ANTERIOR

OTRA VEZ YO

SIGUIENTE

En la página 3 estudiamos el concepto de "yo" desde el punto de vista trascendental. Tal y como hemos observado en la página anterior, dicho concepto es totalmente formal, de modo que, a partir del conocimiento trascendental que tenemos de nosotros mismos, no podemos deducir nada de forma legítima sobre qué somos racionalmente ni, mucho menos, trascendentemente. En particular, ahora sabemos que, desde un punto de vista trascendente, no sólo la realidad que vemos podría ser el producto de un ordenador, sino que incluso nosotros mismos podríamos ser el producto de un ordenador. Insistimos en que no decimos esto para proponer teorías fantasiosas, como quien propone que existen los fantasmas, etc., sino únicamente para mostrar que cualquier hipotético razonamiento que pretendiera probar que los fenómenos que experimentamos tienen realidad trascendente, o que existen almas, sería necesariamente falaz. Por otra parte, estas posibilidades (que el mundo o nosotros mismos seamos producto de un ordenador) son estrictamente metafísicas, en el sentido de que no tienen ninguna repercusión en nuestro conocimiento (racional, científico) del mundo ni de ninguna otra clase. Por ello sólo sirven para limitar las conclusiones a las que puede llegar la crítica de la razón pura que estamos realizando, no para ampliar de ningún modo nuestro conocimiento.

A la luz de las conclusiones de la página anterior, ahora podemos extraer muchas consecuencias racionales sobre el concepto (racional) de mi yo interno. Poco podríamos decir sobre su uso en contextos cotidianos sin aburrir al lector con obviedades, pues todos sabemos perfectamente qué podemos afirmar y qué no sobre uno mismo en el ámbito cotidiano. Sin embargo, nos encontramos en una situación similar a la que se encuentran los científicos que estudian la naturaleza de la materia. No lo hacen estudiando piedras, o sillas o cafeteras, sino que usan aceleradores de partículas para analizar el comportamiento de partículas elementales individuales aceleradas hasta velocidades cercanas a la velocidad de la luz. Ciertamente, no se trata del estado cotidiano de la materia, pero es en esas circunstancias extremas donde más se puede aprender sobre su naturaleza.

La teoría de la relatividad nos enseña que si, de dos hermanos gemelos, uno de ellos realiza un viaje por el universo al 90% de la velocidad de la luz durante veinte años, a su regreso a la Tierra su hermano gemelo tendrá casi treinta y seis años más que él. Es evidente que nunca un hombre se pasará veinte años viajando al 90% de la velocidad de la luz, pero quien comprenda este hecho tendrá una idea más clara de lo que es el tiempo que alguien que no tenga más que la vaga idea derivada de su experiencia cotidiana. Del mismo modo, nosotros vamos a estudiar el concepto de "yo" bajo una circunstancia que, como lo de viajar casi a la velocidad de la luz, nunca será realizable en la práctica, pero que nos ayudará a formarnos una idea más clara de lo que somos.

La hipótesis a la que nos referimos es que fuera técnicamente posible moldear la materia molécula a molécula, átomo a átomo, hasta disponerla exactamente como consideráramos oportuno, así como analizar cualquier estructura material hasta el nivel necesario para después poder copiarla. Para lo que nos interesa, no parece que "hasta el nivel necesario" requiera violar los límites de precisión que impone la mecánica cuántica, por lo que nuestro supuesto podría ser teóricamente posible, como lo es viajar al 90% de la velocidad de la luz.

La posibilidad de disponer de semejante tecnología abriría muchas puertas, por ejemplo, podríamos analizar la estructura atómica de una naranja y guardar toda la información en un ordenador. Luego, a partir de un poco de agua, dióxido de carbono, aire, algo de energía y poco más, podríamos crear réplicas exactas (comestibles) de la naranja original. Los naranjos se volverían innecesarios. Pero no son éstas las aplicaciones que nos interesan. Las que vamos a considerar podrían dar lugar a un complejo debate ético, pero tampoco estamos interesados en eso. Es como si nos dispusiéramos a describir el efecto que tendría que alguien se tirara de cabeza a un agujero negro. La finalidad de dicha discusión no sería otra que formarnos una idea clara de qué pasa en un agujero negro, y el hecho de que nuestro explorador hipotético moriría torturado por una fuerza brutal que le haría preferir mil veces haber caído en las manos de la Santa Inquisición, no debe ser interpretado como que nos gustaría llevar a la práctica lo que presentamos como un mero experimento ideal.

La idea básica es que podríamos registrar en un ordenador la disposición exacta de cada átomo de un ser humano, y con esta información podríamos construir tantas copias del mismo, tantos clones, (en un sentido de la palabra clon más fuerte que el sentido biológico habitual) como quisiéramos. Esto podría aprovecharse de formas distintas. Una de ellas es la que propone la película El sexto día, que hemos resumido en la página 9. Supongamos que me muero o decido cambiar de cuerpo porque el mío ha sufrido un daño serio (o porque me apetece) y pido que me creen un clon a partir de una copia de seguridad reciente, de modo que el clon tendrá mi mismo carácter y recordará todo lo que sé yo, excepto lo sucedido en las próximas horas. La pregunta fundamental que surge aquí es si el clon seré yo o si, por el contrario, yo habré muerto y el clon será otra persona, alguien igual que yo, pero otro. Observemos que podemos cambiar de perspectiva: en vez de plantearnos si el clon seré yo o será otro, podemos ponernos en la situación del clon: yo recuerdo perfectamente mi infancia, lo que me ha sucedido desde que tenía pocos años, las experiencias que viví en el colegio, en la universidad, los amigos que he conocido, las experiencias que he compartido con ellos, etc., al igual que recuerdo que hace unos días decidí clonarme y ayer mismo incineraron mi cadáver. ¿Soy yo el que vivió todo eso que recuerdo?

Esto nos lleva al problema de la identidad personal: sin clonaciones de por medio, ¿qué quiero decir cuando afirmo que hoy soy el mismo que era ayer?

En general, cuando decimos que un objeto es el mismo que era ayer, por ejemplo, el bolígrafo que está encima de mi mesa, queremos decir que es materialmente el mismo, es decir, que los átomos que lo forman hoy son los mismos átomos que lo formaban ayer. Si alguien hubiera cambiado mi bolígrafo a mis espaldas por otro exactamente igual, podría creer que se trata del mismo bolígrafo, pero en realidad sería otro distinto, el mío estaría en otra parte (o en ninguna, si hubiera sido destruido). Por otra parte, hay conceptos que no designan objetos materiales, sino formas o actividades. Por ejemplo, decimos que el Danubio hoy es el mismo río que el Danubio hace un año, y con ello no pretendemos afirmar que ninguna de las moléculas de agua que hoy forman la corriente que llamamos Danubio estuviera en el mismo lugar el año pasado. Podría ser que alguna se repitiera, pero sería un mero azar irrelevante. El problema es si he de concebirme a mí mismo como concibo a mi bolígrafo o como concibo al Danubio.

Si por "yo" entendemos "mi cuerpo", todo está claro, mi cuerpo es como mi bolígrafo, si construimos otro cuerpo igual, entonces es otro igual, pero otro. Ahora bien, ¿sigue siendo esto válido si hablamos de mi mente? Este problema no se plantea en la vida cotidiana porque en la práctica es imposible duplicar cuerpos y mentes: dos cuerpos distintos se diferencian siempre lo suficiente en sus cerebros como para que correspondan inequívocamente a mentes distintas. Del mismo modo que considerar el comportamiento de los cuerpos a velocidades grandes nos obliga a replantearnos nuestra concepción del espacio y del tiempo, al plantearnos la posibilidad de duplicar cuerpos (con sus correspondientes cerebros), nos vemos obligados a reflexionar sobre el concepto que tenemos de nosotros mismos.

Veamos un ejemplo más sofisticado que el del Danubio. Supongamos que tengo una casita cerca de la playa. Nada del otro mundo, es de madera, sin cimientos fuertes. Si viniera una tormenta medianamente fuerte, se la llevaría por delante. Ahora bien, me gusta la construcción y mis gustos son muy volubles, así que estoy modificándola constantemente: hoy le añado una habitación más que me sirva como garaje, mañana derribo un par de paredes y levanto otras, el tejado está estropeado, así que lo cambio por otro, considero que una ventana no aprovecha bien la luz, así que la quito y abro otra en otra pared de la misma habitación, etc. Supongamos que al cabo de diez años mi casita de la playa no se parece en nada a la original. Poco ha poco, la he cambiado del todo. Podría ocurrir incluso que haya ido sustituyendo todos sus materiales, hasta el punto de que no conserve un solo átomo de la casita original. Sin embargo, sigo diciendo que es mi casita, la misma, sólo que cambiada. Ahora imaginemos que tengo un vecino que tiene una casita que hace diez años era exactamente igual que la mía, sólo que ahora no se parece en nada porque él no la ha modificado, pero, después de ver cómo ha quedado la mía, decide demoler la suya y construir otra exactamente igual que la mía. El resultado es que hace diez años ambas casas eran exactamente iguales y ahora también lo son, pero yo considero que mi casa es la misma que al principio (y que nunca ha dejado de serlo) y, en cambio, mi vecino considera que su antigua casa ya no existe, porque no le gustaba y la derribó, mientras que ahora disfruta de una casa nueva recién construida. Vemos así cómo, en algunos casos, el concepto de identidad puede difuminarse hasta volverse totalmente subjetivo.

Volviendo a mi clonación, en cierto sentido, la situación es bien simple: el clon es otra materia con la misma forma. Seré yo o no seré yo exclusivamente en función del alcance que quiera dar al concepto "yo". Podríamos decir que es un mero problema lingüístico. Ahora bien, desde otro ángulo es, literalmente, una cuestión de vida o muerte, y no deja de ser chocante que una cuestión crucial de vida o muerte pueda a la vez ser una cuestión banal meramente lingüística. Más concretamente: si al lector le ofrecieran la clonación como alternativa a morir, por ejemplo, de un cáncer (con garantías de que el clon será una copia perfecta), ¿aceptaría o no aceptaría? Como problema lingüístico, tiene su enjundia. Insistimos en que no vale responder que no por razones éticas. La cuestión es si aceptaría suponiendo que el único interés del lector fuera sobrevivir al cáncer, aun a costa de ir al infierno en otra vida: esté bien o mal, ¿la clonación burla a la muerte sí o no?

Consideremos dos hipótesis falsas, pero que podrían ser ciertas sin alterar en nada el concepto que tenemos de nosotros mismos:

Si esto fuera cierto, que podría haberlo sido, resultaría que cada vez que despierto, me encuentro con un cerebro materialmente nuevo que ha estado parado durante unas horas, mientras era reconstruido. Es exactamente la misma situación que se daría si me durmieran, me clonaran, y destruyeran mi cuerpo original. Considerar que en el primer caso soy el mismo y en el segundo soy otro es pura palabrería. En suma: si soy la actividad de mi cerebro, ¿qué más me da que me cambien los átomos que realizan esa actividad, siempre y cuando los nuevos la hagan exactamente igual que los antiguos?

La identidad personal es un concepto muy laxo, como el concepto de "mi casita de la playa" en el ejemplo anterior. Se funda únicamente en la continuidad, mientras que cualquier contenido concreto puede cambiar. El concepto de "yo" es lógicamente muy similar al concepto de Real Madrid, tal y como lo analizábamos en la página 3. Ahora bien, como acabamos de observar, la continuidad en la que se funda no es en absoluto la continuidad material ni la continuidad temporal (en el sentido de que no haya interrupciones), sino la continuidad mental: el "yo" que se despierta es el mismo que el "yo" que se durmió horas antes (aunque la actividad mental se hubiera interrumpido y la materia de mi cerebro se hubiera renovado) porque ambos comparten recuerdos y carácter. Ni siquiera es necesario que se dé una completa identidad: yo puedo despertarme con una idea nueva que anoche no tenía, o con una decisión firme que cambie mi carácter, pero, en cualquier caso, me identificaré con el que era anoche porque tengo lo suficiente en común con él como para que mi estado actual pueda entenderse como una pequeña modificación de mi estado de anoche, y todo esto sigue siendo cierto si comparo un clon con su original.

Podemos llevar más lejos la analogía con las casas en la playa: imaginemos que alguien se dedica a alterar mi cerebro paulatinamente. No altera en nada su materia, sino su estado, de modo que hoy me borra (permanentemente) algunos recuerdos, mañana me introduce unos pocos recuerdos falsos, unos días después modifica mis aficiones literarias, etc. Al cabo de un tiempo puede haberme convertido en una persona completamente diferente, aunque, si el proceso ha sido suficientemente paulatino, yo (y los que me rodean) podrían considerar que sigo siendo el mismo (muy cambiado, pero la misma persona). Incluso podría haber llegado al nuevo estado de forma natural. (Por ejemplo, si me han insertado un falso recuerdo de haber visitado Londres, podría haber incorporado ese recuerdo visitando Londres realmente.) Sin embargo, si me produjeran todas esas modificaciones de golpe, que me cambiaran todos mis recuerdos, todos mis gustos, los rasgos principales de mi carácter, etc., bien se podría decir que soy otra persona completamente distinta, que simplemente ocupa el cuerpo que antes ocupaba alguien que ha muerto.

Un caso más drástico: supongamos que registramos el estado cerebral de una persona A, que la matamos y que luego reproducimos dicho estado mental en el cerebro de otra persona B. Si hablamos de cuerpos, tenemos que A ha muerto y B sigue vivo, pero si hablamos de mentes, tenemos que B ha muerto y A sigue vivo. Afirmar que B es el mismo antes y después de la manipulación de su cerebro es totalmente inadmisible, pues, por mucha laxitud que queramos conceder a la comparación entre dos estados mentales para determinar si uno puede considerarse o no una prolongación del otro, lo cierto es que ahora los dos estados mentales del cuerpo de B no tienen nada en común. Antes de la manipulación, el cuerpo de B contenía la mente de B, mientras que después ha pasado a contener la mente de A, que es, indudablemente, otra mente distinta.

Aunque todo esto debería ser evidente una vez reconocida la naturaleza de la conciencia como actividad de un cerebro, es fácil que el lector no pueda desembarazarse de sus prejuicios a la hora de juzgar las situaciones que planteamos, y el hecho de que la mayoría de los ejemplos, si no todos, suscitan dudas éticas, no ayuda a disipar los prejuicios. Vamos a proponer un modelo de sociedad que asumiera la posibilidad de intercambiar mentes y cuerpos:

Imaginemos que una sociedad tiene la tecnología necesaria para ello, es decir, para intercambiar mentes y cuerpos, aunque no para generar nuevos cuerpos. Supongamos que todos sus miembros se ponen de acuerdo en que cada día un proceso automatizado intercambiará aleatoriamente las mentes y los cuerpos de las personas de la misma edad. Esto sería un grave impedimento para quienes pretendieran vivir de su cuerpo (cantantes de ópera, modelos, etc.), pero supongamos que hablamos de una sociedad sencilla, en la que sólo hay agricultores, ganaderos, maestros, comerciantes, etc., de modo que cualquier cuerpo puede hacer cualquier trabajo. En tal caso, el intercambio de cuerpos obligaría a modificar algunas costumbres respecto de las de una sociedad "normal", pero en conjunto podría considerarse muy positivo:

Los miembros de esta sociedad podrían considerar injusta la forma de vida de sociedades "primitivas" en los que cada cual tiene que conformarse con el cuerpo "que Dios le ha dado". Si se les dijera que cada vez que se intercambian los cuerpos se están muriendo, se echarían a reír, y si se les dijera que lo que hacen es inmoral se les pondrían los ojos como platos. Admitiendo que tuvieran claro que el proceso de intercambio de cuerpos consiste "simplemente" en copiar en un cuerpo el estado del cerebro de otro, la idea de "alma" les resultaría inconcebible. Tampoco harían ascos a ninguna de las ventajas adicionales que los intercambios permitirían. Por ejemplo, imaginemos que dos ciudades lejanas viven de esta forma. Si ciertas personas de una ciudad quieren viajar a la otra y se ponen de acuerdo con otras tantas de la otra ciudad que quieran hacer el viaje opuesto, sólo tendrían que solicitar que sus mentes sean trasladadas a cuerpos de la otra ciudad, y viceversa. La información sobre los estados mentales podría trasladarse por teléfono, o un medio similar. Confiamos en que este ejemplo haya ayudado al lector a desprenderse de sus prejuicios.

Si especular sobre lo que sucede al moverse a velocidades elevadas nos lleva a comprender la relatividad del espacio y del tiempo, las especulaciones que estamos haciendo deberían hacernos comprender la relatividad de la muerte. Si la muerte tiene "fama" de absoluta (los muertos, muertos están), ello es debido a que es técnicamente irreversible, pero aquí estamos viendo que teóricamente no lo es. Si se dispusiera de los medios técnicos para "reparar" cuerpos dañados hasta el punto de haber muerto, entonces no habría ninguna diferencia objetiva entre "despertar" y "resucitar" (incluyendo las variantes de "resucitar en el mismo cuerpo" o "resucitar en otro cuerpo"). La única diferencia sería que se despertaría espontáneamente y se resucitaría asistidamente, pero eso es una diferencia respecto a la causa del proceso, no respecto a la naturaleza del proceso en sí. Por ello podemos decir que morimos cada vez que nos dormimos o perdemos el conocimiento por cualquier causa y que resucitamos cuando lo recuperamos. En estos términos, también podríamos decir que morir no es algo preocupante siempre y cuando tengamos garantías de que alguien resucitará con nuestra herencia mental. No cabe duda de que es una forma muy retorcida de expresarlo, pero tiene la (mínima) ventaja de que enfatiza la ruptura: yo muero / alguien resucita. En tal caso decimos que ese alguien soy yo, pero así destacamos que al llamar "yo" a quien resucita estamos estableciendo una conexión a priori entre el que muere y el que resucita basada únicamente en la semejanza de los contenidos mentales.

Probablemente, el lector llevará un rato considerando una posibilidad que hasta ahora no hemos tenido en cuenta: la de resucitar varias veces al mismo tiempo: ¿qué ocurre si creo un clon de mí mismo sin destruir mi cuerpo original? Podríamos describir la situación diciendo que, desde mi punto de vista, no sucedería nada, pero aparecería otra persona que creería ser yo. Sin embargo, esta descripción es inaceptablemente asimétrica. Pensemos que, si a mí me mataran, diríamos que esa "otra" persona sería yo. ¿Por qué si no me matan deja de ser yo? Decir que las dos seríamos "yo" suena contradictorio y, en cierto sentido, lo es. La situación tiene una asimetría que no es esencial, pero puede marear, y es que uno de los dos (el clon) despierta, mientras que el original no despierta porque nunca se ha dormido (durante el proceso). Para evitar esta asimetría sin valor, supongamos que para leer el estado de mi cerebro es necesario dormirme, de modo que me duermo y, cuando despierte, habrá dos "ejemplares" de mí mismo, uno en mi cuerpo original y otro en mi copia. Entonces habrá un "yo" que despertará en mi cuerpo original y otro "yo" que despertará en la copia. Visto desde después de la clonación, no tiene sentido preguntarse cuál es el "yo" auténtico. El hecho de que uno esté dentro del cuerpo original no es significativo. (Como ya hemos dicho, si el original muriera, la copia sería una continuación legítima del original, luego no puede perder esa legitimidad porque el original no muera.) Visto desde antes de la clonación, no tiene sentido que me pregunte en qué cuerpo despertaré. Habrá un "yo" que se dormirá en mi cuerpo y despertará en mi cuerpo, y otro "yo" que se dormirá en mi cuerpo y despertará en otro nuevo, pero el "yo" que se duerme será el pasado común de ambas personas.

Consideremos finalmente la que, tal vez, sea la situación más polémica: Supongamos que tengo una enfermedad que no es curable quirúrgicamente, y por ello decido crear un clon de mi cerebro en el clon de un cuerpo sano. El procedimiento "estándar" sería clonar el cuerpo, leer el estado de mi cerebro, matarme y transferir dicho estado al cerebro del cuerpo clonado. Según lo que hemos discutido, así despertaré en el cuerpo sano. Ahora bien, supongamos que quiero cerciorarme de que el proceso de clonación ha funcionado correctamente, así que pido que no me maten tras leer el estado de mi cerebro, sino que me despierten y me permitan hablar unos minutos con mi clon para comprobar que, ciertamente, conserva mi mente perfectamente duplicada. Una vez hecha la comprobación, dejo que me maten. La única diferencia entre esta opción y el protocolo "estándar" es que ahora coexisto unos minutos con mi clon. Lo llamativo del caso es que esta vez no muero convencido de que voy a resucitar, sino convencido de que ya he resucitado. ¿No es esto una prueba de que en realidad nunca puedo considerar que resucito en un clon?

La respuesta es, naturalmente, que no es una prueba de nada. Todas las paradojas aparentes en los ejemplos que estamos considerando se derivan de la ilusión psicológica, es decir, de la creencia de que yo soy una cosa, de modo que para resucitar en otro cuerpo esa cosa tiene que pasar de mi cuerpo al otro cuerpo. En el caso que consideramos ahora, es obvio que si esa cosa está en mí, no puede haber pasado a mi clon, pues yo sigo vivo, pero todo esto no significa nada porque "esa cosa" no existe. Como ya hemos dicho, la única vinculación entre alguien que muere (sea porque se duerme o por causas más drásticas) y alguien que resucita, es un grado de semejanza que, con un criterio más o menos laxo, se considere aceptable como para identificar ambos sujetos. El solapamiento de unos minutos no hace que se pierda dicha semejanza. Obviamente, si coexistiera veinte años con mi clon, entonces ya no podría considerarlo un clon mío, sino un clon de yo hace veinte años, por lo que no podría considerar que, si muriera, resucitaría en él. Pero unos minutos sí que son tolerables. Es vano tratar de precisar más: la identidad personal es esencialmente difusa.

Dejamos al lector el sano ejercicio de plantearse ejemplos análogos a los que hemos considerado aquí, pero que tengan como protagonistas, no a seres humanos, sino a ordenadores conscientes. Mientras que fabricar seres humanos es muy fácil y clonarlos es muy difícil, resulta que fabricar ordenadores conscientes es muy difícil y clonarlos es muy fácil. No cuesta nada copiar en un disco el estado de un ordenador y transferirlo a otro ordenador para que continúe trabajando justo donde el otro lo dejó. El lector debería constatar que, en términos de ordenadores, los casos que hemos discutido no resultan nada polémicos o chocantes, lo cual, combinado con la equivalencia teórica que hemos de aceptar entre ordenadores conscientes y seres humanos (según lo discutido en la página anterior), debería convencerlo de que cuanto hemos argumentado aquí es correcto.

En particular, si uno se pregunta adónde va la conciencia de un ordenador cuando se le borra el disco duro o se desconecta para siempre, y comprende que la misma respuesta ha de valer para un ser humano, llegamos a la conclusión de que si uno muere y nadie ha tomado nota de su estado para que le quede una esperanza de ser reconstruido (que es lo que suele pasar en la vida real), entonces ... acta est fabula!

Para terminar, no puedo dejar de copiar aquí un pasaje de la Crítica de la razón pura. Lo he dejado para el final para que nadie pueda confundirlo con un argumento. Las citas nunca son argumentos, sino más bien una forma, más o menos efectiva, de ocultar la falta de argumentos. Ésta pretende ser un homenaje a la perspicacia de un hombre que murió hace más de doscientos años (es una nota a pie de página en la dialéctica trascendental, en el apartado dedicado a la crítica del tercer paralogismo):

Una esfera elástica que choque con otra en dirección recta, le comunica todo su movimiento y, en consecuencia, todo su estado (considerando solamente las posiciones en el espacio). Suponiendo, por analogía con esos cuerpos, sustancias, de las cuales, una transmitiera a las demás representaciones junto con su conciencia, cabrá concebir toda una serie de ellas, de las cuales la primera comunique todo su estado, junto con su conciencia, a la segunda; ésta, su propio estado, junto con la conciencia de la sustancia anterior, a la tercera, y ésta, asimismo, los estados de todas las anteriores, junto con su propia conciencia y la de éstas. Por lo tanto, la última sustancia tendría conciencia de todos los estados de las sustancias anteriores modificadas, como de los suyos propios, porque éstos, junto con la conciencia, habrían pasado a ella y, no obstante, no habría sido precisamente la misma persona en todos esos estados.

El alma IV: la ilusión psicológica

Índice

¿Por qué hay algo en vez de nada?

l