LA
CIENCIA |
---|
Vamos ahora a analizar la naturaleza del conocimiento
científico. En la página precedente hemos descrito
superficialmente el papel que representa la ciencia en el
conocimiento,
pero hay muchos aspectos que necesitan ser aclarados. Para
empezar
vamos a particularizar en un ejemplo las consideraciones que
hemos
hecho hasta ahora sobre la ciencia, para dejar claro que estamos
llamando ciencia exactamente a lo que cualquier científico
entiende como tal.
A finales del siglo XVII, un mercader llamado Anton van
Leeuwenhoek
se especializó en la fabricación de microscopios, algunos
de los cuales llegaron a tener una capacidad de doscientos
aumentos.
Con sus microscopios, Leeuwenhoek se dedicó a examinar y
describir minuciosamente todo tipo de materiales. Descubrió los
espermatozoides y los hematíes, y encontró en el agua
estancada unos animálculos
tan pequeños que eran invisibles al ojo humano. Sus
observaciones y los experimentos de los investigadores que
siguieron
sus pasos llevaron, en un proceso que abarcó más de un
siglo, al descubrimiento de los microorganismos y al desarrollo
de la
teoría celular. Sin ánimo de describir aquí todas
las etapas de este proceso (lo cual sería muy largo e
innecesario para nuestros fines), pero sin traicionar el hilo
argumental básico, podríamos resumirlo y describirlo
así:
Observemos cómo en un principio desconocía el concepto
de microorganismo, unas experiencias me han llevado a
introducirlo como
un concepto empírico a posteriori que describe lo que estoy
viendo, pero entonces mi razón elabora una teoría que
trasciende esas experiencias y postula a priori que, en general,
el
mundo está lleno de microorganismos, a los que atribuye a priori
una serie de características generales inducidas de dichas
experiencias (datos sobre qué aspecto tienen, cómo se
reproducen, de qué se alimentan, qué los mata, etc.). De
este modo, cuando observo una nueva muestra con microorganismos,
ahora
es mi razón la que le dice a mi entendimiento que debe
interpretar las intuiciones que recibe como correspondientes a
microorganismos. Mi razón ha "creado" a priori el concepto
racional de microorganismo inducida por mi entendimiento, pero
ahora es
mi entendimiento quien tiene que usar el concepto empírico de
microorganismo por exigencia de mi razón. Al hacerlo así,
estoy vinculando lo que experimento ahora sobre los
microorganismos con
las experiencias que en su día me llevaron a elaborar mi
teoría sobre ellos.
Lo único esencialmente falso en este análisis es el
uso de la primera persona. En la práctica, mi razón no
tiene por qué deducir por sí misma todas sus
teorías sobre el mundo, sino que puede aprenderlas de otras
personas o de los libros (sin perjuicio de que yo pueda
reproducir por
mí mismo, si lo considero oportuno, los experimentos que han
llevado a elaborar dichas teorías). Esto permite que una misma
teoría racional, transmitida debidamente, pueda sintetizar las
experiencias y las conclusiones de diversos investigadores. No
obstante, de momento es más adecuada la primera persona, ya que
todavía tenemos que analizar en qué medida mi experiencia
me permite afirmar que en el mundo hay otros seres conscientes,
aparte
de mí.
A mediados del siglo XIX, Louis Pasteur estaba estudiando las
fermentaciones, y demostró que estaban causadas por
microorganismos. Más aún, cada fermentación (la
del vino, la del vinagre, la de la cerveza, la del queso, etc.)
la
produce un microorganismo distinto. Huelga matizar lo que hemos
de
entender por "demostró": Pasteur trabajaba con cultivos en los
que controlaba la presencia o ausencia de distintos
microorganismos.
Observó, por ejemplo, que si calentaba mosto hasta matar los
microorganismos que contenía, ya no se producía la
fermentación que lo convierte en vino, y que tampoco
sucedía si después incorporaba al cultivo fermentos
distintos de uno específico. Evidentemente, para un
escéptico esto no prueba nada, pues las conclusiones de Pasteur
exigían "suponer" que cualquier muestra de vino iba a
comportarse igual que las de sus cultivos.
Sin embargo, Pasteur dedujo, en particular, que, calentando el
vino
ya fermentado, se impedía que éste se transformara a su
vez en vinagre. Hasta
entonces, la industria vinícola se resignaba a que, durante el
proceso de envejecimiento, parte del vino se agriara sin que se
supiera
por qué, lo que ocasionaba pérdidas considerables.
Pasteur recomendó a los industriales que calentaran los vinos a
55ºC antes de dejarlos envejecer (lo que ahora se llama
pasteurización), con lo cual evitarían la
fermentación acética. Aquí tenemos un ejemplo
clarísimo de lo que es la ciencia. Los hechos empíricos
son:
Por supuesto, si queremos considerar estas afirmaciones como
empíricas, hay que entender que no hablamos de todas las muestras de vino
posibles, sino únicamente de todas las muestras de vino con las
que se ha hecho el experimento. De estos hechos empíricos,
Pasteur indujo la siguiente teoría racional a priori:
Estas afirmaciones no son empíricas, sino racionales, ya que
no hablan de ningún vino en concreto, sino del vino en general.
No dicen lo que ha pasado, sino que predicen lo que va a pasar,
y
ninguna experiencia contiene información suficiente para avalar
una predicción. Pasteur no afirmó nada de esto por
capricho. Posiblemente, ni siquiera fue consciente de que había
dado paso alguno al pasar del primer grupo de afirmaciones al
segundo.
Tan sólo consideró que no hay motivo para suponer que una
muestra de vino va a comportarse de forma distinta a otra
muestra de
vino en idénticas circunstancias. Esto es la inducción
empírica. No es una deducción lógica, ciertamente,
pero obligó a los industriales del vino a dividirse en tres
grupos:
No hace falta aclarar que toda la industria vinícola francesa
adoptó en poco tiempo la propuesta de Pasteur. No se dio, que se
sepa, ningún caso de escepticismo y, si hubo alguno de
dogmatismo, no tardó nada en dar su brazo a torcer.
Tal y como indicábamos, el propósito de este ejemplo
era convencer al lector de que no estamos afirmando nada
original sobre
la ciencia, sino únicamente analizándola en
términos de la teoría del conocimiento. No vamos a hablar
aquí sobre el método científico, es decir, de los
requisitos que cabe exigir a una afirmación o teoría para
que pueda considerarse científicamente comprobada. En la
práctica, cualquier científico sabe si una teoría
es seria o no lo es. Como ya hemos comentado, el "espíritu" del
método científico es asegurar que sólo los hechos
empíricos aboguen a favor o en contra de una teoría, y
nunca los gustos, los sentimientos o los intereses de quienes la
propugnan. Si un científico propone una teoría y se
encuentra con que la experiencia la desmiente (más allá
de lo que podría achacarse a errores experimentales),
simplemente la descarta y busca otra, pero en ningún caso se
obstina en amañarla o amañar los hechos para mantenerla
contra viento y marea.
En particular, no vamos a analizar aquí el proceso de
construcción de la ciencia, sino que nos vamos a ocupar
únicamente de la ciencia "ya hecha". Aquí consideramos el
concepto "ciencia" en su sentido más amplio: la ciencia recoge
todo lo que sabemos sobre el mundo, desde que los polos
magnéticos del mismo signo se repelen hasta que el asesinato es
un delito penado por la justicia. Observemos que el uso que
nuestra
razón hace de ambas afirmaciones es el mismo: gracias a la
primera sé a priori que, si acerco dos polos del mismo signo de
un imán, experimentaré una fuerza de repulsión
entre ellos; gracias a la segunda sé a priori que, si disparo a
alguien en plena calle delante de un policía, éste me
detendrá y me llevará a comisaría.
Sin embargo, para evitar dispersar nuestros argumentos, en
nuestro
propósito de comprender la naturaleza trascendental de la
ciencia, vamos a centrarlos en la más básica de todas las
ciencias: la física.
Teóricamente, todos los principios científicos
podrían deducirse de las leyes de la física, si bien en
la práctica esto no es así, ya que tales deducciones
deberían considerar una cantidad astronómica de datos y
tener en cuenta una cantidad infinitamente mayor de relaciones
entre
ellos. No obstante, cuanto vamos a decir sobre la física puede
adaptarse (simplificándose, de hecho) para cualquier otra rama
de la ciencia.
Lo primero que hemos de entender es que la ciencia es una
teoría formal. Para entender lo que esto significa vamos a
establecer
un paralelismo entre la ciencia y las matemáticas puras.
Podemos comparar una afirmación empírica, como "esta botella está vacía",
con una afirmación como "2+2 = 4". No queremos decir que la
segunda afirmación sea también empírica, sino que
ambas tienen en común que tienen un significado, un
contenido, empírico en el primer caso, intuitivo en el segundo,
de modo que es dicho significado el que hace que sean
verdaderas: para
comprobar que la primera afirmación es verdadera recurrimos a la
experiencia (miramos la botella y comprobamos que está
vacía), mientras que para comprobar que la segunda es verdadera
recurrimos a la intuición (pensamos "uno, dos... tres y cuatro") o
incluso podemos recurrir también a la experiencia, aunque
sepamos que la experiencia concreta que consideremos es
irrelevante
(por ejemplo, extiendo dos dedos de mi mano izquierda, otros dos
de mi
mano derecha, miro ambas manos, y compruebo que estoy viendo
cuatro
dedos).
Consideremos ahora una afirmación como "hay una botella en el armario".
Si
hablamos de un armario cerrado, esta afirmación no puede
comprobarse empíricamente. Si abro el armario para comprobarlo,
estoy comprobando que ahora hay una botella en el armario, pero
no que
estaba ahí cuando el armario estaba cerrado. Lo mismo es
válido, por otro motivo, para "las
botellas
de cristal son frágiles". Ésta no es
comprobable empíricamente porque hace referencia a todas las
botellas de cristal posibles, y no puedo comprobar empíricamente
que todas ellas son frágiles. ¿Qué afirmaciones
matemáticas podrían considerarse equivalentes a estas dos
afirmaciones racionales?
A finales del siglo XIX, el matemático Georg Cantor
construyó una teoría de cardinales
infinitos. Con dicha teoría, es posible asignar un número
de elementos (un cardinal) no sólo a los conjuntos finitos, sino
también a los conjuntos infinitos, y Cantor probó que los
cardinales infinitos (los números que permiten contar a los
conjuntos infinitos) pueden ordenarse en la sucesión de los
alephs:
de modo que los conjuntos infinitos más pequeños
tienen aleph-cero elementos, los menores entre los que tienen
más de aleph-cero elementos tienen aleph-un elementos, etc.
Podemos comparar la afirmación racional "hay una botella en el armario"
con
la fórmula matemática . Los
matemáticos discuten sobre si una afirmación como
ésta tiene un contenido intuitivo, análogo al que tiene
la fórmula "2+2 = 4", o si, por el contrario, carece de
significado. No necesitamos entrar aquí en esta
discusión, pues lo único que importa es que ningún
matemático aceptará que alguien admita como evidente la
afirmación
. Todos los
matemáticos coinciden en que esta fórmula requiere ser
demostrada, y el único contexto en el que puede ser demostrada
es en el seno de la llamada teoría
de
conjuntos.
La teoría de conjuntos consiste en una colección de
axiomas en los que aparecen las nociones de conjunto y de pertenencia entre
conjuntos. Estas
nociones no se definen, sino que simplemente se especifica que
vamos a
hablar de unos objetos llamados conjuntos y que, dados dos
conjuntos,
puede suceder que uno pertenezca al otro o que no pertenezca.
Son los
axiomas (y no unas inexistentes e imposibles definiciones) los
que
determinan qué podemos afirmar sobre los conjuntos y la
pertenencia. En esencia, los axiomas de la teoría de conjuntos
vienen a decir: "Los
conjuntos (sean
lo que sean) y la relación de pertenencia (consista en lo que
consista) cumplen esto y lo otro". Por ejemplo, uno de
los
axiomas dice concretamente: "Existe
un
conjunto al cual no pertenece ningún conjunto", otro
afirma: "Dados dos conjuntos,
existe
un tercero al que pertenecen únicamente los dos conjuntos
dados".
Es obvio que estas afirmaciones, mientras no especifiquemos
qué significa "conjunto"
y qué significa "pertenecer",
no significan nada, pero ello no impide que, a partir de estos
dos
conceptos elementales, se puedan definir muchos más
(números, funciones, rectas, planos, integrales, cardinales
infinitos, etc.) y que a partir de los axiomas de la teoría de
conjuntos se puedan demostrar todos los teoremas matemáticos. En
particular, a partir de los axiomas de la teoría de conjuntos
puede deducirse lógicamente que .
Observemos que, en principio, para que esta fórmula tenga
sentido en el seno de la teoría de conjuntos es necesario
definir , al igual que la suma de
cardinales, pero dichas
definiciones no atribuyen realmente un significado a
porque
contienen otros conceptos matemáticos que a su vez están
definidos en función de otros y, si rastreamos hasta el final
las definiciones, acabamos inevitablemente en los conceptos de "conjunto" y "pertenencia" que no hemos
definido. Esto no quiere decir que la fórmula
no signifique nada, sino únicamente que su posible significado
es irrelevante en el proceso de demostración, y esto es
precisamente lo que queremos decir cuando afirmamos que la
teoría de conjuntos es una teoría
formal: que no tiene en cuenta el posible contenido de
las
afirmaciones, sino sólo su forma. Quizá un ejemplo
sencillo aclare este punto. He aquí un razonamiento formal cuya
naturaleza es exactamente la misma que la de cualquier otro
razonamiento formal de cualquier teoría formal:
Es un razonamiento correcto aunque no signifique nada. De
hecho,
podría significar algo; bastaría dar un sentido a las
tres palabras inventadas que aparecen. Si les damos un sentido
con el
cual las dos premisas resulten verdaderas, podemos estar seguros
de que
la conclusión será verdadera, pero lo esencial es que
esto es así independientemente de que las tres afirmaciones
signifiquen algo o no signifiquen nada.
Los
matemáticos que piensan que la matemática transfinita
tiene un significado intuitivo, piensan que, en particular, lo
tienen
las nociones de "conjunto"
y "pertenencia",
y que los
axiomas expresan afirmaciones intuitivamente verdaderas sobre
estos
conceptos, lo que, a su vez, hace que todos los teoremas
deducidos
lógicamente a partir de los axiomas son también
intuitivamente verdaderos (aunque nuestra intuición no sea capaz
de mostrárnoslo directamente, al contrario de lo que sucede con
"2+2 = 4").
Observemos también que lo mismo podríamos hacer con la
fórmula "2+2 = 4": esta fórmula también
puede ser demostrada a partir de los axiomas de la teoría de
conjuntos, con lo cual estamos prescindiendo completamente de su
significado intuitivo. La diferencia es que aquí tenemos las dos
opciones: podemos comprobar que es cierta observando que lo que
significa es verdad, o bien demostrándola formalmente, es decir,
prescindiendo de su significado. Insistimos en que un niño de
diez años que mire sus dedos para concluir que "2+2 = 4" sabe
que 2+2 = 4 exactamente en el mismo sentido y con la misma
profundidad
que lo sabe un matemático profesional. El matemático
conoce otros caminos para llegar a la misma conclusión, pero la
conclusión no deja, por ello, de ser la misma. En el caso de ,
tanto si tiene un significado intuitivo como si no, lo cierto es
que no
podemos confiar en nuestra intuición para determinar si esta
afirmación es verdadera o falsa, por lo que lo único que
podemos hacer es justificarla indirectamente, por deducción a
partir de unos axiomas que podrían
ser intuitivamente verdaderos, aunque lo cierto es que, a la
hora de la
verdad, esto no afecta en nada.
El mismo problema se nos presenta cuando queremos decidir si es
verdadera o no una afirmación como "el Sol está hecho
fundamentalmente de hidrógeno y de helio". Ahora lo
que nos falla no es la intuición, sino la experiencia. Ninguna
experiencia nos muestra esto directamente. A lo sumo podemos
analizar
el espectro
de la luz solar y observar las rayas oscuras que presenta.
Uniendo esto
a una teoría atómica y a unas pruebas de
laboratorio sobre los espectros de los diferentes elementos
químicos, deducimos
lógicamente que el Sol está hecho fundamentalmente de
hidrógeno y de helio. Una diferencia clara entre los
razonamientos matemáticos (en el seno de la teoría de
conjuntos) y los razonamientos físicos es que los primeros
parten de un inventario cerrado de axiomas, mientras que los
segundos
parten de dos clases de axiomas: los principios a priori
proporcionados
por la ciencia (las leyes de la física), que también
constituyen un inventario cerrado (o, al menos, lo constituirían
si dispusiéramos ya de una física completa) y los hechos
a posteriori proporcionados por la experiencia, que son
potencialmente
infinitos. En el ejemplo que estamos considerando necesitamos,
por una
parte, una teoría atómica a priori que nos indique la
relación entre la composición de una estrella y la
estructura de su espectro luminoso y, por otra parte, las
experiencias
a posteriori que nos indiquen cuál es concretamente el espectro
del Sol y cuáles son los espectros característicos de los
distintos elementos químicos. Teóricamente, éstos
últimos deberían poder predecirse también a priori.
Como en el caso de las matemáticas, es posible definir unos
conceptos físicos en función de otros. Por ejemplo,
podemos definir una estrella como una masa gaseosa en cuyo seno
se
producen reacciones nucleares de fusión. Sin embargo,
también como en el caso de las matemáticas, si vamos
rastreando las definiciones, acabaremos necesariamente con
conceptos
que no pueden ser definidos en términos de otros más
elementales y, lo que es más importante, que tampoco pueden ser
definidos en términos de la experiencia. Pensemos, por ejemplo,
en el concepto físico de "masa".
Podríamos dar una "definición" empírica de la masa
de un cuerpo en términos de una balanza: ponemos el cuerpo en el
platillo de una balanza y su masa (en kg) es igual al número de
litros de agua que hay que poner en el otro platillo para que la
balanza se equilibre. Es fácil encontrar mil razones por las que
esta definición es una chapuza, pero no merece la pena que nos
esmeremos más con el ejemplo, porque cualquier otra
"definición" posible compartirá con ésta
deficiencias esenciales. Por ejemplo, esta "definición" no puede
usarse para deducir que dos cuerpos cualesquiera se atraen con
una
fuerza directamente proporcional a sus masas. Al contrario, son
principios como éste los que permiten justificar que, en ciertos
casos particulares, con una balanza y agua podemos medir la masa
de un
objeto.
La única forma de entender el concepto de "masa" acorde con el uso que la física hace de él es comprender que la física parte de que en el mundo hay objetos (partículas elementales, o quarks, o supercuerdas, o lo que los físicos estimen oportuno), de entre los cuales, algunos tienen una propiedad que llamamos masa, (no todos: los electrones sí, los fotones no) la cual está determinada por un número no negativo salvo la elección de una unidad. No es necesario (ni posible) definir qué es la masa. Simplemente, ésta aparecerá en algunas de las leyes físicas que determinan el comportamiento del mundo. A su vez, estas leyes proporcionarán diversos métodos empíricos para calcular la masa de un objeto. (Aquí usamos el ejemplo de la masa por claridad, siguiendo la política de no entrar innecesariamente en tecnicismos físicos, pero hemos de advertir que sí que es posible dar una definición de masa, o de carga eléctrica, etc., como sucede, de hecho, en la teoría de cuerdas, donde estos conceptos se definen a partir de otros más abstractos y no definibles en la teoría, lo cual no altera la esencia de lo que estamos diciendo, sino que únicamente nos obliga a sustituir en nuestra discusión la palabra "masa" por términos más abstractos, no definibles en la propia teoría, como el de "cuerda" y los atributos que permiten considerar una cuerda como una vibración dotada de los atributos propios de una cuerda vibrante.)
Los matemáticos no tienen ningún nombre
estándar para referirse a la totalidad de los conjuntos, porque
este concepto presenta muchos problemas técnicos, pero, si en
lugar de pensar en la axiomatización de la teoría de
conjuntos nos restringimos a la axiomatización de la
geometría, entonces podemos comparar el concepto de "mundo" con el de "espacio". Los físicos
dicen
"en el mundo hay partículas
elementales" igual que los geómetras (axiomáticos)
dicen "en el espacio hay
puntos,
rectas y planos". El mundo es simplemente "aquello de lo que habla la
física"
igual que el espacio es simplemente "aquello
de lo que habla la geometría". No es necesario (ni
posible) definir el mundo a la hora de fundamentar la física,
igual que no es necesario (ni posible) definir el espacio a la
hora de
fundamentar la geometría.
En resumen, afirmamos que la física, entendida como el
producto de la razón cuando trata de interpretar lo más
básico de nuestras experiencias, es exactamente el contenido de
un libro de física. La física cabe en un libro de
física, un libro que grosso
modo, empezará explicitando sin definición los
conceptos que van a usarse en él para describir el mundo:
quarks, fotones, masa, spin, encanto, gravitación, fuerza
nuclear fuerte, espacio, tiempo, etc., y a continuación
explicitará las leyes que regulan el comportamiento del mundo en
términos de estos conceptos básicos y de otros definidos
a partir de ellos. Dicho libro también incluirá datos
concretos (empíricos) sobre el mundo, como la masa del Sol, la
distancia del Sol a la Tierra, etc. Todo hecho empírico que no
pueda justificarse a priori en el seno de la teoría
física, será formalmente un axioma dentro de dicha
teoría.
Naturalmente, es posible escribir libros de "física"
mutuamente contradictorios entre sí. Así como la
geometría tridimensional euclídea se distingue de las
demás geometrías formales en que es la única a la
que podemos dar un contenido intuitivo, es decir, es la única
tal que a todas sus afirmaciones, en principio formales, se les
puede
atribuir un contenido intuitivo de forma que resultan
verdaderas, la física
es (o pretende
ser) la única teoría física formal, no susceptible
de que todas sus
afirmaciones
formales admitan una interpretación empírica que resulte
verdadera, sino susceptible de que algunas
de sus afirmaciones formales admitan una interpretación
empírica que resulte verdadera, pero de tal modo que todas las afirmaciones
empíricas (todas las de naturaleza física, o todas en
general si cambiamos "física" por "ciencia") puedan obtenerse
como interpretaciones empíricas de afirmaciones físicas,
en principio formales, adecuadas. (El matiz "o pretende ser" sólo hace
referencia a lo que ya hemos discutido sobre qué es racional y
qué no lo es.)
Del mismo modo que sólo una estrecha franja de frecuencias
del espectro electromagnético tiene una interpretación
intuitiva (el espectro visible), en general, sólo una parte de
los hechos racionales tiene una interpretación empírica.
El concepto racional (físico) de Sol es más amplio que lo
que cabe en cualquier experiencia, porque es una síntesis de
todas las experiencias relativas al Sol que incorpora además los
hechos a priori necesarios
para que dicha síntesis pueda realizarse. Como afirmaciones
físicas, "Hoy a las doce del
mediodía el Sol brilla en el cielo", "el Sol contiene helio" y "el Sol broncea la piel"
son de la
misma naturaleza: son tres afirmaciones formales que se deducen
de las
leyes de la física, pero empíricamente son muy distintas:
la primera tiene un contenido empírico, puedo comprobarla
empíricamente; la segunda carece de contenido
empírico directo, su relación con la experiencia es que
puede deducirse de ciertas experiencias e implica a su vez otras
experiencias; la tercera está a mitad de camino entre las otras
dos: puede comprobarse empíricamente en casos particulares, si
bien contiene una componente a priori (su universalidad, el
hecho de
que el Sol siempre
broncea la
piel expuesta al mismo) que no puede "leerse" de ninguna
experiencia.
Sin embargo, no tendría ningún fundamento que, en
algún sentido, consideráramos "más verdadera" la
primera afirmación que cualquiera de las otras dos. Insistimos
en que, desde el punto de vista de la física (desde un punto de
vista racional), las tres afirmaciones son de la misma
naturaleza. Tan
cierto es que estoy viendo brillar el Sol sobre mi cabeza como
que el
Sol contiene helio. Podemos comparar esta situación con la
información que obtenemos en la representación de una
obra de teatro: conocemos ciertos hechos porque los vemos
suceder en la
escena, mientras que otros los conocemos indirectamente, porque
los
personajes afirman que han sucedido fuera de la escena, pero
todos
ellos son igual de reales en relación con el argumento de la
obra.
Del mismo modo que una afirmación racional (física)
puede carecer de un contenido empírico directo o tener
sólo parcialmente contenido empírico, lo mismo sucede con
los conceptos racionales. Ya hemos explicado que un concepto
como el de
"Sol" es no meramente un concepto empírico, es decir, unas
reglas
que permiten a nuestro entendimiento aplicarlo como parte de la
descripción de ciertas experiencias (lo que hacemos cuando
decimos "eso es el Sol"),
sino que, en toda su generalidad, es un concepto racional, un
concepto
integrado en una teoría formal sobre el mundo algunas de cuyas
afirmaciones admiten una interpretación empírica que
puede confirmarlas o refutarlas; sin embargo, también puede
haber conceptos racionales que carezcan completamente de
interpretación empírica.
Aquí podemos distinguir grados. Por ejemplo, el concepto de
"dinosaurio" podría considerarse empírico en el sentido
de que nuestro entendimiento podría aplicarlo para describir una
experiencia (si estuviéramos ante un dinosaurio, nuestro
entendimiento podría decir "eso
es
un dinosaurio"); pero la ciencia nos dice que los
dinosaurios
se han extinguido, por lo cual, en la práctica, nunca tendremos
una experiencia susceptible de ser descrita con el concepto de
dinosaurio, y todas las afirmaciones racionales sobre
dinosaurios
serán necesariamente inferidas de otras afirmaciones
empíricas en las que no aparecerá el concepto
"dinosaurio", aunque sí otros conceptos relacionados, como el de
"hueso de dinosaurio". El mero hecho de aplicar el concepto de
"hueso
de dinosaurio" a un objeto presupone ya una inferencia desde un
hecho
empírico "esto es un hueso" hasta un hecho racional formal "el
hueso perteneció a un dinosaurio".
No obstante, la razón, en su descripción del mundo,
puede manejar conceptos puramente formales, en el sentido de que
no
queden fuera de la experiencia por el mero hecho de haber nacido
en el
momento inadecuado. Es el caso, por ejemplo, de las llamadas
partículas virtuales: la mecánica cuántica afirma
que el producto del tiempo necesario para detectar una partícula
por la energía que ésta contiene ha de ser mayor o igual
que una cierta constante, de modo que si una partícula se crea
de la nada y desaparece en la nada en un tiempo suficientemente
breve,
será imposible detectarla empíricamente; sin embargo,
esto no significa que no exista; al contrario, las interacciones
entre
partículas se explican en términos de intercambios de
partículas virtuales. Los físicos usan "virtual" como
opuesto a "real", pero aquí usan "virtual" en un sentido
distinto
al que nosotros damos a la palabra (lo usan en el sentido de "no
observable empíricamente"). Para nosotros, las partículas
virtuales son tan reales como las partículas reales, en el
sentido de que tan pertinente es hablar de unas como de las
otras a la
hora de describir racionalmente el mundo. (Insistimos en que con
esto
no contradecimos el criterio de los físicos, sino que
únicamente estamos dando a la palabra "real" un sentido
técnico adecuado para la teoría del conocimiento distinto
del sentido técnico que le dan los físicos.)
Los conceptos de "realidad" o "verdad" son conceptos formales a
priori con los que expresamos los contrastes entre una
afirmación y los datos que nos proporciona la intuición,
el entendimiento o la razón. (Gramaticalmente, usamos "real"
cuando el sujeto es un sustantivo y "verdadero" cuando el sujeto
es una
afirmación, pero el sentido es el mismo. Los adverbios
"realmente" y "verdaderamente" son sinónimos.) Según con
qué contrastemos, podemos llegar a conclusiones distintas:
En cambio, no podemos explicar qué queremos decir si afirmamos que algo es trascendentalmente real, es decir, que "está realmente ahí fuera" y que el concepto que tenemos de ello se corresponde con lo que realmente es. Yo puedo decir que la mesa que tengo ante mí es intuitivamente real, empíricamente real y racionalmente real, porque la puedo ver y tocar, lo cual garantiza que es intuitivamente real, y mi entendimiento me dice que si puedo ver y tocar una mesa es porque ante mí hay una mesa empíricamente real, y mi razón me dice que si tengo la experiencia de una mesa, es porque en el mundo existe una mesa situada ante mí, luego la mesa es racionalmente real; ahora bien, si estuviera conectado a Matrix, esa mesa no sería trascendentalmente real. Seguiría siendo intuitiva, empírica y racionalmente real, en el sentido de que mi intuición, mi entendimiento y mi razón estarían actuando correctamente, sin errores, pero la mesa sólo sería ese concepto que me he formado a partir de mis percepciones, existiría, ciertamente, una realidad trascendente, a la que pertenece el ordenador gigante que contiene a Matrix, pero en esa realidad trascendente no habría ninguna mesa. Es fácil explicar lo que significa que algo empíricamente real no sea trascendentalmente real, lo cual basta para que afirmar que algo es trascendentalmente real significa algo, a pesar de que no estemos en condiciones, no ya de saber si es así o no, sino siquiera de explicar lo que significa.
Podemos expresar esto diciendo que el mundo, el mundo
racionalmente
real que conocemos, es trascendentalmente
ideal, es decir, que, en principio, es únicamente una
construcción mental, una teoría formal construida a
priori a partir de nuestras experiencias. Ahora bien, nada de
esto
niega la posibilidad (metafísica) de que ese mismo mundo
trascendentalmente ideal se corresponda con (describa) una
realidad
trascendentalmente real. En otras palabras, es posible que la
ciencia
esté describiendo realmente, fielmente, "lo que hay", a pesar de
que ni siquiera seamos capaces de explicar qué entendemos por
"lo que hay". Más adelante hemos de volver sobre esto.