Cartelera Túria |
22-28/7/91 |
F
OTOGRAFÍA
LA FOTOGRAFÍA DESPUES DE LA II REVOLUCIÓN INDUSTRIAL |
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La Estrella del desierto, fotografía original de Alfonso Herráiz. |
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H ay en la Galería Punto de Valencia un interesante contubernio de una escultora, una pintora y un fotógrafo con el leit motiv del agua, el "líquido elemento" a que alude Manuel García (supongo que con ironía), el comisario de la exposición. La verdad es que hay razones históricas y filosóficas para abordar las relaciones entre el agua y los sueños, esta vez basándose en el ensayo de Gastón Bachelard, que ha hecho otras aportaciones interesantes también a la historia de la ciencia. Yo me referiré exclusivamente a lo visto y que conozco, la obra de Alfonso Herráiz.Frente a la estampa del fotógrafo ensimismado, haciéndose múltiples preguntas sobre la naturaleza de la fotografía o queriendo ir mucho más allá que la pintura con monstruosidades y tremendismos, este fotógrafo integra la técnica fotográfica en un complejo de más amplias miras. Con patente desprecio de la ideología fotográfica más exclusivista, recoge objetos de distinta procedencia y los significa en color, como si fueran fotomontajes de nuevo cuño. La fotografía, que nació en blanco y negro por accidente, aunque ello permitiera prolongar su expresividad en algunos terrenos (inventos de TBO aparte, como el del doctor Ramón y Cajal, empeñado en reproducir con su método los colores de la naturaleza) ha necesitado casi cien años para estar en igualdad de condiciones respecto al cromatismo que la pintura. Alfonso Herráiz no tiene traumas ni complejos de este tipo; él nació con el color y eso le satisface, como la luz. Por no rechazar, ni rechaza las propuestas interdisciplinares como ésta: ya en la exposición en la Universitat (1989) tuvo que compartir sala con Concha Prada, aunque desde mi punto de vista no tenían nada que ver. Tampoco rechaza las innovaciones facilitadas por esta segunda revolución industrial, en este caso las fotocopiadores láser, que consiguen alterar la textura y la definición, así como el formato. El resultado, como en el Premi Senyera (1988) o los dípticos de la Universitat, de una frescura contagiosa. Los objetos más cotidianos adquieren nuevas simbologías o capacidad de sugestión en sus manos, un poco siguiendo las enseñanzas del pop art, aunque las influencias están convenientemente camufladas y Alfonso Herráiz no nos impone su montaje, sino que afirma que es una de las disposiciones posibles. En estos Sueños del Agua se mezclan y agitan, en cóctel explosivo -un paso más en su desparpajo- palmeras y muñecos articulados, reflejos del agua y objetos de recurrencia infantil y escolar con el mensaje subliminal de una mediterraneidad bien entendida, aunque las fotos estén hechas en el Cabo de Gata o en Pontevedra, y que poco tiene que ver con la herencia, triste herencia, del postsorollismo. No creo que el surrealismo propuesto sea nuevo, ya estaba en la serie Cariño, dale de comer al pez, particularmente en "La revolución de los electrodomésticos" (1989). Pero aquí se abandona el retrato que siempre tiene sus servidumbres, y se tiene mayor libertad de miras. No, no es el pictorialismo tampoco, con su pesimismo expresivo y su romanticismo frente a las personas sencillas de la sociedad, los trabajadores indocumentados -boyeros, zagales y lagarteranas-, sino una propuesta de futuro que no elimina el goce artístico. Nada hay más grato que cerrar la temporada con un optimismo de este calibre. JUAN VERGARA |
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