| OTRA
                    VEZ YO | 
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En la página 3 estudiamos el
        concepto de
        "yo" desde el punto de vista trascendental. Tal y como hemos
        observado
        en la página anterior, dicho concepto es totalmente
        formal, de
        modo que, a partir del conocimiento trascendental que tenemos de
        nosotros mismos, no podemos deducir nada de forma
        legítima sobre
        qué somos racionalmente ni, mucho menos,
        trascendentemente. En
        particular, ahora sabemos que, desde un punto de vista
        trascendente, no
        sólo la realidad que vemos podría ser el producto
        de un
        ordenador, sino que incluso nosotros mismos podríamos ser
        el
        producto de un ordenador. Insistimos en que no decimos esto para
        proponer teorías fantasiosas, como quien propone que
        existen los
        fantasmas, etc., sino únicamente para mostrar que
        cualquier
        hipotético razonamiento que pretendiera probar que los
        fenómenos que experimentamos tienen realidad
        trascendente, o que
        existen almas, sería necesariamente falaz. Por otra
        parte, estas
        posibilidades (que el mundo o nosotros mismos seamos producto de
        un
        ordenador) son estrictamente metafísicas, en el sentido
        de que
        no tienen ninguna repercusión en nuestro conocimiento
        (racional,
        científico) del mundo ni de ninguna otra clase. Por ello
        sólo sirven para limitar las conclusiones a las que puede
        llegar
        la crítica de la razón pura que estamos
        realizando, no
        para ampliar de ningún modo nuestro conocimiento.
      
A la luz de las conclusiones de la página anterior,
        ahora
        podemos extraer muchas consecuencias racionales sobre el
        concepto
        (racional) de mi yo interno. Poco podríamos decir sobre
        su uso
        en contextos cotidianos sin aburrir al lector con obviedades,
        pues
        todos sabemos perfectamente qué podemos afirmar y
        qué no
        sobre uno mismo en el ámbito cotidiano. Sin embargo, nos
        encontramos en una situación similar a la que se
        encuentran los
        científicos que estudian la naturaleza de la materia. No
        lo
        hacen estudiando piedras, o sillas o cafeteras, sino que usan
        aceleradores de partículas para analizar el
        comportamiento de
        partículas elementales individuales aceleradas hasta
        velocidades
        cercanas a la velocidad de la luz. Ciertamente, no se trata del
        estado
        cotidiano de la materia, pero es en esas circunstancias extremas
        donde
        más se puede aprender sobre su naturaleza.
      
La teoría de la relatividad nos enseña que si, de
        dos
        hermanos gemelos, uno de ellos realiza un viaje por el universo
        al 90%
        de la velocidad de la luz durante veinte años, a su
        regreso a la
        Tierra su hermano gemelo tendrá casi treinta y seis
        años
        más que él. Es evidente que nunca un hombre se
        pasará veinte años viajando al 90% de la velocidad
        de la
        luz, pero quien comprenda este hecho tendrá una idea
        más
        clara de lo que es el tiempo que alguien que no tenga más
        que la
        vaga idea derivada de su experiencia cotidiana. Del mismo modo,
        nosotros vamos a estudiar el concepto de "yo" bajo una
        circunstancia
        que, como lo de viajar casi a la velocidad de la luz, nunca
        será
        realizable en la práctica, pero que nos ayudará a
        formarnos una idea más clara de lo que somos.
      
La hipótesis a la que nos referimos es que fuera
        técnicamente posible moldear la materia molécula a
        molécula, átomo a átomo, hasta disponerla
        exactamente como consideráramos oportuno, así como
        analizar cualquier estructura material hasta el nivel necesario
        para
        después poder copiarla. Para lo que nos interesa, no
        parece que "hasta el nivel
          necesario" requiera
        violar los límites de precisión que impone la
        mecánica cuántica, por lo que nuestro supuesto
        podría ser teóricamente posible, como lo es viajar
        al 90%
        de la velocidad de la luz.
      
La posibilidad de disponer de semejante tecnología
        abriría muchas puertas, por ejemplo, podríamos
        analizar
        la estructura atómica de una naranja y guardar toda la
        información en un ordenador. Luego, a partir de un poco
        de agua,
        dióxido de carbono, aire, algo de energía y poco
        más, podríamos crear réplicas exactas
        (comestibles) de la naranja original. Los naranjos se
        volverían
        innecesarios. Pero no son éstas las aplicaciones que nos
        interesan. Las que vamos a considerar podrían dar lugar a
        un
        complejo debate ético, pero tampoco estamos interesados
        en eso.
        Es como si nos dispusiéramos a describir el efecto que
        tendría que alguien se tirara de cabeza a un agujero
        negro. La
        finalidad de dicha discusión no sería otra que
        formarnos
        una idea clara de qué pasa en un agujero negro, y el
        hecho de
        que nuestro explorador hipotético moriría
        torturado por
        una fuerza brutal que le haría preferir mil veces haber
        caído en las manos de la Santa Inquisición, no
        debe ser
        interpretado como que nos gustaría llevar a la
        práctica
        lo que presentamos como un mero experimento ideal.
      
La idea básica es que podríamos registrar en un
        ordenador la disposición exacta de cada átomo de
        un ser
        humano, y con esta información podríamos construir
        tantas
        copias del mismo, tantos clones, (en un sentido de la palabra clon más fuerte que
        el
        sentido biológico habitual) como quisiéramos. Esto
        podría aprovecharse de formas distintas. Una de ellas es
        la que
        propone la película El
          sexto
          día, que hemos resumido en la página
          9. Supongamos que me muero o decido cambiar de cuerpo
        porque el
        mío ha sufrido un daño serio (o porque me apetece)
        y pido
        que me creen un clon a partir de una copia de seguridad
        reciente, de
        modo que el clon tendrá mi mismo carácter y
        recordará todo lo que sé yo, excepto lo sucedido
        en las
        próximas horas. La pregunta fundamental que surge
        aquí es
        si el clon seré yo o si, por el contrario, yo
        habré
        muerto y el clon será otra persona, alguien igual que yo,
        pero
        otro. Observemos que podemos cambiar de perspectiva: en vez de
        plantearnos si el clon seré yo o será otro,
        podemos
        ponernos en la situación del clon: yo recuerdo
        perfectamente mi
        infancia, lo que me ha sucedido desde que tenía pocos
        años, las experiencias que viví en el colegio, en
        la
        universidad, los amigos que he conocido, las experiencias que he
        compartido con ellos, etc., al igual que recuerdo que hace unos
        días decidí clonarme y ayer mismo incineraron mi
        cadáver. ¿Soy yo el que vivió todo eso que
        recuerdo?
      
Esto nos lleva al problema de la identidad personal: sin
        clonaciones
        de por medio, ¿qué quiero decir cuando afirmo que
        hoy soy
        el mismo que era ayer?
      
En general, cuando decimos que un objeto es el mismo que era
        ayer,
        por ejemplo, el bolígrafo que está encima de mi
        mesa,
        queremos decir que es materialmente el mismo, es decir, que los
        átomos que lo forman hoy son los mismos átomos que
        lo
        formaban ayer. Si alguien hubiera cambiado mi bolígrafo a
        mis
        espaldas por otro exactamente igual, podría creer que se
        trata
        del mismo bolígrafo, pero en realidad sería otro
        distinto, el mío estaría en otra parte (o en
        ninguna, si
        hubiera sido destruido). Por otra parte, hay conceptos que no
        designan
        objetos materiales, sino formas o actividades. Por ejemplo,
        decimos que
        el Danubio hoy es el mismo río que el Danubio hace un
        año, y con ello no pretendemos afirmar que ninguna de las
        moléculas de agua que hoy forman la corriente que
        llamamos
        Danubio estuviera en el mismo lugar el año pasado.
        Podría
        ser que alguna se repitiera, pero sería un mero azar
        irrelevante. El problema es si he de concebirme a mí
        mismo como
        concibo a mi bolígrafo o como concibo al Danubio.
      
Si por "yo" entendemos "mi cuerpo", todo está claro, mi
        cuerpo es como mi bolígrafo, si construimos otro cuerpo
        igual,
        entonces es otro igual, pero otro. Ahora bien, ¿sigue
        siendo
        esto válido si hablamos de mi mente? Este problema no se
        plantea
        en la vida cotidiana porque en la práctica es imposible
        duplicar
        cuerpos y mentes: dos cuerpos distintos se diferencian siempre
        lo
        suficiente en sus cerebros como para que correspondan
        inequívocamente a mentes distintas. Del mismo modo que
        considerar el comportamiento de los cuerpos a velocidades
        grandes nos
        obliga a replantearnos nuestra concepción del espacio y
        del
        tiempo, al plantearnos la posibilidad de duplicar cuerpos (con
        sus
        correspondientes cerebros), nos vemos obligados a reflexionar
        sobre el
        concepto que tenemos de nosotros mismos.
      
Veamos un ejemplo más sofisticado que el del Danubio.
        Supongamos que tengo una casita cerca de la playa. Nada del otro
        mundo,
        es de madera, sin cimientos fuertes. Si viniera una tormenta
        medianamente fuerte, se la llevaría por delante. Ahora
        bien, me
        gusta la construcción y mis gustos son muy volubles,
        así
        que estoy modificándola constantemente: hoy le
        añado una
        habitación más que me sirva como garaje,
        mañana
        derribo un par de paredes y levanto otras, el tejado está
        estropeado, así que lo cambio por otro, considero que una
        ventana no aprovecha bien la luz, así que la quito y abro
        otra
        en otra pared de la misma habitación, etc. Supongamos que
        al
        cabo de diez años mi casita de la playa no se parece en
        nada a
        la original. Poco ha poco, la he cambiado del todo.
        Podría
        ocurrir incluso que haya ido sustituyendo todos sus materiales,
        hasta
        el punto de que no conserve un solo átomo de la casita
        original.
        Sin embargo, sigo diciendo que es mi casita, la misma,
        sólo que
        cambiada. Ahora imaginemos que tengo un vecino que tiene una
        casita que
        hace diez años era exactamente igual que la mía,
        sólo que ahora no se parece en nada porque él no
        la ha
        modificado, pero, después de ver cómo ha quedado
        la
        mía, decide demoler la suya y construir otra exactamente
        igual
        que la mía. El resultado es que hace diez años
        ambas
        casas eran exactamente iguales y ahora también lo son,
        pero yo
        considero que mi casa es la misma que al principio (y que nunca
        ha
        dejado de serlo) y, en cambio, mi vecino considera que su
        antigua casa
        ya no existe, porque no le gustaba y la derribó, mientras
        que
        ahora disfruta de una casa nueva recién construida. Vemos
        así cómo, en algunos casos, el concepto de
        identidad
        puede difuminarse hasta volverse totalmente subjetivo.
      
Volviendo a mi clonación, en cierto sentido, la
        situación es bien simple: el clon es otra materia con la
        misma
        forma. Seré yo o no seré yo exclusivamente en
        función del alcance que quiera dar al concepto "yo".
        Podríamos decir que es un mero problema
        lingüístico.
        Ahora bien, desde otro ángulo es, literalmente, una
        cuestión de vida o muerte, y no deja de ser chocante que
        una
        cuestión crucial de vida o muerte pueda a la vez ser una
        cuestión banal meramente lingüística.
        Más
        concretamente: si al lector le ofrecieran la clonación
        como
        alternativa a morir, por ejemplo, de un cáncer (con
        garantías de que el clon será una copia perfecta),
        ¿aceptaría o no aceptaría? Como problema
        lingüístico, tiene su enjundia. Insistimos en que no
        vale
        responder que no por razones éticas. La cuestión
        es si
        aceptaría suponiendo que el único interés
        del
        lector fuera sobrevivir al cáncer, aun a costa de ir al
        infierno
        en otra vida: esté bien o mal, ¿la
        clonación burla
        a la muerte sí o no?
      
Consideremos dos hipótesis falsas, pero que podrían ser ciertas sin alterar en nada el concepto que tenemos de nosotros mismos:
Si esto fuera cierto, que podría haberlo sido,
        resultaría que cada vez que despierto, me encuentro con
        un
        cerebro materialmente nuevo que ha estado parado durante unas
        horas,
        mientras era reconstruido. Es exactamente la misma
        situación que
        se daría si me durmieran, me clonaran, y destruyeran mi
        cuerpo
        original. Considerar que en el primer caso soy el mismo y en el
        segundo
        soy otro es pura palabrería. En suma: si soy la actividad
        de mi
        cerebro, ¿qué más me da que me cambien los
        átomos que realizan esa actividad, siempre y cuando los
        nuevos
        la hagan exactamente igual que los antiguos?
      
La identidad personal es un concepto muy laxo, como el concepto
        de
        "mi casita de la playa" en el ejemplo anterior. Se funda
        únicamente en la continuidad, mientras que cualquier
        contenido
        concreto puede cambiar. El concepto de "yo" es
        lógicamente muy
        similar al concepto de Real Madrid, tal y como lo
        analizábamos
        en la página 3. Ahora bien, como
        acabamos de observar, la continuidad en la que se funda no es en
        absoluto la continuidad material ni la continuidad temporal (en
        el
        sentido de que no haya interrupciones), sino la continuidad
        mental: el
        "yo" que se despierta es el mismo que el "yo" que se
        durmió
        horas antes (aunque la actividad mental se hubiera interrumpido
        y la
        materia de mi cerebro se hubiera renovado) porque ambos
        comparten
        recuerdos y carácter. Ni siquiera es necesario que se
        dé
        una completa identidad: yo puedo despertarme con una idea nueva
        que
        anoche no tenía, o con una decisión firme que
        cambie mi
        carácter, pero, en cualquier caso, me identificaré
        con el
        que era anoche porque tengo lo suficiente en común con
        él
        como para que mi estado actual pueda entenderse como una
        pequeña
        modificación de mi estado de anoche, y todo esto sigue
        siendo
        cierto si comparo un clon con su original.
      
Podemos llevar más lejos la analogía con las
        casas en
        la playa: imaginemos que alguien se dedica a alterar mi cerebro
        paulatinamente. No altera en nada su materia, sino su estado, de
        modo
        que hoy me borra (permanentemente) algunos recuerdos,
        mañana me
        introduce unos pocos recuerdos falsos, unos días
        después
        modifica mis aficiones literarias, etc. Al cabo de un tiempo
        puede
        haberme convertido en una persona completamente diferente,
        aunque, si
        el proceso ha sido suficientemente paulatino, yo (y los que me
        rodean)
        podrían considerar que sigo siendo el mismo (muy
        cambiado, pero
        la misma persona). Incluso podría haber llegado al nuevo
        estado
        de forma natural. (Por ejemplo, si me han insertado un falso
        recuerdo
        de haber visitado Londres, podría haber incorporado ese
        recuerdo
        visitando Londres realmente.) Sin embargo, si me produjeran
        todas esas
        modificaciones de golpe, que me cambiaran todos mis recuerdos,
        todos
        mis gustos, los rasgos principales de mi carácter, etc.,
        bien se
        podría decir que soy otra persona completamente distinta,
        que
        simplemente ocupa el cuerpo que antes ocupaba alguien que ha
        muerto.
      
Un caso más drástico: supongamos que registramos
        el
        estado cerebral de una persona A, que la matamos y que luego
        reproducimos dicho estado mental en el cerebro de otra persona
        B. Si
        hablamos de cuerpos, tenemos que A ha muerto y B sigue vivo,
        pero si
        hablamos de mentes, tenemos que B ha muerto y A sigue vivo.
        Afirmar que
        B es el mismo antes y después de la manipulación
        de su
        cerebro es totalmente inadmisible, pues, por mucha laxitud que
        queramos
        conceder a la comparación entre dos estados mentales para
        determinar si uno puede considerarse o no una
        prolongación del
        otro, lo cierto es que ahora los dos estados mentales del cuerpo
        de B
        no tienen nada en común. Antes de la manipulación,
        el
        cuerpo de B contenía la mente de B, mientras que
        después
        ha pasado a contener la mente de A, que es, indudablemente, otra
        mente
        distinta.
      
Aunque todo esto debería ser evidente una vez reconocida
        la
        naturaleza de la conciencia como actividad de un cerebro, es
        fácil que el lector no pueda desembarazarse de sus
        prejuicios a
        la hora de juzgar las situaciones que planteamos, y el hecho de
        que la
        mayoría de los ejemplos, si no todos, suscitan dudas
        éticas, no ayuda a disipar los prejuicios. Vamos a
        proponer un
        modelo de sociedad que asumiera la posibilidad de intercambiar
        mentes y
        cuerpos:
      
Imaginemos que una sociedad tiene la tecnología
        necesaria
        para ello, es decir, para intercambiar mentes y cuerpos, aunque
        no para
        generar nuevos cuerpos. Supongamos que todos sus miembros se
        ponen de
        acuerdo en que cada día un proceso automatizado
        intercambiará aleatoriamente las mentes y los cuerpos de
        las
        personas de la misma edad. Esto sería un grave
        impedimento para
        quienes pretendieran vivir de su cuerpo (cantantes de
        ópera,
        modelos, etc.), pero supongamos que hablamos de una sociedad
        sencilla,
        en la que sólo hay agricultores, ganaderos, maestros,
        comerciantes, etc., de modo que cualquier cuerpo puede hacer
        cualquier
        trabajo. En tal caso, el intercambio de cuerpos obligaría
        a
        modificar algunas costumbres respecto de las de una sociedad
        "normal",
        pero en conjunto podría considerarse muy positivo:
      
Los miembros de esta sociedad podrían considerar injusta
        la
        forma de vida de sociedades "primitivas" en los que cada cual
        tiene que
        conformarse con el cuerpo "que Dios le ha dado". Si se les
        dijera que
        cada vez que se intercambian los cuerpos se están
        muriendo, se
        echarían a reír, y si se les dijera que lo que
        hacen es
        inmoral se les pondrían los ojos como platos. Admitiendo
        que
        tuvieran claro que el proceso de intercambio de cuerpos consiste
        "simplemente" en copiar en un cuerpo el estado del cerebro de
        otro, la
        idea de "alma" les resultaría inconcebible. Tampoco
        harían ascos a ninguna de las ventajas adicionales que
        los
        intercambios permitirían. Por ejemplo, imaginemos que dos
        ciudades lejanas viven de esta forma. Si ciertas personas de una
        ciudad
        quieren viajar a la otra y se ponen de acuerdo con otras tantas
        de la
        otra ciudad que quieran hacer el viaje opuesto, sólo
        tendrían que solicitar que sus mentes sean trasladadas a
        cuerpos
        de la otra ciudad, y viceversa. La información sobre los
        estados
        mentales podría trasladarse por teléfono, o un
        medio
        similar. Confiamos en que este ejemplo haya ayudado al lector a
        desprenderse de sus prejuicios.
      
Si especular sobre lo que sucede al moverse a
        velocidades elevadas
        nos lleva a comprender la relatividad del espacio y del tiempo,
        las
        especulaciones que estamos haciendo deberían hacernos
        comprender
        la relatividad de la muerte. Si la muerte tiene "fama" de
        absoluta (los
        muertos, muertos están), ello es debido a que es
        técnicamente irreversible, pero aquí estamos
        viendo que
        teóricamente no lo es. Si se dispusiera de los medios
        técnicos para "reparar" cuerpos dañados hasta el
        punto de
        haber muerto, entonces no habría ninguna diferencia
        objetiva
        entre "despertar" y "resucitar" (incluyendo las variantes de
        "resucitar
        en el mismo cuerpo" o "resucitar en otro cuerpo"). La
        única
        diferencia sería que se despertaría
        espontáneamente y se resucitaría asistidamente,
        pero eso
        es una diferencia respecto a la causa del proceso, no respecto a
        la
        naturaleza del proceso en sí. Por ello podemos decir que
        morimos
        cada vez que nos dormimos o perdemos el conocimiento por
        cualquier
        causa y que resucitamos cuando lo recuperamos. En estos
        términos,
        también podríamos decir que morir no es algo
        preocupante
        siempre y
        cuando tengamos garantías de que alguien
        resucitará con
        nuestra herencia mental. No cabe duda de que es una forma muy
        retorcida
        de expresarlo, pero tiene la (mínima) ventaja de que
        enfatiza la
        ruptura: yo muero / alguien resucita. En tal caso decimos que
        ese
        alguien soy yo, pero así destacamos que al llamar "yo" a
        quien
        resucita estamos estableciendo una conexión a priori
        entre el
        que muere y el que resucita basada únicamente en la
        semejanza de
        los contenidos mentales.
      
Probablemente, el lector llevará un rato considerando
        una
        posibilidad que hasta ahora no hemos tenido en cuenta: la de
        resucitar
        varias veces al mismo tiempo: ¿qué ocurre si creo
        un clon
        de mí mismo sin destruir mi cuerpo original?
        Podríamos
        describir la situación diciendo que, desde mi punto de
        vista, no
        sucedería nada, pero aparecería otra persona que
        creería ser yo. Sin embargo, esta descripción es
        inaceptablemente asimétrica. Pensemos que, si a mí
        me
        mataran, diríamos que esa "otra" persona sería yo.
        ¿Por qué si no me matan deja de ser yo? Decir que
        las dos
        seríamos "yo" suena contradictorio y, en cierto sentido,
        lo es.
        La situación tiene una asimetría que no es
        esencial, pero
        puede marear, y es que uno de los dos (el clon) despierta,
        mientras que
        el original no despierta porque nunca se ha dormido (durante el
        proceso). Para evitar esta asimetría sin valor,
        supongamos que
        para leer el estado de mi cerebro es necesario dormirme, de modo
        que me
        duermo y, cuando despierte, habrá dos "ejemplares" de
        mí
        mismo, uno en mi cuerpo original y otro en mi copia. Entonces
        habrá un "yo" que despertará en mi cuerpo original
        y otro
        "yo" que despertará en la copia. Visto desde
        después de
        la clonación, no tiene sentido preguntarse cuál es
        el
        "yo" auténtico. El hecho de que uno esté dentro
        del
        cuerpo original no es significativo. (Como ya hemos dicho, si el
        original muriera, la copia sería una continuación
        legítima del original, luego no puede perder esa
        legitimidad
        porque el original no muera.) Visto desde antes de la
        clonación,
        no tiene sentido que me pregunte en qué cuerpo
        despertaré. Habrá un "yo" que se dormirá en
        mi
        cuerpo y despertará en mi cuerpo, y otro "yo" que se
        dormirá en mi cuerpo y despertará en otro nuevo,
        pero el
        "yo" que se duerme será el pasado común de ambas
        personas.
      
Consideremos finalmente la que, tal vez, sea la
        situación
        más polémica: Supongamos que tengo una enfermedad
        que no
        es curable quirúrgicamente, y por ello decido crear un
        clon de
        mi cerebro en el clon de un cuerpo sano. El procedimiento
        "estándar" sería clonar el cuerpo, leer el estado
        de mi
        cerebro, matarme y transferir dicho estado al cerebro del cuerpo
        clonado. Según lo que hemos discutido, así
        despertaré en el cuerpo sano. Ahora bien, supongamos que
        quiero
        cerciorarme de que el proceso de clonación ha funcionado
        correctamente, así que pido que no me maten tras leer el
        estado
        de mi cerebro, sino que me despierten y me permitan hablar unos
        minutos
        con mi clon para comprobar que, ciertamente, conserva mi mente
        perfectamente duplicada. Una vez hecha la comprobación,
        dejo que
        me maten. La única diferencia entre esta opción y
        el
        protocolo "estándar" es que ahora coexisto unos minutos
        con mi
        clon. Lo llamativo del caso es que esta vez no muero convencido
        de que
        voy a resucitar, sino convencido de que ya he resucitado.
        ¿No es
        esto una prueba de que en realidad nunca puedo considerar que
        resucito
        en un clon?
      
La respuesta es, naturalmente, que no es una prueba de nada.
        Todas
        las paradojas aparentes en los ejemplos que estamos considerando
        se
        derivan de la ilusión psicológica, es decir, de la
        creencia de que yo soy una cosa, de modo que para resucitar en
        otro
        cuerpo esa cosa tiene que pasar de mi cuerpo al otro cuerpo. En
        el caso
        que consideramos ahora, es obvio que si esa cosa está en
        mí, no puede haber pasado a mi clon, pues yo sigo vivo,
        pero
        todo esto no significa nada porque "esa cosa" no existe. Como ya
        hemos
        dicho, la única vinculación entre alguien que
        muere (sea
        porque se duerme o por causas más drásticas) y
        alguien
        que resucita, es un grado de semejanza que, con un criterio
        más
        o menos laxo, se considere aceptable como para identificar ambos
        sujetos. El solapamiento de unos minutos no hace que se pierda
        dicha
        semejanza. Obviamente, si coexistiera veinte años con mi
        clon,
        entonces ya no podría considerarlo un clon mío,
        sino un
        clon de yo hace veinte años, por lo que no podría
        considerar que, si muriera, resucitaría en él.
        Pero unos
        minutos sí que son tolerables. Es vano tratar de precisar
        más: la identidad personal es esencialmente difusa.
      
Dejamos al lector el sano ejercicio de plantearse ejemplos
        análogos a los que hemos considerado aquí, pero
        que
        tengan como protagonistas, no a seres humanos, sino a
        ordenadores
        conscientes. Mientras que fabricar seres humanos es muy
        fácil y
        clonarlos es muy difícil, resulta que fabricar
        ordenadores
        conscientes es muy difícil y clonarlos es muy
        fácil. No
        cuesta nada copiar en un disco el estado de un ordenador y
        transferirlo
        a otro
        ordenador para que continúe trabajando justo donde el
        otro lo
        dejó. El
        lector debería constatar que, en términos de
        ordenadores,
        los casos que
        hemos discutido no resultan nada polémicos o chocantes,
        lo cual,
        combinado con la equivalencia teórica que hemos de
        aceptar entre
        ordenadores conscientes y seres humanos (según lo
        discutido en
        la página anterior), debería convencerlo de que
        cuanto
        hemos argumentado aquí es correcto.
      
En particular, si uno se pregunta adónde va la
        conciencia de
        un
        ordenador cuando se le borra el disco duro o se desconecta para
        siempre, y comprende que la misma respuesta ha de valer para un
        ser
        humano, llegamos a la conclusión de que si uno muere y
        nadie ha
        tomado nota de su estado para que le
        quede una esperanza de ser reconstruido (que es lo que suele
        pasar en
        la vida real), entonces ... acta
          est
          fabula!
      
Para terminar, no puedo dejar de copiar aquí un pasaje
        de la Crítica de la
          razón pura.
        Lo he dejado para el final para que nadie pueda confundirlo
        con un argumento. Las citas nunca son argumentos, sino
        más bien
        una forma, más o menos efectiva, de ocultar la falta de
        argumentos. Ésta pretende ser un homenaje a la
        perspicacia de un
        hombre que
        murió hace más de doscientos años (es una
        nota a
        pie de página en la dialéctica trascendental, en
        el
        apartado dedicado a la crítica del tercer paralogismo):
      
Una esfera elástica que choque con otra en dirección recta, le comunica todo su movimiento y, en consecuencia, todo su estado (considerando solamente las posiciones en el espacio). Suponiendo, por analogía con esos cuerpos, sustancias, de las cuales, una transmitiera a las demás representaciones junto con su conciencia, cabrá concebir toda una serie de ellas, de las cuales la primera comunique todo su estado, junto con su conciencia, a la segunda; ésta, su propio estado, junto con la conciencia de la sustancia anterior, a la tercera, y ésta, asimismo, los estados de todas las anteriores, junto con su propia conciencia y la de éstas. Por lo tanto, la última sustancia tendría conciencia de todos los estados de las sustancias anteriores modificadas, como de los suyos propios, porque éstos, junto con la conciencia, habrían pasado a ella y, no obstante, no habría sido precisamente la misma persona en todos esos estados.