Crítica por Fernando Vilches Dice el autor, en su breve presentación,
repitiendo a Jaques Dupet que "una carta náutica es mucho más
que un instrumento indispensable para ir de un sitio a otro; es un gravado,
una página de historia, a veces una novela de aventuras".
Arturo Pérez-Reverte, después de abandonar el periodismo, ha dedicado su tiempo y su vida a la literatura que, según su propia confesión, "le ayuda a estar en paz". Es un autor que ha conseguido alcanzar cifras importantes de lectores, se estiman en tres millones. Mª Luisa Blanco le ha dedicado una amplia entrevista en ABC-Cultural (núm. 458) y dice: "hoy es el escritor español más vendido dentro y fuera de su país, pero quizá debe mucho a la crítica y a la comunidad literaria española, que le recibieron con beligerancia y, en el mejor de los casos, con indiferencia. Ese fue su punto de apoyo para articular su orgullo y su tenacidad inmensos. Ese fue el acicate para dar su lección de solvencia narrativa". Hay algo que llama la atención del lector. Es su erudición, su conocimiento de mundos y temas distintos, diversos, diferentes. Los títulos, con independencia de las aventuras del Capitán Alatriste, se suceden: El Maestro de esgrima, El húsar, La tabla de Flandes, El club de Dumas, Territorio comanche, La piel del tambor. En todas estas novelas destaca la necesidad de contar con conocimientos específicos, con vocablos técnicos que nos llevan necesariamente a bibliotecas, a horas y horas de lectura, de toma de notas, de apuntes y de acumulación de un amplio vocabulario exigido por la utilización de términos, palabras y verbos precisos, adecuados para describir situaciones, ambientes, cosas y utensilios que se encuentran fuera del tráfico general y común. Recojo, como por ejemplo de mi aseveración
anterior, una de las múltiples páginas llenas de términos
específicos, técnicos: "el capitán Elezcano mirando
hacia lo alto, angustiado, mientras los marineros balanceándose
en los marchapiés, suspendidos en el mar a estribor, sueltos los
matafiones de las velas superiores y éstas se deslizan con un breve
gualdrapeo, tensándose al subir las vergas y cazar escotas... Y
de pronto crac, el crujido siniestro de la madera al romperse, las drizas
y la lona cayendo a sotavento enredadas por el viento sobre la gavia del
velacho y el barco dando una guiñada suicida, y el alma a la boca
de todos los hombres a bordo, que en ese instante comprenden que su suerte
está sellada".
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