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ACTO III, ESCENA 2.a
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Hay algo que me dice —no sé si es el amor— que no os deje partir; bien sabéis vos que no es el odio quien aconseja así. Temo que no lleguéis a entenderme... pues pensamientos —no palabras— son propios de
[doncella...
Por mi parte, os retendría un mes o dos
antes de que por mí apostarais, y os enseñaría
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a elegir bien, aunque sería como jurar en falso, y a eso jamás he de llegar... aún a riesgo de perderos. Si esto ocurriera, provocaríais el deseo en mí
de cometer perjurio. Malditos ojos tuyos que así me embrujan, dividiéndome; la mitad de mí es vuestra, y la otra vuestra es, mía quise decir, aunque si es mía, es vuestra, y toda os pertenezco. ¡ Oh, qué tiempos crueles que ponen barreras entre el dueño y lo que es suyo, de modo que, aunque vuestra, no lo soy! Y si es así, 20 que Fortuna, y no yo, sea quien por eso se condene. Sé que hablo demasiado, pero es para detener el tiempo, para que pueda prolongarse, y extenderse
y retrasar así vuestra elección.
BASSANIO.
Dejadme
probar mi suerte, porque seguir así ya es un tormento.
PORTIA.
¿Un tormento, Bassanio? Confesad, pues,
qué mezcla de felonía hay en vuestro amor.
BASSANIO.
Ninguna, a no ser la horrible traición que es la duda,
y que me hace temer la posesión de lo que amo.
Tanta amistad y vida puede haber
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entre la nieve y la brasa como entre la traición y quien yo
amo.
PORTIA.
Es cierto, aunque temo que habláis presa de un temor
que obliga a los hombres a confesar sea lo que sea.
BASSANIO.
Prometedme la vida, y diré mi verdad.
PORTIA.
Confesadia y vivid.
BASSANIO.
“Confiesa” y “ama”

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