¿POR
QUÉ HAY ALGO EN VEZ DE NADA? |
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Los astrónomos han constatado que el universo se encuentra en
un estado de expansión, de modo que si reconstruimos
retrospectivamente sus estados anteriores, se calcula que hubo
un tiempo en que se reducía prácticamente (y tal vez
teóricamente también) a un punto desde el cual se expandió todo
el espacio, todo el tiempo y toda la energía que ahora vemos
distribuida por el mundo. El momento de esa Gran Explosión se
sitúa entre unos 13.000 y 15.000 millones de años atrás. Esto ha
llevado a mucha gente a preguntarse cuál fue la causa de esa
Gran Explosión, o qué sucedía antes de ese momento. Vamos a
tratar de explicar por qué esas preguntas carecen de sentido. No
queremos decir que sea vano planteárselas porque nunca estaremos
en condiciones de contestarlas, sino que afirmamos literalmente
que no significan nada, que quien se las plantea sólo revela que
no entiende el significado de los conceptos "causa" o "antes".
Para poder representar gráficamente
las ideas que vamos a exponer necesitamos hacer un convenio
inocuo: representaremos el espacio tridimensional como si
tuviera una única dimensión. (Si no, no nos cabrán en el dibujo
todas las dimensiones que necesitamos representar.) En tal caso,
el espacio intuitivo (tridimensional, euclídeo, ilimitado) en el
que representamos nuestras experiencias, se corresponde con una
recta. Del mismo modo, esta vez sin eliminar dimensiones,
podemos representar el tiempo intuitivo en el que ordenamos
nuestras experiencias como otra recta, de modo que la realidad
intuitiva espacio-temporal se corresponde con un plano.
Ahora bien, cuando los físicos hablan del espacio, no se
refieren normalmente al espacio intuitivo, sino a lo que podemos
llamar, para distinguirlo, el espacio
racional, que es uno de los muchos conceptos racionales
que usan para describir el mundo. Es un espacio en el sentido de
que es un concepto determinado por propiedades geométricas, pero
no es el espacio intuitivo porque no tiene necesariamente las
mismas propiedades. Por ejemplo, una vez eliminadas las
dimensiones que no podemos representar, el espacio racional, en
lugar de una recta, bien podría ser una circunferencia. Esto
significa que si camináramos por el universo siempre en línea
recta, sin desviarnos hacia arriba, hacia abajo, hacia la
derecha o hacia la izquierda, al cabo de recorrer una distancia
enorme, estaríamos de nuevo en el punto de partida. Esto
contradice a nuestra intuición, pero no es de extrañar que así
sea, ya que nuestra intuición impone a priori la geometría
euclídea en nuestras experiencias.
Es como si tengo ocho sillas
alrededor de la mesa de mi casa e invito a comer a cuatro
personas, con lo que en total somos cinco y quedan tres sillas
vacías. Sería absurdo creer que faltan tres invitados por llegar
por el mero hecho de que haya tres sillas vacías. Mi casa no es
un restaurante, donde, si encargas una mesa para cinco, preparan
una mesa con cinco sillas. En mi mesa hay ocho sillas a priori,
independientemente de cuánta gente viene a comer. Del mismo
modo, mi intuición se representa un espacio vacío en forma de
recta y pretende llenarlo con los datos que le proporcione la
experiencia sobre lo que hay en cada punto, pero bien puede
ocurrir que no haya tantos datos empíricos como lugares para
llenar haya previsto mi intuición. Así, si el espacio racional
fuera una circunferencia de longitud conocida, a partir de la
observación de una galaxia a una cierta distancia en una cierta
dirección, los astrónomos podrían determinar la posición de la
galaxia, como objeto racional, en el espacio racional y,
recíprocamente, a partir de una posición racional de una galaxia
en el espacio racional los astrónomos podrían determinar dónde
podremos observarla empíricamente. Si el tamaño del universo
fuera suficientemente pequeño como para que su finitud fuera
apreciable empíricamente, lo que sucedería es que podríamos ver
una misma galaxia mirando en una dirección y también en la
dirección opuesta. Intuitivamente, la galaxia ocuparía dos
posiciones distintas en el espacio, pero sería únicamente una
ilusión empírica: intuitivamente veríamos dos galaxias, pero
nuestro entendimiento sabría que esa intuición corresponde a un
único fenómeno, al igual que si veo dos objetos (casi) iguales a
causa de un espejo no concluyo que sean dos fenómenos, sino uno
solo. La diferencia es que con las galaxias no podemos
distinguir entre la intuición real y la virtual, sino que las
dos intuiciones estarán en pie de igualdad.
Notemos que en esta situación
el espacio es finito, en el sentido de que tiene una longitud
(un volumen, en realidad) finito, lo cual no significa que esté
limitado por un muro infranqueable que de pie a preguntarnos qué
hay detrás. El espacio no termina con un muro, sino que termina
donde empieza. Si lo exploramos cada vez más lejos, terminamos
encontrando el punto de partida. Si representamos
simultáneamente el espacio circular y el tiempo, la figura que
obtenemos ya no es el plano que hemos mostrado antes, sino la
superficie de un cilindro. Ahora bien, esta representación no es
correcta, porque no tiene en cuenta la expansión constante que
se ha detectado en el espacio. La teoría de la relatividad prevé
dos posibilidades para el futuro de esta expansión, en función
de la masa total del universo. Si ésta es suficientemente
grande, la expansión será cada vez más lenta y terminará
convirtiéndose en una contracción. Para lo que vamos a discutir
aquí, el futuro del universo nos es irrelevante, pero si
suponemos que, en efecto, se va a producir tal contracción, la
figura que buscamos se vuelve más sencilla, pues resulta ser (o
podría ser) una superficie esférica. Si quisiéramos dibujar un
universo en expansión perpetua, tendríamos que dibujar una
especie de copa.
En la figura vemos cómo, a
medida que consideramos instantes anteriores en el tiempo, la
circunferencia que representa el espacio tiene una longitud
menor, hasta que llegamos a un punto, el momento de la Gran
Explosión, en el que todos los lugares del espacio son el mismo
lugar. En la medida en que la esfera que hemos dibujado
representa el espacio-tiempo, es decir, todos los lugares y
momentos de la realidad, el polo sur representa el primer
instante común a todos los lugares del universo. Ahora
deberíamos estar en condiciones de entender por qué es absurdo
preguntarse qué pasó antes de la Gran Explosión. La clave está
en que la figura representa toda
la realidad, al menos, lo que la razón concluye que podría ser
la realidad a partir de las experiencias disponibles. Puede que
esta figura describa una hipotética realidad trascendente o
puede que describa el esquema general del que parte Matrix para generar las
sensaciones que nos provoca, pero, independientemente de su
posible significado trascendente, describe la realidad a la que
nos enfrentamos. Ahora no podemos decir que si viajamos cada vez
más hacia el pasado acabaremos encontrando el momento actual,
pero esto tampoco significa que nos encontremos con un muro
infranqueable.
Para entenderlo, imaginemos que la esfera representa la
superficie terrestre y alguien que vive, por ejemplo, en España,
nos pregunta qué hay más al sur. Podremos decirle que más al sur
está Marruecos, y
luego Argelia, luego Mali, luego Burkina Faso, luego Costa de Marfil y, más al
sur todavía, está el océano
Atlántico, por el que podría navegar rumbo al sur hasta
encontrar la Tierra de la
reina Maud, en la Antártida,
por la que podría caminar hasta llegar al polo Sur. Pero
supongamos que, después de esta explicación, nuestro aprendiz de
explorador nos pregunta qué hay todavía más al sur. Ciertamente,
la pregunta cuesta de digerir. Si, pese a ser, como es, una
pregunta capciosa, nos proponemos responderla, la única
respuesta posible es que no hay nada más al sur que el polo Sur.
Si el autor de semejante pregunta realmente cree que está
preguntando algo con sentido, ahora tal vez se imagine que el
polo Sur es algo misterioso, que no permite ser sobrepasado,
donde la Tierra se acaba, tal vez en un abismo infinito, o a
saber cómo. Pero todo esto son imaginaciones peregrinas surgidas
de una pregunta peregrina. Alguien que pregunte qué hay más al
sur del polo Sur no entiende qué es la latitud. La latitud, por
ser lo que es, sólo puede variar entre 90°S y 90°N y no porque
al llegar a la latitud mínima se acabe la Tierra, sino porque si
seguimos avanzando en la misma dirección en que caminábamos, al
sobrepasar el polo Sur ya no estaremos caminando hacia el sur,
sino hacia el norte, por definición de latitud.
Lo mismo sucede con el tiempo. Un tiempo anterior a la Gran
Explosión carece de sentido por la misma razón por la que carece
de sentido una latitud de 95°S. No es que no sepamos qué pasó
entonces, sino que no hay un entonces. Lo que sucede es que no
podemos concebir el mundo como una realidad que evoluciona en el
tiempo, sino que el tiempo es uno de los conceptos geométricos
que describen la realidad, igual que la latitud es un concepto
geométrico que aparece en la descripción de la superficie
terrestre. Resulta que la geometría del tiempo es similar a la
geometría de la latitud, y no a la geometría de una recta. Nos
referimos, por supuesto, al tiempo racional, porque la geometría
del tiempo intuitivo sí que es la geometría de una recta, y
nuevamente estamos pensando que no han llegado aún todos los
invitados por el mero hecho de ver sillas vacías. Cuando
transportamos los sucesos del tiempo racional al tiempo
intuitivo (igual que antes transportábamos una galaxia del
espacio racional al espacio intuitivo) nos encontramos,
ciertamente, con un instante correspondiente a la Gran Explosión
más abajo del cual no sabemos qué poner, pero eso es igual de
misterioso que el hecho de que en el mapa siguiente no falta
nada por la izquierda ni por la derecha (ya que lo que hay más a
la izquierda es justamente lo que vemos a la derecha, y
viceversa) ni tampoco por arriba ni por abajo (porque no hay
nada en la Tierra ni más arriba, ni más abajo, no en el sentido
de que no podamos llegar más arriba o más abajo, sino en el de
que no hay ningún lugar al que llegar que no esté ya
representado en el mapa).
Si equiparamos la superficie de la Tierra a la realidad
(racional) este mapa sería la deformación a la que nuestra
intuición somete a la realidad por el hecho de representársela a
priori como un plano ilimitado en lugar de como una superficie
esférica. En general, es un sinsentido tratar al mundo en sí
como si fuera uno de los objetos que hay en el mundo. Los
objetos que hay en el mundo están inmersos en un espacio y un
tiempo, pero el mundo en sí no está (necesariamente) inmerso en
un espacio y un tiempo. Podría haber un espacio y un tiempo
trascendentes en los cuales estuviera situado nuestro mundo,
pero también podría no haberlos y, aun si los hubiera, no serían
el espacio y el tiempo del mundo, sino otros. (Luego
ilustraremos esto.) Lo mismo vale, por ejemplo, para el concepto
de causa: la relación de causalidad es una relación que podemos
establecer entre los distintos sucesos que ocurren en el mundo:
cada cosa que sucede puede estar causada por otra sucedida en un
tiempo anterior, pero es absurdo buscar una causa para lo que
sucedió en el primer instante. Es como preguntarse qué sostiene
a la Tierra. El ordenador en el que escribo estas líneas está
sostenido por mi mesa, sin la cual caería. Mi mesa no cae porque
la sostiene el suelo, que a su vez es sostenido por la
estructura del edificio, que es sostenido por la Tierra. ¿Qué
sostiene a la Tierra?, ¿por qué no cae la Tierra? Nuevamente,
quien pregunta esto no entiende lo que es la gravedad y, en
particular, no entiende lo que es caer o lo que es "abajo". Si
lo entendiera, comprendería que la Tierra no necesita de nada
que la sujete, igual que la Gran Explosión no necesita una
causa.
Quien piensa que el hecho de que ayer hubiera materia es razón
suficiente para que hoy haya materia y, siguiendo una cadena,
considere que el problema es por qué apareció la materia en la
Gran Explosión (decir la energía sería más exacto) está
distorsionando el problema, porque "apareció" presupone que
antes no había y después sí, cuando en realidad no hay ningún
"antes", luego tampoco una aparición o una creación. La pregunta
correcta es por qué hay materia, antes y ahora, o, más en
general, por qué hay algo en
vez de nada. Toda la discusión precedente pretende
mostrar que buscar una explicación de por qué existe el mundo no
debe plantearse como una búsqueda de lo que pasó en el primer
instante del mundo. Eso sería como si viéramos un cuadro y, en
lugar de preguntarnos quién lo ha pintado, sólo nos preocupara
saber quién ha pintado una estrecha franja en su base (que, por
otra parte, si, por ejemplo, el cuadro acaba con un terreno más
o menos uniforme, podría haberla pintado cualquiera, ya que la
dificultad real estaría en lo que hay más arriba).
En esta página y las siguientes trataremos, entre otras cosas,
de desmantelar la que podemos llamar ilusión teológica, consistente en creer que la
existencia del mundo implica necesariamente la existencia de un
ser inteligente, externo a él, que lo haya creado. Obviamente,
no vamos a demostrar que no existen dioses, sino únicamente que
la existencia de dioses es una afirmación puramente metafísica,
ya que no hay ningún indicio racional que la apoye. Conviene
comparar con las otras dos ilusiones trascendentales que ya
hemos discutido: la ilusión ontológica consiste en que el hecho
de que yo vea una mesa ante mí no implica en modo alguno que
haya de haber una mesa ante mí. Podría ser, pero también podría
ser que fuera Matrix
quien me provocara esa ilusión. Similarmente, la ilusión
psicológica consiste en que el hecho de que yo sea consciente
del mundo que me rodea no implica que deba ser una sustancia
llamada alma en lugar de una mera actividad de la materia de
dicho mundo. Podría haber un dios que me hubiera dotado de un
alma, pero, desde un punto de vista trascendente, también podría
ser la mera actividad de un ordenador.
De la misma manera, dentro del abanico infinito de
posibilidades metafísicas consistentes con nuestro conocimiento
racional del mundo, el mundo que conocemos podría ser un trabajo
de clase realizado por un niño de ocho años que ha programado un
universo en su ordenador portátil, un universo en el que vivimos
nosotros. Alguien podría objetar que el mundo es demasiado
complicado para que lo haya programado un niño de ocho años, o
para caber en un ordenador portátil, pero estamos hablando de un
niño de ocho años trascendente, y no tenemos ni idea de cuánto
dura un año trascendente, ni qué capacidad de cálculo tiene un
ordenador portátil trascendente, ni cómo son de inteligentes los
niños de ocho años trascendentes, etc. Por supuesto, en lugar de
haber sido creados a desgana por un niño que hubiera preferido
pasar el fin de semana haciendo cosas más interesantes que
diseñar una física, podríamos ser la obra de un venerable
anciano barbicano que, aburrido en el asilo, se entretiene
jugando a ser Dios. Todo podría ser. Ahora bien, ¿ha de haber
necesariamente algo de eso? Vamos a ver que no.
Del mismo modo que la posible existencia teórica de Matrix ayuda a
desenmascarar la ilusión ontológica y que la posible existencia
de ordenadores conscientes ayuda a desenmascarar la ilusión
psicológica, vamos a ver que una combinación de ambas ayuda a
desenmascarar la ilusión teológica. Pero antes tenemos que hacer
algunas precisiones sobre lo que debemos entender por Matrix, más que nada porque
nos van a alejar de lo que se presenta como tal en la película
con dicho título. Pensemos primero en el caso de los ordenadores
conscientes, porque en ese caso ya hemos hecho la precisión que
necesitamos ahora para Matrix.
Imaginemos que construimos una muñeca que cuando oye su nombre
dice "estoy aquí", y
cuando le quitan la ropa dice "tengo
frío", y cuando la abrazan dice "te quiero mucho", etc.
Tras un examen muy superficial, la muñeca podría parecer
consciente, podría parecer que es sensible al frío y al cariño,
que sabe cómo se llama, etc. Sin embargo, no haría falta
profundizar mucho en dicho examen para constatar que en realidad
no entiende nada, sino que se limita a realizar unas acciones
que, aisladas, podrían ser el producto de un ser consciente,
pero que no encajan en el contexto. En suma, la muñeca no
superaría el test de Turing menos exigente que pudiéramos
plantearle. En teoría, podríamos ir enumerando todas las
posibles situaciones en que podría encontrarse la muñeca, buscar
una forma en que ella pudiera detectar que se da el caso y
programarle una respuesta que fuera propia de un ser consciente.
Esto aumentaría en cierto grado su apariencia de consciencia,
pero no dejaría de ser un autómata capaz de salir airoso
únicamente de un número finito de situaciones concretas, y,
tarde o temprano, el test de Turing terminaría descubriendo sus
limitaciones. La única forma de lograr que un autómata parezca
consciente, en el sentido de que sepa simular que lo es bajo
cualquier circunstancia, es hacer que realmente entienda su
entorno y construya su respuesta en función de lo que suceda, no
en función de un análisis superficial de lo que suceda y
mediante un repertorio prefijado de respuestas posibles. Claro
que, en tal caso, ya no parecería consciente, sino que sería
consciente. (Por ejemplo, SHRDLU es un paso en esa dirección, ya
que no tiene un repertorio cerrado de frases que es capaz de
entender, sino que analiza el significado de cada frase que se
le dice y responde en consecuencia.)
Del mismo modo, una realidad virtual debe superar un análogo al
test de Turing si queremos que su producto merezca el nombre de
"realidad". Por ejemplo, imaginemos que un programador
informático exhibe orgulloso su última creación: un programa de
realidad virtual capaz de mostrar una copa de cristal tallado
que imita a la perfección el brillo, los reflejos, el color, la
textura, etc. de una auténtica copa de cristal. Esto sería una
"obra de arte informática", equivalente a un ordenador
programado para declamar el Segismundo
de La vida es Sueño
con todo lujo de detalles en la inflexión de la voz, capaz de
hacerle saltar las lágrimas al más pintado, pero incapaz de
responder a una pregunta improvisada. Parecería humano y
enternecedor, pero sería mecánico y frío. Del mismo modo, la
preciosa copa de vidrio virtual, ¿podría romperse?, ¿podría
calentarse hasta derretirse? Si no puede hacer eso, no es real.
Por supuesto, el programador podría estudiar la forma en que se
rompe o se derrite una copa e incorporarlos a su programa, con
lo que aumentaría en un cierto grado la apariencia de realidad
de su copa, pero siempre habría nuevas situaciones imprevistas.
¿Cómo debería reaccionar la copa si, por ejemplo, se vierte un
ácido en ella?
Del mismo modo que la única forma en que un ordenador puede
parecer consciente es siendo consciente, es decir, generando sus
respuestas, no a partir de un repertorio de casos estudiados
previamente, sino como consecuencia de una comprensión profunda
de la realidad; la única forma en que una realidad virtual puede
parecer real es siendo real, es decir, generando sus respuestas,
no a partir de unos estudios previos sobre el aspecto que tiene
la realidad en determinados contextos, sino comprendiendo en qué
consiste en profundidad esa realidad que quiere imitar y
determinándola hasta sus últimos detalles internos. Esto
significa que el ordenador que sirviera de soporte a dicha
realidad debería representársela como un cúmulo de partículas
elementales sometidas a unas leyes físicas y calcular su
evolución de acuerdo con dichas leyes. Obviamente, esto excede
cualquier posibilidad práctica hoy en día, tanto por el hecho de
que los físicos no sabrían decirnos las leyes exactas que rigen
la realidad que conocemos, como por problemas de memoria, como
por problemas de cálculo.
Imaginemos, no obstante, que el niño de ocho años del que
hablábamos antes, pongamos que se llama Zeus, hubiera programado
nuestro universo a ese nivel de fidelidad, es decir, con absoluta fidelidad. Su
ordenador portátil, contendría toda la información posible sobre
cada electrón, sobre cada protón, sobre cada fotón del universo,
y usaría las leyes de la física (diseñadas por él) para
determinar la evolución en el tiempo de cada una de ellas.
Conviene hacer algunas precisiones:
Así pues, el ordenador de Zeus
sería un Matrix
gigantesco sin nadie conectado a él. Nosotros seríamos parte de
él, como los personajes virtuales de Matrix, que, como ya hemos discutido, serían
conciencias tan reales como las generadas por los cerebros que
tiene conectados. Más concretamente, de acuerdo con la segunda
observación precedente, cada vez que el ordenador de Zeus se encuentra que tiene
que multiplicar sus universos debido a que un experimento
cuántico tiene varias salidas posibles, al multiplicarlos
estaría clonándonos, ya que nuestros estados mentales en un
momento dado serían prolongados de varias formas, tal vez
diferentes, una en cada uno de los mundos alternativos que
prolongarían el nuestro. Naturalmente, nosotros no notaríamos
nada. Vamos a analizar esto:
En principio, un ordenador consciente no sólo ha de hacer
muchos cálculos para interpretar la realidad de su entorno, sino
que ha de hacerlos muy rápidamente. Si necesitara tres horas
para comprender que la imagen que está viendo es la de un perro,
y tres horas más para generar la frase "¡Hola, perro!", para cuando la hubiera
generado, el perro ya se habría marchado, y se encontraría con
una imagen completamente distinta que tendría que volver a
analizar, y así no tendría forma de entender nada coherente. En
general, el tiempo interno del ordenador ha de poder equipararse
al tiempo de la realidad externa a la que se enfrenta. En
cambio, un ordenador que ejecute una realidad virtual tiene todo
el tiempo que necesite: una cosa es la velocidad a la que haga
sus cálculos y otra muy distinta es la velocidad a la que
suceden las cosas en el mundo que calcula. Imaginemos que
estamos hablando en una habitación con un ordenador consciente
y, en un momento dado, lo desconectamos tan repentinamente que
no le demos opción de percibir "su muerte". Al día siguiente, lo
volvemos a conectar, de modo que tampoco empiece a percibir nada
hasta que todos los efectos asociados a la conexión han cesado.
Si lo hacemos bien, el ordenador podría no haber advertido nada,
y continuaría la conversación en el mismo punto donde la dejó,
creyendo que todavía es ayer. No obstante, si en la habitación
hay un reloj (que da la fecha, además de la hora), podría acabar
comprendiendo que ha estado inconsciente un día entero.
Por el contrario, si tenemos un ordenador consciente conectado
a una realidad virtual y detenemos al mismo tiempo el ordenador
y la realidad virtual, cuando los volvamos a conectar el
ordenador no notará nada porque no tendrá nada que notar. No
habrá ningún desfase. Sólo habrá habido un desfase entre el
tiempo intuitivo del ordenador, que coincide con el tiempo
interno de la realidad virtual, y el tiempo nuestro, que para el
ordenador será un tiempo trascendente del que no tiene ninguna
experiencia. Así, si fuéramos capaces de construir un ordenador
consciente con el único defecto de que es demasiado lento para
enfrentarse con éxito a la realidad, siempre podríamos probarlo
enfrentándolo a una realidad virtual que funcionara a su ritmo.
Por ejemplo, si queremos dialogar con el ordenador podríamos
teclear en el ordenador que genera la realidad virtual un "¿cómo estás?" para que
ésta fuera preguntándoselo lentamente al ordenador. Al cabo de
unas horas, la realidad virtual podría informarnos de que el
ordenador ha respondido "muy
bien, gracias", y así podríamos continuar una
conversación inteligente (algo pesada, pero inteligente).
Del mismo modo, el maestro de Zeus podría suspenderlo porque su programa no
es operativo: necesita un día entero para calcular la evolución
de sus universos correspondiente a una millonésima de segundo,
cuando sus compañeros Isis
y Osiris han creado
otro universo que evoluciona a razón de un millón de años
(internos) por segundo (externo). Zeus protesta arguyendo que el señor Kheb, el padre de Isis y Osiris, es el presidente de
una empresa puntera de informática y que ellos cuentan con un
ordenador mucho más potente que su pobre portátil, pero que lo
que debería importar es que su trabajo es correcto, y que, según
sus cálculos, esperando el tiempo suficiente, aparecerá vida
inteligente por lo menos en diez billones de planetas distintos
en el 35% de los mundos paralelos. Las estadísticas predicen
incluso que en uno o dos de esos planetas podría surgir alguna
cultura que acertara, por azar, con el nombre de su creador: Zeus, aunque, desde luego,
la probabilidad de que se lo representen correctamente, con sus
doce tentáculos asomando por su uniforme de colegial, es
prácticamente nula.
Observemos que, al margen del juicio del maestro, la diferencia
entre los universos de Zeus
y de los hermanos Isis
y Osiris es
exclusivamente externa (trascendente, respecto de los habitantes
de sus universos). No tiene sentido decir que la vida en uno
transcurra más rápidamente que en el otro. Si, por ejemplo, en
ambos universos hubiera un planeta Tierra girando alrededor del
Sol y la vida media de un habitante de la Tierra fuera de
ochenta revoluciones (años), eso no dependería en absoluto del
tiempo que cada ordenador necesita para calcular un año de
evolución del universo. Aunque los hermanos Isis y Osiris le hicieran el favor
a Zeus de permitirle
que grabara el estado de su universo y lo introdujera en su
superordenador para observar más rápidamente su evolución, eso
no "aceleraría" la vida de los habitantes de dicho universo, que
seguirían teniendo una esperanza de vida de ochenta años
(internos). La diferencia sería que Zeus y su maestro podrían contemplar una de
esas vidas en una fracción de segundo, o podrían forzar al
ordenador a que ralentizara la evolución para contemplarla más
detalladamente, pero dichas aceleraciones o ralentizaciones no
serían apreciadas por los habitantes del universo de Zeus, es decir, por
nosotros, pues no corresponderían al tiempo de nuestro universo,
sino a un tiempo trascendente del que no tendríamos ninguna
experiencia.
Quizá ahora se entienda mejor por qué decíamos que crear un
universo no es crear una Gran Explosión, sino que el problema es
lograr que esa Gran Explosión signifique algo, lo cual supone
(algo equivalente a) programar una teoría física en un ordenador
que evolucione a partir de un estado inicial, pero lo que se
crea no es el estadio inicial, sino toda la física, con sus
conceptos, con la que el ordenador tiene que hacer sus cálculos.
Aparentemente, al explorar esta posibilidad no estamos
rebatiendo, sino confirmando la tesis teológica de que el mundo
necesita un diseñador. Analizaremos esto en la página siguiente.
Aquí vamos a acabar de perfilar todos los elementos que
necesitaremos en la discusión.
El
ejemplo de Zeus puede
ayudar a entender a qué nos referíamos antes al decir que no
debemos confundir el tiempo racional con el que describimos
nuestro universo y un hipotético tiempo trascendente en el cual
el mundo estuviera, a su vez, inmerso (el tiempo intuitivo de Zeus). Así, por ejemplo,
dado que filosofar es gratis, hay quien ha propuesto que el
universo podría atravesar cíclicamente periodos de expansión y
de contracción. Naturalmente, en metafísica todo es posible,
pero conviene advertir que esta posibilidad metafísica presupone
un tiempo trascendente que pueda ordenar las distintas "vidas"
del universo, ya que, en ausencia de tal tiempo trascendente, un
esquema como el de la izquierda significa exactamente lo mismo
que el esquema de la derecha. Ambos representan dos universos
sin ninguna conexión entre sí. No puede haber nada en uno que lo
vincule al otro, por lo que, aunque convengamos, como antes, en
que el tiempo está representado por la latitud, dibujar una
esfera debajo de la otra no hace que ambos universos estén más
conectados que si las dibujamos una al lado de la otra. Otra
cosa sería que la existencia trascendente de estos universos
consistiera en la actividad de un ordenador, en cuyo caso, la
figura de la derecha podría representar que ambos están siendo
calculados simultáneamente (por ejemplo uno en el ordenador de Zeus y otro en el
superordenador de Isis
y Osiris), y la figura
de la izquierda podría representar que, para presumir de
potencia, los hermanos ejecutan un universo tras otro, como
quien juega varias partidas sucesivas de un mismo videojuego.
Ahora bien, en tal caso, la simultaneidad o concatenación sería
respecto del tiempo trascendente en el que viven los dioses
estudiantes, no respecto de los tiempos racionales de cada
universo, que no están relacionados entre sí.
Por
último, vamos a señalar cómo estas ideas se relacionan con otra
cuestión filosófica. Se trata del problema de por qué el
universo puede describirse matemáticamente. Por ejemplo,
imaginemos que instalo en un par de varillas, de un metro de
longitud, cien células fotoeléctricas (como las que detectan si
alguien entra o sale de un ascensor, impidiendo que se cierren
las puertas), distribuidas a intervalos de un centímetro, y las
conecto a un cronómetro, de modo que, en cuanto una célula
detecta un objeto, registra el instante en que ello ha sucedido.
Luego dejo caer una canica entre las dos varillas y leo los cien
registros temporales que obtengo a medida que la canica pasa por
delante de cada célula. Si represento estos cien puntos en una
gráfica, obtendré la figura de la derecha. El eje horizontal
representa el metro de distancia que recorre la canica y el eje
vertical los tiempos (en segundos) que marcan las células
fotoeléctricas, suponiendo que he puesto a cero el cronómetro en
el momento en que dejo caer la canica. La curva que sale no es
cualquier curva. Es una parábola. De hecho, puedo calcularla a
priori sin fijarme en la canica. Por ejemplo, puedo asegurar que
la canica tardará 45 centésimas de segundo en recorrer el metro
de distancia, o que tardará 32 centésimas de segundo en llegar a
la mitad del camino. Pero, para hacer estos cálculos, necesito
un cierto tiempo. Si no dispusiera de una calculadora, este
tiempo sería mucho mayor. La pregunta es: ¿cómo puede una simple
canica, sin calculadora, sin nada, saber dónde tiene que estar
en cada momento, y saberlo ya, sin que le cueste nada de tiempo?
Una canica es capaz de dibujar una parábola temporal en 45
centésimas de segundo, que es mucho menos de lo que yo necesito
para calcular sólo el punto final de la parábola, sin contar lo
que me costaría calcular los noventa y nueve puntos intermedios.
En general, ¿cómo hace el mundo para que la posición de cada
cosa, el peso de cada cosa, la fuerza de cada cosa, se ajuste
meticulosamente a unas fórmulas matemáticas? ¿Donde está la
calculadora, o el superordenador, más bien, del mundo?
Más aún, si la canica ha de tardar 45 centésimas de segundo en
caer, ello se debe a que se encuentra a una determinada
distancia del centro de la Tierra y a que ésta tiene la masa que
tiene. Si estuviera en la Luna, el tiempo de caída debería ser
otro. Así, pues, ¿cómo sabe la canica cuánta masa tiene la
Tierra y a qué distancia está?, ¿y cómo sabe la canica qué ha de
hacer con estos datos, en qué fórmula ha de meterlos para
situarse donde debe?
Observemos que todas estas preguntas tendrían una respuesta
obvia si el mundo fuera el resultado de la actividad del
ordenador de Zeus. La
canica tiene una calculadora escondida: el ordenador de Zeus, que es el que hace
todos los cálculos para determinar dónde debe estar situada en
cada momento y, de hecho, es él quien la sitúa en el lugar
oportuno. Y no es cierto que haga los cálculos más rápidamente
que yo. En realidad no puedo comparar los tiempos, ya que sus
cálculos y los míos se hacen en dos tiempos distintos: yo los
hago en mi tiempo racional y él los hace en un tiempo que para
mí es trascendente. Notemos que el ordenador de Zeus no está en ningún
lugar del universo, sino que el universo es un producto de la
actividad del ordenador de Zeus.
Zeus no está en ningún lugar del universo, pero, al
mismo tiempo, tiene acceso al estado del universo en cualquier
momento y lugar (al menos si sus compañeros le permiten usar el
superordenador en lugar de su cafetera de portátil). Hay que
reconocer que, al menos en parte, hace honor a su nombre.
Conviene precisar esto de la ubicuidad y la omnisciencia de Zeus: En principio, lo que
su ordenador calcula no será más que una ristra enorme de
números, números que han de ser interpretados con ciertos
criterios, los criterios que usa el programa de Zeus para manipularlos.
Para visualizarlos, Zeus
podría contar con programas auxiliares que, a partir de los
estados de los universos ya calculados, podrían calcular una
imagen (o un vídeo) de cualquier región, sin más que especificar
un mundo cuántico concreto, una posición espacial y una
orientación de la "cámara", un intervalo temporal y un factor de
escala (del que dependerá que en la imagen aparezcan átomos,
bacterias, árboles, estrellas o galaxias). Esas imágenes serán
una auténtica realidad virtual, donde el movimiento de los
peces, los reflejos del agua, las alegrías y las penas de las
personas, etc., no provendrán de un archivo de estudios
artísticos, sino que se deducirán mecánicamente del estado del
mundo en el momento y lugar estudiados. Otra herramienta que le
sería muy útil a Zeus
sería un buscador que le permitiera rastrear su universo en
busca, por ejemplo, de seres vivos, ya que, si tuviera que
explorar sus mundos al azar, podría pasarse todo el tiempo en
espacios vacíos o en planetas desérticos bastante aburridos.