo a otro amigo, que comprende y alaba sus maravillas, que admira sus justicias, que implora sus misericordias y que parece un eco anticipado de la poesía evangélica, repitiendo las dulces palabras de Cristo antes de haberlas oído. Bien sea o no mirado como profeta, según lo consideren el filósofo o el cristiano, ninguno de los dos podrá negar al poeta-rey una inspiración tal como no ha sido concedida a ningún hombre. Leáse a Horacio o a Píndaro después de un salmo. Por lo que a mi toca, me es imposible”.
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